Oda al Corte Inglés

19 Sep

El Corte Inglés. Antes la importancia de una ciudad se media en tanto tuviese o no Corte Inglés. En Granada tendréis la Alhambra, pero en Málaga tenemos el Corte Inglés, decía mi primo Paco.

Cuando íbamos de vacaciones al pueblo, mi tía María Teresa nos organizaba con gran aparato una excursión al Corte Inglés. Por la serpenteante carretera de la Axarquía, conducía el seillas su amigo José Ignacio a la gran velocidad de setenta por hora, mientras ella le recriminaba, “no corras tanto, José Ignacio, no seas loco”. Al llegar, olvidábamos el mareo del trayecto, cuando contemplábamos alucinados la iluminación de navidad en la fachada de los grandes almacenes que recreaba con despliegue de bombillas de colores, la visita de los Reyes Magos al pesebre. Luego, ya entrados en el recinto, asistíamos a los milagros del progreso; las escaleras mecánicas, el hilo musical y los grados veraniegos de calefacción en pleno invierno.

El Corte Inglés tenía su propio microclima, que trastocaba la natural sucesión de las estaciones. Allí era primavera antes que en ninguna parte y se vivía el verano en invierno y el invierno en verano. En pleno agosto era el lugar donde los malagueños iban a aliviarse del terral como si improvisasen un repentino viaje a los fiordos.

En Navidad, en todas las plantas había un continuo hormigueo de gente, mucha procedente de los pueblos como nosotros, que íbamos perdiendo y recuperando entre la multitud el rastro intermitente de mi tía que curioseaba barras de labios y ropa y posibles artículos para regalo. Todo lo que quisieras encontrar estaba en el Corte Inglés, pero lo mejor era perderse entre los stands por la llamada al azar de los objetos atractivos y brillantes. El Corte Inglés era un espejismo de prosperidad en el tardofranquismo, después de las miserias de la posguerra y ya emborrachaba la vista de abundancia con sólo deambular por él sin objetivo ni rumbo.

Al terminar la tarde, mi tía nos llevaba a merendar tortitas con nata a la cafetería en la última planta y allí era sentirse marqueses por la atención de unos camareros que nos trataban también a los niños de señora y caballero. Sin duda, nunca nos sentimos tan selectos y distinguidos como en aquella cafetería.

Mis tías eran mucho de Corte Inglés. También mi madrina Mari Pepa que tenía en los grandes almacenes su segundo hogar. De entre la gente que iba al Corte Inglés, había dos clases bien diferenciadas; los que iban sólo a mirar y los que compraban, que eran los menos, porque los precios eran caros. Mi madrina pertenecía al grupo privilegiado de los segundos. Casi todo lo compraba allí, incluso la comida. Su carrito se llenaba de modo despreocupado, en un momento, de lo que a mí me parecían lujos raros y excéntricos. En ese carrito, vi el primer paquete de corn flakes, la primera morcilla plastificada y envasada al vacío y con gran estupefacción, las tortillas de patatas ya preparadas. En mi casa, donde la única comida preparada que se compraba era el pollo asado y las patatas de churrería de los domingos, la noticia de que ese tipo de tortillas se pudiesen consumir a diario, causó gran conmoción.

En estos días, se ha hablado de la muerte de Isidoro Álvarez, presidente del Corte Inglés. No puedo opinar sobre las luces y las sombras del personaje. Del hombre sólo conozco su obra, ese Corte Inglés que forma parte indisoluble de mis recuerdos de infancia, la patria a la que todos pertenecemos. Y, en ese inventario sentimental, lo veo como el paraíso ideal que describió Álex de la Iglesia en su “Crimen ferpecto”. El Corte Inglés fue nuestro despertar al placer del consumo, cuando todavía éramos vírgenes en las ambrosías del capitalismo y soñábamos con vivir por encima de nuestras posibilidades, que eran entonces bien pocas.

Luego llegaron los llamados centros comerciales, que se construían más a lo ancho que a lo largo con sus salas de cine y sus áreas de recreo para las criaturas y embriagaron de consumo a precios más populares a una sociedad que se volvió democrática, gastando a lo loco. Pero ninguno de estos centros igualó en glamour al Corte Inglés que resistió la competencia con la dignidad de un anciano aristocrático y elegante.

