Es cierto que muchos suicidios son asesinatos encubiertos. No sólo cuando se ejecutan por mano ajena, como se dice que pasó en el caso de Marilyn Monroe, sino cuando es la propia víctima el autor material de los hechos. Porque, en muchos casos, el suicida es una persona que vive en una situación de angustia límite por el maltrato- o la total indiferencia- de alguno o algunos de sus circundantes; jefes, cónyuges, familiares, rivales, envidiosos, etc… que lo van, a conciencia, aniquilando sin prisa pero sin pausa hasta destruir por completo su autoestima y ponerlo contra las cuerdas. El sonado y presunto suicidio del actor Robin Williams, se produjo, después del profundo silencio que recibió la víctima como respuesta a sus reiteradas peticiones de ayuda para liberarse de unas adicciones, de las que habría que investigar también el factor externo. Las adicciones pueden suponer el extremo consuelo de un ser humano ante el abandono o la abierta hostilidad de los demás.
Provocar el suicidio de un prójimo, sea como sea, no es sino un modo de asesinato perverso y perfecto porque permite perpetrarlo sin mancharse las manos y sin ser susceptible de sospecha. Y además concede al asesino el regodeo del cinismo. Pobre Robin, ¿sabes que se ha suicidado? Yo siempre dije que estaba un poco mal de la cabeza.
Del suicida se suele decir que padecía de un trastorno mental, lo que hace que la víctima además caiga en tal desprestigio social que su familia haya de silenciar las circunstancias de la muerte del finado como una tremenda vergüenza. El trastorno mental sigue muy mal visto en una sociedad donde, paradójicamente, hay cada vez más trastornados mentales. Lógicamente porque al número de los desequilibrados por genética, los locos de nacimiento de toda la vida, se suman los trastornados ambientales que, a como está el ambiente, se van haciendo multitud.
El loco nace pero también se hace. Y ahí actúa el agresor externo; un cónyuge maltratador desestabiliza emocionalmente a su víctima hasta enloquecerla, igual que lo puede hacer el jefe que desea despedir a un empleado o el troll que, en Internet, valiéndose del anonimato que pone más confusión y desconcierto a la cosa, a base de ataques e insultos, va reventando la paciencia del más pintado hasta volverlo del todo turulato.
He visto a personas, proverbialmente equilibradas, perder del todo la calma y casi la cordura por las actuaciones de estos tocapelotas profesionales. La escritora Elvira Lindo, por ejemplo, o el mismo Andrés Trapiello a quien se dedicaba a destrozarle los nervios un nick llamado “culo roto”, que luego resultó ser “un amigo de toda la vida”. O sea, el menos sospechoso como en las novelas de Agatha Christie.
Lo de los troll es para volverse loco, pero no tanto como para suicidarse-aunque yo misma haya descrito esa situación en un relato, ya sabemos que la literatura o lo que se le quiera parecer, para ser ejemplar, ha de ser exagerada-. Sin embargo, cuando hablamos de las relaciones de empresa en tiempos de crisis, ya tocamos asuntos más serios. Digamos que los procedimientos de despido no han sido demasiado ortodoxos cuando algunos empresarios han tenido que recortar plantilla. Poner de patitas en la calle a un trabajador provisional, la reforma laboral lo ha puesto fácil, pero ¿cómo despedir al incómodo empleado que ha adquirido derechos legales por los muchos años de ejercicio? En este caso, hay que poner en marcha un complejo entramado de acoso para que el empleado se despida a sí mismo así del trabajo como de la vida. De no ser porque conozco casos que han sido envueltos en el misterio, no diría que, por desgracia, se han dado. Sólo los individuos duros, muy duros, resisten los embates directos y constantes contra su autoestima. Y haberlos, haylos, aunque no se puede pedir a todo ser humano que sea un héroe. Por eso será que, particularmente, me indigna que el suicida asesinado sea, encima, sometido a un durísimo juicio post-mortem. ¿De verdad es lícito acusar a un suicida de cobardía sin ponernos en su lugar ni saber qué circunstancias lo llevaron a actuar de ese modo? y, aún más, ¿De verdad nos creemos con autoridad moral para juzgarlos? ¿Quiénes somos nosotros para hacerlo? Y tirando de expresión macabra, ¿quién nos ha dado vela en ese entierro?
Observo, además, que quienes tienen manga ancha para juzgar a las abortistas, luego la tienen muy estrecha para juzgar a los suicidas y, sin embargo, el suicida no decide sobre una vida ajena sino sobre la suya propia.
Por fin, el dato ha salido a la luz, durante el 2013 se suicidaron 200 personas en la provincia de Málaga. Se dice que los suicidas no acabaron con su vida por motivos socioeconómicos sino por problemas de salud mental, pero los problemas socioeconómicos perjudican gravemente la salud mental. El paro prolongado y el despido improcedente son un modo velado de asesinato ¿o no?