La nostalgia es un deporte masoquista de la memoria, una disciplina inútil, estéril y engañosa. No tiene sentido ni cura dolerse por el pasado que nunca regresará y su idealización es sólo una ventaja del paso del tiempo, que nos trae en los recuerdos lo mejor y se olvida de las antiguas vicisitudes.
La nostalgia es, en todo caso, un sentimiento estético, de primer orden para los poetas, sobre todo si uno es Juan Ramón Jiménez y la puede escribir con jota. Pero los prosistas que nos movemos a ras de la tierra, sin las alas celestes del lirismo, tenemos que decir que lo que hay es lo que es y que siempre ha habido lo mismo. En lo básico, la realidad se repite, sólo que lo peor presente nos hace percibir un pasado mejor. Por eso sería una estupidez, por ejemplo, decir que el trepa es una lacra social del siglo XXI, como si Stendhal no hubiese descrito a Julien Sorel en “El Rojo y el Negro” o no hubiera existido el propio Napoleón y mucho antes Sejano y después Hitler. El trepa es un tipo de mente fría y ambición caliente, carente de cualquier tipo de escrúpulos que se vale de toda clase de intrigas y artimañas para coronar la cima deseada. Normalmente planea su ascenso buscando la proximidad de un poderoso para cautivarlo mediante la adulación hasta hacerlo frágil, como se hacen todos los envanecidos, y arrebatarle el poder a traición. Ya en la presunta fábula de Esopo se hablaba de una zorra que viendo a un cuervo con un queso en su pico, lo cubrió de piropos hasta pedirle que le dedicase uno de sus bellos cantos, siendo que el cuervo halagado abrió el pico y el queso fue a parar a las garras del taimado animal. Cualquier privilegiado que caiga en repentina desgracia, habrá de hallar la causa no tanto en el abierto enemigo como en el pelota traidor; en el trepa. Los mismos que cada día le reían las gracias al loco emperador Calígula planeaban su muerte cada noche.
Emily Dickinson decía que la admiración era sólo un modo de camuflar la envidia. Por eso, evitaba el contacto con sus admiradores y rechazaba sus visitas. Aunque quizás no sea el ejemplo más certero, ya que la fobia social de la poeta era, como toda fobia, patológica y, por tanto, exageradísima.
Hay que separar la paja del trigo. La admiración es un asunto loable, dentro de unos límites racionales, tanto para quien la tributa como para quien la desea., a todos nos gusta ser un poquito admirados y admirar a alguien por tener algún punto de referencia. El problema viene cuando el sediento de admiraciones quiere ser un dios o cuando el admirador ve un dios en el admirado. Digamos, cuando la cosa se fanatiza y se sale de madre. El divo histérico, como político o artista, es, un megalómano déspota, insolente e insufrible y el seguidor fanático igual acaba allanando la morada del ídolo, provocando una avalancha en un concierto o pegándole un tiro por despecho; asesinando a John Lennon o intentando asesinar a Reagan.
El trepa, como falso admirador, es menos pasional, y opta por la premeditación y el cálculo.
Yo recuerdo a aquella jovencita Eve Harrington de la célebre película “Eva al desnudo” que esperaba cada noche su momento en la parte trasera del teatro bajo la lluvia el final de la actuación de la actriz madura Margo Channing para expresarle con toda humildad su ferviente admiración y hacerse su sombra más servil y, poco a poco, ir suplantándola. Como también ese guiño a la película que escribió Maruja Torres en la novela “Mientras vivimos”, donde una chica de 20 años, Judit, logra introducirse en casa de la veterana y consagrada novelista, Regina Dalmau, a objeto de que la lance al mundillo literario y la libere de sus humildes orígenes proletarios. Y, cómo no, al muchacho sin escrúpulos de “La mala educación” de Pedro Almodóvar, que se hace pasar por un antiguo amor del prestigioso director de cine, Enrique Goded, con el que tiene relaciones homosexuales, pese a ser heterosexual, con tal de triunfar como actor de moda.
