En principio, no vino de las estrellas sino de Brixton, un barrio londinense, conflictivo y marginal, que convenía evitar en las rutas turísticas por la difícil convivencia de su población multiétnica y los habituales enfrentamientos entre tribus urbanas.
Su madre era acomodadora de cine y su padre se encargaba de la propaganda de una oenegé. Se llamaba David Robert Jones y podía haber sido cualquiera, peor que cualquiera, pero fue David Bowie y fue único.
La ley del determinismo biológico hubiera justificado que fuese un delincuente, un marginal y, en el mejor de los casos un don nadie, que es lo que se espera de los pobres chicos de barrio como si llevasen la fatalidad del fracaso en la sangre, pero el ser depende más de la voluntad que de la nobleza de la cuna. La voluntad es la energía que hace que las cosas existan y que seamos a medida de nuestros deseos. La voluntad de David Bowie era serlo todo. Y lo fue; un hippy, un vagabundo errático, el glam Aladdin Sane, el inquietante andrógino de Rebel Rebel, el extraterrestre Ziggy, el elegante Delgado Duque Blanco, un trágico arlequín, un lánguido prerrafaelita; todo lo que se propusiera.
Como una sola vida le venía corta, inventó muchos personajes para vivir todas las vidas de ellos, como hacen los actores; el actor que también fue en los escenarios y en el cine.
Fue construyendo su singularidad con los materiales que iban llegando a sus manos.
Su talento era convertir en arte hasta la desgracia y darle un brillo sugestivo.
La asimetría cromática de sus ojos se la debe Bowie al puñetazo de un compañero de colegio, George Underwood, que recibió mientras ambos se disputaban los favores de la misma chica. La agresión fue mayor porque Underwood llevaba en la mano un anillo, que causó estragos en el globo ocular de David, intervenido en varias operaciones con el resultado de una pérdida de visión parcial y una dilatación permanente en la pupila del ojo izquierdo.
Pero Bowie, lejos de convertir la experiencia en un trauma, hizo de aquel ojo oscurecido una seña de identidad; una clave que, en su físico, lo hacía definitivamente único.
El verdadero artista es el que hace de la diferencia no un complejo sino un estilo; el que hace arte del dolor y no resentimiento.
Olvidado del rencor, David Bowie no sólo perdonó a su agresor sino que continuó su relación amistosa con él, tocando juntos en algunas bandas y confiándole el diseño de las portadas de dos de sus primeros discos; Hunky Dori y The Rise and Fallo of Ziggy Stardust and the Spiders from Mars.
Bowie hizo de su minusvalía no un defecto que ocultar sino un distintivo estético que quisieron imitar otros jóvenes, recreando el efecto con una lentilla de color.
Todo lo que era y hacía Bowie se convertía en objeto de imitación; sus peinados imposibles, su ropa transgresora, su maquillaje, pero él no imitaba a nadie, ni a sí mismo. No era uno de esos artistas burocráticos que buscan una fórmula para repetirla hasta la saciedad y terminan aburriendo. Cuando se cansaba de ser un personaje, lo destruía e inventaba otro sin dejar nunca de sorprender. No cesaba de experimentar, de cambiar; de probarlo todo para serlo todo. Igual fuesen las drogas, la diversidad sexual y, por supuesto, todos los palos musicales posibles; el pop, el rock, el soul, la música electrónica…
No se puede decir que tuviese más talento para vivir que para crear, como comentaba sobre sí mismo su admirado Oscar Wilde, porque la vida y la obra en el artista son materias indisolubles; su talento es vivir creando.
A veces se replegaba a sus cuarteles de invierno, ideando estrategias para vencer la próxima batalla y atacando de nuevo por sorpresa, completamente renovado, venía y vencía como Julio Cesar. Como en el campo de Marte, en los combates de Venus, Bowie era también Julio Cesar; el marido de todas las mujeres y la mujer de todos los maridos. Su discutida sexualidad transcendía al género porque ni siquiera podía limitarse a ser simplemente hombre o mujer. Su sexo no era de este mundo. Tal vez era el sexo de los ángeles o de los extraterrestres; un sexo que venía de las estrellas y que, como estrella, se gestó en la mágica oscuridad de una sala de cine, mientras su madre guiaba con una linterna a los últimos espectadores rezagados hacia sus asientos.
