Las epidemias, que tienen tintes de fatalidad bíblica, parecen responder, en cada época, al pecado capital que en ese momento prolifere. Así en los años 80, los puritanos fanáticos diagnosticaron el Sida como una maldición justiciera que venía a castigar la lujuria imperante, ensañándose, en especial, con el colectivo de los homosexuales.
Visto así, el Ébola vendría a castigar la codicia, que es el mal que se enseñorea del siglo XXI, provocando un reparto homicida de la riqueza en el mundo, que se concentra en manos de unos pocos para dejar a una gran mayoría en la miseria.
Como, desde la tradición medieval, la única democracia posible que atañe al género humano es la muerte, el virus africano ha viajado del tercer al primer mundo para imponer la igualdad y, por el momento, se ha quedado en la puerta. La puerta se entiende que es nuestro país, siempre a caballo entre esto y lo otro.
La propagación de la pandemia preocupa a los propios españoles, que, con la gravedad del caso, se han olvidado hasta de la amenaza del independentismo catalán, y al resto de Europa que ya teme que la plaga llegue a cruzar sus fronteras.
Las 3.338 muertes por Ébola que ya se contaban por África no han dado tanto que hablar como las dos que se han producido en España. De hecho, podrían haber pasado inadvertidas, acostumbrados como estamos a oír con una indiferencia pasmosa las cifras masivas de defunciones en un continente, por tradición, asolado por el hambre, las guerrillas y los virus. Los infortunios en territorio africano de tan crónicos, se nos han vuelto invisibles y sólo nos afectan cuando nos salpican. Digamos que cuando hay que ponerle cuchillas a la valla de Melilla para impedir que la salten un montón de criaturas desesperadas para buscarse la vida.
Al primer mundo le interesan los recursos naturales de algunos de los países africanos, pero no su población con esa manía que tiene de no resignarse a morir de hambre. Y al objeto de librarse de personas tan molestas inventan hábiles estrategias como venderles armas para que se maten entre sí o, en lo más extremo, inventar virus mortíferos de laboratorio para exterminar a la población. Ésta es una hipótesis arriesgada, aunque no tan descartable si se considera que también el virus del Sida tuvo su origen en África.
El problema de los virus es que no necesitan de papeles para viajar y cuando invaden los territorios, no es posible repatriarlos. Si el Ébola se hubiese quedado en África sumando miles de muertos, ahora seguiríamos hablando de Mas como si tal cosa, pero ha llegado aquí para sentirse como en casa con la ventaja añadida de cruzarse con la ineficacia de una ministra de Sanidad, llamada “Mato”. Apellido que ya suena a invitación.
Y las redes sociales que hasta ayer se les importaba un pijo los 3.338 muertos en África, se movilizan por la infección de la enfermera y el sacrificio del perro de su pareja. La importancia del perro frente a los miles de africanos se demuestra en que de éste conocemos el nombre, “Excalibur”, mientras que los otros caen en el más homogéneo anonimato. Dígase en defensa de “Excalibur”, ya más célebre que el propio Rin Tin Tin, que el pobre era un simple chivo expiatorio y ni siquiera se sabe si estaba infectado por el virus. El caso es que el pueblo estaba pidiendo que rodase alguna cabeza y la ministra ha decidido que sea la del perro antes que la suya.
Los apocalípticos siguen con la tarandilla de que la epidemia bíblica y justiciera arramblará con los banqueros mafiosos, con los despilfarradores del dinero público y hasta con los usuarios de la tarjeta Bankia. Exageran gratuitamente porque, como mucho, el Ébola mal resuelto lo único con lo que podría arramblar es con el voto al PP. Eso no significa el exterminio de los ricos, porque los ricos siempre tendrán poderosos que los protejan. A no ser que gane las elecciones Pablo Iglesias y lleve a todo el mundo a la pobreza como amenazan algunos.
A veces me pregunto si Pablo Iglesias no será otro invento de laboratorio como se dice que lo es el Ébola. Un androide antisistema, creado por el propio sistema, para fingir la oposición como cuando la Coca-Cola se inventaba un refresco para apropiarse de su propia competencia.
Desengañémonos, si alguien tiene que morir por el Ébola no serán los ricos que siempre tendrán pasta para pagarse el tratamiento médico que haga falta, sino el resto de los pobres pringados que han de padecer las deficiencias de la sanidad pública. Mato me mata
Pues la Casa Blanca, ante el contagio de “su enfermera” en territorio estadounidense – para no iniciados, Texas, lo es – achaca todas las culpas a un fallo en el protocolo, que la profesional debió romper en algún momento. Pongamos que en esto de señalar a la persona con menos recursos y defensas, así como echando balones fuera, el gobierno de EE.UU se iguala al de España. Item más, desvía casi toda la atención de los medios hacia el mismo lugar, mientras se adoptan medidas adicionales inmediatas y demás procedimientos…bien, ¿existe, entonces, alguna diferencia con USA? Aparentemente, no, si no fuera por ese único recurso, llámese excurso – que luce la clase política española, marcando bien su linde aun en estas circunstancias – tan reiterado y mendaz, como es el echar mano, antes que nada, al garrote goyesco y a darse la secular tunda en cuanto “el otro” observa el menor atisbo de fracaso en la gestión de gobierno del país de ambos.
Pero seamos positivos, que se dice en los manuales de personalidad. Al menos, en tendencia guerracivilista, no hay quien nos supere en el ancho mundo; y siempre se dijo que preferible ser los primeros en algo que los últimos en todo. Bendito/maldito refranero, que a éste no hay quien lo tumbe, por más siglos que tenga.
Hoy, en vez de saludo, habrá que decir ¡salud!…y ahí lo dejamos.
El reparto de culpas ha sido muy patético, porque hay quien ha culpado a los misioneros infectados por no morir “donde debían” y a los propios africanos “que siempre nos salpican con sus miserias”. Necesitamos salud, también mental…