Tertulianitis

27 Nov

¿Qué le pasa a mi amigo? Dices tú. Está pálido, ojeroso y le crecen pupilas de iluminado.

Ya no habla del perro, de los hijos, de la suegra, de las pequeñas cosas cotidianas que antes conformaban su vida. Ahora no, ahora discute sesudamente sobre macroeconomía y política internacional. Discute, es un decir, porque más que discutir, monologa. O sea, que dictamina y no te deja meter baza cuando quieres colarle tu opinión. Si lo intentas, te acalla con su grandiosa voz profética y te impone sus soluciones para arreglar el mundo.

¿Cómo es esto de tu amigo? Te preguntas. Ayer mismo no sabía ni desatascar el fregadero y, a día de hoy, le enmienda la plana a los dirigentes de las potencias mundiales y se ha puesto el yelmo de Mambrino para desfacer entuertos y hasta reparar el honor de las doncellas. ¿Violencia de género? –Exclama el incauto- dejadme solo que eso lo arreglo yo en un momentillo. Ay ¿se habrá vuelto Quijote? ¿Cómo va a ser eso si sólo se lee los folletos de propaganda del Carrefour?

Y, sin embargo, quiere reestablecer el orden mundial y sabe cómo. Más que nadie y por encima de todos. Tan claras tiene las cosas que te da miedo ¿Se creerá Dios? ¿Le habrá dado un acceso de megalomanía, tipificado entre el trastorno de las ideas delirantes? ¿Se le habrá ido la olla? ¿Te dirá de un momento a otro que es Napoleón y va a invadir Rusia?

Pero ya no es sólo tu amigo, son también los amigos de tu amigo. Te invitan a una cena y, después de la primera copa de vino, se ponen todos a discutir a gritos. No, exactamente, a discutir porque ninguno escucha al otro. Cada cual, absorto en su propia tarandilla, la repite enajenado sin posibilidad de diálogo, para qué. Si uno por uno ya sabe cómo resolver el independentismo en Cataluña, la amenaza del yihadismo y el problema de la sanidad, la educación, la cultura y las pensiones. Todo lo que no sabe Rajoy lo sabe allí de sobra cada cual y, con tanto criterio, que no admiten otro. De modo que si otro comensal les contradice, se lanzan a arrancarle una oreja de cuajo.

A ti, que ya estabas harto de escuchar trivialidades sobre hijos, perros y suegras, te alivia que tus amigos se ocupen de temas transcendentes, pero notas que les sobra volumen y vehemencia. Y no sólo a tus amigos, pues si afinas el oído, lo mismo están arreglando el país y, por extensión, el mundo, en la mesa de al lado y en todas las demás. Y, si no afinas el oído también, porque, en su afán de arreglarlo, todos gritan como posesos. Tanto gritan los iluminados y con tanta saña que tu cordero lechal, soliviantado en el plato, se ha vuelto macho cabrío y, en lugar de comértelo, crees que va a ensartarte con los cuernos.

Como de costumbre, amigo Pánfilo, ajeno a la televisión y ensimismado en tus lecturas, te pierdes los usos propios a la moda que dicta la pequeña y tirana pantalla. Y lo que pinta ahora, mi querido e ingenuo gafapastas, son las tertulias. No, por supuesto, aquellas apacibles como de José Luis Balbín en “La clave”, sino éstas que dan salsita de espectáculo. Cómo te lo diría, en las de Balbín fumaban y hasta se tomaban un whiskey. Eso relajaba a los contertulios y opinaban serenamente, relajados con el vicio, pero ahora sin lenitivos se arrojan al plató como los gladiadores romanos se lanzaban a la arena del circo con la adrenalina a cien. Clarividencia no hay, pero sí vidilla. No respetan los turnos de palabra, se interrumpen y se insultan a lo loco y, de este modo, se cargan (perdón, se cagan) en las máximas de Grice y de Lakoff que establecían los principios de cooperación y cortesía en el diálogo, pero ya sabemos que todo lo que sea educación en la sociedad actual resulta gazmoño y trasnochado.

