El transgénero

10 Jun

El transgénero. Según leo, cada vez con mayor insistencia, el transgénero acabará imponiéndose a la novela, que es un género caduco y, por tanto, suspicaz de inminente desaparición. La crónica de una muerte anunciada, que se llama. Anunciadísima, diría yo, pues desde que tengo uso de razón, vengo oyendo la misma cantinela.
Si es que la novela se va a morir, parece que tenga una agonía interminable. Como la de esos personajes que, en las películas, heridos de muerte, se desatan en una larguísima perorata con los ojos vueltos, que, más bien, parece el discurso de ingreso del elegido para ocupar un sillón de la RAE. Cuanto mas muere, más se extiende. De hecho, la tendencia es al grosor. Desde Millennium y compañía, el volumen medio de las novelas de éxito, es de unas cuatrocientas páginas en adelante. Dicen que la mayoría no lee, pero cuando se pone, se pone, qué caramba. El transgénero lo mismo triunfará a la larga, aunque hoy por hoy lo que triunfa es la novela larguísima, que se prolonga en tres más por lo menos, hasta completar trilogías o sagas.
Pero la calidad está reñida con el gusto de la mayoría, dicen los escritores del transgénero, que son además los que lo escriben, mira tú por dónde.
Lo mejor del transgénero, como de cualquier tendencia revolucionaria en el arte, es la teoría. Según dicha teoría, su valor consiste en transcender a los corsés de los géneros castradores, así que los mezcla de modo transgresor, con lo cual el lector igual se hace la picha un lío, pero más le vale hacer un acto de fe por no quedar como un gorrino ignorante. A ver quién fue el guapo que, en su tiempo, no dijo que el Ulises de James Joyce y las películas de Ingmar Bergman eran una obra maestra sin enterarse de un pijo.
¿Para qué? Si ya están los críticos que lo explican. Hay críticos tan convincentes que te pueden persuadir de que una lista de la compra es un alarde sinóptico de la prosa cotidiana que revela la sustancia del individuo en el contexto del consumo como muestra de la indefensión colectiva en la sociedad actual. Con una buena publicidad, o sea, una teoría de por medio, cualquier cosa se convierte en una obra maestra. Aunque sean las chuminadas sueltas que se garabatean en la libretilla del fondo del bolso o los aforismos iluminados de Facebook. Y, por supuesto, el transgénero, que consiste en ir añadiendo pegotitos aquí y allí. Un poquito de narrativa, otro poco de ensayo y lo mismo luego hasta un soneto a la virgen de Lourdes.
Como soy desconfiada, escéptica y algo coñazo (para qué nos vamos a engañar), me da que el transgénero oculta una falta de habilidad. O sea, creería en la genialidad del escritor transgenérico, si antes me demostrase que es capaz de escribir una novela bien tramada por burguesa y decimonónica que fuese. Igual me pasa con los pintores. Creeré en el dinamismo, la fuerza y la energía de su abstracto, si en los comienzos de sus carreras han pintado un bodegón o un paisaje en condiciones. Si no, sospecho.
Tuve yo una amiga que hacía virguerías con el abstracto hasta que, por ganar dinero, se pasó al retrato y me enseñó uno.
-¿Qué tal?- me preguntó.
-Genial. Has clavado a Marlon Brando.
-Pero ¿cómo Marlon Brando? Si es Antonio Banderas.
La amistad continuó, pues, digan lo que digan, es el modo de amor más incondicional, humano y constante, pero empecé a tener serias dudas sobre su pericia como pintora.
La rebeldía a las técnicas tradicionales es muy loable cuando estas se conocen, si no, son mero subterfugio para maquillar la chapuza. Y así, por lo general, cuando me hablan de transgénero, pienso que es un batiburrillo de esto y lo otro que no llega a ser nada en concreto. Y más que una revolución me parece una involución. Un regreso a la miscelánea, propia de la Edad Media, que se justificaba porque aún las mentes humanas no habían llegado a tener la madurez intelectual precisa para discernir los géneros.
Por supuesto, que en El Quijote hay ya transgénero, pues todos los géneros se dan cita en esta novela. Por supuesto, que Camilo José Cela dijo que novela es todo aquello, en cuya portada figure el nombre de novela, ¿pero esas experimentaciones suyas no fueron un paso adelante desde su conocimiento de la tradición? ¿Acaso los que defienden esta modernidad no saben que lo moderno ya fue inventado hace un montón de siglos?
En definitiva, la verdad de la verdad es que una novela es muy difícil de escribir. Claro que, a medio camino, siempre queda la opción de escribir un transgénero. Para luego tener que explicarlo como un chiste malo.

3 respuestas a «El transgénero»

  1. Permitirse unas licencias
    al albur de ajenas obras
    solapar con éstas otras
    obras de arte por inercia

    tiene como resultado
    conformar un guirigay
    de muerto desenterrado
    del genuino Frankenstein

    No es el simple transformar
    lo que debe estar en liza,
    más bien el transustanciar

    la materia que ilumina
    y enseña a diferenciar
    la llama de la ceniza…

  2. Nada sale de la nada
    y quien pretende inventar
    sin ciencia ni voluntad
    hace una gran chominada.
    A fuer de justificar,
    inventará mil teorías,
    con que avalar,
    esa grande porquería,
    que le ha salido fatal
    y es tremenda fullería.
    Hay que decir, basta ya,
    el arte no es fruslería,
    ni cosa de improvisar,
    por mucho que me des coba,
    no me venderás la escoba,
    transgresor de pacotilla,
    a otro con esa trola,
    de componer con mijillas,
    hay que pegar con tiritas,
    tus novelas de escayola…

  3. Ya Tomás de Iriarte lo bordaba en su tiempo, criticando en su fábula La Avutarda a los plagiarios, que escriben centones u “obras literarias compuestas enteramente, o en la mayor parte, de fragmentos, sentencias o expresiones de otras obras o autores. También ensayo crítico, poco apreciado por falta de originalidad y repetición de opiniones comunes”. Claro que esto hoy día se lo pasa más de un@ por el famoso arco, dejando un cierto sabor a hiel…

    De sus hijos la torpe avutarda,
    el pesado volar conocía,
    deseando sacar una cría
    más ligera, aunque fuese bastarda.

    A este fin muchos huevos robados
    de alcotán, de jilguero y paloma,
    de perdiz y de tórtola toma
    y en su nido los guarda mezclados.

    Largo tiempo se estuvo sobre ellos.
    Y aunque hueros salieron bastantes
    produjeron por fin los restantes
    varias castas de pájaros bellos.

    La avutarda mil aves convida
    por lucirlo con cría tan nueva;
    sus polluelos cada ave se lleva,
    y hete aquí la avutarda lucida.

    Los que andáis empollando obras de otros,
    sacad, pues, a volar vuestra cría.
    Ya dirá cada autor: «ésta es mía.»
    Y veremos qué os queda a vosotros.

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