Volver al confesionario

17 Ene

Asumo aunque no comprendo que este país sea laico a veces y otras profundamente católico, según le vaya conviniendo. Digo, previamente, que lo voy a asumir porque intentar discutirlo me llevaría a escribir un artículo que no iba a leer nadie y que tampoco iba a dilucidar lo imposible; lo contradictorio forma parte de nuestra idiosincrasia; lo nuestro es el Barroco y no la Ilustración. En esta patria nuestra hay mucho genio y muy pocas luces –y menos que va a haber a como se está poniendo la factura de la luz-. Pero es lo que hay o asumimos que España es un país incoherente o nos disparamos un tiro en la sien como Mariano José de Larra. Y, sin embargo, incluso partiendo de tal premisa, que se pueda ser católico o laico según la estación del año, sigo sin comprender porque puestos a conservar ciertos ritos católicos, incluso siendo ateo, haya que decantarse siempre por los más caros e inútiles. Dígase la Cabalgata de Reyes que es un despilfarro para el peculio público, presuntamente de todos, o las primeras comuniones que causan estragos en las depauperadas economías familiares. A qué invertir tal capital en la primera comunión de un niño que, sin duda, no va a hacer la segunda.
Los mismos que critican a la iglesia del fasto, sólo se adhieren a ella cuando les sirve de pretexto para la fastuosidad y el lujo superfluo, mientras desprecian ritos mucho más económicos y pragmáticos como el de acudir al confesionario. Los confesionarios ahora desiertos cumplían las mismas funciones que los abarrotados despachos de psicólogos y psiquiatras con la enorme ventaja, a su favor, de que eran gratis. El pecador, aunque presuntamente, iba a confesarse de sus faltas, acudía a la discreta celosía, más que nada, con la intención de desahogarse, de contarle su vida a un rostro en la confidencialidad de las penumbras, acuciado por el tremendo mal de la soledad; el mismo que ahora con el nombre de ansiedad llena las salas de espera de los consultorios médicos de una clientela bastante similar a la que antes guardaba su turno en los bancos de la iglesia. Mujeres maduras, cargadas de problemas familiares o simplemente angustiadas por el vacío existencial o el puro aburrimiento en busca de un hombro donde llorar. Exactamente del mismo perfil que las beatas de antaño que, a falta de sus inexistentes pecados, aburrían con sus interminables cuitas al padre confesor, quien sospecho que aprovechaba su falta de visibilidad tras la celosía para echarse una buena siesta de la que despertar con un repullo a la hora de absolver a la buena mujer con la receta de unos cuantos padres nuestros y algún ave maría, lo que, en todo caso era como efecto placebo mucho más beneficioso no digamos para el alma sino para la salud que esa lista de fármacos psicotrópicos que se llevan los pacientes de las consultas psiquiátricas para detrimento de sus órganos internos y desarrollo de enfermedades mentales que quizás ni padeciesen en un principio.
A falta de confesor, esa ilusión de presencia que escucha y comprende los problemas, la soledad de las personas, aún más agravada por la clase de sociedad individualista y egoísta en la que vivimos, ha terminado siendo pasto de consulta médica y objeto de lucro para especuladores al acecho. Los solitarios, que cada vez son más, pagan por contar su vida ya sea a la adivina televisiva de turno o al servicio de terapia online que le ofrece Internet; el último grito en timos virtuales, pues el supuesto especialista que hay al otro lado de la pantalla está tan titulado en trastornos mentales y emotivos como el propio tío del saco. Las presencias virtuales son muchas veces poco virtuosas y muy dadas a dar gato por liebre. Niños hay que buscando amigos se encuentran pederastas y periodistas que en busca de seguidores se encuentran con un troll –o varios- y, a base de insultos, les amargan la vida y quienes buscan su príncipe azul y se encuentran con un sapo y quienes buscan un chollo y se encuentran una estafa y así sucesivamente. Las presencias virtuales no siempre son compañía porque, a veces, ni son presencias. Al otro lado de la pantalla, lo mismo hay un robot o un dispositivo electrónico.
Pero si la cuestión es encontrar, a toda costa, alguien que te escuche, por qué el dudoso especialista de Internet, por qué la melosa adivina, por qué el psicólogo y por qué no el confesionario. El confesionario es confidencial, discreto, siempre tiene alguien dentro y además es gratis. El confesionario, además, era una medida de higiene social, pues mantenía los pecados privados en privado, ya que el secreto de confesión los hacía secretos.
Más le hubiese valido a François Hollande hallar un buen confesionario donde depositar su pecado de adulterio, en vez de tenerlo que confesar en la misma sede del gobierno francés como un asunto de estado. A estas alturas, el padre confesor ya lo hubiese absuelto y nosotros no estaríamos hablando de semejante tontería.

