Como Javier Krahe no creía en el más allá, no creo que ahora esté en ninguna parte, por eso voy a hablar mal de él, ya que no me oye. En vida, le dediqué muchos elogios, que era cuando me podía escuchar, así que me figuro que ya es tiempo de sacar a la luz su parte oscura. Y lo haré también desde el respeto, pensando que no me gusta hacer con los demás, lo que nunca me gustaría que me hicieran a mí misma. En nada alimenta a un difunto que lo llamen maestro a buenas horas o “arquitecto de la palabra”. Así ha definido Aute al cantautor y la verdad que el tópico me ha dolido, viniendo del propio Aute. Se ve que no hay manera de que las semblanzas póstumas no caigan en el lugar común ni en la cursilería, vengan de amigos o de enemigos. Los piropos de este calibre suelen llegar, manidos y trasnochados, cuando ya no hacen falta, pero son el único aplauso que se da al artista en este país por unanimidad, pues muerto el artista, muerta la envidia. “Si quieres recibir los mayores elogios, muérete”, escribió Jardiel Poncela.
Por mi parte, prefiero, en cambio, elogiar cuando el elogio beneficia al presente y ventearle los trapos sucios ya ausente, lo cual, sin duda, perjudica menos al interesado. Vale que no voy a poner en duda la calidad intelectual del cantautor más logrado que ha dado este país, pero ya he oído por ahí que era un tipo amable y de buenas maneras y eso me parece excesivo; hasta ahí podríamos llegar.
Vamos a ver, por lo que me tocó, Javier Krahe era un borde de muchísimo cuidado y, en tal medida, que conocerlo en persona fue para mí la puntilla por la que abandoné definitivamente mi tesis sobre cantautores.
Completamente hechizada por el talento satírico que exhibía con prodigiosos versos en las letras de sus canciones, me dispuse a ir a “El secadero” de Alhendín (Granada), donde daba Krahe un concierto para hacerle una entrevista. Sin vehículo ni carné de conducir era complicado llegar a tal lugar, pero entre autobús y taxi, me las arreglé para contarme entre los primeros asistentes. Como acompañante, me llevé a mi hermano Daniel que aún recuerda la infausta experiencia descojonado.
Al llegar al Pub “El secadero”, reconocí emocionada a mi ídolo que se servía su primer gin tonic de la noche al otro lado de la barra y allí me acerqué, venciendo mi timidez habitual, para preguntarle:
-¿Es usted Javier Krahe?
-Eso creo- respondió él con tono cortante un instante antes de darme el primer plantón.
Los nervios de antes de la actuación- pensé yo- esperando otra ocasión más propicia para poder abordarlo y así se me fue la noche, siguiéndolo en sus idas y venidas de la barra al escenario.
-Mire usted, es que yo estoy haciendo una tesis sobre cantautores.
-Menuda pérdida de tiempo- me atajaba él, volviéndose a dar a la fuga.
Determinada como estaba en mi propósito, no me rendí y volvía una y otra vez a la carga.
-Ya está aquí otra vez la de la tesis- exclamaba Krahe cada vez que me venía venir con los ojos vueltos del revés por el efecto de los gin tonic, que ya iban por la media docena.
-He estudiado las letras de los cantautores españoles y creo que usted es el mejor- insistí después del concierto.
-Bueno ¿Y qué?
-Quería conocer cuáles son sus fuentes, en fin, hacerle una entrevista.
-¿Mis fuentes? Jajaja.
Una amiga suya que estaba a su lado, pareció compadecerse de mí y le comentó:
-Mira, Javier, lo mismo puede interesarte lo que te propone esta niña
Finalmente, después de comentarme lo ocupado que andaba en compromisos con gente importante, Javier Krahe me dio un número de teléfono que aún conservo y al que nunca llamé. Con la humillación de aquella noche, ya tenía suficiente.
Empecé a pensar que mi tarea como entrevistadora de cantautores era de alto riesgo; mi próximo objetivo era entrevistar a Joaquín Sabina y decían las malas lenguas que el artista le había estrellado en la cabeza el culo de un vaso de cubata a una admiradora que había ido a pedirle un autógrafo. Me preguntaba por qué los artistas acaban siendo tan crueles con el público que los admira, si es, precisamente, a ese público al que le deben su fama.
Con la ayuda del tiempo, quizás ahora comprendo que la arrogancia es un arma defensiva del autor contra la idolatría. En el fondo, nadie quiere ser un genio, sino sólo un ser humano. Como Krahe.
