Formaba parte de mis rutinas cotidianas. Sus cúpulas y obeliscos, erguidos al cielo, y, envueltos, a veces, en la luz espectral de la luna llena, cuando todavía no había amanecido y los dejaba a una orilla de mi ruta, de camino al trabajo.
Disfrutaba de aquella visión, creyendo que más temprano que tarde, la fatalidad de alguna remodelación urbanística, evaporaría a mi retina aquella burbuja suntuosa y fúnebre, incongruente y aristocrática, en medio de un basural, donde merodeaban las ratas, dándole su toque de delirio onírico a lo Allan Poe, pero la salvó la tenacidad de una sociedad pintoresca que recordaba a aquellas sociedades secretas de la nocturnidad romántica “Sociedad de amigos del Cementerio de San Miguel”, que reivindicaba aquel camposanto como parte del patrimonio artístico malagueño y testigo de doscientos años de su historia.
Gracias a sus reivindicaciones, se preservaron los panteones de las más rancias familias y el basural fue sustituido por un parque que dignificó la estampa del lugar, devolviéndole su elegancia decadente a salvo de la decrepitud, al modelo de esos cementerios que, en Edimburgo, con naturalidad, salen al paso del paseante en el vivido núcleo de la ciudad.
Que el Cementerio de San Miguel tuviese que ser conservado es algo que se comprende al viajar por el mundo y ver el respeto que en otros países comparten hacia sus espacios funerarios.
He visitado muchos de estos, todos admirables y variopintos. Los emblemáticos de París; el Père- Lachaise, donde Balzac, Oscar Wilde, Proust o Edith Piaf. El de Montmartre, que se abre con la tumba de Stendhal, el de los artistas bohemios en Montparnasse, y también he viajado muchos kilómetros desde allí al sur para reencontrarme en el pequeño pueblo costero de Collioure, la lápida de Antonio Machado cubierta con la bandera republicana y los poemas dedicados en jirones de papel por el puño y letra de sus millones de peregrinos.
He visto a la entrada de Nueva York, el inmenso camposanto, con sus ángeles de mármol, reduplicados de blancura por las nieves del invierno y, en el verano diáfano de Sidi Bou Said, tumbas en la arena de la playa que miraban al mar.
En Viena, aquel tan pequeñito, a un lado de la carretera, donde tal vez descanse Mozart. O tal vez no. En Buenos Aires, esa ciudad dentro de la ciudad, que es la Recoleta, con su frondoso callejero, poblado de tenebrosas leyendas y espectros parlantes, donde el cadáver embalsamado de Eva Perón sigue recibiendo más ramos de flores que el camerino de una artista y, en Isola Maggiore, al otro lado del lago Trasimeno, un rinconcito muy verde en la colina que rescata la memoria de los humildes difuntos isleños, con una foto ovalada junto a sus apellidos comunes.
Entre toda esta diversidad de lugares, con sus particularidades estéticas y el denominador común del respeto a los difuntos, San Miguel no podía ser menos. No sólo por la admiración que despierta su conjunto monumental, sino por lo que recrea nuestra historia más cercana.
Las sagas familiares, que ponen sus apellidos a cada panteón, pusieron los cimientos de lo que es hoy nuestra ciudad. Esa aristocracia de comerciantes e industriales, de procedencia inglesa, francesa, alemana y también italiana y hasta sueca que vino a instalarse en la urbe y diseñarla a lo cosmopolita para perpetuarse en matrimonios endogámicos con otras familias de cuño español. Muy reconocibles son apellidos como Larios, Heredia, Gálvez, García-Herrera, Loring, Pries, Gross, Krauel, Souviron, Scholtz, Degrain, Strachan, Taillefer, Ritwagen, Huelin, Caffarena, Franquelo, Grund, Barceló, etc…que también están presentes en la novela de Mercedes Formica “Monte de Sancha”.