11 respuestas a «Volver al confesionario»

  1. . Hay una diferencia entre confesionario y consulta de psicólogo, en uno dan las respuestas servidas, en otro empujan a que encontremos las nuestras propias. Y ya no tenemos ni confesionario al que volver, muchos de nuestros sacerdotes no son españoles, nos llegan de otras culturas, nos muestran periódicamente choques ideológicos con párrocos de diversos lugares.

  2. Contra lo que pueda parecer, no es tan abrupta, ni angosta ni llena de vericuetos la senda que lleva al confesionario. Está el qué dirán y todo eso, vale. Y quizás algún principio ético, en aquellos tiempos carentes, además, de ética, “allora come ora”, cuando saltaba la noticia del suicidio de grandes soledades (una maestra rural, el mozo sin oficio ni beneficio y ya sin parientes próximos…) a las que no pudieron retener las misas de maitines ni la abundancia de pajarillos cantores…Pero nada que el tiempo no hubiera podido ya superar, incluida esa falta de ética y que sería el paso previo a una sociedad más justa, a una buena convivencia. Una suerte de eslabón perdido hoy entre tecnologías diversas y humanas, donde la soledad, a la vista está y por más ruido que se haga, campa a sus anchas en calles, cines, bares, apartamentos, oficinas, adosados…
    Pues venga, al confesionario o a su manera, como MariTrini

    http://www.youtube.com/watch?v=Y-7yAgmi3Jg

  3. Creo que la gente como antes iba al confesionario, ahora va al psicólogo o al psiquiatra en busca de consuelo. Y no veo que dicho consuelo se dé con esta nueva tendencia, ya que conozco a muchos pacientes que lejos de consolarse, han encontrado problemas que en principio no tenían, cuando no consumiendo fármacos nuy dañinos entre cuyas contraindicaciones está el daño a órganos internos e incluso la tentativa de suicidio. Algunos amigos míos se han convertido en auténticos vegetales y otros han acabado odiando a sus padres. Francamente, creo que los confesores eran más inofensivos, por escéptica que sea una, es pura cuestión de lógica. Si bien, por supuesto, yo abogo por amigos que se dejen ver y no anden enganchados en las redes sociales.
    ¿Y esos sacerdotes de otros lugares no son más abiertos? Confesionarios cosmopolitas, más a mi favor…Más vale, por ejemplo el Papa Francisco que Rouco Varela ¿o…?

  4. No todo iba a ser malo en internet, si alguno fuese al confesionario a decir lo que de estraperlo ha conquistado en asuntos de cama y rebolcón, de seguro el párroco más que dormir, a saber….mejor callando….

    Malditos trolls, cobardes….

    Me ha gustado su artículo, Sra. Lola.

    Saludos.

  5. Digámoslo entonces alto y claro: la religión puede ser válida como terapia filosófica para liberar al hombre/mujer de su enfermedad crónica, es decir, los males humanos; y el confesionario, válvula de escape de la desesperación que nos producen estos males, cuando no pueden ser dominados por uno mismo. A partir de aquí, nos vamos al gabinete de psicología y la industria farmacéutica…¿O…?

  6. Yo, desde luego, voy a romper una lanza por los antiguos confesores. En las películas, salen siempre sonsacando sobre asuntos picantes, pero la verdad es que la mayoría no tenía tanta suerte y se tragaba cada rollo insípido de las beatas como para dormirse la siesta.
    A mí, de pequeña, me tocó un confesor viejo y sordo que estaba harto de aguantarme. Como quería ser santa, me confesaba hasta de los pecados de pensamiento y omisión. De modo que un buen día se cabreó y me dijo que no volviese más hasta que fuese a contarle «un pecado en condiciones». Y eso, que no he vuelto.
    ¿Le ha gustado el artículo, Don Jesús? Es usted un santo.
    Winspector, fármacos nunca. Mejor leer a Eduardo Punset o a Coelho. Con carné te los sacas gratis de la biblioteca, aunque yo como terapia prefiero a Miguel Mihura y Jardiel Poncela, pero si de lo que se trata es de tener audiencia. Lo dicho, el confesionario…

