Quien bien te quiere

23 Jul

Os envío un fragmento del relato ganador del premio Joaquín Lobato sobre la figura de Jesucristo, en la hipótesis de que hubiese participado en el movimiento 15-M. Está escrito en clave de humor pero siempre desde el cariño y el respeto. Espero que os guste…

QUIEN BIEN TE QUIERE

Yo me crié como tantos niños de mi generación y de otras; con un padre ausente. Si bien tenía un padrastro que se casó con mi madre cuando ya estaba embarazada de mi padre, lo que le hizo tener que soportar muchas bromas de mal gusto, porque mi madre, en la distancia, seguía en contacto con mi progenitor y con José, mi padrastro, ni siquiera se acostaba. Así decía la mala gente que aquel buen hombre, además de padre putativo, era un padre puteado y que tenía la cabeza coronada como un cabrito. Lo cierto es que algo de eso había, aunque no en el sentido caprino de la palabra, porque a mi padrastro, Pepe, como yo le llamaba en la intimidad, le irradiaba un arco de luz sobre la cabeza. Era un santo, y toleraba las chanzas con gran paciencia y dignidad. Y, sin demasiado caso a las habladurías, se dedicaba a su esforzado trabajo artesanal, fabricando en su taller muebles a medida. Él era hombre de mucho oficio y pocas palabras, no más que mi madre, de natural silencioso, que, por cosas raras que nos pudiesen pasar, siempre callaba y lo guardaba todo en su corazón. Con tanto silencio en casa, a mí se me pegó el hábito de hablar poquísimo y hacerlo únicamente si tenía que decir algo verdaderamente trascendente. Por eso, mis intervenciones, si eran, se resumían a frases lapidarias, profundas, pero, en ocasiones, algo estrafalarias.
Mi abuela Ana; orgullosa de mi inteligencia pero algo mosqueada por lo críptico de mis sentencias, me decía:
-Ay, hijo, hablas tan raro que parece que lo hagas en parábola.
Y los fieles, que estaban por ahí siempre al loro no sé cómo, respondían:
-Parábola de Dios.
Mi padre no se hacía nunca visible, pero llamaba mucho por teléfono y me exigía que sacase las notas más altas de la clase y observase el mejor comportamiento. Su presión se hacía muchas veces asfixiante; parecía que quisiera que fuese Dios.
Esto es lo peor de tener un padre perfeccionista, la insoportable presión bajo la que uno crece por las enormes expectativas que pone en ti. Sangre de su sangre, mi padre esperaba que fuese su réplica más fiel, lo cual se hacía bastante gravoso, dada la perfección que a él lo caracterizaba, que se diría que no fuese humano. Tanta era su grandeza y magnanimidad que hasta yo, su propio hijo, empecé a poner en duda su existencia, por más que su voz no dejase de reprobarme y darme órdenes. No obstante, de su cara ni rastro.
Mi padre tenía el don de estar en todas partes, pero, en casa, nunca. Y eso que se le llamaba omnipresente. Todo lo más, enviaba, en su nombre, a una paloma mensajera de níveo plumaje que, en un golpe de luz, de cuando en cuando, visitaba la habitación de mi madre, dejándola luego más extasiada y absorta que de costumbre. Como se corrió por el vecindario la voz de que aquella paloma era santa; José, mi padrastro, la llamaba, Paloma San Basilio. Como todo hombre callado y prudente, Pepe sorprendía en ocasiones con estas salidas, dando a valer un extravagante sentido del humor.
Tuve algunos problemillas en el colegio, no por falta de aplicación, que, en mi caso, era desmedida, sino quizás por un sobrado entendimiento que ponía en apuros a algunos profesores. Probablemente, hacía preguntas a las que no tenían respuesta, lo cual les incomodaba. Por otra parte sin maldad, ya que me movían a ellas la inquietud propia de un intelectual precoz y sobredotado. No quisiera decir esto, pues ya sé que me debo a la humildad, pero recojo lo que se comentaba en el claustro del colegio; que yo era un sobredotado impertinente y gilipollas.
Se lo comenté a mi madre que, como siempre, calló y guardó esta injuria en el corazón, en vez de irle a cantarle las cuarenta a los profesores, como hacen otras madres. Mi madre es callada, abnegada y discreta y con mi padre no se puede contar, porque está siempre muy ocupado. Tiene responsabilidades a nivel mundial y, haga lo que haga, mucha gente lo adora. Algunas veces una epidemia o una catástrofe natural asola a diversos países y, aunque dicen que es porque él lo ha querido, lo eximen de cualquier culpa pues ésa ha sido su voluntad. Sus designios son inescrutables.
