Pablo Iglesias no es un niño de treinta años. Ni siquiera es un niño de treinta años de Miliki. Cuando Pablo Iglesias era un niño, los payasos de la tele ya se habían peleado entre ellos y no cantaban en la carpa “No hay nada más lindo que la familia unida”.
A nosotros nos tocó heredar de testimonio la crisis familiar de los Panero, pero a Iglesias le tocó la de los payasos que fue más triste, porque no fue un asunto ideológico, sino económico; un feo conflicto de dineros con muy poca gracia que le curte a cualquiera en el odio al capitalismo. La codicia acaba con las mejores familias, incluso con la gran familia del circo; ésa es la lección que han aprendido los hijos de la globalización, cuando muertas las ideologías, cayó el muro de Berlín. Pobres niños ricos.
Pero Pablo Iglesias ya no es un niño, ni tampoco un muchacho. Tiene treinta y cinco años; la misma edad que tenía el Dante cuando empezó a escribir “La divina comedia” in mezzo del cammin di nostra vita. Treinta y cinco años eran la cima de la madurez hasta hace poco. Antes de que las realidades sociales impusieran tal batiburrillo en el concepto de las edades para paliar las deficiencias del progreso. Desde luego, no es lo mismo decir que un joven de treinta años está en paro a decir que un hombre de treinta años está en paro. Conviene que un hombre de treinta años sea un joven, cuando aún le toca vivir con sus padres y pedirle a la abuela alguna calderilla de su pensión para irse de juerga. Con esta adulteración del concepto de juventud, la sociedad queda más airosa. Un chaval de treinta o cuarenta años no tiene, necesariamente, que formar una familia, ni pagar una hipoteca, ni, por supuesto, escribir “La divina comedia”. Entra, sale, chatea, se va de botellón, vive la vida loca. Para eso se inventó aquel tema de la movida en los años 80, cuando Tierno Galván jaleó un concierto diciendo “Rockeros, el que no esté colocado, que se coloque y al loro”.
Lo sabemos de sobra por el programa, “Ochéntame otra vez”, Madrid era una fiesta. De drogas, alcohol y de jóvenes dicharacheros que se cardaban el pelo, se calzaban las hombreras y formaban grupos punkies y funkies que cantaban canciones dadaístas. La cultura era un disparate, un diseño de Ágatha Ruiz de la Prada; podías vestirte de ensaimada y ser también el rey del pollo frito. Ya no hacía falta pensar y mucho menos pensar en política. La política era un tema solucionado; el estado velaba por los jóvenes, los subvencionaba, los gobernaba con delicado paternalismo. Qué más se podía pedir, sino detener el tiempo. Que los políticos se eternizasen y también los jóvenes en su juventud.
Y el país se llenó de jóvenes de cuarenta y cincuenta años con hijos jóvenes que pasaron a ser niños. Eso explica que el futuro Felipe VI sea más joven ahora con 46 años que su padre Juan Carlos con 37 años al ser proclamado Rey. También que Pablo Iglesias sea más chiquillo ahora que Felipe González cuando empezó a liderar su partido con la misma edad.
La presunta juventud de Pablo Iglesias es un arma de doble filo, porque a esta juventud se la considera la mejor preparada pero no para hacer política. Cuando se trata de hacer política, la juventud anda bajo sospecha y quizás entonces sí se piense en que los bachilleratos que han estudiado estos últimos jóvenes han durado dos años cuando antes duraban cuatro y que han percibido los asuntos políticos en sus fases de mayor trivialidad. Asuntos de los que, desde luego, no son los verdaderos responsables.
El sufrimiento que es el que da la mayoría de edad al ser humano, ha hecho madurar a los eternos jóvenes de la prosperidad y nos los ha devuelto adultos con la crisis.
Lo bueno de los naufragios es que generan la férrea raza de los supervivientes y es de ley que cada partido tenga a su propio Robinson Crusoe. Confiemos en el relevo y concedamos que, desde el principio de los tiempos, el ser humano, como todo animal, crece cuando ha de curarse sus propias heridas. Nunca el hombre habría empezado a ser autónomo y adulto si Dios no lo hubiese expulsado del Paraíso.
