La belleza no es una garantía de buen gobierno. Con los presidentes guapos no nos ha ido nada bien, aunque en rigor tampoco con los feos. La fealdad no exime de la ineptitud y es perfectamente compatible con la estupidez en las personas para perjuicio de estas mismas personas y de todos cuantos se encuentren a su alrededor. Siendo así, dichas criaturas son más perjudiciales que el tabaco, pues el tabaco, reconocido como dañino, al menos es prohibido en los espacios públicos, pero los citados individuos es, precisamente, en el espacio público, donde con mayor holgura prodigan todos los males de los que son capaces, que pueden ser estos muchos, atroces e irreparables, cuando, conscientes de sus limitados dones y, sin intención alguna de remediar con trabajos propios, la parca herencia que recibieron de natura, alimentan una biliosa y sibilina mala uva que anima, en sustancia, su abominable conducta.
Verdad es que la historia nos ha provisto de un nutrido elenco de personajes ilustres, de finísimo ingenio e inteligencia, algunos feos de campeonato, pero dichos ejemplos no constituyen motivo para generalizar. La fealdad en sí misma y por mucha que esta sea, no es proporcional al grado de inteligencia como tampoco el fracaso del artista lo presupone genial. Que haya habido genios incomprendidos en su época que jamás hayan publicado un libro o vendido un cuadro, no convierte en genios a todos aquellos que no consiguen dar sus obras a la luz, no precisamente por la insensibilidad y falta de juicio de los críticos, sino porque su fracaso es la lógica consecuencia de la mala calidad de su producto.
Sólo la voluntad de superación, que sí está en nuestras manos, puede paliar esas deficiencias de factura que nos llegan dadas de nacimiento y poner en su lugar otras cualidades que adornan bastante el conjunto de la persona; el buen carácter, la simpatía y la conversación amena, que son, en definitiva, lo que buscamos en la compañía de los demás.
Sin embargo, en esta sociedad frívola y hueca que nos ha tocado padecer, ningún don parece más preciado que el de la belleza. Tanto que, para difundirlas en las redes, se hacen constantes listas de los diez más guapos, ya sea en el mundo del deporte, la política y hasta la escritura. Listas que, de haberse elaborado en el siglo XVII, dejarían fuera los nombres de Quevedo, Góngora y, por supuesto, Miguel de Cervantes y María de Zayas, no sólo por mujer sino también por feita. Y mucho me temo que el único que podría integrar tal elenco sería Lope de Vega, pues muchos fueron los ingenios de las letras que dio a nuestra tierra el Barroco, pero, en su globalidad, bastante mal parecidos.
Veo ahora que, en estas listas de políticos guapos, se llevan la palma algunos integrantes del partido “Ciudadanos”, empezando ya por su presidente, Albert Rivera, cuya beldad podemos evaluar con mayores elementos de juicio, ya que en los carteles de su primera campaña, se nos brindó al completo; desnudito. Luego se nos ofrece ese ramillete de féminas hermosas que va distribuyendo él en puestos decisivos y llaman las it girls, lo que suena a grupo pop de chicas buenorras. Estas son Carolina Punset, Begoña Villacís, Melisa Rodríguez e Inés Arrimadas y tienen soliviantado al macherío internáutico, que se deshace en piropos.
Hasta casi hoy, la belleza en la mujer era un arma de doble filo, pues un halago a este don, significaba desmerecerla de otros, siendo el primero; la inteligencia.
Sin embargo, hoy por hoy, nadie pone la inteligencia de tales mujeres en entredicho, en la que se insiste con sospechosa contumacia a pie de foto, porque prejuicios en combinar belleza e inteligencia en la mujer aún sigue habiendo y muchos. Claro que, en cualquier caso, los pies de foto como toda letra resulta indigesta en estos tiempos y lo más seguro es que se obvien ante la contundencia de las imágenes.
Siendo “Ciudadanos” un partido envuelto en un marketing impecable, nos aturde con la exhibición de sus más llamativos ejemplares como lo hacía la Coca-Cola con sus curvadas letras rojas, pero no nos engañemos. En este partido hay muchas más personas, por fuerza tiene que haberlas para llenar las listas y no todas son tan fotogénicas ni tan preparadas, aunque por más deslucidas pasan a ser bulto de fondo y no se sacan a relucir.
Ocurre con “Ciudadanos” como con las cajas de algunas fruterías; ponen las mejores piezas arriba para que seduzcan la vista del comprador y debajo las piezas más pachuchas, que luego van a parar a nuestra bolsa. Y ahora lo que nos conviene no es tanto llenar el ojo como la tripa. Ojo.
Fue en las Bodas de Caná
(han pasado dos milenios)
que aguardaron al final
para servir el vino añejo
sirviéndose de un milagro
que acabó haciendo bueno
al que empezó siendo malo
¡Para milagros estamos…!
han debido de pensar
publicistas y vendedores
de frutas y calendarios
que son de armas tomar;
presentan en sus ofertas
de posters y almanaques
virtudes de la fruta fresca
que a todos traen en jaque
(un bocado en una pera…)
Tanto apolíneos bomberos
como nudistas enfermeras
o las sensuales policías
compiten batiendo el cuero
luciendo el “body”a porfía…
No nos llamemos a engaño
que ése no es el día a día
de esforzados funcionarios;
no es por asaltar la fama
mas con fines solidarios,
sin política en campaña
ni gente que se renueva…
(Al fondo, Belén Esteban
que mataría por España)
La belleza soberana
más vale que los programas
y, del voto, se hará dueña
una piel de porcelana.
Ni, en siendo reina ni dama
tal como la moda enseña,
se permitirá al gobierno
una nariz aguileña.
Ya la fealdad es pecado
incluso en cosas de estado
y, como es la experiencia,
por sí misma la fealdad
no presume inteligencia.
Venga a España la beldad
y un presidente bien guapo,
que, en todo caso, da igual,
pues, en resumidas cuentas,
de lo peor a lo mal,
siempre nos dan por el saco.