Ya sé, querido Pánfilo, que a ti te ha interesado la política nacional e internacional desde siempre y que te esmeras en construirte una opinión, leyendo periódicos en papel de todo pelaje, porque es el silencio de las letras, el espacio ideal para pensar y no el ruido que, aturdiendo la mente, enloquece a las neuronas, pero ese vicio de pensar tan obsoleto atrae las dudas y las dudas no se llevan esta temporada. Lo suyo ahora no es construir opiniones sino aprenderlas. Apúntate a las consignas de cualquier tertuliano y repítelas como un credo chillón en la próxima cena, verás como no desentonas.

Tu retórica, tu dialéctica son hábiles y elegantes y tus argumentos muy logrados, pero esas artes se han quedado desfasadas. Ahora tiene razón el que más grita y, para el grito, no hacen falta demasiadas razones ni palabras. Es la época del twitter y a ti te sobran caracteres y templanza.

El problema no es tu amigo, sino tú, que te has quedado rancio, demodé. Precisamente como yo.

9 respuestas a «Tertulianitis»

  1. Buenos días,

    Se ve que el exhibicionismo es natural de nosotros, los humanos. Estas mis palabras, por ejemplo, porque a qué ir más lejos a buscar. Aunque no quito ni una coma a las razones de L. Clavero, sí intento justificar el papel protagonista que otros toman en el devenir de la vida, ya digo, aunque sea para exhibirme un poco, que a mí también me gusta, creo. Esas actitudes sabelotodo son solo formas de aparentar, como otras, como el mercedes, “el chaslet endosao” de trescientos metros y dos tramos de escaleras que siempre vendrán muy bien y agradecido para el día que te traigas la suegra a casa y se despeñe, y disculpen pero que otra utilidad se le puede buscar al pedazo chalet, manque hipotecado hasta las trancas. Aunque detrás de esas formas, de seguro, no habrá un Pánfilo, más bien un alcornoque, o tal vez sea adoquín, o de similar familia. El Pánfilo vende poquísimo, creo, porque yo ya dudo de casi todo menos de lo a gusto que estoy debajo de una higuera en la linde de mi maizal.

    Lo que pasa, creo, por que yo solo creo y no afirmo nada, es que el Pánfilo se ve arrastrado por otros instintos también de su especie, la humana digo, y de otra, la especie pánfila o panfiliana creo que no existe. Y entonces, ya, ya, me va a salir la vena pedante, sorry, como decía aquel misógino de Shopenhauer, eso, que el Pánfilo querrá dejar prole, y encontrar una Pánfila para tan responsable menester le será imposible, porque según Newton, y su ley de la gravedad, se ve que alguna fuerza se interpone entre esos dos personajes espantados de la sociedad y la confluencia entre ellos es dificilísima por no decir imposible. A resultas, el Pánfilo, y la Pánfila, tendrán que buscar entre los personajes arreglamundos de las modas sociales si quieren satisfacer sus también instintos naturales de tener familia. Y luego vendrá la prole, y si el niño no va con el smarphone, o como se diga, es un raro de no te menees que acabará tomando prozac o tepacepan para aminorar el trauma psíquico causa directa de la exclusión de sus congéneres. Y el Pánfilo y la Pánfila deberán ir cediendo, y cediendo, y al final un día por no liarla se irán a la sombra de una higuera a recapitular y calcular cómo negociar para seguir teniendo su pequeña cuota de Pánfilo, y con esa cuota se conformará, o ¿es que le queda otra?. En la linde de mi maizal hay una, digo, una higuera, por si alguien la necesita.

    Saludos Lola, Winspector.

