Como no podía ser menos, nuestro último destino en Croacia será Dubrovnik; la perla del Adriático. Una ciudad bellísima que no falta en la ruta de los cruceros, por lo cual lo lógico es que, especialmente en agosto, se encuentre superpoblada. Para quien ya la haya visitado, dado el calor, elevado de tono por la masificación del turismo, lo mejor será saltarse esta etapa y seguir disfrutando tan ricamente de la serenidad de las islas, pero, si no es así, es evidente que no podemos privarnos de su visita. Qué más da unos kilómetros más si hemos llegado ya a este punto desde la propia Venecia.
El viaje desde Korcula, aunque no muy largo será fatigoso, por el típico caracoleo de las carreteras que hace más tortuoso el trayecto. Es preferible hacer el desplazamiento en ferry, aunque observaremos que las combinaciones son pocas y no en buen horario. Curiosamente, hay más ofertas para desplazarse a Dubrovnik desde otro país que desde la misma Croacia, a no ser que hayas contratado un pequeño crucero.
Desde el alojamiento al centro hay que bajar varios tramos de escaleras; una constante en esta ciudad que requiere turistas en buena forma. No es mi caso, que voy cojeando del pie derecho por una tremenda picadura de avispa. Croacia es un país amante de las flores, lo que se agradece por el ornato añadido, si bien no hay que olvidar que los insectos son sus inevitables compañeros y no reciben nada bien a los intrusos, de modo que los enchufes y las barritas insecticidas no pueden faltar en el equipaje para evitar amanecer con algún aguijón inyectado a traición en tus carnes, pues estas volátiles alimañas actúan hasta en las horas más intempestivas.
Ya, en el centro, encontramos en el convento de Santa Clara, que precede el arranque de la calle principal, “Stradum”, el cartel anunciador de una exposición de Pablo Picasso. Un clásico en todo viaje a una gran ciudad. Casi no recuerdo capital alguna, que haya visitado, en la que no me encontrase con alguna exposición del célebre paisano. Sin duda, es el más ubicuo de todos los artistas.
La calle Stradum es en Dubrovnik, esa gran arteria, alrededor de la que se organiza la geografía y el ánimo social de toda ciudad; es elegante, comercial y muy transitada. Recorriéndola hasta el final, encontrarás los monumentos más emblemáticos como la propia catedral de “La Asunción de la Virgen María”, la Torre del Reloj o la Logia de las Campanas y, entre todos ellos, mi favorito; el palacio Sponza con su refinado estilo gótico. Al llegar a este punto, encontrarás la puerta de Ploce que da entrada al puerto antiguo. Allí podrás darte un baño si el calor aprieta o almorzar si apremia el apetito o tomar un catamarán hasta las islas Elafiti o la isla de Lokrum, reserva natural donde se dice que encontró refugio Ricardo Corazón de León, después de un naufragio. Se trata de un hermoso remanso, cuyos únicos habitantes son los pavos reales, los conejos y los fantasmas de un recoleto monasterio benedictino. Naturaleza en estado puro.
Pero, si no dispones de más de un día para la estancia en esta ciudad, tal vez te convenga continuar tu visita para recorrer las murallas. La entrada se cierra a las siete de la tarde y a las siete menos cuarto el vigilante ya está haciendo gestos a los turistas rezagados en señal de que ha finalizado la jornada. Esta parte alta de la ciudad por la que se accede, subiendo las escaleras de rigor, es muy pintoresca. Y parece más pueblo que ciudad con sus casitas de piedra de una sola planta a cuya puerta, las mujeres venden primorosos manteles y pañitos bordados a los viajeros, donde probablemente se han dejado las horas y los ojos. Sin duda, comprar alguno trae suerte y, de camino, esas monedas que les son tan necesarias. Las invertirás mejor en estas obras de arte que arrojándolas tontamente a una fuente.
Si la caída de la tarde te sorprende en esas alturas, no dejes de ir al Café Buza sobre los acantilados. La cerveza es allí un poquito más cara, pero sólo un poquito y contemplar el atardecer en ese escenario no tiene precio. Cada atardecer, lo sé, es incomparable, pero, por eso, precisamente, porque es único.