Hace poco volví a ver su cafetería y no me pareció la misma de las fastuosas meriendas de la infancia, sin duda porque los ojos de los niños tienen la propiedad de mirar las cosas como bajo el efecto de una lupa. Ahora mi mirada de adulta la percibía pequeña y tétrica con sus luces amarillas. Y, sin embargo, aquel fue el primer lugar donde tuve el honor de ser tratada como un distinguido cliente.

10 respuestas a «Oda al Corte Inglés»

  1. Ole, olé, requeteolé, y mi más sincero y admirado reconocimiento a la actuación brillantísima de la Señora Jueza del Juzgado 2 de Instrucción por el caso de la violación en la feria de Málaga. Hay que tener valor para hacer lo que hizo sabiendo la que le iba a caer. Y en realidad le cayó. Eso se llama integridad y sentido de la responsabilidad.

    Ahora fiscalía está poniendo a recaudo a los injuriantes. Malos tiempos para el hembrismo.

    Viva el estado de derecho.

  2. Estimada Lola,

    como ya no permites comentarios en tu post “la violación como impunidad”, hago el comentario en tu post más reciente.

    Se que dirás, como otros/as muchos en las redes hoy, que a pesar de que todo ha sido una gran mentira, el trasfondo de tu post es cierto, real, o incluso puede que aún a pesar de confesar que ha mentido, muchos y especialmente muchas, aun mantengan argumentos como “lo ha hecho por miedo”, ha “sido coaccionada por el fiscal y la jueza”, o incluso todavía aún hay personas que creen que fue violada.

    Yo no cuestiono la horrible realidad de las violaciones, ni cuestionario la mayoritaria veracidad de las denuncias de violacion, sino a los justicieros/as llenos de prejuicios que juzgan, condenan, y si pudieran, ejecutarian a personas que, y gracias a nuestra marco legal, son siempre, siempre inocentes hasta que las pruebas demuestren lo contrario, por muy grave que sea el hecho denunciado.

    Como dijiste en tu post con ironía….”pobre chicos”. Pues si, tenías razón, ellos son las victimas de esta lamentable historia. Y la paradoja ha sido, que ha sido el video el que les ha, literalmente, salvado la vida.

    No vas a rectificar, ni siquiera harás una reflexión sobre lo que escribiste. Porque crees firmemente que nada malo hiciste, que te basaste en los datos de la prensa, etc, etc… la dura realidad es que en este país soltar barbaridades sin ningun coste.

    Lo que queda hoy demostrado es que lo que realmente es, como tu definiste en tu post “versión surrrealista de los agresores” ha sido tu post.

    un saludo

  3. Es evidente que iba destinado a aquel irrefutable artículo sobre la impunidad de la violación. Allí tuve que meterlo a martillazos, pues estaba vedada la entrada por métodos tradicionales. ¿Y por qué ese veto?. Así, me puse manos a la obra, usé mis logaritmos y otras artes no dignas de desvelar y lo metí como pude; y a resultas, va y aparece por aquí. El espacio sideral del internet es cuánto menos sorprendente.

    El lector avezado, observará sin dificultad que no pertenece a este artículo, sino a aquel.

  4. A ver, yo permito todos los comentarios a no ser que me insulten directamente a mí y a otros. Pero, cuando pasa un tiempo, es el mismo administrador maquinal quien no permite comentarios a artículos antiguos.
    No me arrepiento de lo que escribí. He visto fallos judiciales que se han resuelto con injusticia por coacciones externas. No me termino de creer que esa chica sea culpable frente a tíos como catedrales. Pero ésa es mi opinión, basada en la observación de otros hechos. Por ciertas piruetas, ha ocurrido que los agredidos se convierten en agresores del modo más increible y aceptan esa resolución por miedo a sufrir males peores…

