Cuando muere alguien cercano, todo lo demás deja de tener importancia por muy grave que, en principio, nos haya parecido. Yo estaba, como todos los españoles, pendiente del conflicto de Cataluña, al recibir la noticia de la muerte de mi tía. Era mi tía por norma del parentesco, aunque por edad le hubiese correspondido ser mi prima y, desde hacía bastante poco, se le había diagnosticado un cáncer de páncreas imposible de tratar, ya que al ser localizado tardíamente, tomó posiciones en su organismo de tal modo que no consentía intervención alguna.
Por la ineficacia de algunos médicos que desestimaron los primeros síntomas como un mal menor, el mal progresó hasta minar por completo su salud y el veredicto certero llegó demasiado tarde. Un caso que, por desgracia, se da demasiado a menudo.
Mi tía se llamaba María José y se apellidaba Toledo, que es el segundo de mis apellidos por el orden que no por la importancia, pues la sangre de mi familia materna, que alimentó mi ser hasta conformarlo no merece una categoría menor y ese Toledo lo llevo a gala en mi carácter. Somos gente luchadora, con tendencia al optimismo, y con unas ganas tremendas de disfrutar de la vida, sobre todo si esto lo podemos hacer juntos como predicaban los patriarcas, mi abuelo Pepe y mi tío abuelo Rafael, padre de María José, que propagó el lema; los Toledo, unidos como una piña.
De este principio que, entre otros ritos, incluye un almuerzo anual, participaba María José, que acudió esta primavera ya sentenciada por el cáncer, pálida y, sin duda, intentando disimular sus dolores, pero con esa sonrisa que siempre la acompañaba.
Ése que es el último recuerdo que tengo de ella se ha convertido para mí en una lección muy valiosa. Es lógico que una persona aquejada de una enfermedad terminal tenga mal humor, sin embargo, ella cuando se acercó a saludarme con su sonrisa imperturbable, me dijo una frase amabilísima que me levantó el ánimo de modo prodigioso. No creo que haya mayor prueba de grandeza para una persona que la de olvidarse de sus propios males para agradar a los demás. Eso demuestra una generosidad extraordinaria a la que, sin duda, en estos tiempos mezquinos y egoístas no estamos nada habituados.
Quiero aprender de esta actitud y difundirla, porque la vida que se nos concede por puro azar y se les niega a otros con mayores méritos deberíamos aprovecharla con la mejor de las voluntades, según las reglas del “Carpe diem” y no las del “Memento mori”. Esto es, procuremos ser felices para que nuestra felicidad pueda llegarle a los demás, pues la amargura sólo transmite amargura, pero no olvidemos que nuestra satisfacción personal nunca es plena si no les alcanza a los otros.
Debemos querernos, claro, pero conociendo nuestras limitaciones, sin forzarnos a ser como son los que no somos. Como dijo Dickie Greenleaf, cada cual tiene un talento único, vamos entonces a desarrollarlo y dejemos de envidiar el ajeno, pues ignoramos cuántos esfuerzos y sinsabores le cuesta el éxito a quien lo tiene y los padecimientos que puede ocultar una sonrisa radiante.
Aprendamos a mirar a los demás sabiamente antes de prejuzgarlos, a escucharlos antes de condenarlos, a tratarlos tal y como nos gustaría que nos tratasen a nosotros. Nada estará perdido si aplicamos estas pautas, nada estaría perdido si las hubiésemos aplicado. Ni siquiera con Cataluña.
Responder a la violencia con la violencia es sólo un medio infalible para acabar con todo; con todos, con nosotros y con los demás. No queremos eso otra vez ¿verdad?
Si escuchamos, si tenemos la paciencia de escuchar, podremos comprender que cada uno tiene su parte de razón y sólo si nos unimos, podremos construir la Razón entera.
Es absurdo idear a esta altura batallitas entre buenos y malos, si en el interior de cada individuo también hay dosis de bondad y maldad, de luces y sombras que combaten entre sí.
