El cuerpo humano, como dijo Leonardo da Vinci, sería perfecto si pudiese volar. Me pido ser un pájaro en mi próxima reencarnación para que las alas me permitan viajar de un lado al otro del mundo sin tener que soportar el fastidio de las maletas, las esperas y las largas colas en los aeropuertos y esa vejación a la condición humana que son los controles de seguridad. A este punto, sin discriminación de sexo, raza o edad, no hay viajero que pueda soslayar el strip tease que, con la torpeza de las prisas, nos embarulla toda habilidad al desprendernos de las botas ante un guardia jurado, que parece regodearse de nuestra confusa indefensión en calcetines sobre el pavimento y no contento con ello, va pidiendo más prendas.
-Ahora quítese la bufanda.
-¿Y el pañuelo de cuello?
-Sí, sí, también- exige como con urgencia morbosa.
Y con ciega obediencia de víctima de Holocausto, uno se va despojando de cuanto le sea requerido sin plantear réplica alguna, cual si fuese un humillado efebo ante los apetitos sádicos de los generales nazis en Saló. Dispuestos por un pavor abstracto a volver a recoger las prendas en posición cuadrúpeda, si así lo exigiesen las cada vez más caprichosas ordenanzas. Ante un control de seguridad, perdemos la dignidad de individuo y nos alienamos en una sumisión de masa pecorina. Este trámite es el primer inconveniente de un viaje a Italia, si bien puede serlo de un viaje a cualquier parte. Así pues, pasaremos a enumerar los específicos al tomar tierra en la bota. Allí nos enfrentaremos con una condición que afecta a cierto porcentaje de italianos; la chulería. Ésta acentuada si el susodicho italiano ostenta algún carguillo o es encargado de lo que sea. Si tienes la mala fortuna de tropezar con uno de estos tipos cuando vas a pedir una información, verás que se encoge de hombros y te remite al cartel donde está escrita. Italia vive, en gran parte, del turismo, pero no es servil con él y, en ocasiones, lo trata con orgullosa suficiencia e incluso con abierta hostilidad, como si viese en esas hordas de viajeros una suerte de invasores bárbaros. He visto a Pierino, un niño romano hasta la médula, arrojar un palo a un grupo de turistas con una agresividad muy ancestral.
Por lo demás, si quieres que tu viaje por Italia fluya sin disgustos, tendrás que adecuarte a sus normas que incluyen también la falta de normas. Si conduces un coche, transigirás con que un peatón se te cruce por donde le dé la gana y si eres peatón, que un coche no tiene por qué respetar los semáforos ni detenerse en un paso de cebra.
Acostúmbrate a que las estrellas de los hoteles son meramente orientativas o decorativas y que puedes pagar un dineral por una habitación de mala muerte en lo que tú creías que era un lugar de glamour, pero estás en Roma, qué más quieres.
Aprende a discutir en italiano y a hacerlo deprisa. Es la única manera de librarte de un sablazo imprevisto o de una multa incoherente que tendrás que asumir si no esgrimes sus mismas afiladísimas armas dialécticas.
Prepárate también al menú repetitivo de pizza y pasta. Hay otras especialidades en la cocina italiana, pero te van a resultar, literalmente, impagables. A no ser que dispongas de una fortuna, no comerás carne en condiciones. Si te ofrecen unos saltimbocca por menos de 14 euros, has de saber que los susodichos filetes, haciendo honor a su nombre, te van a saltar en la boca por lo duros. Por otra parte, nada que objetar a comer pizza y pasta cada día, que aquí, casi siempre, las sirven deliciosas. Si además las quieres a precio irrisorio en un local encantador, puedes ir en Roma al Ristorante Da Ottavio en el Corso del Rinascimento a espaldas de piazza Navona. Lo regenta una familia amalfitana y te invitan, de postre, a un exquisito licor casero de naranjas.
En este artículo, he hablado de los inconvenientes de viajar a Italia, porque de las ventajas ya he hablado en otros muchos. Y seguiré hablando, porque ningún inconveniente nos podrá eximir de volver una y otra vez; de repetir la experiencia única de descubrir siempre como por primera vez, al final de la via Cavour, el Coliseo, los foros y la escalinata del Capitolio y, más allá, el último sol de la tarde que hace de oro la isla tiberina; de subir a Villa Medici por la plaza de España y disfrutar de la vista de Roma en una mañana esplendida o del milagro de la ciudad de Florencia, asomada a los ventanales de la Galería de los Oficios.