Bien sé que hay quien considera un agravio rendirle pleitesía a estos panteones de alcurnia cuando hay tantas personas sin identificar amontonadas en fosas comunes, pero nadie hace justicia, negando la historia. Para eso; para rememorar la historia y dar a conocer sus aspectos más positivos, Federico Souviron, gerente de Parcemasa ha convocado las “Noches de verano en San Miguel”, coordinado con el grupo de teatro “Eventos con historia”, dirigido por Eduardo Nieto, que proponen visitas guiadas por el cementerio en las que los actores, caracterizados de época, familiarizan a los visitantes con las biografías de sus habitantes y las particularidades de su arquitectura y los reúnen con personajes redivivos como el padre Vicaría, confesor de Torrijos, la eterna viuda humanitaria, Trinidad Grund, el señorito torero, Rafael Gómez y Bradley, José Gálvez Ginachero, el médico altruista, o Amalia Heredia, protectora de las Bellas Artes. Aparte de esta primera ruta, habrá otras monográficas dedicadas a artistas plásticos (Moreno Carbonero, Muñoz Degrain…) escritores (Salvador Rueda, Arturo Reyes, Jane Bowles…) y políticos y economistas (Domingo Larios, Félix Sáenz, José Agustín Heredia…)
Una buena razón para adquirir las entradas a las visitas son las visitas en sí mismas y la otra que los beneficios irán al “Asilo de los Ángeles” y al comedor social de Santo Domingo. Así que la única razón para no comprarlas es que se hayan agotado ya ¿A qué estáis esperando?
Cementerio de San Miguel
15
Jul
Un pueblo que no cuida sus cementerios no representa una colectividad de gente buena, dijo, en cierta ocasión, Omar Torrijos, a la vista de cómo los vivos llegaban a desentenderse de sus muertos, en muchas poblaciones panameñas, donde, antes que de gloria, las tumbas se cubrían con montones de basura de toda índole. Y de indolencia, esa cosa tan nuestra…Aquí (y allá) somos más de “el muerto al hoyo y el vivo, al bollo” o el hambre, en cualquiera de sus vertientes, que no cesa. Y es hora de ir desmitificando el pasodoble (porque la vida es un tango) y abrirse a la muerte con respeto. Ya sabemos que viene del frío y que, donde habita, crecen y medran plantas propias de lugares sombríos, pero la tendencia es a olvidar el paso de los que nos precedieron, como si, aun después de haber muerto, su memoria constituyera (todavía) una pesada carga, cargada de hipocresía.
Y en plena transición (otra más) del corral de muertos, de Unamuno, a la estética necrópolis, van y te incineran y te esparcen por la mar, de donde serás devuelto dentro de un cofre, como Jonás. O te llevarán a la montaña, de ahí al arroyuelo, al río, la mar …y vuelta a empezar. Poético.
Creo que la promoción y conservación del patrimonio artístico y cultural del Cementerio de San Miguel es una idea fantástica. Contra la dejación y el olvido. Avanti.
Buenisima idea la de las visitas guiadas.
Yo he asistido a la primera de ellas. Fántastica, no es para perderse ninguna. Conoceremos parte de la historia de Málaga muy bien interpretada y relatada por un magnífico elenco de actores.Interpretaciones magistrales de los que interpretan a Amalia Heredia, Alvin Karpis, Padre Vicaría, Doctor Galvez etc.Guiados por unas magníficas anfitrionas.
Voy a poder asistir a alguna más. Para no perderselas.
Espero que se vuelvan a repetir para los que no han podido disfrutarlas.
Por supuesto, amigos, la restauración del Cementerio de San Miguel y la iniciativa de “Eventos con historia” por reivindicarlo como patrimonio artístico e histórico, ha sido todo un logro a favor del civismo y la memoria que nos da categoría de cara a los visitantes, entre quienes ya menudea la curiosidad por este enclave romántico, que no tiene nada que envidiarle a otros camposantos europeos.
Debemos mimar y conservar lo nuestro; ese pasado del que somos consecuencia sin el que el presente sería inexplicable. Eso es también signo de progreso. Así que felicidades a quienes lo han hecho posible y que vengan muchas más noches en San Miguel, tan prodigiosamente guiadas por sus ilustres habitantes, unos magníficos anfitriones con los que podremos dialogar como si viviesemos un episodio del realismo mágico. Seguro que nadie va a querer perderse esta experiencia, así que el verano próximo tocará repetir…