  5. Cuando se inauguró El Corte Inglés, verano del 79, se adivinaba en el ambiente comercial que se finiquitaba un ciclo; que, en adelante, aquellas ofertas de 3×1, en la Meca de los Pantalones, por ejemplo, tocaban a su fin. Había que tirar de money para ir al dichoso establecimiento y precisamente, ese año, dejé de cambiar francos suizos por pesetas. Entonces es cuando se entera uno. A partir de esa fecha empezaron aparecer pintadas, casi todas de color negro, por el muro del río y proximidades: “¡nos ahogamos en el capitalismo!” clamaba alguna, plena de romanticismo tardío, emulando a Ciorán. No vayamos a decir, encima, que no nos avisaron con tiempo del incierto porvenir. Pero la vanidad humana nublaba cualquier atisbo de claridad y quién no se pavoneó por España luciendo envidiadas bolsitas con triángulos verdes, que se ponían en los asientos traseros del coche para que las observaran bien las comadres, aunque se derritieran al sol y se recalentaran tope los artículos por falta de aire acondicionado…
    No se me olvida el chiste del taxista y el cateto, con la fama que tenían estos de ir allí solamente para refrescarse un poco:
    – El taxista, con sorna, ¿qué, al Corte Inglés le llevo, no?
    – No. Me vas a llevar al cementerio
    (Enmudece el taxista pero lo lleva hasta allí)
    – Pues ya hemos llegado, amigo…
    – Es que he venido hasta aquí pa cagarme en tu p…m.. Y ahora me llevas hasta el Corte Inglés.
    Estos chistes producían mucha hilaridad y la gente se arremolinaba en torno al radio – cassette, igual que durante el carrussell deportivo del domingo. La Transición se explayaba…
    No entro de nuevo en el asunto de la violación, pues ahora, visto el fallo judicial, está ocurriendo justo el fenómeno contrario: están haciendo leña del árbol caído en las redes. Pero el lenguaje salta por los aires y los hachazos dan miedo…
    Saludos

  6. Estimada articulista:

    Resulta incontrovertido que lo que se escribe, negro sobre blanco, tiene más elementos de reflexión que la simple expresión oral lanzada en acaloramientos dialécticos, en el lenguaje coloquial o en la simple función fática del lenguaje, aquella en que el contenido no importa demasiado. Pero resulta que aquí, al escribir un artículo, que además de estar en un blog de un periódico también es publicado en papel, lo escrito, sin llegar a ser inmutable (cabe la rectificación) tiene cierto valor de permanencia. Su artículo titulado “La violación como impunidad” de fecha 22 de agosto del presente, tiene algo que ver con esto. Quedaría en un desliz hermenéutico sobre el supuesto concreto si no fuera porque usted dice reiterarse en lo escrito. Y es precisamente esto lo que merece un análisis. En su discurrir sobre el particular podemos establecer dos momentos sucesivos de sus argumentos coincidentes con dos momentos procesales distintos. El artículo publicado el 22 de agosto , cuando se estaba en una fase procesal en que ya había tenido lugar el sobreseimiento provisional, y estos comentarios que pone en respuestas del blog a fecha 23 de septiembre cuando ya se ha producido una condena firme sin ulteriores recursos. Ambos momentos son diferentes y describen un modo de actuar por su parte con determinados caracteres.

    Antes de nada, decirle que el Estado de Derecho no es el reino de las presunciones, que no actúan los juzgados y tribunales guiados por creencias personales o de grupos anteriores a los hechos, pues en ese caso la seguridad jurídica, que es principio basal de nuestro Ordenamiento, quedaría en desdoro, en la medida en que la fase probatoria no vendría a ser nuclear, como lo es, sino mero trámite para dar formalidad a consideraciones de condena anteriores a la comprobación fáctica de hechos probados. En el Derecho la prueba decide. La proposición y práctica de la prueba es garantía para todos. Cualquier hermenéutica que considere que las creencias o prejuzgaciones no deben ceder ante el desarrollo procesal, es una aberración jurídica y una vuelta a la venganza privada romana. El Estado ejerce el ius puniendi y el imputado tiene la presunción de inocencia, y en ese equilibrio de distancias el proceso es garantista, precisamente para que sea justo y la presunción de inocencia quedé intacta o quebrada con las mayores garantías. El principio de presunción de inocencia es un deber de observancia para los jueces mientras no se demuestre con hechos probados lo contrario, y no sólo es un principio general sino que es un derecho fundamental vinculantes para los poderes públicos. Está en el artículo 24.2 de la Constitución Española y por tanto tiene las máximas garantías constitucionales. Con esto le quiero decir, estimada Lola Clavero, que una denuncia no es una condena, sino que entre una y otra hay todo un proceso reglado en garantía de todas las partes.

