Si el verano marengo se inaugura en la emotiva noche de San Juan con sus hogueras que conjuran maleficios y el baño a la hora cero que invoca el deseo de la eterna juventud – festejo donde agua y fuego dejan de ser elementos rivales para complementarse en igual ceremonia de purificación-, el día del Carmen, en la mitad exacta de julio, es esa fecha en la que el estío alcanza su plenitud soberana, tomando el cetro definitivo.
La madurez del verano llega cuando la Virgen de los pescadores camina en jábega sobre las aguas que bendice, custodiada por sus cofrades marengos de pies descalzos y humildes.
Dicha procesión que, como imagen onírica no tiene precio, se contempla, de año en año, con el mismo embriagado asombro con el que decía Jorge Luis Borges que siempre se mira el mar, “quien lo mira, lo ve por vez primera”.
Y así, con igual estupefacción maravillada, lo hemos celebrado en una nueva presentación de “Cuentos Marengos” en el Ámbito Cultural de El Corte Inglés. Allí Pablo Portillo, miembro de honor de la Asociación de Amigos de la barca de jábega, que publica los célebres “Cuadernos del Rebalaje”, nos dio una apasionada charla sobre la peculiar condición marina de Málaga, el origen complejo de las jábegas y el vocabulario autóctono de la marinería, que conforma una lengua propia y originalísima.
Otro cometido de la tarde fue hablar de la relación que hay entre mar y literatura desde el principio de los tiempos como un leitmotiv permanente. Cómo no, si el mar ya existía antes que el alfabeto, antes que todo “antes que el tiempo se acuñara en días/ el mar, el siempre mar, ya estaba y era/”.
Mucho se ha escrito sobre el mar desde La Odisea, epopeya por antonomasia, a la novela inglesa de aventuras o los versos de los poetas de todos los tiempos, pero todo lo que se escribe sobre el mar parece nuevo, porque el mar, ese “libro con páginas de espuma”, que dijo García Montero, tiene una lectura diferente en cada lector suyo que lo escribe.
Como diferentes son los relatos de los quince autores, adscritos a Málaga, que componen este volumen de “Cuentos Marengos”. En ellos cabe el surrealismo, lo vivencial y también lo histórico e incluso lo distópico. Y es que el mar, pese a todo, siempre misterio indescifrable, es- aún en versos de Borges- “uno y muchos mares”. Inspira sin nunca expirar de su enigma que, en una ciudad marina como la nuestra, explica la profusión de poetas que lo intentan abarcar en sus palabras como quería el angelillo que vio San Agustín en la playa introducir todo el agua del mar en un hoyo que había excavado en la arena. Pero cada mar que abarca una sola mirada ya es único y desbordante como puede leerse en el recién publicado poemario de Carlos Santiago “Olas y Rocas”. Para muestra, algunos versos, “Lecho de coral y algas ondulantes/ las almas dormidas mecen al pensamiento/ Olas de espuma/”.
Sobre todo, a los que vivimos junto al mar, el mar nos condiciona. Igual a la escritura o los pinceles. Emilio Prados desde su impaciente melancolía desafiaba al mar a descifrarse, “Como es el mar¡ tan lento ! no se apura/ ¿Desde qué origen viene?, ¿De qué sombra?/ ¿No se desteje el mar cada mañana?/ Como es el mar- porque es el mar- resiste/ Por sus olas contadas -por sus pasos- pisa dentro de mí, mar de mi sangre/ Azul y azul, los pulsos de mi lengua/ hálito en mar azul, cantando sangran/”
Yo comparo estos versos a las marinas, a veces, violentas de Emilio Ocón o a aquellas casi místicas de Gómez Gil, aunque tampoco faltan, en la actualidad, buceadores del mismo misterio, como Sebastián Navas quien dio al lienzo la noche de San Juan más enigmática e inquietante que pueda concebirse, rizando el rizo del mito sanjuanesco y su abracadabra. Qué violetas tan sangrantes, qué estatismo hermético el de sus bañistas. Sólo Magritte podría haber pintado lo mismo, si Magritte hubiese pasado la noche de San Juan en Pedregalejo o el Peñón del Cuervo.
Los marengos no podemos explicarnos la vida sin el mar, por más que el mar nunca sea explicable. Tampoco el verano sin el mar llega a ser más que un soso concepto. La sal de nuestros mares condimenta nuestro estío en su punto, como el más delicioso de los platos, porque el verano, más allá de una estación, es un alimento anímico que se sirve con olas y espumas. Y también con la compañía de un libro en papel ¿Por qué no “Cuentos Marengos”, que es un picoteo entre tantos estilos, tonos y voces? Un compilado de cuentos del mar, frente al mar, ¿qué más se puede pedir?
No sé si, como otros veranos, buscaré otros mares a lo largo y ancho del mundo. Por el momento, soy feliz en mi ir y venir de Málaga a Cádiz y viceversa. Había pensado hablar de esa otra ciudad hermana, que es, a veces, mi segundo hogar, y otras, el primero, pero eso se merece un artículo entero. En este pequeño texto ya no cabe tanto mar.
Si no fuera por el mar,
¿quién templaría las calores
del verano y sus rigores,
quién sedaría el terral…?
Así no importa caminar
al filo del mediodía
acompañando la imagen
venerada de la Virgen
desde el templo hasta la orilla;
acompañando a mi chica
de marenga ¡tan guapísima!
Me digo: déjate llevar
que a la postre mojarás
los pies junto a las barquillas…