Hizo de su vida una obra de arte; una apasionante película en la que interpretó a todos los personajes sin dejar de ser él, sin renunciar a su identidad inconfundible, reflejada en la asimetría de sus ojos bicolores. Una originalidad difícil ahora de concebir en este mundo de borreguismo globalizado.
Pero incluso a esa misma película de su vida le diseñó su propio final para que no le faltase su propio sello personal en el epitafio. Fue en su último disco Blackstar, donde se viste de Lázaro para volver a las estrellas. Ya lo había sido todo; un hippy, un Glam, un punk, un arlequín, un extraterrestre, un dandy. Sólo le faltaba ser inmortal. Y ahora lo es.
Parece que las drogas duras también le jugaban malas pasadas a Bowie, allá por mediados de los setenta, cuando era tan adicto a la cocaína y su estado físico llegó a ser considerado de alarmante. Pero así los habrá a porrillo en cualquier época, aunque no se llamen Bowie. Personalmente nunca fui seguidor de su música, que uno es más bien de baladas. Sí que parecía de otro planeta, cuando en el 71 se preguntaba si habría vida en Marte o saludaba al estilo nazi durante sus crisis…Nada que lo desmerezca en absoluto, fue un grande de la música, creador e innovador.
También se acaba de marchar al cosmos Glenn Frey, el enorme guitarrista de Eagles, conjunto musical que me dejó huella y que tendré siempre presente, metido en su “Hotel California”, que no era tal sino una pensión de La Línea de la Concepción, donde aguardaba el final de la mili, el último día, libre, y donde se repetía en el cassette, una vez tras otra, el dichoso “hotel”, que acababa de salir al mercado, año 77, junto a mi amigo Jesús, a la sazón batería del cantautor Tony Landa, ex vocalista del grupo Los Mitos…Será que, al igual que dice ese “hombre de la noche” en la canción, cuando el forastero intenta salir, espantado, del hotel: “puedes cancelar tu reserva cuando quieras, pero no podrás marcharte nunca…”
Bueno, si se tiene en cuenta que ya ni existe aquel cuartel desde hace años y uno sigue todavía por aquí, habrá que considerarse afortunado…
Saludos
¿Los Mitos? ¿No utilizaron uno de sus temas, «Es muy fácil», para darle fondo a un anuncio publicitario?
Me encanta «Hotel California». Es una canción que ha marcado mi vida, pues siempre que la oía me pasaba algo importante. Después de muchos años, leí la letra en español, pero no comprendí demasiado su sentido. Podrías darnos tú la interpretación más lógica (o la que sea)…
Más allá de lo satánico que pueda evocar la canción (decían que su título, Hotel California, aludía una dirección – California Avenue, San Francisco – donde el famoso satanista Anton Szandor La Vey, autoproclamado Papa Negro o Papa Oscuro, había fundado en 1966 la Iglesia de Satán y que los Eagles, tras realizar un pacto demoníaco allí, escribieron la canción…) lo cierto es que las verdaderas intenciones del grupo fueron hacer autocrítica de su país e intentar que la gente comprendiera el lado oscuro del “sueño americano” y sus excesos. Es decir, una metáfora sobre las drogas duras, de las que es tan difícil salir como del Hotel California. A diferencia de la Mascara de la Muerte Roja, de Poe, que te aniquila sin más, dentro del hotel no se da esa circunstancia y la única condición exigida es permanecer dentro…O sea, que “es muy fácil”.
Efectivamente, el anuncio de una marca de gazpacho, la primavera pasada, tenía como fondo “Es muy fácil” de Los Mitos. Y si ya viene preparado, pues del tirón…
¿La escuchamos? El planteamiento que hacían Los Mitos en 1969 no es tan descabellado…