No quisiera dejarme llevar por la nostalgia para decir que los trepas de hoy no son como los de antes, pero ya lo he dicho. Creo que son muy torpes y carecen de habilidades sociales.
Ya no es sólo que ni siquiera finjan admiración, es que no dicen ni “buenos días, ¿cómo estás?”.
Sé de muchos de estos que se han dirigido a consolidados artistas para colocarles un enlace con su blog, su novela, sus grabaciones musicales y exigirles su apoyo inmediatamente, sin más. Todo a cambio de nada.
Tanta torpeza incluso me hace añorar a aquellos trepas taimados que, por lo menos, se lo curraban.
Incluso al egoísmo desaforado, incluso a la maldad le conviene la inteligencia, en el fondo y en las formas. Quienes han desprestigiado esta capacidad sabían lo que hacían y lo que nunca podrían hacer los demás. Nos queda mucha noche por delante; una noche muy larga y sin estrellas.
Eso y que jamás hubo tanto manual de autoayuda para enfocar diferentes tipos de trepas como en la actualidad. Pero te descuidas y por ahí también te hacen la cama, en sana competencia desleal de comercialización y venta. Nostalgia…bueno, siempre estuvo ahí el clásico pelota –pelotilla, tan abundante en nuestros lares; tan masculino y tan pesado en su monólogo amoroso y mira que la chica se lo repetía veces; al rastrero, al arrastrao, al refinado tiralevitas, que se acercaba a la oreja del jefe cuando algún compañero progresaba y lucía, por ejemplo, coche nuevo: “verás tú que, al final, va a ser verdad lo de su mujer…”. Fue evolucionando a oportunista, arribista…Pero llegar a catalogarlo de trepa, en lo coloquial, con semejantes connotaciones, vaya, vaya…
Uno recuerda con cierto cariño al trepaollas o al treparriscos, con su puntito bandolero y campestre, mas desprovistos de esa maldad extrema. Será eso, que cualquier tiempo pasado fue igual, aunque la espectacular evolución del peloteo ha ido intrínsecamente ligada a ese amplio espectro de la política española, donde medra tanto truhán y tanto estómago agradecido alrededor del pesebre. Una vez llegado (a saber de qué manera) si te mueves, ya sabes, no saldrás en la foto de rigor. Y eso sí que nasti de plasti; del pacto por la educación y todo eso, digo, por si queda margen todavía… Hala, que ya se pone uno también nostálgico:
https://www.youtube.com/watch?v=kRRE1y5b04w
Preciso artículo, Lola. Y admirable, también.
El trepa no es ya sibilino,
es directo e impaciente
tiene la mira en su yo,
no vale para ladino,
pues fuera de él
sólo hay gente
que les importa un pepino.
Gran señor, hazme un favor
por la jeta,
que soy así de chuleta,
mucho más grande que Dios
¿Para qué voy a ser adulador?
y pecar de cortesía
al decirte “buenos días”
o en aprenderme tu nombre
y saber de lo que hagas,
yo quiero dejarte en bragas
y ser quien al mundo asombre.
Apóyame, dame alas,
deja que sea quien cobre
cuando triunfe por la cara,
aunque no sepa hacer nada,
mira que soy joven y tú viejo
y esa es razón sobrada
para dejarme tu puesto
y no es cosa de hacerme perder
el tiempo…
Ese afán por llegar a ser
con ausencia de valores
la cabeza del castell
es propio de los mejores
arribistas sin cordura
de habilidad inmadura
escogida entre lo infame
que se ufanan de su tiempo,
la vida es solo un momento
y la cosa está que arde,
basta mirar hacia Francia
siempre sustancia y modelo
de los avances sociales
hoy en franco retroceso,
la derecha que se sale…
¿será cosa de los trepas?
dice un refrán verdadero
tanto tienes, tanto vales;
se están aplicando el cuento
haciéndoles caso omiso
a sus principios morales
y tienen que dar la talla
ante un asombrado pueblo
que sueña tener por deudo
A Alvar Fáñez de Minaya…
Enhorabuena por esos libros
y que siga saliendo por Granada