Me había hecho ilusiones. Ahora que el Gobierno quería eliminar la filosofía del panorama educativo, se volvía a hablar de Kant. Pensé que, por lo tanto, todo el mundo iba a lanzarse a la calle a comprar la “Crítica de la razón pura” o la “Ética de la razón pura” como la llamaba Pablo Iglesias.
Cuando se habla de un libro en televisión es normal que se ponga de moda. Ocurrió con “El doncel de don Enrique el Doliente”, una novela mediocre de Mariano José de Larra, que pasó sin pena ni gloria por el siglo XIX, pero que empezó a venderse como rosquillas cuando doña Letizia se la regaló en la petición de mano al ahora rey Felipe VI.
Con las mismas, creí que Kant iba a convertirse en superventas. Y tal vez no, pero lo cierto es que el nombre del filósofo habrá tenido millones de visitas en el Google y quien más, quien menos, ahora sabe superficialmente quién es ese hombre. Tan superficialmente como Albert Rivera que lo recomienda sin haberlo leído o como Pablo Iglesias que se equivoca con el nombre de su obra cumbre o como el partido del gobierno que ni siquiera considera que haya de ser estudiado en las aulas. Parece que la filosofía a los políticos, es lo que la tónica fue a los refrescos. O sea, que la han probado poco. Aunque esto no quiere decir que no les guste y, menos aún, que no puedan hablar del tema.
Albert Rivera recomienda a Kant sin haber leído ninguna de sus obras y recuerda a esa miss canaria que decía: “Mi plato favorito es la langosta, aunque nunca la he probado”.
Como el cachondeo se ha cebado con la declaración paradójica del líder catalán, le han salido al político paladines que, indignados, se preguntan por qué se burlan de quien no ha leído a Kant los que tampoco se lo han leído. Si bien esto es desviarse algo del motivo del jolgorio, pues el debate no está en que Rivera no lea a Kant- nadie se lo ha pedido- sino en que, sin leerlo, lo recomiende. Si dicho ejemplo cunde, resultará que la lectura no es necesaria, ya que es posible opinar sobre libros sin tener que leérselos.
Y, en este sentido, los que querían combatir la crítica a Rivera, se han enzarzado en una crítica a la razón pura, a Kant y a todos los libros por extensión, que, según ellos, en nada le sirven a un gobernante para sacar adelante un país. Y tal llegó a ser el fragor guerrero de los simpatizantes del falso kantiano contra la intelectualidad que, en los foros, casi llegó a leerse: “Mueran los intelectuales, arriba España”. Francamente, y nunca mejor dicho, muchas veces a los líderes de los partidos les hacen más daño sus simpatizantes que sus detractores, pues viendo cómo se las gastaban los seguidores de Albert, daba miedo pensar en su victoria en las urnas.
Parecía que quisieran arrojar los libros a la pira como en tiempos de la Inquisición. No obstante, esa manía contra la letra impresa ya me decían que apuntaba maneras desde Málaga por la fijación que tiene Ciudadanos en cargarse el IML (Instituto Municipal del Libro).
Raro me resultaba esto de concebir, pues ya creía que ningún partido político podía ser más nocivo para la cultura que el del gobierno, que ha penalizado las actividades culturales con un 21% de IVA, echando a la gente de cines y teatros y condenando a los artistas a la miseria. Y ya estaba esperanzada con esa propuesta de Rivera de bajar de ese 21% al 7%, lo que significaría volver a respirar, pero me leí la letra pequeña y volví a asfixiarme, pues ello sería posible con la eliminación del senado, asunto poco probable, y conllevaría el aumento de precio de los libros. Qué fijación con los libros, oye.
Si, como decían aquellos del foro, los gobernantes no tienen por qué ser cultivados, tal vez tendrían que dejar la gestión de la cultura a los intelectuales, porque el mestizaje suele salir bastante mal, máximamente para los segundos, a quienes últimamente en todas las entrevistas se les pregunta por su opinión política y acaban firmando titulares como “Todos los políticos son una manada de inmorales, ladrones y berzotas” que, como es lógico, luego se le vuelven en contra.
Hermoso y deseable es el maridaje entre cultura y compromiso, pero también sería necesario que los políticos se comprometiesen con la cultura y no, precisamente, a dejarla en cueros.
Recortar en cultura y educación es recortar en progreso, pero quizás la única forma de amasar un electorado acrítico que sea condescendiente con los errores y abusos de sus próceres.
Ninguno de estos dos temas sustanciales están saliendo nada airosos en los debates, si se considera que la solución a la enseñanza es pagar a los profesores por rendimientos, cuya evaluación difícilmente objetiva podría dar lugar a sospechosas jerarquías, que den al traste con el espíritu de cooperación y solidaridad, imprescindibles para trabajar en los centros en tiempos tan difíciles.
No es el momento de leer a Kant, sino más bien a Schopenhauer.
O sea, das a entender que te habías hecho un juicio sintético a priori, ése que constituye una experiencia y es asimismo considerado científico, ya que lo aplicas a un caso particular y kantiano, que te aporta información y por tanto universal, pues también lo es la ciencia…y tu gozo en un pozo. Uno también imaginó por un momento que, pese a todo, la filosofía iba a tener un final grandioso en España, musical, auténtico y merecido canto de cisne de orquesta alemana, todo ello propiciado por los adalides de la política del cambio español. No todo iba a ser caverna y mitos de actualidad… Mas, pensándolo bien – se habrán dicho los tunantes – y teniendo aún tan buen cartucho en la recámara, ¿quién no le saca provecho? Claro hombre, ahí va ese obús (porque antes que bala es un peazo de obús el que han disparado contra la inteligencia) y si sale, sale, y si no tal día hará un año. En el blanco. Diez del tirón. Se han llevado por delante las principales facultades del hombre según Kant, a saber, la sensibilidad, el entendimiento, la razón…Y también el lazo cordial o facultad para unir a las tres primeras: la imaginación, ésa que un día quisieron aupar a lo más alto…
El controvertido compositor y músico, Frank Zappa, dijo en cierta ocasión que “somos sátiros y estamos aquí para satirizarlo todo…” Pero también es suyo: “La sociedad paga para tener un sistema educativo de mierda, porque mientras más idiotas salgan, más fácil de venderles algo es; hacerlos dóciles consumidores, o empleaduchos…Graduados con sus títulos y nada en sus cabezas, que creen saber algo, pero no saben nada.” Es decir, casi como Sócrates.
Suerte y paciencia
En Sócrates, “Sólo sé que no sé nada”, era un alarde de modestia, pero, como la lectura superficial, cuando la hay, predomina, se entenderá que, para ser un gran sabio o, simplemente un famoso, aspiración global, nada hay que saber. Desmentirlo es labor de los profesores de filosofía, que ahora van a la hoguera. Así que, viva Paquirrín!!!