El otro día me crucé con un pobre como los de antes. Vestido con pardos andrajos y con un rostro de un moreno muy cetrino, marcado por los surcos de profundas arrugas y alguna cicatriz, producto de una posible riña callejera. Murmuraba la limosna con su boca desdentada, mientras mostraba como argumento la pierna tullida que le hacía apoyarse en un bastón. Parecía una pintura tenebrista de algún maestro del Barroco. Si lo hubiese visto Caravaggio, que tomaba de modelos a los mendigos para su arte sacro, lo habría convertido en un San Jerónimo.
Aunque no hace falta retrotraerse tanto en el tiempo para encontrar una estampa semejante. Los pobres de mi infancia del todavía no remoto siglo XX, vestían aún con harapos y recitaban letanías piadosas como el ciego del Lazarillo de Tormes. Y algunos también como aquel ciego cubrían de maldiciones a aquellos viandantes que no les daban nada o les daban muy poco.
Mi peseta de los domingos iba muchas veces a parar a las manos de un pobre con sede fija en la acera de mi calle. Cuando la recibía, se ponía a besarla con un gran aparato de gesticulación entre melodramática y manierista, que a mí me dejaba bastante cortada.
Porque, subjetivamente, una peseta ya entonces era una miseria y no me parecía que mereciese tanto aspaviento. Si bien comentaban las malas lenguas que aquel pobre, peseta a peseta, se labró una pequeña fortuna, que le permitió retirarse de la calle y, confundiéndose en la masa, ya sin su disfraz de pedigüeño, disfrutar de la jubilación como cualquier hijo de vecino. Y yo que me alegro, porque currárselo, se lo curraba.
Si no ha desaparecido el oficio de menesteroso, como sería deseable en una sociedad de progreso, al menos sí se ha dignificado en las formas. Los pobres ya no van vestidos de pobre, porque ahora, entre otras cosas, pobre puede ser cualquiera.
Yo he tenido un pobre de plantilla, digamos un pobre profesional y confeso, durante muchos años. Su lugar de ejercicio es la puerta de un supermercado donde pide limosna sin menoscabo de la higiene personal y un atuendo correcto. Especialmente, los domingos, cuando fuera de servicio, se pasea bien maqueado como un brazo de mar con un perro tan cepillado y lustroso que merecería ganar un premio en una exposición canina.
Mi pobre ha sido todo un pionero en la dignificación de la mendicidad. Si tuviesen un sindicato, él tendría que ser su secretario. Tiene sus horarios y, a las dos, se retira a comer para volver a las cinco, después de la siesta. Si te lo cruzas, fuera de horario, sustituye el “dame algo” por el “m´alegro verte”.
Como he cambiado de supermercado, también he cambiado de pobre. Ahora mi pobre es un rumano muy amable y, en principio, más constante. Hasta que, visto lo visto, abandonó la jornada continua. O sea, si pasas a las dos y cuarto, ya no está porque se ha ido a almorzar. Así que procuro darle la limosna reglamentaria a la hora del desayuno.
La limosna; tema a debate, hay quien dice que no es verdadera caridad y sólo sirve para lavar conciencias. Como tampoco lo es, asignar un porcentaje de tu salario a colaborar con sociedades benéficas. Será que no, pero una siempre piensa que tiene más chiste dar algo que no dar nada. Otros argumentos para la omisión son que es tarea del estado financiar estas causas con nuestros impuestos y que algunas sociedades benéficas terminan siendo fraudulentas. Será, pero ¿y si la cosa funciona y puedes contribuir a hacer más vivible la vida de algunas personas?
Me tendrán por sentimental y gazmoña si no me puedo reprimir de arrojar monedas al violinista que llena de paz la tarde o la mañana con alguna pieza de Bach. Si esta pieza es el aria de la suite en re y está lograda, no dejo menos de euro.
Soy consciente de que por arrojar estas migajas no se va a lograr erradicar la pobreza en el mundo y que la caridad es algo mucho más complejo. Tiene que ver con esas actitudes heroicas que hacen verdaderamente grandes a algunas personas y nos hacen al resto sentirnos muy pequeños. Con la generosidad sin límites que supone entregar la vida a los demás por mera inclinación del ánimo. Me refiero a los que se atreven a convivir con la pobreza, a pie de obra, sin temor al contagio como los misioneros que, en acto de servicio, han contraído el virus mortal del Ébola y, en general, a todas esas personas que, religiosas o seglares, actúan de modo voluntario en beneficio de los desfavorecidos; al Padre Patera, a los Médicos sin Fronteras, a los Ángeles de la Noche; a los que sufren con los que sufren y se mojan.