Aquellos líderes internacionales; mesías que tenían la verdad en su mano y toda su corte de fanáticos nos han metido en muchos líos a lo largo de la historia, qué os voy a contar; Guerras Mundiales, genocidios, dictadura, persecución…
Somos los seres comunes y no los superhombres quienes tenemos la solución en nuestras manos, pero sólo si nos logramos entender podremos llegar a alcanzar un acuerdo necesario; por la Sanidad, por la Educación, por las pensiones; por todos esos asuntos que son decisivos y de nuestro interés general.
Una Sanidad eficiente podía haber evitado muchas muertes como la de mi tía, una Educación responsable habría dado a los ciudadanos el nivel necesario que los incitase al acuerdo y no a la confrontación, donde afloran los instintos más primarios.
No pongo en duda que hay profesionales en la Sanidad y en la Enseñanza muy validos y concienzudos, pero qué van a hacer si han de acomodarse a unas reglas que son ley; restricciones, recortes, pautas absurdas, etc…
Pero morir es también cruzarse de brazos. Aprovechemos la vida mientras se nos conceda y procuremos recobrar la dignidad y concedérsela a los otros. Uno por uno, no somos nadie, pero unidos lo somos todo.
Quien sabe ser generoso tiene una existencia larga, aunque muera joven, pues los demás nos encargamos de multiplicar su vida con el recuerdo y el ejemplo enseñado.
Dar es mayor placer que recibir, por eso María José se fue con la mejor de sus sonrisas. En paz con el mundo.
Como hermano de María José, me honra y satisface enormemente leer tu artículo querida Lola. Has sabido plasmar su carácter y el amor que sentía por su familia y amistades. Gracias por una semblanza tan bonita y por hacernos ver y valorar el verdadero sentido de la vida.
Muy bonito y emotivo.
Escrito con mucho cariño.
Y espero que reconforte a la familia.
Yo no tuve mucho contacto con ella desde que se separo y dejo la heladeria.
Era una persona muy cariñosa y todavia conservo una planta que ella me regalo.
La recordare con mucho cariño y agradecidndo que me envio a su hermano Rafael a Viena y desde hace muchos años tengo la suerte de ser amigo suyo.
Espero que toda la familia pueda recordarla como ella era.
Mi.mas sincero pesame para todos
Emotivo escrito el tuyo, Lola. Solamente añadiré que he podido visitar a tu tía María José unos días antes de marcharse definitivamente, igual que hace unos meses, cuando empezó a tratarse la enfermedad y me quedo con eso, con su entereza, su paz, su sonrisa y el buen rato que pasamos el otro día, junto con su hijo, hablando de lo divino y lo humano, de las pequeñas cosas pretéritas y presentes y hasta de la edad…En algún momento me vino a la cabeza la frase machadiana: “lleva quien deja y vive el que ha vivido…”
Descanse en paz. Un abrazo.
Prueba de haber vivido del mejor modo es lucir en el último momento la sonrisa etrusca. Como María José.
Siempre la recordaré por todo lo que nos dio, por el brillo en su mirada, la ilusión y todo que era capaz de transmitir con sólo una sonrisa. Te llenaba tanto, que sólo con tener el placer de conocerla ya te sentías en deuda con ella.
Era capaz de dar tanto con tan poco… Sus palabras calmaban el dolor, aliviaban las penas, era una de esas personas que necesitas siempre a tu lado, pues sabios eran sus consejos y dulces sus palabras. Su amabilidad y su entrega a los demás era admirable.
Costaba pensar en su enfermedad, se percibían atisbos de dolor al final de su camino pero sabía sobreponerse para seguir dando lo mejor de sí misma.
Se marchó una persona bellísima, pero me quedo con todos y cada uno de los recuerdos que tengo de los momentos que viví junto a ella. ¿Mi vínculo con ella? Una relación de antaño que comenzó como un pacto de caballeros, pero que se convirtió en pura devoción hacia su persona y hacia aquellos que la rodeaban. Un abrazo fuerte para la familia y amigos.