A su manera, tiene una bondad infinita y lo único que le obsesiona es que cada cual lo ame por encima de todas las cosas. Eso exige pruebas, en ocasiones, francamente difíciles de superar, como aquella por la cual ordenó a un padre matar a su único hijo. Se entiende que la prueba era sólo por probar, porque, en cuanto mi padre vio que el hombre de Dios iba a ya a ejecutar a su vástago, impidió el acto parricida y, en gratitud a la observada lealtad, invitó a padre e hijo a un lechazo y tan amigos. No se podrá decir esto de otros como Guzmán el Bueno o el General Moscardó que dejaron morir a sus hijos en manos enemigas por cuestiones patrióticas sin mayor alternativa. Los héroes hacen a veces cosas bastante incomprensibles, también mi padre, pero él siempre sabe hasta dónde llegar.
Como hijo que soy de mi padre, comparto con él la preocupación por la humanidad y, lo mismo que él ha intentado guiarla con la redacción de leyes ecuánimes, yo lo hice, a mi manera, en el ejercicio de la pedagogía, en cuanto me llegó la edad precisa para ejercer. Vocación tenía y, no menos, dotes, por lo que todo el mundo, al poco, ya me llamaba Maestro. Junto con otros doce amigos formamos una comunidad educativa e hicimos en la enseñanza verdaderos milagros. Aunque, claro está, hubo gente malpensada que fomentó la habladuría por prejuicios sobre nuestro aspecto; fuese por el hábito de llevar largas túnicas o largas cabelleras y largas barbas, como sospechosos hippies o algo peor. Si bien el desencadenante de la catástrofe, lo puso en bandeja, una atractiva madre soltera de costumbres licenciosas, despechada por no haber respondido yo a sus ofrecimientos carnales. Con la excusa de que quería hablar conmigo sobre la marcha académica de su hijo, de quien yo era tutor, venía a verme un día sí y otro también, vestida y maquillada de forma muy provocativa. Y, sin dejar de dejarse caer, primero con miradas y poses, y luego con abiertas insinuaciones, llegó a acosarme tan descaradamente que tuve que cortar por lo sano y pararle los pies, pues, en la última cita, además de desnudarme con los ojos, casi me desnuda con las manos.
No conforme con llamarme maricón, que es recurso recurrente de la mujer desdeñada en estos casos, comenzó a urdir su venganza contra mí.
Su orgullo de hembra de bandera no estaba dispuesto a ser pisoteado por un hippie maricón de tres al cuarto, que es lo que quedé siendo para ella, después de pararle los pies y más las manos. Como dejó claro, a ella, la Magdalena, no la despreciaba ni Dios. Ahí quedaba eso.
La Magdalena, que gozaba de una gran capacidad de liderazgo, no tuvo problema alguno para persuadir a las madres -y más a los padres- de las tropelías que cometíamos con sus hijos los miembros de la comunidad. Y sus calumnias contra nuestro sistema educativo y, en especial, contra mí iban, día a día, propagándose como argumentos irrefutables.
Lo que fue el lema pedagógico y magnánimo de aquella escuela, “Dejad que los niños se acerquen a mí” lo tergiversó como síntoma inequívoco de pederastia, pues, según ella y la mayoría que le dio crédito, aquella invitación al acercamiento, iba cargada de intenciones libidinosas. De hecho, aseguraba que algunas niñas y, sobre todo, niños –dado que yo no podía ser sino maricón- habían sufrido abusos aberrantes, debido a tales acercamientos.
También alegaba como dato de sospecha, nuestro modo de vestir, pues fuese verano o crudo invierno, sólo nos cubríamos con ligeras chilabas. La mía, especialmente, liviana y transparente y bajo la cual, no llevaba ropa interior. Esto lo afirmaba Magdalena con conocimiento de causa, ya que en su desafortunado arrebato de pasión, llegó a levantármela a la altura del pecho.
Otra cosa eran los pies, que solíamos llevar descalzos, lo cual, según ellos, era una auténtica cochinada desde el punto de vista higiénico y también moral, ya que al final de la jornada y, antes de entrar al comedor, yo solía inclinarme a lavárselos a mis colegas delante de todos los niños, lo cual, a simple vista, delataba, a su parecer, un gran mariconeo entre los miembros de la comunidad, pues, si en público, me dejaban tocarles los pies, qué no sería en la intimidad. Que ya se sabe que los hombres primero te cogen el pie y luego el brazo y de ahí en adelante.
