El otro día, paseando por el centro, me dieron un volante de publicidad del Maestro Gassama; el gran espritualista africano que soluciona todo tipo de problemas con rapidez, eficacia y garantía 100%. Yo del tal Maestro ya había tenido noticias por un artículo de aquellos antológicos que escribía Javier La Beira y que me animaron más de una mañana. Todavía recuerdo lo que me hizo reír “El Chiringuito” o esa otra columna en la que describía la procesión de vendedores y animadores musicales varios que amenizan los almuerzos dominicales a pie de restaurante en Pedregalejo.
Ahora bien, me pareció que el Maestro de aquellas mencionadas líneas no podía ser el mismo que ahora se publicitaba, pues, aunque los servicios ofertados eran, en sustancia, los mismos, la gramática del texto ya había empeorado bastante con tendencia al estilo elíptico e incongruente que predomina a día de hoy, gracias al desuso de la lectura. De modo que supuse que el Gassama de hoy debería ser un hijo o nieto del Gassama de ayer. Tal vez también en la empresa de la videncia los puestos son hereditarios como en Limasa. Si es así, al Maestro no han de faltarle sucesores, pues según contaban las malas lenguas tenía varias mujeres con las que hubo de engendrar inmensa prole, visto que una de sus especialidades era curar la impotencia sexual. Sobre esta relación con sus mujeres y otros asuntos, pesa una leyenda negra, valga la expresión que quizás no valga, porque si digo que un médium africano tiene una leyenda negra, lo mismo me acusan los abogados de lo correcto de intencionalidad racista y José María de Loma de practicar el chiste fácil y casposo. Pero no encuentro expresión análoga para “leyenda negra”, como tampoco un modo de justificar porque uno se levanta mal cuando se levanta con el pie izquierdo o qué razón hay para que el buen empleado sea la mano derecha del jefe y, pese a todo, nos recomienden “tener mano izquierda”. Desde que el lenguaje es analizado en la clave de la política y los valores transversales, uno calibra cada palabra que dice y resuelve finalmente publicar una foto en Instagram. Hasta el Twitter con sus 140 caracteres da ocasión para meter la pata (de Zapata).
Ciñéndome a los hechos y sin el deseo de hacer prensa amarilla (que ésa es otra) parece que el gurú tuvo problemas con la justicia por ampliar el negocio del espiritualismo hacia otras empresas más carnales y que a cuenta de sus clientes padeció amenazas muy furibundas, que lo acusaban de no haber cumplido con aquella promesa de remediarle los males; que ni encontraban pareja ni la recuperaban, y que lo de levantar era un bulo tanto en la impotencia como en los negocios. De modo que la clientela hizo el levantamiento por su cuenta, levantó la liebre y lo acusó de farsante. En eso no tuvo razón. El adivino que mire por su negocio no tiene más remedio que adivinarte lo que te apetece. Hay muchos familiares y amigos que te adivinan un futuro catastrófico con juicio más certero y son gratis, pero si pagas por saberlo a un espiritualista lo que esperas es que te diga maravillas. De otra forma, no se entiende.
Por lo general, es así, aunque yo he conocido a una adivina que se anunciaba como objetiva para ofrecer una novedad que la distinguiese de tan gran competencia. La mujer, consciente de que por lo general a todo individuo le acechan desgracias más que triunfos y parabienes, se dedicaba a pronosticar lo peor de lo peor, con un previo interrogatorio al cliente para informarse por dónde iba lo peor en cada caso. Se trataba de una nueva versión del tarot; el tarot realista y tocapelotas.
Si alguien le consultaba por su difícil relación de pareja, le diagnosticaba rauda los cuernos y si otro alguien le preguntaba por la salud, veía acercarse un cáncer galopante. Que la cuestión era de negocios; pues traspásalo, que te vas a arruinar…y así.
Una cliente, muy enganchada con sus servicios, puso también en sus manos mi destino. La vidente me preguntó todo lo que pudo, me miró largamente y puso sobre el tapete ya las cartas como un simple trámite burocrático, pues lo tenía muy claro. Mi destino era encontrar a un hombre divorciado con dos hijos a su cargo.
Ante tales expectativas, le pregunté si el divorciado, por lo menos, era guapo y respondió:
-La belleza no es lo más importante en una persona…
Helada me dejó y más helada aún cuando me pidió 30 euros por su vaticinio. Como es natural, le regateé, pues si el futuro que me dictaba era de saldo, bien valía una rebaja, así que le ofrecí 20 euros, aunque lo suyo hubiesen sido, como mucho, diez y gracias.
Entonces la pitonisa montó en cólera, pues dijo que mi futuro estaba de perlas, en comparación con los otros futuros que ella solía pronosticar y eso se debía a que yo iba recomendada por una amiga. Ahora por trato especial que me diese, tenía que comprender que ella era, ante todo, una adivina veraz y, a mis treinta años, con suerte, lo máximo a lo que podía aspirar era a un divorciado.
Aunque los pronósticos de esta pitonisa tampoco se cumplían, los clientes en lugar de protestarle decían, menos mal. Sin embargo, puestos a pronósticos fallidos, yo me quedo con los del africano. Si se trata de vender ilusiones, más vale que tiren por lo alto y vengan cargadas de esperanza.