Al final, Gabriel García Márquez ha muerto como murió su propio personaje, el gitano Melquiades, quien después de morir técnicamente, seguía viviendo en la dimensión sobrenatural de una habitación donde siempre era marzo y siempre lunes.
Desde hace más de una década, la presencia del escritor colombiano, ajena al devenir del mundo, tenía la consistencia ingrávida de los espíritus que conviven como un aura fantasmagórica con los demás mortales, más allá de los otros y de sí mismos, tal que la realidad de sus últimos años pareciese un episodio del realismo mágico, por el que el autor escribió su nombre con letras de oro en la literatura universal.
Ya inmortal mucho antes de morir, su vida póstuma, enajenada, se convirtió en una leyenda de la que hablábamos como una de esas supersticiones que el colombiano aprendió de su abuela en esa Aracataca que fue su Macondo en “Cien años de soledad”. Lo más mágico de aquel realismo que hizo posible nuestra novela de cabecera, es que, finalmente, fuese real como la vida misma de García Márquez. Por ella sabemos que, en efecto, los muertos pueden seguir viviendo después de muertos y cualquier día morir del todo. Como Melquiades que existió, porque era el propio Márquez que escribió la historia antes de que la historia ocurriese. Y quién sabe si nuestro futuro haya sido ya escrito por el autor en ese retiro de su casa de México y alguien pueda leerlo dentro de cien años en un pergamino. Se me hace que aún hay episodios mágicos en el epílogo de esa novela apasionante que es la biografía de Márquez y que trabajó en ellos en esa habitación del eterno marzo, donde nunca pudo entrar, de repente, abril por mera casualidad. No hay desenlace en las novelas del colombiano que no esté minuciosamente calculado para nuestra sorpresa.
No digo que la muerte de García Márquez no fuese del todo previsible, tan previsible que los epitafios que han salido a la luz estos últimos días quizás estuviesen escritos hace años, como los también dedicados a Adolfo Suárez. Ambos personajes aunados por el paralelismo de vivir durante muchos años en un limbo, más allá de la vida, después de hacerse leyenda. Y, a este respecto, recuerdo al Pereira de Tabucchi que encomendaba a su inquieto aprendiz de periodista, los epitafios de los escritores con probabilidad de morir de un momento a otro.
Sin embargo, la noticia que me sorprendió en Buenos Aires, verdaderamente me sorprendió. Tal vez porque unos días antes lo tuve muy presente en una entrevista que me hizo María Valdez para su emisora de la ciudad de La Plata. María Valdez es una de esas maravillosas profesionales que crea el clima perfecto para que el entrevistado revele a los demás e incluso a sí mismo, verdades tan íntimas que ni uno mismo sospecha. Así que descubrí por mis propias respuestas que, como decía García Márquez, yo escribo para que mis amigos me quieran y que mi modelo de novela perfecta es “Cien años de soledad”. Tanto que, por eso, no me atrevo a escribir ninguna. Nos envolvía una tarde soleada de otoño primaveral, que no parecía presagiar ningún acontecimiento luctuoso. Desde la noche anterior, gracias a un ángel de la guarda, llamado Teresita Bustos, estaba conociendo una de las ciudades más gratas del planeta, donde los cuentos gozan de un espacio privilegiado. Teresita como Any y Hugo, los directores del espacio radiofónico “Cuentos en el aire” de Radio Universidad La Plata, son narradores profesionales. Como los antiguos juglares memorizan cuentos que interpretan en lugares públicos para rescatar la literatura del olvido como en un ideal muy vivo de Fahrenheit 451.
Unos días más tarde, ya en Buenos Aires, supe de la muerte de García Márquez por un programa que emitían en la televisión del hotel. La anunciaban en un tono distendido, muy lejos de la solemnidad trágica que se da por estos lares, destacando los aspectos más amables e incluso cómicos de su biografía. Como la “trompada” que le dio Vargas Llosa. Luego, sin más, pasaron a pasar otros reportajes sobre el turismo en Semana Santa y dietas adelgazantes.
Definitivamente, en Latinoamérica, hay otra percepción con respecto a la muerte. Tal vez porque sus muertos nunca mueren del todo, porque conviven con ellos de un modo espontáneo y natural como en las novelas de Gabriel García Márquez.
Eso lo confirmé en una posterior visita al histórico cementerio de la Recoleta, donde fuimos guiados por la extraordinaria y entusiasta Patricia Salao, conocedora de los más minuciosos secretos de los mausoleos. Hay estrellas de aquel espacio como Evita Perón, el general San Martín y el presidente Sarmiento, pero a los románticos el que más nos llama la atención es el de la doncella Rufina Cambaceres que fue enterrada viva por una malinterpretada afección de catalepsia. La muerte de la muchacha en plena luminosidad de la vida me recuerda un bello poema de María Victoria Atencia en el cementerio inglés.
Patricia comenta que se dice que Rufina, de eterna juventud, vaga por la noche bonaerense, conocida como “la dama de blanco”, seduciendo a desconocidos. Y será verdad.
Los muertos también mueren
25
Abr
Querida Lola ,como bien dices , Gabo no murio esta y estara en el corazon palpitante de la America Latina , esta Patria grande que abraza y acuna la Pachamama, gracias por tus bellas palabras por ciudad de La Plata , quedaron tus cuentos entre el perfune de los tilos y los jacarandas en flor…
Mi ciudad te esperará siempre con calidez para que recoras sus calles y diagonales … un abrazo desde Argentina
Y a mí la Ciudad de la Plata se me aparece del oro de aquel otoño primaveral, con esa calidez que sentí en sus acogedores habitantes platenses. Qué gran suerte conocerte. Por García Márquez sé que los muertos no mueren y por ti, que los ángeles existen. Eres un amor!!!