Vivimos tiempos románticos, no sólo porque se haya rescatado para la literatura el género de terror, porque hayan regresado las criaturas del inframundo, zombis y vampiros para cometer sus habituales tropelías, porque se hayan puesto de moda los paseos por los cementerios en las noches sin luna, porque el negro siga siendo el color de la rebeldía gótica en la ropa de los jóvenes y los camareros y el de los dependientes de las tiendas en las grandes superficies comerciales; ese luto riguroso en combate contra los tonos pastel que sirven de fondo a las frases motivadoras en las tazas de café y los cuadernos de la pijería chipi-guay, que es tendencia pero no tanto.
Vivimos tiempos románticos, porque las tramas sobre amores imposibles vuelven a ocupar las estanterías y los versos pasionales con tendencia al desgarro a sangre y fuego invaden las entradas en las redes sociales, porque la Razón ha perdido la batalla contra la emoción, la magia y las supersticiones y en las teles venden sus servicios adivinos y adivinas, como en los negocios de santería, pócimas, hechizos, conjuros y demás abracadabras.
Vivimos tiempos románticos según se adivina por estos síntomas y por otros como el retorno de los nacionalismos, el Brexit y el independentismo frente al concepto de aldea global que parece estar como yéndose a tomar por el saco.
Crece el caos y la confusión, cosa también muy propia del Romanticismo y ya no se sabe si el internacionalismo es espíritu propio de la izquierda como antaño o de la derecha, si el progreso lo hace el universalismo, como estaba en el ideal de la Ilustración o en el independentismo o, como es más lógico, en razones que transcienden a tales etiquetas, pues poner fronteras o cerrarlas a nivel mundial está siendo tendencia compartida por conservadores y neoprogresistas, por güelfos y gibelinos; por brexistas, independentistas y trumpistas.
La división cunde entre los países, entre los partidos y también dentro de los partidos.
No sólo por la cuestión del referéndum, aunque ésta agrave más la disensión, como es lógico, pues se trata de un asunto delicado ¿Qué pasa si se sofoca este referéndum por la fuerza? ¿Esta imposición no hará crecer el número de independentistas? Las simpatías hacia una causa, sea la causa que sea, aumentan cuando esta causa se ataja con cargas policiales.
Si, en todo caso, el referéndum es ilegal, ¿no convendría más invalidarlo a posteriori pacíficamente? ¿O sería demasiado tarde? Sea cual fuese el resultado del escrutinio no podrá ser muy fiable con convocatoria tan poco clara.
Las páginas de panorama internacional echan chispas también. Donald Trump amenaza con la destrucción total a Corea del Norte en su estreno ante la ONU.
La razón es que el líder Kim Jong-un (llamado por él “el hombre cohete”) hace experimentos con sus armas nucleares que ponen en riesgo la integridad del mundo entero. Se trata de una premonitoria declaración de guerra con intenciones, por supuesto, humanitarias.
Como presidente de los EE.UU, Trump ha dicho otras veces que no quiere imponer su voluntad, que sólo quiere salvar la salud de la democracia “y la democracia debe ser instaurada contra los enemigos de Estados Unidos; Irán, Cuba, Venezuela y Corea del Norte, porque EE.UU está con las personas que viven bajo regímenes brutales y nuestro respeto a la soberanía es también una llamada a la acción” (¿a qué acción? ¿a la guerra?).
La raíz de todos los males está, según el mandatario, en el verdadero socialismo o comunismo, porque allí donde se ha adoptado ha producido devastación y fracaso.
Como remedio frente a los abusos de tales gobiernos desnaturalizados propone respuestas militares, lo cual es bastante tranquilizador. En buen tono con el discurso del secretario general de la ONU, Antonio Guterres, que pidió a los líderes mundiales evitar la división, pues el sentimiento de comunidad en el mundo se está desintegrando y las sociedades están fragmentadas (¿Por qué lo dirá? ¿Por el Brexit? ¿Por los independentismos? ¿Por la exaltación del individualismo en las redes?)
Menos mal que a Trump se le ocurre cómo buscar la conciliación mundial con su llamada solidaria a las armas. Del cambio climático ni habló, porque, a su parecer, no existe.
Pues bien, así abordamos esta estación calma del sol templado por nuestros lares, romántica también por la desazón. A la amenaza del yihadismo, se suma la del independentismo y la de Corea del Norte, según Masashi Mizukami, embajador de Japón en España, quien dice que Pyongyang amenaza al mundo entero.
El diplomático japonés -quien habla de la vinculación del país nipón con España, destino turístico de predilección por sus compatriotas- espera que, pese a todo, nuestro país siga siendo un lugar de fiesta, cálido y de gente que lleva siempre una sonrisa en la cara; imagen muy romántica, por cierto (Gracias, Masashi, lo intentaremos).
Tiempos románticos
sin bandoleros
en los caminos
ya lo son menos;
y este calino
tan solinero
disipa nieblas
del valle umbrío,
y agosta el verde
de aquellas gárgolas
del cementerio
de los cipreses…
Las calles llenas
de biencomíos
(red clientelar)
a nuestra costa
están de Màs;
no es Novecento
que disgustaría
a mediana y
alta burguesía
más catalana.
De todos modos
si algo temen
los revoltosos
y más sus jefes
es a Montoro
sacando brillo
románticamente
a sus bolsillos…
Como la cosa está que arde,
¡viva aquella “depresión fatal”
carrusel deportivo al volante
en domingo lluvioso y otoñal
de vuelta a casa por la tarde…!
Una velada romántica
escribió Relosillas
a la muerte del poeta
unos versos al modo de Zorrilla,
no fue eso en Barcelona,
sino que fue en Barcenillas,
y recibió como premio
un buen plato de morcilla…
Relosillas, que no comía
en mesilla sino en mesa
adecuada a su barriga
que la tuvo prominente
cosa rara en un poeta
de ayer hoy y siempre;
salvo que la poesía
le sirva de complemento
extra o segundo plato
que el primero lo tendría
asegurado de facto
pues viviendo en la poesía
pocos poetas engordaron
ni siquiera con morcilla…