    Teniendo en cuenta esto que digo no parece lógico escribir en su artículo del día 22 de agosto, ya sobreseído el caso, expresiones como que probablemente ha sido el miedo el que había sellado la boca de la jueza, palabras suyas literales en el penúltimo párrafo de su artículo. Usted viene a decir que consecuencia de ese miedo la jueza no impartió la justicia debida, según su opinión. ¿En qué se basa usted para sostener eso?, pues si carece de elementos racionales que lo informen, es una desmesura por su parte. Esa opinión suya se basa, pienso, en una creencia o prejuicio determinista, que de alguna manera se traduce en subvalorar a la señora jueza en su función jurisdiccional, para mí intachable desde el punto de vista garantista, pues ha formado su juicio desde el desarrollo del proceso penal y no desde posiciones previas a los hechos. Esto por lo que respecta a su artículo del día 22. En los comentarios o respuestas actuales en el blog, nos dice que “no me arrepiento de lo que escribí”, cuando ya ha habido una confesión de parte y una sentencia firme. Algo verdaderamente difícil de entender el por qué lo dice. También manifiesta que “No me termino de creer que esa chica sea culpable frente a tíos como catedrales. Pero ésa es mi opinión, basada en la observación de otros hechos”. La observación de unos hechos, los que sean, no pueden nunca ser patrón de medida para enjuiciar otros, pues cada ocurrencia fáctica es distinta y sólo los hechos acaecidos son el único elemento sumarial sobre el que se ha de desarrollar el proceso, no por lo que ocurrió en otros que no mantienen ninguna conexión entre sí. Si usted se basa en cosas que ha observado se sale de repente del asunto. Un individuo es sólo responsable de aquellos hechos o actos que le puedan ser reprochables personalmente. Este el principio de responsabilidad penal, lo que quiere decir que no puede ser responsables de hechos o actos no suyos. Qué tiene que ver lo observado en otras situaciones si cada caso es el que da lugar al proceso.

    También dice usted que “Por ciertas piruetas, ha ocurrido que los agredidos se convierten en agresores del modo más increíble y aceptan esa resolución por miedo a sufrir males peores…” Pero…, ¿en qué se basa usted? Es verdaderamente increíble que a estas alturas del proceso ya firme, diga usted eso.

    Siento que tiene razón José en cosas que dice. La realidad humana es más compleja que los determinismos o prejuicios que muchas veces tenemos. Es mucho más lógico atenerse a las consecuencias que se derivan de los hechos probados, o a la suma de indicios si los hubiera, que a las premisas ideales que están fuera de los propios hechos y que le son anteriores. Así no se hace ningún favor a la justicia.

    Con todo mi respeto, atentamente.

  7. El Corte Inglés estrenó el consumo como catarsis. Luego con la crisis, de consuelo, llegó inernet como desahogo. Aunque todo es producto del mismo sistema y con el mismo objetivo, tenernos entretenidos.
    Lo peor del entretenimiento virtual es que cuenta con la creación de polémicas, que nos dividen y hacen que perdamos gratuitamente las energías. Eso le da ventaja a los poderosos, ya lo dijo Julio Cesar, “divide y vencerás”.
    No discuto la letra de las leyes, y, sin embargo, todavía hay algo en este caso que no me cuadra. Lo que yo escribo es opinión y, por tanto subjetiva. Y creo que todo ser humano tiene derecho a tener sus opiniones y sus dudas…
    Creo que se ha tomado demasiado trabajo para regañarme. Gracias, en todo caso, por su tiempo.

  8. Tampoco debemos olvidarnos de la música que se podía oír, o ese gusto de coger un libro y leer unas pocas de páginas, decidir tras ello si merecía la pena comprarlo; o directamente leerlo, poco a poco, en esas tardes calurosas de verano, resguardo del calor exterior.

    Estoy con Lola,un caso bien raro, la verdad judicial no siempre coincide con la verdad real. ¿Sí la acusadora-acusada mintió antes no ha podido mentir también después?
    Hay algo claro, quizás los caballeros exculpados legalmente hayan aprendido que no es buena cosa dejar tirada a una mujer con la que han compartido fiesta y coito, es preferible ser algo más galante.

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