Antes de escribir, lo que yo quería era volar. Escribir te da alas, claro, pero, para ser libre, no hay nada mejor que nacer con ellas. Y hacerse de ese atributo, si uno no es un pájaro, es un vano intento en el que fracasó hasta el genio de Leonardo da Vinci, por más ahínco que le puso. Puesto que hacerse pájaro no era una opción factible, pensé en otras posibilidades que se le aproximasen. Por ejemplo, paracaidista o saltador de trampolín. En Madrid, decían que había un trampolín tan alto que, en la larga caída, podías tener la sensación de que volabas, pero yo no me conformaba con estar unos instantes suspendida en el aire, quería surcar los cielos a jornada completa. Para ello, se me ocurrió que lo mejor sería hacerse azafata de vuelo. Las azafatas siempre viven en las nubes. La primera vez que tome un avión fue a los trece años. El motivo de aquel viaje era ir a recoger un premio literario, pero, de aquella experiencia, nada me maravilló más que aquella sensación de volar. Volar, por fin, a un montón de kilómetros de altura. Y lamenté haber renunciado a mi primera vocación de azafata de vuelo ¿podía haber algo mejor que trabajar en un avión, que pasarse la vida viajando por los aires de un extremo al otro del planeta? Eso sí que era tocar el cielo con las manos.
Desde entonces a ahora, he tomado muchísimos aviones por el deseo de conocer nuevos destinos, pero también por sentir de nuevo esa sensación de volar, de la que ya no puedo desistir. Tengo una apetencia enfermiza por las alturas y, en cuanto el avión aterriza, pienso cuál será mi próximo viaje. Que es peligroso, ya lo dicen, de vez en cuando, las noticias, pero qué es vivir si no enfrentarse a los miles de peligros que nos acechan. La cobardía sólo envejece.
Sin embargo, caigo en la cuenta de que trabajar en un avión no es tan idílico como lo había imaginado. Las profesiones del aire están sujetas también a unas condiciones laborales que, en el siglo XXI, pintan bastos para todos los trabajadores. Marx ya ha pasado a la historia y el capitalismo impone de nuevo su ley; rendimiento, rendimiento y rendimiento. Rendimiento tiene la misma raíz que rendirse. Rendirse, o sea, a la cantidad de horas que la empresa decida y en la composición de jornadas que a ella le convenga. Quien paga, manda. El trabajo ya no es un derecho, sino un privilegio, pero, según ciertas pautas, este privilegio es sólo el de la esclavitud.
Sospechamos que Lubitz, el copiloto de Germanwings, que estrelló su avión en los Alpes franceses, no trabajaba en las mejores condiciones laborales. Todavía no se han esclarecido las causas de su depresión, pero sí sabemos que una baja por depresión, en una empresa privada, puede significar irse al paro. Hoy día, las enfermedades están muy mal vistas.
Suponemos también que Lubitz, antes de cometer aquella barbaridad que se llevó la vida de 150 personas por delante, pensó en soluciones menos violentas y no las halló. En estos casos, lo normal es que Lubitz se hubiese suicidado sin hacer ruido y que el caso no transcendiese.
El silenciamiento de suicidios, entre los trabajadores, se ha convertido en estos últimos años en una tradición. No sólo el de los trabajadores, también el de los parados. Desesperarse, en los tiempos que corren, es un síntoma de debilidad y, como decía Nietzsche por su boca y Hitler por la boca de Nietzsche, la sociedad del progreso se construye con la eliminación de los débiles y la preponderancia de los fuertes.
-Claro que sí, Führer, el imperio romano nunca hubiese llegado a ser lo que fue, si no es porque lo sostiene el trabajo de millones de esclavos.
Eran otros tiempos, desde luego, los esclavos, abundantes como conejos, morían sobre los treinta años a lomo partido, pero siempre quedaban más. Suerte que los cónsules y los pretores engordaban en sus triclinios hasta los setenta años para seguir manejando el cotarro.
Lubitz podía haber pedido una reforma laboral por las buenas, pero la pregunta es ¿es eso de verdad posible?
Duele pensar que hagan falta 150 víctimas para que, en el futuro, una empresa tome más en serio a sus trabajadores. La idea quizás la tomó el suicida de la producción argentina “Relatos salvajes” o quizás no. Pero, en cualquier caso, le dio resultado.
Lufthansa pagará 279 millones de euros a las familias de las víctimas del accidente aéreo. Por fuerza, en adelante, deberá interesarse más por la salud de sus trabajadores. Lo barato sale caro.
Una fórmula para evitar catástrofes parecidas es la que propone un eslogan malvado, teñido de humor negro, que circula por ahí, que dice: ¡”Elija siempre personal español; un español con baja laboral jamás iría a trabajar!”. Desde luego que lo pulimos. En realidad, lo rigurosamente cierto es que, desde hace ya mucho tiempo, no hace falta la baja laboral para no acudir al trabajo. Los esclavos de hoy, de mayoría joven, alternan largos periodos de inactividad con otros, mucho más cortos, de “productividad”, viendo compensados sus abundantes y ociosos días con espectáculos deportivos y otras evasiones fantásticas, que dan ese momento de felicidad…
En otro orden, no se puede tomar una ínfima parte del pensamiento de Nietzsche por el todo; los nazis hicieron una interpretación muy pobre e interesada, para afirmarse en la superioridad de los arios. Pero Nietzsche arremetió, sobre todo, contra el estado. Donde acababa éste, decía, comenzaba la libertad del hombre que no es superfluo (quien menos posee, tanto menos es poseído). ¿Qué es el estado hoy? ¿Difiere tanto de aquél, tan denostado por Nietzsche, ese locuno, o tal vez sean/ son aún más sólidas, si cabe, sus cadenas, mientras agonizan, como Jesús, marxismo y cristianismo?
