Tampoco en Cracovia falta un recuerdo para Málaga. En un lugar destacado de la Plaza Mayor, encontraremos el Málaga Lunch Bar& Café, cuyas paredes están decoradas con motivos taurinos y con los carteles de cada edición de la feria malagueña. Tomamos aquí un moscatel en honor a nuestra tierra para luego enfilar la bulliciosa calle Grodzka, camino del castillo de Wawel.
En dicha calle se halla la iglesia de San Pedro y San Pablo, impresionante por su espectacular estilo barroco que incluye en su entrada las colosales estatuas de los doce apóstoles. Frente a dicha iglesia, a uno y otro extremo de la plaza de todos los santos, se alzan otras dos iglesias, la de los franciscanos y la de los dominicos que compiten en belleza y pasado legendario. En estas historias tienen un gran papel los reyes polacos y sus santas esposas. No obstante, Juan Pablo II canonizó a la piadosa reina Eduvigis y a Kinga, desposada con Boleslao el Casto, quien recibió tal sobrenombre porque su esposa, habiendo ofrecido a Dios su virginidad, le obligó a hacer, a su vez, voto de castidad. Ni tan casto ni tan prudente, fue el antecesor de este Boleslao; Boleslao el Temerario, quien por sus frecuentes desacuerdos con Estanislao, entonces obispo de Cracovia, que le reprochaba su conducta cruel y arbitraria, interrumpió una misa que oficiaba el clérigo para darle muerte con su propia espada. La nobleza, partidaria del obispo, condenó tal barbarie y el rey tuvo que huir a Hungría, mientras el mártir Estanislao pasó a ser, al transcurso de los siglos, el patrón de Polonia.
Frente a la iglesia de los franciscanos, se encuentra el palacio obispal que fue durante varios años el hogar del cardenal Karol Wojtyla, quien, después como Juan Pablo II, en sus visitas a Cracovia, también se hospedaba aquí, convocando un gran gentío que esperaba su comparecencia en la que se conocía como la ventana más visitada de Polonia.
A continuación de la calle Grodzka, proseguiremos nuestro paseo por la calle Kanonicza, llamada así por haber sido residencia de los canónigos cracovianos y que se considera la más pintoresca de la ciudad por sus casas de estilo renacentista que tras sus sólidos portales de piedra, descubren a la vista hermosos patios interiores. Sólo unos pasos más y podremos sorprendernos con el panorama de Wawel, verdadero lugar de peregrinación para los viajeros que suben en inquieto hormigueo por la colina. Destacan entre ellos, las negras y larguísimas sotanas de unos jovencísimos y apuestos sacerdotes, de altura singular, cabellos rubios y ojos azules que, no obstante, sirven de guías en la catedral.
Como ya he comentado en artículos anteriores, la vocación religiosa abunda entre la juventud polaca, por lo general, profundamente católica. El conjunto monumental, formado por la catedral y el castillo, es de una sobrecogedora magnificencia. Más aún, si el sol arranca destellos cegadores a la famosa Pata de Gallo, parte sobresaliente del castillo, donde tuvieron lugar los fallidos experimentos alquímicos del Rey Segismundo, quien como Midas pretendía transformar todos los materiales a su alcance en lingotes de oro. Su fracasada avaricia provocó un incendio que pudo haber devastado el castillo, por lo que, señalado por la cólera de sus súbditos, se vio obligado a trasladarse a Varsovia.
Después de visitar la cueva del dragón, volvemos a bajar hasta los bulevares del Vístula, en cuyas aguas se arrojó la reina Wanda para dar su virginidad y su vida como ofrenda a los dioses paganos. Aquí podemos tomar un barco para hacer una pequeña travesía o seguir ruta hacia Kazimierz, el barrio judío de la ciudad. La triste historia de este lugar contrasta con la animación de sus calles, llenas de pubs, bares y restaurantes. No obstante, Kazimierz es el barrio predilecto de los jóvenes para salir de copas. Sin embargo, algunas de sus casas guardan la memoria de sus habitantes que fueron deportados por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial a los campos de concentración de Auschwitz o Plaszow o, con suerte, recluidos en el gueto de Podgorze, al que llegaremos sólo con cruzar un puente. Este barrio, de edificios ruinosos y renegridos, presenta un aspecto siniestro y desolador y es la cara opuesta del lujoso casco viejo. Sin embargo, está profusamente habitado por obreros y gente también de clase media. No todos en Polonia son ricos. El capitalismo ha dado lugar a una fuerte diferenciación de clases sociales y ha potenciado el alcoholismo entre una nueva tropa de parados y pensionistas que, desubicados, aún añoran la era socialista.
Pero no me quiero despedir de Polonia con este mal sabor de boca. En este mismo barrio, se encuentra la fábrica de Schindler, el alemán que salvó de la muerte a tantos judíos, dándoles un empleo. Siempre hay en la historia, buenas personas que saben cambiar su rumbo hacia la esperanza.