Preferiría que la infanta Cristina fuera culpable antes que pasase por idiota. El argumento del amor es una buena coartada para demostrar la inocencia, pero, desde luego, no revela una gran brillantez intelectual. Si el enamoramiento, como dijo Ortega y Gasset, es un estado de imbecilidad transitoria, qué será cuando encima se estabiliza. Cuando el amor es ciego y sordo durante tantos años, quizás habría que cambiar de diagnóstico.
En la película que yo me monto, me sale más digno el papel de una infanta culpable que engañada. Entendiendo que hablo de hipótesis, pues nunca me atrevería a condenar a nadie por prejuicios sin pruebas fehacientes, me gustaría pensar que Doña Cristina ha sido el cerebro de una operación compleja y ambiciosa, que su cónyuge ha debido de cagar con sus tontunas. Creer, en cambio, que fue engañada por ese tipo anodino con expresión de gorrión asustado, para mí gusto, le restaría grandeza, aunque tengo que reconocer que esta cuestión, más que ética es estética. Se me haría mucho más majestuoso que la infanta declarase en un juicio con la grandeza de Marlene Dietrich en “Testigo de cargo” o la distante elegancia de Alida Valli en “El proceso Paradine”; ambas profundamente taimadas, pero , sin duda, brillantes y maravillosas.
Prefiero las mujeres fatales a las tontuelas; siempre hacen mejor papel y si he de elegir, elijo antes sin vacilación a la Barbara Stanwyck de “Perdición” que a la Joan Fontaine de “Sospecha” o la patética Olivia de Havilland en “La heredera”, donde el equipo de maquillaje, por cierto, tuvo que hacer milagros para que la actriz pareciese fea y la Havilland desplegar todas sus dotes de interpretación para parecer ilusa. La trama se basa en que un pobre trepa sin escrúpulos encandila a una rica soltera sin atractivos pero con una dote sustanciosa y luego la abandona al ser desheredada por su autoritario y desconfiado padre, mientras ella queda con el corazón destrozado. No me cuadra desde luego el papel de “La heredera” para la infanta Cristina, de un lado porque es diversa la actuación del padre –el Rey no impidió la boda de su hija, aunque ahora muchos se lamenten de ello- y resulta difícil figurarse a la infanta encandilada por las presuntas artes seductoras de ese criaturo simplón con gesto de pingüino. Se me figura más bien que este hombre es del tipo del pardillo que cae sin remisión en las redes de la mujer fatal y sofisticada, aunque también del tipo que arruina los planes de dicha mujer con sus marrullerías y sus salidas de pata de banco –nunca mejor dicho-. Probablemente, si no hubiese sido por las imprudencias descerebradas del susodicho Duque consorte, este caso nunca habría llegado a ser un caso abierto y pendiente de juicio. La falta de juicio y la sobra de huellas condenan al delincuente advenedizo. El delito de altos vuelos requiere clase, elegancia y, en ningún caso, admite la trapacería de un aficionado cantamañanas. Sin duda, Urdangarin desoyó instrucciones, desestimó advertencias y, sin tener en cuenta sus limitaciones, con el atrevimiento de un Ícaro, naufragó intentando guiar el solo el carro del sol. No dio la talla.
Ahora se dice que sus torpezas que lo delataron a medio mundo no fueron advertidas por su propia esposa. Eso supondría redoblar al infinito la torpeza de la infanta, lo cual no se justifica ni con la coartada del amor. Los disparates por amor son cosa de mentes ingenuas como es esta noticia del preso de Alhaurín que, en su permiso de fin de semana, robó un autobús para ver a su novia que estaba en la cárcel de Albolote y acabó empotrado en una calle sin salida. Justo donde parece empotrarse la Corona española, aunque yo en este segundo asunto veo más una trama de codicias que una tragedia romántica donde la infanta haga de Ifigenia. No me cuadra doña Cristina como Ariadna traicionada por Teseo después de haberlo sacado del laberinto del Minotauro o como Medea abandonada por Jasón cuando traicionó a su padre y a su patria, entregándole el vellocino de oro. Tal vez sólo porque encuentro poca grandeza en los mitos femeninos víctimas de la pasión y del engaño. Provocan poca admiración y mucha pena y hacen muy mal papel en el reparto.
Si yo pudiese dirigir esta película, preferiría darle a la infanta el papel de Cleopatra y no de Octavia, la cornuda y apaleada esposa de Marco Antonio, que quizás murió de vieja pero llevó una vida gris y bastante perra. Cleopatra, en cambio, utilizó a Marco Antonio como un juguete en sus planes megalómanos y por poco domina el mundo. Su perversidad fue proverbial tanto como su inteligencia y, aunque tuvo un trágico final, su nombre pasó a la historia con letras de oro.
