Si vas a un local pequeñito en el callejón del Duende a la entrada del barrio gaditano del Pópulo, la camarera te preguntará si quieres lo de siempre, aunque lo de siempre sólo me lo tomo allí y no es tan fácil de recordar como una cerveza y, más aún, cuando llevas tres años sin ir.
Y es que el tiempo en Cádiz es ese concepto relativo del que hablaba San Agustín. Si vas una vez, se quedan con tu cara y, aunque te vayas, ya sigues allí para siempre. Más o menos como expresó el poeta Rafael Alberti, también gaditano, en estos versos; Tú no te irás, mi amor, aunque lo quieras/ Tú no te irás, mi amor, y si te fueras/ Aun yéndote, mi amor, jamás te irías/
No voy a decir que en Cádiz te sientes como en casa, porque, a veces te sientes mucho mejor, dada la amabilidad del trato de sus gentes. Una amabilidad espontánea que no tiene nada que ver con las normas sociales de cortesía, pues en Cádiz la amabilidad no se finge, sale de natural como la gracia. Se diría que la sal, que, por tradición, ha sido el máximo caudal de aquella tierra marina, es ingrediente también que circula por don nato en la sangre de sus habitantes.
El gaditano no va contando chistes, con hablar a su modo ya te saca la sonrisa sin querer. Veo a un muchacho, que después de observar pensativo el fuerte oleaje en la playa de Cortadura, comenta: Te enrea una ola de estas y te jartas de conchas. Llega su novia, una belleza morenísima entradita en carnes con un helado en la mano, y dice a modo de disculpa, el helado no engorda, a lo que el novio responde sin inmutarse; no, si el helado no engorda, la que engorda eres tú. Y la chica ni se ofende ni se ríe ni tampoco renuncia a su helado, por supuesto, pues en Cádiz se come bien si se puede, que ésta es una de las causas de su buen humor.
La playa de la Cortadura, ya a la salida de la ciudad, es la más abierta y salvaje, pero la más popular es la Caleta en pleno centro urbano. Allí el ambiente es muy familiar y cada cual ocupa un sitio fijo. Si vas dos veces y te colocas al lado de una de esas familias, cuando faltas la tercera tarde, ya se están preocupando por si te ha pasado algo. Igual se preocupan por si te pierdes buscando una calle y no se quedan tranquilos hasta que te ven caminar en la dirección correcta. El visitante, en cuanto llega, es ya uno de los suyos.
Una mujer muy maqueada para su paseo nocturno se ofrece de guía a un grupo de jóvenes mochileros. Dice, sin que nadie lo pregunte, que tiene 86 años con mucho orgullo y camina ligera por delante del grupo, Si queréis, os llevo a la casa de José María Pemán, menudas juergas nos corríamos allí.
A primera mañana y ya de noche, da gusto pasear por las calles del casco histórico y cenar algo en las terrazas abarrotadas de las plazas, si no en el bar Flores de toda la vida, donde el pescaito fresquísimo y barato. Todas las plazas son acogedoras; la del Mentidero, La de Mina donde nació Manuel de Falla y la de Candelaria, que voy buscando ahora como punto de partida para encontrar la calle Rosario. Allí se encuentra el Café de Levante, emblemático por su sabor literario, donde me dirijo a presentar una novela de humor, qué valor el mío, precisamente en la tierra de la chirigota.
Decir que me acogen bien es poco. Si tenía algunos nervios se me disipan al calor de tan buena compañía; Blanca Flores, presidenta de la Asociación de amigos de Fernando Quiñones, que me ha conseguido fecha para el acto, Tere que organiza los eventos del Café y alegra con su disposición, su generosidad, y su simpatía chispeante hasta al más mustio, el presentador, Miguel Albandoz, autor también de libros de humor, que se mueve en Cádiz como pez en el agua y un público maravilloso del que me vienen nombres para el grato recuerdo; por ejemplo, Juanma y Antonia, una mujer que presume de 75 años en un cuerpo de 30 y me cuenta una historia familiar que no sirve para escribir una novela, sino una saga completa.
La presentación que me hace Albandoz es de ovación y oreja y mucho de agradecer el oficio de fotógrafa de su mujer, Lucía, como también su charla graciosísima. El matrimonio, originario del País Vasco, no desentona nada en una tierra donde el humor es santo y seña. Baste recordar que Albandoz ha sido guionista en programas como “El menú de Karlos Arguiñano”, “Caiga quien caiga” o “El informal”. Nada menos…
Por si no me llevase bastante ración de sonrisas, en la terraza del hostel donde me alojo, representan una pequeña obra de teatro “Pijama de Pino”, los actores, Morano y Jorge Luque, y una, que, pese a todo, es de risa difícil, pierde la compostura y se desgañita a carcajadas.
En fin, que, bendito sea este viento de Levante que me trae de nuevo para volver, sin irme nunca y volviendo a Alberti: Es tuya mi canción, en ella estoy/ Y en ese viento que va y viene voy/ Y en ese viento siempre, me verías.