Entre lo público y lo privado, suele haber disidencias, solsticios de cambio que anuncian lejanías y provocan inflicciones meteorológicas que te pillan o muy vestido o desabrigado, y que hacen que los demás se amilanen frente al estereotipo quebrado, ya sean las víctimas amigos, familiares, enemigos o doctorandos a tesis de cantautores. Dicen que la imagen es la representación del objeto en ausencia de éste. Lo que ocurre es que cuando el objeto o el sujeto se hacen presentes, pueden no coincidir con la imagen, esa imaginería casi de barroco sevillano que recargamos sazonándola con la ilusión de su adviento, próximo o lejano, en tu caso con peripecia de trenes y coches hasta llegar a la estatuaría de marras, Krael. Pero nadie es perfecto, seña Lola, ¿quién no ha tratado mal alguna vez a quien no lo merecía? ¿Y quién no ha tratado bien alguna vez –o muchas veces- a quien era merecedor de desdenes y trasterramientos? La alteridad es injusta muchas veces, y la culpa es del miedo, casi seguro. Miedo a dejar de ser el fausto, el feliz sin mermas, el todopoderoso, el dispuesto a la perfección. Y no me refiero a Krael, sino al género humano en definitiva, y Krael lo era, sin duda, formaba parte de tal género. Debiera usted escribir otro artículo culpando al gin-tonic más que al bebedor. Quién después de muchas copas, no se ha creído que era el Madrid.
Saludos de este analfabeto que solo aspira a comprender(se) un poco. Saludos.
Bueno, lo pesqué en el primer gin tonic, o sea, casi sobrio, pero debió pensar que era gilipollas. No es raro, casi todo el mundo lo piensa, a primera vista, tengo cara de buena persona. Pero, en fin, a los admiradores hay que mimarlos. Si yo me encuentro con uno hasta lo invito!!!
Como diría el otro, en mi muerte no quiero llantos ni penas, ni gente que diga, ¡qué bueno era…! Porque los habrá incluso peores. Krahe fue de su tiempo, transicional; le sacaron a relucir el Cristo frito a los taitantos años de cocinarlo, entonces es que no habría medios o será que el mundo gira y nunca es tarde para poner un huevo de pie. Sin embargo, los demás, los que desde hace mucho nadan en la pomada, han continuado con las poses y el puño levantado, manifestándose contra según qué guerra, diciéndose de izquierdas y arremetiéndose los millones con la derecha… Es hora que se vayan abriendo, a la chita callando si quieren, pero ya está bien de cazurreces, de incitar, de envenenar… y que dejen paso a la cultura, tras el burdo adoctrinamiento de décadas. No era eso y no es por Krahe, que éste, al menos, divertía el cotarro sin tanta gesticulación…
Pero esa anécdota, Lola, me recuerda aquella canción de finales de los setenta, en que alguien se llevó gran desilusión, cuando comprobó que “El vídeo mató la estrella de la radio”. Que descanse en paz y, si no creía, simplemente que descanse, que más o menos..
Javier Krahe no tenía ninguna fe en nada, por eso siempre fue fiel a sus ideas. Se podía decir que no era de trato agradable, pero sí honesto, sincero y crítico y por ello sin afán de lucro. Te dejo, como prueba, esta canción…
En cualquier caso, de Krahe sí podrá decirse siempre que, a más lluvia de millones comunitarios en los ayuntamientos regidos por el PSOE del primer González, hace treinta años, más férreo se hizo el veto al artista, Krahe, y a su libertad de expresión. Sea porque un cuervo negro es pájaro de mal agüero, que siempre evoca desgracias, sea porque nombrar a Manitú en vano es pecar contra la inmensidad de las grandes praderas. Supersticiones ambas siempre achacables (tal que la fe) a la bancada de azul, entonces en la oposición; y que una vez metidos – doblados en la OTAN, hicieron tábula rasa.
Ni razón que llevaba con los huevos y las hostias del corral, tan auténticas. Ahora, más que corral, esto parece un corralón, a veces corraleta, algo derivado, sucedáneo…
Si hay que irse , que sea con humor:
“El día que yo muera, quiero estar vivo
para ver si al entierro, van mis amigos…”
Si serán capaces…!
Pero hay quien prefiere que sea corralón, antes de que se convierta en corralito.
¿Qué canción le dedicaría Krahe a estas nuevas zozobras?
¿Qué tal allá por la costa suiza…?
En Suiza se pesca una barbaridad,
lo saben los catalanes,
que allí fueron sus cuentas a parar
y para gloria de España,
ya han venido aquí algunos a darnos caña,
me cachis en la mar…