Para colmo de males, algunos alumnos empezaron a quejarse de dolores en el trasero, lo cual tenía cierta lógica, pues recibían las clases, durante largas horas, sentados en el suelo, no por otro asunto sino el que nos llevaba a educar a los niños en la austeridad y así recuperar el espíritu de la escuela primigenia.
No hubo caso, porque la gente, siempre dispuesta a creer más en la malevolencia que en las buenas intenciones, empezó a formar jauría enconada y virulenta. De muy malas formas, padres y madres de nuestros alumnos se personaron en nuestra escuela, levantando la voz y hasta la mano contra miembros de nuestra comunidad educativa, sin antes pararse a escuchar sus razones y los medios ya nos iban señalando como carnaza de escándalo social.
Así, la situación del todo sacada de madre, desembocó en una manifestación, que cercaba las puertas de nuestra escuela, numerosa de pancartas y de gentío que, en feroz jauría, nos insultaba y pedía nuestra cabeza.
Yo me encerré en el despacho y llamé a mi padre para pedirle auxilio, pero él, como siempre, entre críptico y enigmático, se limitó a responder: “Perdónales porque no saben lo que hacen”.
Convocando un claustro de urgencia, mis compañeros y yo convinimos en perdonar a las masas violentas, como aconsejó mi padre, pero también en salir lo más rápidamente posible de la escuela por esos pasadizos que llevan a las catacumbas. Allí permanecimos varios días con la única provisión de unos pocos panes y unos peces, que, por fortuna, yo pude multiplicar, de modo de asegurarnos el sustento el tiempo que estuvimos escondidos y, más aún, de llevarnos lo sobrante en unas fiambreras para proveernos en el camino.
Sin escuela, sin hogar, estuvimos deambulando durante años por esos mundos de Dios, por lo cual tuvimos ocasión de conocer a mucha y variada gente. Incluso alguna buena, como la buena samaritana. Pese a mi incidente con la Magdalena, yo me llevaba bien con las mujeres y hasta salvé a una adúltera de morir dilapidada, por lo cual fui adquiriendo cierta fama de feminista. Y de sentencioso; resultó que a la gente le gustaban mis parábolas y empezaron a preferirlas a los manuales de autoayuda. Como, entre mis colegas, había algunos escritores, recogieron nuestras andanzas por los caminos en diversos diarios que luego se convirtieron en best-sellers. Nos iban bien, cada vez mejor, las cosas y, aunque ya nos podíamos permitir comprar una casa o hasta una mansión, le tomamos el gusto a la vida bohemia y seguimos viviendo deambulantes por calles y caminos.
Vivíamos felices de lo que la naturaleza nos daba. La naturaleza y la buena gente que nos pagaba algunas monedas cuando tocaba la flauta. Nos tallamos unas flautas con cañas y maderas del bosque que hacíamos sonar con gran inspiración y el provecho que precisábamos. Necesitábamos poco para vivir y, dada tal consideración, destinamos las ganancias de los best-sellers a diversas Oenegés.
Como íbamos acompañados por perros, cada vez más, pues a ellos se iban sumando sus cachorros, algunos nos llamaban despectivamente “perroflautas”.
Digamos que aquella clase de personas no aprobaban nuestro modo de vida, que consideraban parásito, caótico e improductivo, si bien no le pedíamos nada a nadie, aparte de las pocas monedas que nos quisieran dar por escuchar nuestra música. En Francia, un país mucho más refinado, tratan a los vagabundos con veneración romántica, dándoles el nombre de clochards, pero está visto que este país, de esencia ruda, es asaz intolerante con los diferentes o, según ellos, marginales.
Por lo demás, nuestro trato era educado, amable y expansivo hacia todos cuantos quisieran pedirnos consejo, en especial, a mí, que había cobrado cierta fama de gurú por mis sentencias y mi discurso que perlaba de fabulaciones didácticas que ilustraban a los prójimos desorientados sobre cómo habían de afrontar las adversidades de la vida, obteniendo así ventura y paz interior. Fueron, en resumen, muy dichosos aquellos años de andanzas que pasamos mis doce compañeros y yo, pese a la hostilidad de los que nos prejuzgaban por nuestro aspecto, a su juicio, estrafalario; las largas melenas y las amplias túnicas y quizás nuestra costumbre de calzar sandalias o andar descalzos…

