Cracovia; en busca del dragón

18 Sep

Para muchos, Cracovia es la joya de Polonia. No obstante, su magnífico patrimonio histórico y monumental,  manifiesta el orgullo de haber sido la capital de un país aún gobernado por reyes en un pasado legendario. Precisamente, a una leyenda se atribuye que Segismundo III, después de perder la cabeza tras un fracasado experimento de alquimia, trasladase la capital a Varsovia.

El conocimiento de este hecho inspiró a Calderón de la Barca para escribir “La vida es sueño”.

Ésta y otras leyendas, que duermen en los siglos de la memoria cracoviana, están recogidas en una guía “Persiguiendo al dragón”, que podemos adquirir en la Librería Española de la Plaza del Mercado, bajo cuyo faro descubriremos la ciudad con detalle, desde la estación de tren, en un paseo cargado de historias fantásticas, que no tiene por qué ocupar más de un día. Cracovia es densa de monumentos, pero de extensión geográfica, más bien pequeñita. En su punto, diría yo.

Al salir de la estación, encuentras de frente los gratos jardines de Planty que rodean todo el casco viejo, entre cuyas espesas frondas, se erige majestuoso el teatro de Juliusz Slowacki y bajando, a la izquierda, darás con la Barbacana, construcción defensiva del siglo XV que recuerda a un castillo de cuento y despide, según dicen, un aura que absorbe todas las inquietudes y preocupaciones del viajero. Unos pasos más allá, cruzarás bajo el arco de San Florián, patrón de la ciudad, al que se le atribuyen poderes mágicos. Dicen que, bajo la influencia de este santo, Cracovia ha sido un lugar idóneo para la magia, combinada con saberes como la alquimia y la astronomía- hablamos de la ciudad donde estudió Copérnico-.

No obstante, el escritor romántico Goethe viajó hasta aquí para conocer la leyenda del brujo Fausto en la que se basó para escribir una de las obras más inmortales de la literatura universal.

A este punto, ya hemos llegado a la calle Florianska, que se considera la calle más bella de la ciudad por sus casas señoriales, cuyas paredes frontales vienen marcadas por símbolos; un ángel, una ardilla, un águila, lagartijas o pequeños dragones, precedentes del gran dragón de Wawel al que hemos venido a buscar y que representa la mitología clave de Cracovia. Dicho monstruo holofago, de voracísimo apetito, requería para su almuerzo tantas cabezas de ganado que tenía al pueblo sumido en la hambruna, hasta que a  los hijos del rey Krak, Lech y Krakus, quien da nombre a la ciudad, se les ocurrió ofrecerle pieles embutidas de alquitrán y azufre que le provocaron tal ardor que, al querer aplacarse los fuegos intestinales bebiendo agua del río Vístula, estalló.

La calle Florianska se abre a una de las plazas mayores más diáfanas y amplias de Europa, en cuyo primer ángulo se nos ofrece el agudo perfil gótico de la Basílica de Santa María, donde el Papa Juan Pablo II, siendo aún un cura jovencito, despertaba los celos del propio párroco por su popularidad entre los feligreses.

Si ha caído la noche y nos ha entrado apetito, podemos cenar en alguna de las terrazas de los restaurantes que hay en la plaza, en torno a la estatua del poeta romántico Adam Mickiewicz, sin miedo al contante de la factura. Una cena para dos, provista de exquisitas especialidades polacas con sus “piwo” correspondientes de medio litro de cerveza, cuesta sólo al cambio quince euros. Recomiendo pedir bigos; se trata de un bollo de pan relleno de col fermentada con trozos de salchicha y otras carnes. La descripción no alienta, pero sí ya la presentación en el plato y lo riquísimos que están. Realmente, una delicia. Hago aquí un inciso sobre la comida polaca. A ver, hay que perder el miedo a pedir cualquier plato por impronunciable que sea su nombre. Escogiendo, al azar, siempre te servirán algo exquisito.

Otro lujo asequible es alquilar un carruaje de caballos y dar una vuelta por el casco viejo. En otros lugares, esta opción es prohibitiva, pero aquí da gusto preguntar el precio.

Pero, si aún es mediodía, lo mejor será acercarse a la plaza del Mercado, hacer una visita a la librería española y darse  luego al piscolabis en el festival de Pierogis. Los pierogis son el alma de la cocina polaca. En sustancia, se trata de unas empanadillas de pasta rellenas de cualquier cosa; espinacas con queso azul, setas, bacon o carne. Se pueden tomar cocidos o a la sartén. Estos son mis favoritos, sobre todo, si van rellenos de frutos del bosque.

Ya, con energías renovadas, da gusto seguir nuestra ruta. Todavía nos queda mucho por descubrir tras la huella del dragón.

2 respuestas a «Cracovia; en busca del dragón»

  1. Preciosa descripcion de una ciudad tan bonita como Cracovia,donde fue obispo Juan Pablo II, con es colina de Wawel y la calle “reaL” desde el Castillo de identico nombre.

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