Pero ya hay que pensar en el regreso. Nos hemos alejado muchísimo de Venecia, el punto de partida de este viaje y el lugar desde donde hay que tomar el vuelo a Málaga. A este propósito se necesita disponer de dos días. Consultando un foro de viajeros, encuentro que el modo más cómodo es volver a Split y, desde allí, tomar un barco hasta Ancona (Italia). Se hace noche en el barco y se descansa bien en cama o litera sin gastar un capital. Una travesía deliciosa con bonitas vistas en cubierta.
Ya en Ancona, se toman dos trenes. El primero hasta Bolonia y el segundo de Bolonia a Venecia Treviso. Allí llegamos con un cansancio satisfecho y el botín de muchas experiencias que ofrecer a otros viajeros inquietos. Contar el viaje es disfrutarlo dos veces, más aún la segunda, que es cuando cobra verdadero sentido. Espero que hayáis disfrutado con esta bitácora, pues ésa era la intención y que os sea útil en vuestro próximo viaje. Croacia os espera.
El verano en Croacia (IV)
7
Oct
A diferencia de aquella ex Yugoslavia de mediados de los setenta, donde cuatro españoles, camino de Liubliana, fuimos retenidos varias horas en la frontera, por no llevar visados y probamos por primera vez la sopa dentro de un vaso, hoy se presenta abierta, moderna y fantástica, a los ojos del viajero internáutico, gracias a las habilidad descriptiva de personas cultas, ilustradas y que disfrutan su vacaciones viajándonos con ellas.
Muy bonito y refrescante todo, Lola. Aquí tienen cabida incluso esos “hoquedales” de Zadar…
Saludos y mucha suerte con ese libro, tan viajero y singular
No me he despreocupado de conocer aquella antigua Yugoslavia. De hecho, cada vez me interesa más. He leído a Dubravka Ugresic pero toda información es poca. Agradecería vivencias directas como las tuyas. Cuenta, cuenta…
Conocí varias familias del entorno yugoslavo, a una más que a otras, de diferentes credos político – religiosos, provenientes de la SGM, de sus diásporas, de sus amores de entreguerras…Para ese tiempo, años setenta, ya podían viajar a su país de origen, visitar familiares, trabajar en Suiza como emigrantes los más jóvenes, igual que diez años antes había ocurrido en España, al abrir sus fronteras al exterior.
Entonces nombraban a Tito con cariño, al menos de cara a la galería, sin diferencias ni odios visibles; aunque, cuando se reunían para cualquier celebración, el exceso de alcohol – aquella gente, comparada con los españoles, solía beber en plan cosaco, a lo bestia – hacía aflorar en muchos toda la barbarie, todo el rigor del odio del chetnik y del ustasha en lengua vernácula, afortunadamente, que a uno lo cogían entre dos aguas por ser, en su calidad de “jefe de rango”, el que debía estar presente allí por si faltaba bebida (siempre) o cualquier otra cosa que dispusieran los encargados del acto, dividido entre la cena, una charla y para terminar alguna película patriota (ahí es donde se liaba) del tipo Bitka na Neretvi (Batalla del río Neretva) y otras por el estilo.
Pese a lo anecdótico, las relaciones fueron siempre cordiales entre ellos, se visitaban, se invitaban a comer, a merendar, no eran tan “de peña y partida de cartas” como los nuestros, se comunicaban más directamente, en las casas…Y aquella preocupación innata por leer y qué manera de aprender idiomas…
Impensable la tragedia que vino después, cuando Sarajevo todavía era un oasis y apenas habían finalizado los juegos olímpicos. Mataron el ditirambo cuando renacía y Yugoslavia pasó a llamarse Roubachov, el de A. Koestler, el del cero y el infinito…Pero no fue Stalin.
En lo que a mí toca, siempre estaré en deuda, a partes iguales, con Italia y Yugoslavia. De Suiza espero me mandará algo para la jubilación, aunque no hay prisa…
Saludos.