La juventud se hace mayor
13
Jun
Habrá que convenir que la comunidad científico – espacial tiene su parte de culpa. El continuo ronroneo acerca de la edad del hombre y la superación del tiempo, año tras año, centímetro a centímetro, nos han hecho creer que, si el olímpico de la pértiga lo hace, pues nosotros no somos menos. La meta (por ahora) es jubilarse con setenta – ochenta años y llegar a ciento veinte en buen estado de conservación. Te quedan cuarenta para disfrutar, nada menos que la tercera parte de tu andadura vital…¿no se estarán comportando Pablo Iglesias y su gente un poco a la ligera y diría que desfasados, para los tiempos que corren? No se van a situar, precisamente ahora, cien años después, a la altura del triunfal Artista del Trapecio, kafkiano, oscurecido y venido a menos desde el día que se miró en el espejo y descubrió la primera arruga en su frente. Pero ya digo, no es el caso de los artistas del alambre, que son los que esperan (¿?) del abstracto futuro y desdeñan el porvenir, que una vez tuvo sonido uniformado, como de yunke.
Aquella foto de una revista de los sesenta, (una academia de estudios por correspondencia) representaba un hippie barbudo sentado al borde de la carretera, guitarra al hombro, un tanto desaliñado y haciendo auto stop. La leyenda, a pie de foto «Otros lo hacen, (buscarse la vida haciendo auto stop) ¿tú no?»
O buscarse – labrarse el porvenir estudiando. Pero la dicotomía ya no sirve. O tal vez sí, que siglo y pico dan para mucho.
Saludos
He leído el currículo de Pablo Iglesias, avalado con un premio extraordinario de carrera y muchas publicaciones. Su estética hippie no debería desvirtuar su preparación ni sus pocos años, que no lo son. Creo que no tenemos que dejarnos llevar por las apariencias ni el pánico apocalíptico.
Objetivamente, merece tener un espacio en la política española, lo que no conlleva que ponga el país boca abajo. Tanta desconfianza lo sublima. Poder, puede, pero no tan rápido ni tan mal. Por el momento, lo que ha podido es hacer que otros no se duerman en los laureles, que se renueven y se espabilen e intenten contentarnos. Eso está bien!!
No, si yo no le quito la razón a nadie e, incluso, llega uno a pensar que la primavera nace todavía, bien que dispersa, en el agostado páramo; por tanto, este movimiento que lidera Pablo Iglesias es algo diferente de aquel desafío de una juventud que significó la Revolución Cultural, tan homogénea en masa y a la sombra de un gran árbol patriarcal, de abundantes ramas y espesa copa, pero, al igual que todo árbol que crece solitario y singular, no dio los frutos (esperados o imaginados) y pronto comenzó a secarse por la raíz.
Está bien que Podemos haya espabilado al personal y se superará si logra mantener la tensión (con el mundial por medio y el largo verano, que duermen a cualquiera) como mínimo hasta octubre. No es tarea fútil, tratándose de nuestro país.
Mientras tanto, hoy mismo ya toca ganar o ganar contra Chile.
Buenos días; e Forza Spagna!
No voy a hacerme la pitonisa, pero te diré que sabía que esto iba a pasar. No se puede abusar tanto de la misma fórmula. Renovación es la consigna. También en La Roja. No es el fin de España, sólo un nuevo principio…
En absoluto se acaba nada en España, tan romana y amante de los «nuevos principios» – como los griegos de los «primeros…» -. Ahí está el grito legionario «¡la muerte no es el final…!». En menos de doce horas, caen, al unísono, dos reyes, que ya se movían entre la decrepitud y el tedio. Otro, flamante, aclamado por el pueblo, de la Casa de Borbón, ocupa su puesto en el Madrid que, eironeia, hicieron famoso los Austrias. Como bálsamo no está nada mal, visto el fracaso en Brasil. Creo que ayudará a echar p’alante el verano.
Por cierto, la tele ya habla de coronarse con gajos de cerezas el sábado, en no sé qué pueblo…