  7. Al confesor y por ende al cura de antes, siempre se le va a recordar como un señor entrado en años, de abdomen más bien prominente y cara de bonachón. Esto en el imaginario colectivo y descartando las sentencias del «pueblo llano», por pretenciosas, cuando, a modo de refranero, sobre la losetilla patria del bar, continúa inscribiendo: «cura flaco y marido barrigón, ninguno cumple con su obligación» y nos sigue produciendo la misma gracia estando sobrios.

  8. No creo en Dios, pero si en las buenas personas. Y he conocido monjas y curas muy buenos, por eso me parece injusto que ahora se destaquen sólo los malos. Si no creo en Dios no es tampoco por su culpa, es que he llegado a esa conclusión como San Manuel Bueno, mártir, porque me como mucho el coco como Unamuno. O sea, la Iglesia no me hizo perder la fe. Comprendo que, dentro de ella, hay quienes han hecho mal las cosas, pero otros…no, otros han hecho cosas maravillosas y forman parte de mis mejores recuerdos.
    Recuerdo, por otra parte, que ser ateo no implica odiar a los curas ni ser tampoco mala persona. Es una opción ideológica que no debería descartar otras, siendo civilizados, tolerantes y demócratas.

  9. Para llegar a ese grado de tolerancia, civilización, democracia en suma, está la educación y los valores que se transmiten con ella, dentro de una sociedad pacífica y solidaria. En las actuales circunstancias, más que utópico se antoja como algo lejano e inalcanzable y se anteponen necesidades básicas y más perentorias. Pero ahí debe estar la inteligencia, al servicio de la vida, no de la mera subsistencia de la mayoría y la opulencia de unos cuantos. Intentar cambiar el chip, que los buenos sean más, luchen porque se abra paso la justicia y no se descuiden, como ocurrió durante la SGM, que gracias a la pasividad de los buenos los malos cometieron las mayores atrocidades. Ponerse en el lugar del otro y denunciar los abusos. Esto lo llevan a cabo religiosos y ateos en lugares remotos. Recuerdo al doctor Kahane y a la periodista Madelaine Aubert, años sesenta-setenta, cuando dieron cuenta de los banquetes – trampa para apropiarse de las tierras de los indígenas amazónicos, masacrándolos, y de la tala indiscriminada de su selva…Personas valientes y comprometidas que no necesitan confesarse. No como otras. Uno mismo, sin ir más lejos.
    Saludos

  10. Gracias Sra. Lola, por sus palabras, se las devuelvo dobladas o más en lo que a mérito pueda ser de Ud. y del Sr. Winspector, qué menos merecen las de Uds. Cuánto menos son las suyas, de los dos, un tratado de buenos valores. Aunque a veces pienso, que en las suyas de usted, Sra. Lola, hay algo de burla cuando ensalsa a éste, hablo de mí, aunque pecador, valiosísimo como persona.

    De otra, aquí hay trolls que cambian letras, seguro. O serán mis manos, que más que dedos son racimos de plátanos, y la v y la b son vecinas. Solo lo digo por dejar a salvo mi inigualable estima, pues revolcón fue siempre con v; también, para no errar a mis muchos seguidores con mis parcas pero eméritas letras que dejo por aquí. Aunque así evidencio mi humildad, eso, pido disculpas por tan grave error.

    Saludos.

  11. Encantada. Es una pena que seáis la excepción y no la norma. Ahora se da una peligrosa mezcla cuyo producto es nefasto, el ateismo con la ignorancia es un cóctel molotov que se va cargando la sociedad. Los cavernícolas ahora sin miedo al infierno son capaces del crimen pues no temen al castigo ni divino ni humano. Para quitarles el miedo ya está el Tribunal de Estrasburgo. Y, pues no leen precisamente a Dostoievsky ni a Kropotkin ni Rousseau, lo mismo habría que volver a darles en la crisma con el catecismo para abrirles algo las mentes. Dios nos pille confesados!!!

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