  2. Me temo que el Pánfilo es un personaje solitario como el “Dedos torcidos” de la película “Antonia”. También lo hay en versión femenina y sí, como tú dices, amantes de Schopenhauer, o sea, depresivos y aislados, solos en el Mundo. Su final, por desgracia, está en la soga, porque ni buscan ni encuentran pareja, son impares. Nunca se van a aclimatar y en eso también reside su valor. Saludos y amor a todos los Pánfilos y Pánfilas del mundo. Aunque no os guste la realidad, la realidad siempre os necesita. Besos.

  3. Esto antes no pasaba
    lo digo sin retintín
    y ahora son multitud
    los tontolaba o así.
    Personas con acritú
    para ellas todo vale
    no era esa la actitud
    dijo Felipe González.
    Como mediaba sequía
    no era tanta la cosecha
    de la España tertuliana
    mas hoy la cosa varía
    y no son habas contadas
    que pululan por doquier
    los buscas con la mirada
    y se arriman al querer…

    Pánfilo puede observar
    cómo acaba en tumulto
    tal celebración familiar
    pudiendo acabar a gusto
    motivos: querer pagar
    y llevarse un disgusto
    al querer todos igual…
    El suizo allí presente
    observando la movida
    -me lo tienes que explicar
    y yo: no bastaría una vida
    mas sí podré confirmar
    que aquí se miente de más
    aún más de que se habla
    y se gasta más saliva
    de la que es necesaria…

    Sana envidia Quintiliano
    en la linde del maizal
    a la orilla de tu higuera
    (que la sombra frío da)
    tocas cielo con la mano…

    Muy buena descripción de Pánfilo y esos tertulianos, Lola. Por lo demás, aunque no siempre, también me identifico. Con Pánfilo y su cosas…

