La última hora de la tarde en Wroclaw (Polonia) hay que reservarla para el crucero por el río Oder. Pues, con la caída del sol, remiten los calores y, liberados ya de las gafas del sol, podemos apreciar a vista plena la gran belleza del atardecer sobre las islas.
Cuando el río ya está incendiado de crepúsculo, después de una hora de navegación, el barco nos devuelve a unos pasos del puente verde (Most Tumski) que lleva a la isla de la Catedral.
Por desgracia, tampoco este puente se ha librado de la profusión de candados que pusieron de moda por todo el mundo, las novelas románticas de Federico Moccia.
Precisamente, en alusión a esta costumbre, la fachada de uno de los edificios que luego encontraremos a orillas del río, está cubierta por un graffiti en el que muestra a la estatua de la Libertad con una túnica hecha de candados y tragándose la llave. Una muestra más del mordaz humor polaco.
La isla de la Catedral, completamente reconstruida después de los bombardeos de los 40, como podemos ver en algunos carteles, presenta una atmósfera de paz y quietud. Su naturaleza es básicamente religiosa a juzgar por las cuatro iglesias que, junto a la catedral de San Juan Bautista, ocupan su pequeña superficie. A esta apaciguada hora de la tarde, le pone música sacra el órgano de la Iglesia de San Bartolomé y movimiento, el abundante trasiego de monjas, principales pobladoras de esta isla. La vocación religiosa prolifera por este país, profundamente católico, como puede observarse por la cantidad de jóvenes bellezas polacas, de piel blanca y ojos azules, que visten hábitos. No obstante, éste es el país natal del Papa santo, Juan Pablo II, cuya presencia se multiplica por doquier en placas conmemorativas.
Un buen broche de oro para terminar el día es cenar, al otro lado del puente, en la floreada terraza del restaurante Tumski, suspendida sobre el río; un lujo impagable, pero de módico precio.
Si el cuerpo pide continuar la noche, queda la posibilidad de hacerlo en los abundantes y animadísimos locales de la zona de la Universidad y Rynek. Otra opción, mi favorita, es acercarse al pub Reduta, un balneario decadente de mediados del siglo XIX, que se encuentra a medio camino entre Rynek y la estación de tren, que es también una auténtica belleza decimonónica de equilibradas líneas clasicistas.
Da gusto, al día siguiente, tomar desde aquí un tren hacia Varsovia. También porque, en este país, los trenes son una gratísima experiencia; cómodos, limpios y rápidos, aunque si tienes verdadera prisa, puedes coger un avión. El trayecto de Wroclaw a Varsovia cuesta 15 euros y el aeropuerto está requetebién; a estrenar, prácticamente.
Frente a la recoleta Wroclaw, la ciudad de los gnomos, contrasta la enormidad de Varsovia; una gran capital como Berlín, Londres, Nueva York o Madrid que maneja grandes distancias.
Para pasar la primera noche, recomiendo alquilar un apartamento en el Stare Miasto (casco viejo de la ciudad). Yo he reservado uno en una pequeña casita frente al castillo, donde por las mañanas sólo te despierta el canto de los pájaros.
Esta costumbre de alquilar apartamentos privados va arraigando en Polonia y es una opción estupenda, ya que permite ver en sustancia cómo viven los polacos. Y bien, como en todos los países de inviernos gélidos, crean interiores acogedores y no descuidan un detalle que haga más confortable su vida doméstica, sin embargo, llama la atención cómo sus menajes de cocina recuerdan aún en formas y colores a los de algún episodio del “Cuéntame”. También que estos apartamentos se encuentren, a veces, en edificios de fachadas, portales y escaleras muy descuidados que te hacen temer, francamente, a qué clase de lugar pueden llevarte, pero, ya digo, el exterior y el interior se contradicen. Hay que perder el miedo.
Después de una buena ducha, ya aliviados de los calores rigurosos, subimos la escalinata que, desde el parque, lleva a la Plac Zamkowy (plaza del Castillo) presidida por la columna que corona la imagen de Segismundo III, el rey alquimista que inspiró a Calderón de la Barca para escribir una de mis lecturas de cabecera ,“La vida es sueño”.
Perdiéndote por cualquier callejuela que se abren al final de esta plaza, llegarás a la plaza del Mercado, la más bella y animada de este conjunto monumental, por sus conciertos al aire libre y sus ya tradicionales edificios multicolores, hermanando estilos; gótico, renacentista y barroco e inconfundible por la Sirena rebelde que, en su centro, le sirve de emblema. Es, según la leyenda, hermana de la sirena de Copenhague, de la que se separó a orillas del mar Báltico para establecerse en un banco de arena del río Vístula. Su carácter transgresor le costó muchas persecuciones, de las que consiguió liberarse con su espada blandida al cielo.
La antigua y accidentada leyenda de la sirena presagiaba lo que sería la posterior historia de Polonia; un país siempre obligado a la lucha en defensa propia que, después de siglos, recupera el orgulloso brillo de esa espada alzada al cielo.