Mejor culpable que idiota
24
Ene
Bueno, pues para mí tiene mucho de ética esta cuestión. O, mejor dicho, de ética patética, que sería la falta de elegancia, atribuida a los estetas. Este vocablo, elegancia, posee la facultad de irritar a mucha gente – a la misma que, ya por otras razones previas, uno no estimaba. Y esta gente de la realeza, ¿son realmente tan elegantes como correpondería a su abolengo? Porque, según el mismo filósofo que citas, Ortega y Gasset, elegancia debería ser el nombre que diéramos a la Ética, pues ésta es el arte de elegir la mejor conducta, llamada por los latinos, primero, eligentia y luego elegantia. De ahí, elegancia. Ya, por otros derroteros, nos iríamos a «intelligentia». A la actitud caprichosa y delictiva de Urdangarín se oponen frontalmente el acto y el hábito de elegir y por tanto la Ética. De esteta no lo bajo, con todas sus connotaciones. Por supuesto, debe ser juzgado y condenado.
¿La princesa? Salta a la vista que no es «une femme fatale». Y entre tanto mito clásico, recuerdo el «traje» que cortaron los romanos para la mujer. Entonces se distinguía también, evidentemente entre hombres (sexo fuerte) y mujeres (sexo…¿débil?) Pues no: sexo imbécil. Como el enamoramiento transitorio orteguiano, pero a lo basto. No digo antiguo porque, desgraciadamente, todavía es de actualidad.
Buenas noches a tod@s
Maravillosa lección de etimología, Winspector, elegancia e inteligencia son primas hermanas, no hay que ver más que esta foto de Marlene Dietrich en cuyo gesto se hermanan ambas dotes. Me encanta la mujer fatal como la cantaba Baudelaire y esa cualidad de elevar la fina ceja tan por encima de la otra. A mí nunca me salió.
¿La infanta Cristina no puede ser mujer fatal? Pues dicen los expertos de lo rosa que tuvo un modo particular y taimado de seducir al pardillo Urdangarín…
Para arquear la ceja, nadie como Zapatero, ¿cómo te va a salir? La infanta Cristina, (ahora caigo que la he tratado de princesa) más que mujer fatal – será en el interior, porque ¿dónde la ceja y el cigarrillo pendiendo de la comisura, el cabello, el recuerdo y los estigmas de la noche…? – a mi me hace evocar el poema que Valle-Inclán dedicó a las «virtudes» de la Infanzona de Medinica, Doña Estefaldina (aunque, todo hay que decirlo, nuestra infanta es algo más moderna) cantado por la malograda Cecilia un poco antes de morir:
http://www.youtube.com/watch?v=pS4SuAM5H3c
De cualquier forma, tal vez llevaran razón los de la prensa rosa, si al mismo tiempo añadieran que la infanta es mujer fatal. Bien. Pero taimada, de tipo mediterráneo, con todos- y todas – sus cruces. A ver, Lola, si Urdangarín es un pardillo, los demás deben ser mosquiteros tirando arriba, ¿no?
Saludos y buen finde
Pues a mí me da que Urdangarín era sólo un mandado, un buen
mandado en el mejor de los casos, lo que únicamente podría justificar la poca gracia que pueda tener el hombre. Mando no creo que tuviese, pero mandado sospecho que sí. De no contar con tal habilidad secreta, ya sí que no entiendo dónde estuvo el quid de la cuestión…
Y bueno, ¿la infanta mujer fatal mediterránea? ¿Cómo Irene Papas interpretando a Helena de Troya? A lo mejor, los genes griegos los tiene y ha líado la de Troya. Como no le den pronto a Aquiles en el talón, al palacio de Príamo le quedan tres telediarios. Pobre Hécuba. entre unos y otros, menuda vejez le están dando…
¿Y con quién relacionamos a Hécuba? Antes que (Santa) Sofía está la misma España, que es viejísima, rocosa y de muy mal genio. Tú verás que en vez de piel de toro es de perra. Al final, Aquiles será bien visto porque, si bien adolece del talón, no es palomo cojo, aunque tenga un mandado nuestro héroe.
Y al bueno de Paris no se le ve con mucha intención de coger el arco, no vaya a darle un sofoco a Príamo y esto acabe en pelea, que ya se lo advirtió el clásico al primero de los trágicos: Eurípides, no te Sofocles que te Esquilo.
A decir verdad, no es que le hicieran mucho caso a lo largo de la historia…
Saludos
Se puede relacionar a Hécuba con Concha Velasco, pero sí, yo hablaba de Sofía. Es lo mejor de la Casa Real, digna del personaje egregio, digno y nobilísimo de la tragedia griega y ninguno de los suyos ha sabido estar a su altura…Esto parece una astracanada de Muñoz Seca y el Menda peor que Don Mendo. Ya ni da risa!