Pseudónimo: Salvador Cordero.

5 respuestas a «Quien bien te quiere»

  1. Estimado y muy querido Sr. Don Salvador Cordero:

    Si es Usted de Dios y quita los pecados del mundo, por favor, tenga piedad de nosotros!
    Vale que le critique veladamente al Padre Suyo, que en verdad es un Señor de mucho cuidado, que para en todo sitios meno que en su casa y que toma decisiones como poco discutibles.
    Lo sabré yo, al que le llamó “quien es como Dios”, donde el “como” es tan grande casi cuanto El! Y todo por tener la escusa de mandarme a mí a hacer la guerra y no ir El. Solo yo se lo que me costó al frente de mis milicias ganar a los “rojos” rebeldes y ponerme debajo de los pies a su jefe Lucy.
    Pero, pero por favor, no me descalifique a mi amiga María de Magda.
    Ya en 1969, el romano Pablo dicho “el VI”, tuve que reconocer de que se habían equivocado en llamarles puta, a lo largo de los últimos 2000 años!
    No le va ha hacer gracias además a los sectores de gays y lesbianas del 15M, ni tampoco a las feministas y menos que menos a los travestis, que sostienen que la Magdalena se infiltró vestida de hombre el la última cena y que siempre con el mismo disfraz solía acompañarse a los demás hombres llamados apóstoles, siendo encima la preferida entre ellos, que estaban envidioso de que le besara Usted en la boca y a ellos no (los maricones).
    En cima hay algún malicioso que sostiene que era la mujer de Usted e incluso que tuvisteis un niño.

    Pero si que está divertido el relato e inspira a seguir su talante, su ritmo y su ligereza, así como he intentado hacer. Solo digo: Cuidado con la ligereza cundo se trata de temas de peso pesado!

    Vai Lola, e che tuo Padre sia con Te!

  2. Jeje, me he echado unas risillas que no veas…

    Muy bueno. Con esta, en especial, me parto de risa,

    «»»Esto lo afirmaba Magdalena con conocimiento de causa, ya que en su desafortunado arrebato de pasión, llegó a levantármela a la altura del pecho.»»»

    Saludos a todas/os.

  3. Bueno, Michele, yo creo que he tratado con cariño al hijo de Dios, hecho hombre, que es también el mismo Dios según el misterio de la Santísima Trinidad y, en fin, más cercano.
    En cualquier caso, lo que he hecho es utilizar la mitología bíblica para contar, en clave de humor, la realidad actual sin ánimo de ofender a nadie. No me convoques el castigo divino, por Dios, pero, en fin, si algo te ha gustado, me alegro, pues tu opinión es la de un escritor, nada menos.
    Grazie mille dalla pazienza da leggere questo brano, ne sono molto fiera dal tuo complimento!!!
    Quintiliano, ¿te ha hecho reir? De eso se trataba…gracias, salado!!!

  4. En un arrebato hembrista
    (o secuela del Edén)
    la divina Magdalena
    lo echa todo a perder,
    Salvador pasa a proscrito
    que la ley de la mujer
    se cumple en el infinito,
    Padre deviene en Padrone
    y no el San José de aquí
    (la verdad, me lo creí)
    metido entre artesones.
    Así por más que la plebe
    tienda gustosa la mano
    a Salvador y compañía
    habrá quien meta la pata
    (se llame Judas o Arpía)
    por una bolsa de plata.

    Esta es lucha desigual
    Perche il tempo se ne va…

    Auguri, Lola. Sempre più avanti!

  5. Por salvar la humanidad
    más de una buena persona
    lo acaba pasando mal.
    Proscrito y apaleado
    y hasta a veces en Chirona,
    que la bondad no se entiende
    sino como necedad
    y por todo el mundo entero,
    entre lobos el cordero,
    ya será crucificado;
    del hado del Salvador
    nunca se libra ni Dios.
    Y amén que por cierta verdad,
    como siempre Winspector,
    bien lo has interpretado
    que en este mundo malvado
    es una cruz la bondad.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.