Saludos para ti y para tod@s
El tema es ¿Por qué iba este hombre a trabajar con baja y todo? No sabemos a qué presiones estaba sometido para hacerlo y qué perjuicios podían conllevarle aceptar esa baja. Lo que sí sabemos es que las depresiones se agravan si no son tratadas debidamente. Hay quien, en este estado, por presiones, se ha visto obligado a reincorporarse y, tras un tiempo, se ha quitado la vida, pero no se han llevado a nadie más por delante. El resultado es que estos casos no han sido noticia, pero haberlos, haylos, también en este país. Lo dramático es que tenga que pasar una catástrofe semejante para plantearse este tema.
No es un secreto que, en el ámbito laboral, se están perdiendo derechos a puñados, entre otras cosas, porque el trabajo que algunos no aceptan por abusivo, lo cogen otros por pura desesperación. Hay patriotas que prefieren pagar en negro a inmigrantes sin papeles, no precisamente por caridad, sino porque van a currar las horas que no tiene el día a cambio de una cantidad simbólica.
La holganza nacional ya es un coto de muy poquitos que han globalizado la esclavitud. Si no vuelve Marx, al menos que regrese Espartaco. Ésa antes, por estos días, la echaban en la tele ¿no?
¡Pero si el pagar una cantidad simbólica a los inmigrantes o trabajar solamente por la comida viene sucediendo desde los ochenta y nadie se rasgó nunca las vestiduras…! A buenas horas, pues, nos acordamos. Aunque nunca es tarde para clamar al cielo, que siempre estará ahí. Hasta Julio Anguita parece sincerarse estos días y prefiere un gobierno de extrema derecha, que no sea ladrón, a lo que hay actualmente. ¿Contradictio in adjecto? Puede que sí, pero el hombre estará hasta el gorro de todo lo vivido y escuchado. Efectivamente, volvieron a reponer Espartaco y sus esclavos. ¿Es extrapolable aquel imperio opresor a la realidad actual? Suponiendo que así fuere, ¿cómo lo desmontamos, a hostias? Claro que no, volveríamos a la ley del más fuerte. Luego la respuesta, como siempre, está en la Educación. Es lo que se suele decir, llanamente y por costumbre, a sabiendas de todas las dificultades y palos en las ruedas que debe soportar. Mas, salvo ella, la Educación, ¿qué otra causa puede tener valor hoy, si, más que nunca, se trata, precisamente, de enseñar y transmitir valores o apaga y vámonos? No existen árboles sin raíz.
Saludos y avanti, Lola
La educación, ay, la educación ¿pero quién ha paralizado las ganas de estudiar? ¿de saber? La premisa es que hay gente con master trabajando en el Mercadona. Este tipo de premisas son una masacre ¿quiénes serán los guapos que difunden tales mensajes para desmotivar a los educandos?
La rama de la alimentación es un valor seguro y al alza. Podemos privarnos de otras cosas, pero del comer…La atención a los mayores, también. Un cursillo de seis meses, un diploma, tu bata blanca y hala, a currar. Aunque no puedas lucir máster, con el tiempo vas cogiendo experiencia y práctica, que para el caso es lo mismo. ¿Condiciones laborales? Bueno, si rondas los mil pavillos y un día libre por semana vas que chutas, pero viviendo al día, que mañana te puedes morir…Tampoco es de ahora. A finales de los noventa, un mocosote de diecinueve años se machacaba hasta cuatrocientas mil semanales con solo una mini –retro (W Disney con solo un lápiz y una pluma) Que salía guarnío de tantas horas, vale. Pero con Mercedes negro, billetera y juventud, quién está cansado…Y sobre todo, quién tiene ganas de cole, anda, anda…
Inevitablemente, el “efecto escaparate” cumplía su función también en España y en los albores del siglo XXI. Lo que varios años atrás – años sesenta/setenta – se creía cosa de subsaharianos y otros elementos (tan exóticos entonces!) atraídos por el tren de vida occidental, que veían arrebujados en torno a un televisor de marca indefinida, llegaba, (sería lo bajini, porque nadie hizo el menor caso) también a nosotros, suficiente e insolentemente, como si de un enemigo interior se tratara…
Eso mismo digo yo, ¿quién sería/será el de los mensajitos…?
Buenos días,
Alegría leerles, Lola, Winspector.
De otra, no creo la versión de los hechos. Me parece contado a medida. Un indicio evidente en lo que digo, un chico de 28 años que habitualmente hace deporte no se suicida. Miren estadísticas. Lo demás, ajustado al que necesita oir, tratandolo de forma demasiado exquisita. ¿Quién ha constatado toda la información que han emitido?. ¿Necesidad de secreto de seguridad en Francia, o en el mundo?. Solo es opinión. Entonces, ¿atentado?, ¿derribo desde fuera?, ¿fallo mecánico?….