  4. Interesante artículo. Me ha gustado lo de rancio y demodé. El que está demodé está descatalogado. Y si además está demudado en el semblante, eso da para gabinete de crisis, que no sería gabinete de “cambio”, porque ya no lo cambia ni la madre que lo parió. De momento, demodé, sólo. El estar pasado de moda tiene algunas ventajas y serios inconvenientes. Entre las ventajas, el estar más consolidado en lo inmutable, en lo clásico (no entender conservador pijo), en la antigüedad actualizada; en no ser necesario hacerse el loco porque el demodé que llevas es expresión suficiente, más un largo etcétera. Del otro lado, está el inconveniente de que te pueden considerar descastado a fuer de que el rebaño te interpreta como sujeto desafecto; el que una suegra no te entienda (más por tradición que por voluntad) , ella que es tan poco demodé, siempre actualizada, casi de última generación; el riesgo de que piensen que no crees en la organización social porque cuando estás solo no te aburres, y, oh desdicha, que al ronronearle a una dama, ella arguya que careces de habilidades sociales, que eres un marginado de las relaciones personales y suene un “que yo no soy de la asistencia social ni hermanita de los pobres”, y te quedas solo porque no formas parte de la mayoría, y todo porque la tontibella no se imaginaba que eres un demodé. Tengo un amigo que lleva años de demodé, y casi nadie tiene interés en escucharle lo que dice, salvo cuando está solo, que procura entender a su propio alter-interlocutor, casi siempre cercano al otro, dejado en la inclusa del ser, pero, bueno…, intenta ser comprensivo consigo, a sabiendas de que, asaltado de dudas, es propenso al fracaso. Incluso uno mismo, cuando a veces emite una opinión, le miran como buscándole encaje en el DSM-IV. Empiezan a levantar la voz, para que mis opiniones “extrañas” no tengan eco, ni siquiera mera recepción auditiva. Algunos/as miran como si fuera austrohúngaro, como si no hablara español, como si mi infancia y juventud las hubiera pasado en Marte, y al llegar a la Tierra me acomodo, cual marciano, bajo discursos ignotos que no sirven para bautizos, bodas y comuniones, tan prolijos estos y tan dados al uso comprensivo de diccionarios viejos. Así tienes presunción de locura y, abyecto, puedes pedir un café con leche sin leche, o buscar un chaleco con mangas. Últimamente, he optado por tener siempre en la boca un chupachups, lo que me obliga a callar, a estar siempre aserto en subscribirme a las opiniones de tercero, sin cuestionar nada y, por supuesto, sin saber de qué va la opinión. Qué cosa esto de ser tertuliano con uno, con el whiskey de Balbín, y la tristeza de no tener copas enfrente, sin diálogos etílicos y sin compañía de participio sonado (hablado). Si optara por las tertulias rosas, de polvos no enamorados, seguro sería ya militante de varios clubs. Recuerdo las tabernas antiguas, llenas de hombres que no comían, dejado el estomago para el líquido del placer, y dando reglas para arreglar el mundo en veinticuatro horas. Necesitaban un día para joder a Júpiter, tutear a Saturno, o dar una homilía para un auditorio de fieles, pues otro cosa no podrían ser aquéllos. Si alguien me habla, le grito; si algunos me hablan, les grito. Siempre al servicio de un objeto directo dictatorial. Así son los solucionadores de toda problemática patria o ajena. Lo curioso es que los que tienen las recetas que dilucidan y acaban con todos los males, incluidos, como dice en su artículo, el orden mundial, suelen tener en saco roto, y a deshecho y desecho, la vida propia. Tengo la cama bien hecha, la vida desecha (Vanesa Martín, una de sus canciones). En fin, hay un orden apócrifo, afectado, espurio, que cohabita con fórmulas para arreglar el mundo. Es como vender papas y pensar en Schopenhauer, para arreglar el mundo, claro. Sin embargo, estaría bien combinar ambas cosas, todo un puesto de tubérculos demodé, apremiado por una tuberculosis cognitiva. Y es que, a fin de cuentas, es una rara avis social, pues la mayoría no discute, más bien se habla del tiempo, del futbol, de adquisiciones textiles, la pelu, los móviles, los programas que se “bajan”, y las bilirrubinas que suben hasta los eritematosos pómulos malares cuando pasa la chorba del pantalón de cuero y tacones de aguja. Todo un lenguaje para pasar el rato. Nada tiene que ver eso con discutir, que significa aceptar lo que de diversidad hay en el otro. Poner en solfa opiniones y creencias personales, someter lo propio a la posibilidad de tacha y, a la vez, refutar lo ajeno o aceptarlo. Cambiar de criterio si ello implica corrección. Y más cosas. Eso es discutir, teniendo por prólogo el respeto al argumentario ajeno y coherente. El grito vacía de contenido el discurso y sirve al peor de los monólogos. Lo malo es que, tantas veces, dicho comporte tiene origen en hormonas mal educadas, roles verticales que pasan a la prole igual que sarmiento que lleva a pámpano. “Como decía mi madre… o mi padre…”, opera como recetario para no ser libres, aceptando la tradición de no escuchar. Un solo pastor y un rebaño, claro, si no es así, cómo introducir un credo. Si todo el mundo cuestiona, se subdivide la fe, hasta llegar al nirvana, y proyecto jodido. Aquellas tabernas de antaño, hoy son corrillos en plazas y calles, en bares, en centros de trabajo, en partidos políticos, en asociaciones para cambiar el mundo y el bolsillo, en lobby con prontuario, y demás hierbas. Hace falta producir en serie muchos yelmos de Mambrino, para aprender a dudar, ergo, discutir; ergo, no dar mítines; ergo, escuchar, y… ergo, limar muchos cuernos que, como bien dice, llegan a ensartar. Un saludo.