Puesto que no persiguen la fama ni el éxito social, podrán pasar sus vidas con más pena que gloria en el anonimato, pero ellos más que nadie merecen grabar sus nombres con letras de oro en la memoria más privilegiada de la historia, porque son los que, realmente, dignifican al género humano.
Vivo en un pueblo del interior del interior del sur del mundo, así nos gusta presentarnos a los marullenses, naturales de Marull, pueblo fundado hace 100 años por catalanes, los hermanos Mariano y Juan Marull. Aquí se vive como en otro mundo, todos nos saludamos en la calle, en el mercado, en los actos. Todos sabemos quién es quién, quién tiene más o menos dinero, quién necesita de verdad una mano y quién llora con ojos de cocodrilo. Y somos todos amigos de todos y en ocasiones nos peleamos; pero cuando uno está en la mala todos nos solidarizamos con él.
Están los vendedores ambulantes que pasan ofreciendo pastelitos, empanadas, locro, pan casero…no mendigan, venden algo, brindan un servicio, un trabajo a cambio de un dinero.
Pero hay una figura que leyendo este artículo he traído a la memoria: “el croto”.
Cuando yo era niña recuerdo que de tanto en tanto aparecía en el pueblo un “croto”, entonces las madres nos penaban el salir a la vereda, porque el croto era algo como el “viejo de la bolsa” pero real (no confundir hombre de la bolsa con el corredor de bolsa). Las cosas más terribles se decían de él, hasta me los he imaginado caníbales; pero eran sólo mendigos. Iban mal vestidos y abrigados, llevaban una bolsa al hombro atada a un palo, un arsenalde tarros y pedían comida. Hoy no se ven más, mis hijos no los conocieron; supongo que migraron a los centros más poblados.
Ahora bien, hay ciudades donde los mendigos forman parte del paisaje, ejemplo, Córdoba Capital (Córdoba de la Nueva Andalucía, Argentina). Allí tengo y tuve hijos instalados asistiendo a la Universidad desde el año 2000, y son muy pocas las veces que los visito, prefiero que vengan ellos los fines de semana; una de las cosas que menos me gusta del urbanismo capitalino, además de las miasmas y la falta de seguridad (eso de andar apretando la cartera y metiendo la poca plata que te llevás corpiño adentro), es la presencia permanente de mendigos, que se han habituado a pedir limosna. A cada paso que das te tropezás con uno: en la parada del colectivo, en la plaza, en el portal de la iglesia, en el área peatonal…y cuando al fin estás en la terminal con tu pasaje en la mano lista para subir al colectivo de regreso, pasan esos niñitos pidiendo otra limosna, mientras los padres los vigilan de cerca. Es agobiante a veces. Si tenés que dar limosna a todos te quedás sin tu salario, menguado ya por los aportes que según los gobiernos de turno sirven para mantener a los que menos tienen. ¿?.
Entonces, mientras uno da unos pesitos (si le ha quedado algo) a aquellos que le parecen de verdad necesitados, piensa: ¿Qué hacen amontonándose aquí, acopiando mugre, pidiendo limosna? ¿No sería más saludable pedir trabajo? ,¿hacer una huerta?
Aquí todos piden pescado, nadie quiere aprender a pescar. Se ha perdido la dignidad.
Precisamente, este verano he leído “Martín Fierro” con esa sabia combinación de verso y humor dentro de lo trágico que es estilo propio argentino ¿Qué sería de la literatura sin Argentina? digo yo…
Aquí, por otra parte, se diría que los marullenses, viniendo de catalanes, darían pocas limosnas. Veo que no es tu caso, pero el caso es saber cuando la limosna va a la boca hambrienta del niño o a la botella de vino del padre que lo explota…Nuestra voluntad sería que el progreso impidiese recrear estos frescos tan impropios del siglo XXI, pero la verdad es que, con esta confabulación entre bancos y poderosos corruptos, los pobres de nuevo cuño se multiplican y ves personas sin trabajo y desahuciadas
que se arrojan a la calle por pura desesperación y hambre, mientras los ricos se hacen cada vez más ricos, porque hace tiempo vivimos bajo la dictadura del capital y nosotros, pobres de nosotros, poco podemos combatir la situación con nuestras limosnas. Somos David contra Goliat y nos comen con papas ¿será posible que esto se llame democracia? ¿Dónde fue a parar el poder del pueblo?