El primer domingo de cada mes, además, el síndrome de Stendhal sale gratis porque la entrada es libre en todos los museos del país. Sumo este motivo para regresar junto a las visitas a las librerías Feltrinelli, donde se encuentran auténticas maravillas en ediciones de bolsillo.
Ciertamente, en un viaje a Italia, hay algunos inconvenientes, pero no hay nada menos conveniente que dejar de visitarla.
¿Quiere vd ser pájaro, como Sissí golondrina, vuelo gratis y alas de prestado…? Non è che sia cattiva idea, però…la tranquilidad del viaje depende casi siempre de esos controles, que son tributos añadidos en forma de tiempo, otro bien escaso, que se pierde. Desde principios del milenio, por razones muy obvias, es algo que viene siendo habitual en todo Occidente y lleva trazas de continuar pour très, très longtemps…
Al final te lo has pasado bien, que es lo importante, saboreado la pastasciutta en todo su esplendor, repasados arte e historia, visto el tráfico, un tanto anárquico, como entre Málaga y Ceuta…¡Si hasta te has topado con Pierino! Éste es el Jaimito español, del que recuerdo sus viejos y verdes chistes. A ver si me sale:
La maestra dice ai suoi alunni: “qual’è la cosa che vi piace di più?” e Pierino: “io io!!” la maestra allora stanca gli dice: “allora secondo te qual’è la cosa più bella Pierino?” e lui: “la fica” allora la maestra dice a Pierino che vuole convocare i genitori.
Pierino torna a casa e dice al padre: “papà la maestra ha detto che devi andare domani a scuola.” Il giorno dopo il padre va a scuola e la maestra gli dice: “io ho chiesto qual’è la cosa che piace di più e suo figlio mi ha detto la fica” allora il padre si gira dando una gomitata a Pierino e gli dice: “perchè le tette e il culo non te piacciono?”
No sé si estará en su punto de corrección política, pero es que antes tampoco había controles…
Tanti saluti e benvenuta
Los controles son necesarios, caro amico, questa è proprio la verita sopratutto dopo tutto quello masacro che abbiamo visto accadere a Parigi, ma non capisco come mai cè piu importante chiedere di tolgersi la sciarpa e non controllare invece la valigia di mano!!! I controlli di sicurezza sono tanto bizzarri da non capire come sono fatti!!
A Pierino piaceva la fica? E la cosa più solita tra i romani, mi fa ridere perche sto scrivendo un racconto su questo argomento del piacere dei romani per la fica. Un racconto storico che spiega come límpero romano è venuto rovinato dalle fiche. Spero che ti faccia sorridere quando venga pubblicato…Io lo so che condividiamo il senso del umore e che sappiamo indovinare che gli scherzi sono il sale della vita, non come quelli altri….
Veramente le barzellette sono il sale della vita, come il sudore dei contadini una volta fu il sale della terra, ma… cosa possiamo riuscire a fare di più e da noi, mediterranei, senza il sale? Più o meno è quello che si domandava Massimo Stella sulla Spagna, “cosa sarebbe di questo paese mio senza il sole?” Perchè non basta di avere, semplicemente, una profusione d’immagini di cartapesta in chiesa e lasciarsi andare; e nello steso tempo vedere che, ora come allora, assistiamo a l’impiantazione del vuoto sulle parole pace e democrazia…
Perder el sentido del humor es como no creer más en la magnificencia del hombre, negar su capacidad para hacer del mundo algo que, al cabo, merezca ser disfrutado y por tanto, vivido. Hay quien lo intenta, incluso perseguido y abatido, en el fragor de la vieja guerra, como ese personaje de J Cocteau, “Thomas l’imposteur”, que, acosado y herido, decía para sí: “ahora debo hacerme el muerto para que el enemigo no se dé cuenta…” Dicho esto, acabó de morir.
Como se suele decir, si tiene que llegar, que nos coja bailando.
El humor, Winspector, como bien dices, hay que mantenerlo hasta la muerte. Se cuenta que el emperador Vespasiano en trance de fallecer, exclamó: “Ay, creo que me estoy convirtiendo en un Dios”, aunque según Indro Montanelli, lo que dijo fue: “Creo que me estoy convirtiendo en un mes”. Un chiste, en cualquier caso que hacía burla de las grandezas y quitaba solemnidad al asunto.
Qué sería de nosotros sin el humor que nos hace más leves las duras realidades. Síntoma de inteligencia es comprender que la risa alarga la vida. Ay de quienes nos condenan por reír como aquel monje psicópata y cerril que escribió Umberto Eco. De uno u otro modo, esos siempre nos asesinan…