  5. Brillante artículo. Me ha gustado lo de rancio y demodé. El que está demodé está descatalogado. Y si además está demudado en el semblante, eso da para gabinete de crisis, que no sería gabinete de “cambio”, porque ya no lo cambia ni la madre que lo parió. De momento, demodé, sólo. El estar pasado de moda tiene algunas ventajas y serios inconvenientes. Entre las ventajas, el estar más consolidado en lo inmutable, en lo clásico (no se etienda conservador pijo), en la antigüedad actualizada; en no ser necesario el hacerse el loco, porque el demodé que llevas es expresión suficiente, más un largo etcétera. Del otro lado, está el incoveniente de que te pueden considerar descastado a fuer de que el rebaño te interpreta como sujeto desafecto; el que una suegra no te entienda, ella que es tan poco demodé, siempre actualizada, casi de última generación; el riesgo de que piensen que no crees en la familia porque cuando estás solo no te aburres, y, oh desdicha, que al ronronearle a una dama, ella arguya que careces de habilidades sociales, que eres un marginado de las relaciones personales y un “que yo no soy de la asistencia social ni hermanita de los pobres”, y te quedas solo porque no formas parte de la mayoría, y todo porque la tontibella no se imagina que eres un demodé. Tengo un amigo que lleva años de démodé, y casi nadie tiene interés en escuchar lo que dice, salvo cuando está solo, que procura entender a su propio alterinterlocutor, casi siempre cercano al otro, dejado en la inclusa del ser, pero, bueno…, intenta ser comprensivo consigo, a sabiendas de que asaltado de dudas, es propenso al fracaso. Incluso uno mismo, cuando a veces emite una opinión, le miran como buscándole encaje en el DSM-IV. Empienzan a levantar la voz, para que mis opiniones “extrañas” no tengan eco, ni siquiera mera recepción auditiva. Algunos/as miran como si fuera austrohúngaro, como si no hablara español, como si mi infancia y juventud las hubiera pasado en Martes, y al llegar a la Tierra me acomodo, cual marciano, bajo discursos ignotos que no sirven para bautizos, bodas y comuniones, tan prolijos estos y tan dados al uso comprensivo de diccionarios viejos. Así tienes presunción de locura y, abyecto, puedes pedir un café con leche sin leche, o buscar un chaleco con mangas. Últimamente, he optado por tener siempre en la boca un chupachups, lo que me obliga a callar, a estar siempre aserto en subscribirme a las opiniones de tercero, sin cuestionar nada y, por supuesto, sin saber de qué va la opinión. Qué cosa, esto de ser tertuliano con uno, con el whiski de Balbín, y la tristeza de no tener copas enfrente, sin dialogos etílicos y sin compañía de participio sonado (hablado). Si optara por las tertulias rosas, de polvos no enamorados, seguro sería ya militante de varios clubs. Recuerdo las tabernas antiguas, llenas de hombres que no comían, dejado el estomago para el líquido del placer, y dando reglas para arreglar el mundo en veinticuatro horas. Necesitaban un día para joder a Júpiter, tutear a Saturno, o dar una homilía para un auditorio de fieles, pues otro cosa no podrían ser aquéllos. Si alguién me habla, le grito; si algunos me hablan, les grito. Siempre al servicio de un objeto directo dictatorial. Así son los solucionadores de toda problemática patria o ajena. Lo curioso es que los que tienen las recetas que dilucidan y acaban con todos los males, incluidos, como dice en su artículo, el orden mundial, suelen tener en saco roto, y a deshecho y desecho, la vida propia. Tengo la cama bien hecha, la vida desecha (Vanesa Martín, una de sus canciones). En fin, hay un orden apócrifo, afectado, espúreo, que cohabita con fórmulas para arreglar el mundo. Es como vender papas y pensar en Schopenhauer, para arreglar el mundo, claro. Sin embargo, estaría bien combinar ambas cosas, todo un puestos de tubérculos demodé, apremiado por una tuberculosis cognitiva. Y es que, a fin de cuentas, es una rara avis social, pues no se discute, más bien se habla del tiempo, del futbol, de adquisiones textiles, la pelu, los móviles, los programas que se “bajan”, y las bilirrubinas que suben hasta los eritematosos pómulos malares cuando pasa la chorba del patalón de cuero y tacones de aguja. Todo un lenguaje para pasar el rato. Nada tiene que ver eso con discutir, que significa aceptar lo que de diversidad hay en el otro. Poner en solfa opiniones y creencias personales, someter lo propio a la posibilidad de tacha y, a la vez, refutar lo ajeno o aceptarlo. Cambiar de criterio si ello implica corrección. Y más cosas, eso es dicutir, teniendo por prólogo el respeto al argumentario ajeno coherente. El grito vacia de contenido el discurso y sirve al peor de los monólogos. Lo malo es que, tantas veces, dicho comporte tiene origen en hormonas mal educadas, roles verticales que pasan a la prole igual que sarmiento que lleva al pámpano. “Como decía mi madre… o mi padre…”, opera como recetario para no ser libres, aceptando la tradición de no escuchar. Un solo pastor y un rebaño, claro, si no es así, como introducir un credo. Si todo el mundo cuestiona, se subdivide la fe, hasta llegar al nirvana, y proyecto jodido. Aquellas tarbernas de antaño, hoy son corrillos en plazas y calles, en bares, en centros de trabajo, en partidos políticos, en asociaciones para cambiar el mundo y el bolsillo, en lobby con prontuario, y demás hierbas. Hace falta producir en serie muchos yelmos de Mambrino, para aprender a dudar, ergo, discutir; ergo, no dar mítines; ergo, escuchar, y… ergo, limar muchos cuernos que, como bien dice, llegan a ensartar. Un saludo.