Un malagueño de pura cepa, nacido y criado cerquita del arroyo Toquero, emigrado con casi toda su familia a Argentina – La Plata, a mediados de los cincuenta y ya jubilado desde hace algunos años, cada vez que viene a pasar unos días a Málaga y escucha hablar o comentar algo sobre la cantidad de indigentes y pobreza que tenemos, me suele decir: “primo, es que acá nos quejamos de llenos…” Entonces me explica y da detalles sobre la vida cotidiana, allá en los cinturones de Buenos Aires o La Plata, el aumento de las “villas” (villa miseria) y toda suerte de asentamientos informales, donde los pobres se mantienen a buen nivel, en cuanto a número, rondando los cien mil solamente en Buenos Aires, sin contar la cantidad de inmigrantes provenientes, sobre todo, de Bolivia (los “bolitas”) que son acusados de competencia desleal en el trabajo y culpables de la constante bajada de los salarios, al tiempo que los pobres naturales del país, los argentinos, que son mayoría en las “villas”, los señalan sus compatriotas por recibir pequeñas ayudas y otros beneficios, a cambio de mantener con sus votos a un gobierno corrupto… Todo un panorama que se asemeja bastante al de Andalucía.
Si algún día la clase obrera llegara a pelearse entre sí, por acceder a las migajas, sería el acabose en el Mediterráneo y en Sudamérica, lugares donde siempre prevaleció el sentimiento cristiano, basado en el amor al prójimo y las obras de misericordia, siendo sus gentes adalides en el buen reparto de la pobreza cuando el viento, con demasiada frecuencia, sopla a la contra. El individualismo del autosuficiente del sistema capitalista está muy bien, en tanto acompañan la salud y la bolsa al individuo. En Suiza, sin ir más lejos, desde el año pasado está prohibido pedir limosna en edificios públicos, iglesias, calles, parques….y los pobres, de inmensa mayoría foránea, al no existir ningún tipo de ayuda pública, mal que bien, son atendidos por iniciativas privadas e incluso personales, a los que mueve el corazón. Obviamente, el gobierno suizo, en cuanto puede, se quita los pobres de encima para que no entretengan al personal, que debe dedicarse a lo suyo, a producir. Decididamente, hoy no asomaría por allí ni arrecogío. Qué vida.
Buenas noches.
Conozco esas villas miseria y el color del voto de algunos de sus pobres ocupantes. Están comprados por un gobierno populista que les da unos pesitos y se mantiene a lo grande.
La muchedumbre no deja de ser pobre y encima por la subvención, obediente.
Pero para crear riqueza -riqueza no sólo del gobierno, se entiende- hay que crear trabajo. Eso, además, es devolver la dignidad a las gentes.
Bueno, aquí no sé si estamos peor, porque ni se crea trabajo ni hay ya subvenciones.
Y me da que pensar que nos mandan el ébola para eliminar, sin más, la incómoda situación que crea el aumento de la población sin recursos; desesperada. Eso los que no se han suicidado ya al ver las noticias de los informativos…Éste parece el último achuchoncito al vacío.
De alguna manera se han ido disimulando los efectos del Ébola durante los últimos años, pues siempre se transmitió la impresión de lejanía de esa zona africana, no lo que se estaba fraguando allí, algo que yo siempre asocié con algún volcán mitológico, como el Etna, la fragua de Vulcano en su interior y las fuertes e inesperadas sacudidas, producidas por Tifón, enterrado allí. O con el Stromboli, que finalmente erupciona, imitando la desesperación de Ingrid Bergman…Ya con algo menos de sentimiento romántico, Ébola también hace evocar a Jordi Évole.
Viendo las noticias de los informativos, lo raro es que los suicidios no sean masivos. Es para pensárselo. Observar, a modo de ejemplo, a unos animalistas tratando de impedir que Excalibur – la espada mágica de Arturo que quiso ser perro – fuese recogido por los servicios veterinarios para su eutanasia (pues tenía todas las papeletas para ser portador del virus desde hace días) llamando asesinos a cuantos allí intervenían, con una furia que para sí quisiera otra espada, la de Yahvé…pues oye, que la tentación es grande. Y más cuando a algun@ de es@s enrabietados les importaría una higa dejar abandonado al abuelo en la primera gasolinera, mientras se van de vacaciones…
A esa gente hábleles usted de trabajar y ganarse la vida honestamente, de los pobres, de educación, incluso del Ébola y la correrán a gorrazos, seña Lola. Otra cosa serán las exclusivas que seguramente venderán a buen precio, tanto ellos como los principales implicados en este asunto, en defensa de la inocencia de un pobre perro, a sabiendas de la cantidad de perros que, diariamente, son abandonados, posteriormente recogidos por el personal de las múltiples “perreras” (también se habla de los chinos) existentes en España y después sacrificados, si no va nadie a hacerse cargo de ellos Pero claro, estos pobres no venden y se trata de eso: de vendernos la moto a toda costa.
Saludos
Antes de leer este comentario, ya había escrito mi artículo sobre el Ébola. Verás cómo coincidimos en muchos puntos!!!!