  6. Brillante artículo. Me ha gustado lo de rancio y demodé. El que está demodé está descatalogado. Y si además está demudado en el semblante, eso da para gabinete de crisis, que no sería gabinete de “cambio”, porque ya no lo cambia ni la madre que lo parió. De momento, demodé, sólo. El estar pasado de moda tiene algunas ventajas y serios inconvenientes. Entre las ventajas, el estar más consolidado en lo inmutable, en lo clásico (no se etienda conservador pijo), en la antigüedad actualizada; en no ser necesario el hacerse el loco, porque el demodé que llevas es expresión suficiente, más un largo etcétera. Del otro lado, está el incoveniente de que te pueden considerar descastado a fuer de que el rebaño te interpreta como sujeto desafecto; el que una suegra no te entienda, ella que es tan poco demodé, siempre actualizada, casi de última generación; el riesgo de que piensen que no crees en la familia porque cuando estás solo no te aburres, y, oh desdicha, que al ronronearle a una dama, ella arguya que careces de habilidades sociales, que eres un marginado de las relaciones personales y un “que yo no soy de la asistencia social ni hermanita de los pobres”, y te quedas solo porque no formas parte de la mayoría, y todo porque la tontibella no se imagina que eres un demodé. Tengo un amigo que lleva años de démodé, y casi nadie tiene interés en escuchar lo que dice, salvo cuando está solo, que procura entender a su propio alterinterlocutor, casi siempre cercano al otro, dejado en la inclusa del ser, pero, bueno…, intenta ser comprensivo consigo, a sabiendas de que asaltado de dudas, es propenso al fracaso. Incluso uno mismo, cuando a veces emite una opinión, le miran como buscándole encaje en el DSM-IV. Empienzan a levantar la voz, para que mis opiniones “extrañas” no tengan eco, ni siquiera mera recepción auditiva. Algunos/as miran como si fuera austrohúngaro, como si no hablara español, como si mi infancia y juventud las hubiera pasado en Martes, y al llegar a la Tierra me acomodo, cual marciano, bajo discursos ignotos que no sirven para bautizos, bodas y comuniones, tan prolijos estos y tan dados al uso comprensivo de diccionarios viejos. Así tienes presunción de locura y, abyecto, puedes pedir un café con leche sin leche, o buscar un chaleco con mangas. Últimamente, he optado por tener siempre en la boca un chupachups, lo que me obliga a callar, a estar siempre aserto en subscribirme a las opiniones de tercero, sin cuestionar nada y, por supuesto, sin saber de qué va la opinión. Qué cosa, esto de ser tertuliano con uno, con el whiski de Balbín, y la tristeza de no tener copas enfrente, sin dialogos etílicos y sin compañía de participio sonado (hablado). Si optara por las tertulias rosas, de polvos no enamorados, seguro sería ya militante de varios clubs. Recuerdo las tabernas antiguas, llenas de hombres que no comían, dejado el estomago para el líquido del placer, y dando reglas para arreglar el mundo en veinticuatro horas. Necesitaban un día para joder a Júpiter, tutear a Saturno, o dar una homilía para un auditorio de fieles, pues otro cosa no podrían ser aquéllos. Si alguién me habla, le grito; si algunos me hablan, les grito. Siempre al servicio de un objeto directo dictatorial. Así son los solucionadores de toda problemática patria o ajena. Lo curioso es que los que tienen las recetas que dilucidan y acaban con todos los males, incluidos, como dice en su artículo, el orden mundial, suelen tener en saco roto, y a deshecho y desecho, la vida propia. Tengo la cama bien hecha, la vida desecha (Vanesa Martín, una de sus canciones). En fin, hay un orden apócrifo, afectado, espúreo, que cohabita con fórmulas para arreglar el mundo. Es como vender papas y pensar en Schopenhauer, para arreglar el mundo, claro. Sin embargo, estaría bien combinar ambas cosas, todo un puestos de tubérculos demodé, apremiado por una tuberculosis cognitiva. Y es que, a fin de cuentas, es una rara avis social, pues no se discute, más bien se habla del tiempo, del futbol, de adquisiones textiles, la pelu, los móviles, los programas que se “bajan”, y las bilirrubinas que suben hasta los eritematosos pómulos malares cuando pasa la chorba del patalón de cuero y tacones de aguja. Todo un lenguaje para pasar el rato. Nada tiene que ver eso con discutir, que significa aceptar lo que de diversidad hay en el otro. Poner en solfa opiniones y creencias personales, someter lo propio a la posibilidad de tacha y, a la vez, refutar lo ajeno o aceptarlo. Cambiar de criterio si ello implica corrección. Y más cosas, eso es dicutir, teniendo por prólogo el respeto al argumentario ajeno coherente. El grito vacia de contenido el discurso y sirve al peor de los monólogos. Lo malo es que, tantas veces, dicho comporte tiene origen en hormonas mal educadas, roles verticales que pasan a la prole igual que sarmiento que lleva al pámpano. “Como decía mi madre… o mi padre…”, opera como recetario para no ser libres, aceptando la tradición de no escuchar. Un solo pastor y un rebaño, claro, si no es así, como introducir un credo. Si todo el mundo cuestiona, se subdivide la fe, hasta llegar al nirvana, y proyecto jodido. Aquellas tarbernas de antaño, hoy son corrillos en plazas y calles, en bares, en centros de trabajo, en partidos políticos, en asociaciones para cambiar el mundo y el bolsillo, en lobby con prontuario, y demás hierbas. Hace falta producir en serie muchos yelmos de Mambrino, para aprender a dudar, ergo, discutir; ergo, no dar mítines; ergo, escuchar, y… ergo, limar muchos cuernos que, como bien dice, llegan a ensartar. Un saludo.

  7. Si eres librepensador y te va Schopenhauer, ahora lo tienes crudo. Los tabernarios de plató tienen la cosa demasiado clara y no les gustan las sutilezas, tampoco a sus millones de seguidores. Pensar y dudar es un vicio casi prohibido, pero hay que resarcirse de esta condición incómoda.
    Revelarse y Rebelarse; no nos quitarán la palabra, por más que la silencien los gritos de los lobos disfrazados de cordero en su insulso rebaño. Ánimo, además de pensar, escribes como los ángeles. Bravo.

  8. ¡qué nivel!, esto es un blog como Dios manda, Lola, Winspector y Angel, es para leeros muy despacio y cavilar un poco sobre cada frase. Mi enhorabuena a todos.

    Saludos.

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