No te hagas el sueco

29 Mar
(Supuesto) pastelillo de mierda
Comer precocinados es un acto de fe. Por ciega confianza y por la urgencia del momento, uno nunca pone en duda los ingredientes que promete una caja de empanadillas o lasaña, una lata de albóndigas o una bandeja de hamburguesas- por qué nos iban a mentir siendo quien somos- pero lo cierto es que ningún alimento que no presente una forma contundente, digamos un cochinillo con su rabo o una langosta con todos sus bigotes, está libre de sospecha. Como dijo aquel; el secreto está en la masa. Una croqueta o una salchicha, pueden convertirse en la boca en un enigma, no siempre agradable de descifrar. Será que nos escandaliza que, en algunas culturas, los hábitos culinarios incluyan el consumo de insectos y animales domésticos, por más que tal vez nosotros mismos compartamos este mismo consumo y otros mucho peores, aunque, eso sí, en la plena ignorancia. Hasta el penúltimo descubrimiento de fraude alimentario, cualquiera de nosotros podría asegurar que no ha comido caballo y, sin embargo, ahora casi nadie se atrevería a sostener tal afirmación. Lo peor, no obstante, no es tanto descubrir que hemos comido caballo, sino ponerse a averiguar qué parte del equino nos ha tocado en suerte. Una picadora puede ser un electrodoméstico muy perverso; de eso ilustran algunas joyas del cine como Delicatessen o Sweeney Todd de Tim Burton (conclusión; si empiezan a desaparecer tus vecinos, vuélvete vegetariano y desconfía de los dulces.) Yo, por el momento, le estoy tomando una particular aversión a las tartas, después de esa siniestra noticia, según la cual la empresa Ikea ofertaba en sus cafeterías cierta repostería de escatológica manufactura. Un fraude alimentario que nunca mejor dicho se pasa de castaño oscuro, pues las investigaciones en el laboratorio dieron que en las tartas se encontraban restos de bacteria fecal, que es un modo más fino y eufemístico de decir que estaban hechas con mierda. Menudo pastel. O menudo supuesto pastel. Digamos que hablo de oídas y que, por fortuna, no estaba allí para comprobarlo, aunque de ser verdad, la leyenda urbana, me hubiera gustado ver la cara que se le quedó al inspector de sanidad cuando entró en la cocina y pilló al cocinero con las manos en la masa. Tengo amigos radicales que, recelosos de las franquicias, dicen que no van al Ikea porque venden mierda, aunque creo que se referían a los muebles en sentido figurado y no a la cocina de un modo tan explícito. Por mi parte, no voy a pronunciarme sino en el terreno de los supuestos, que es lo que se lleva, porque carezco de pruebas y de capital con el que afrontar una denuncia por calumnia. Si bien la trama del asunto, me tienta como argumento de ficción. Puedo imaginarme el sádico placer de un repostero sueco, elaborando pastelillos de mierda en su cocina y hallo, en la escena, un componente casi irresistible de perversión, porque el lado oscuro en personas, de apariencia inocua e inofensiva, resulta más oscuro todavía. Y, por tradición, tendemos a concebir en el sueco, un carácter templado, nada susceptible a tamaños desafueros, tales que la coprofilia, que es, sin duda, la aberración más cochina que pueda concebir el morbo humano. A este respecto, se podría convenir que “Saló o los 120 días de Sodoma” de Pasolini sea la película más guarra jamás rodada. Mucho estómago hubimos de tener para contener las nauseas durante el metraje de aquel vomitivo banquete en el que los nazis se atracaban con los zurullos de sus efebos. A qué titánicas pruebas no nos habrá sometido la cinefilia. Otra de ellas fue, precisamente, el cine sueco, con esa lentitud, morosidad y simbolismo delirante que conjuraba, tan irremediablemente al sueño. Quien ha podido con Ingmar Bergman, puede con todo.
Ciertamente, el sueco es un pueblo extraordinario, sin hacer tanto ruido como los yanquis, los rusos o los chinos, dominan al mundo a su manera, a la chita callando, haciéndose los suecos.
Ellos deciden dónde está el talento y, así, soliviantan a las gentes con sus premios Nobel. De repente, pronostican que el mejor escritor mundial reside en un exótico y recóndito poblado y todos lo elogian y lo leen sin rechistar. O se sacan de la manga a un escritor inédito y autóctono e imponen la moda de las trilogías y sus títulos interminables al estilo “La niña que desayunó café con churros y luego se dio una vuelta por el parque”. Cuando se publicó Millennium, el nivel de lectura era bajísimo, y, sin embargo, la iniciativa sueca, consiguió que todo Quisque se leyese tochos de novelas de mil páginas en series de tres. Donde antes vendían la pasividad y la morosidad de la gimnasia sueca y el cine bergmaniano, ahora venden acción trepidante y violencia a machamartillo. Los suecos te venden lo que quieren cuando les da la gana y deciden qué se pone de moda; por las suecas se hizo de oro la costa del sol, por ejemplo.
El día menos pensado, descubrirás que los suecos eligen los libros que lees y los muebles de tu casa. Ten cuidado, por lo menos, de que no se metan en tu cocina. Te lo vas a comer todo.

P.D: No olvidéis, que, la entrada anterior, “Inventario de tíos raros”, espera vuestra colaboración como agua de mayo. Segura estoy de que tenéis algo que decir al respecto ¿a que sí?

13 respuestas a «No te hagas el sueco»

  1. Un artículo muy a propósito. Hoy precisamente hoy se publica en el BOE el Real Decreto 176/2013, de 8 de marzo, por el que se derogan total o parcialmente determinadas reglamentaciones técnico-sanitarias y normas de calidad referidas a productos alimenticios.
    Desconozco si mejora, empeora o simplemente matiza las normas anteriores porque aun no he leído las 12 páginas del decreto de marras. Y me temo que eso no sería suficiente porque tendría que consultar la normativa anterior para saber qué demonios decía.
    En fin, seguiré leyendo las “malas lenguas” que imagino no serán de ningún bicho raro. Los bichos raros para el post anterior.

  2. En la nórdica teatral, hacerse el sueco tiene la respuesta, carpetovetónica, de no andarle a la saga con hacerse el sordo o estar teniente, o mejor, “está tiniente er chavá”, como esa suerte de hipoacusia voluntaria y voluntarista que a fuer de esfuerzo se empeña en no oír lo que no quiere, y ya de escuchar, ni hablamos. El peligro de comer mierda es que provoca mutaciones; naturalmente, de mierda. Comer mierda provoca ataxia y relajación hiperblandengue, de forma que el copro exige poco esfuerzo propedéutico: te lo comes y punto. Al ser tan blandita, la molienda no necesita musculatura en la mandíbula, apenas hay que masticar y eso, en consecuencia, hace que los incisivos pierdan la función preparatoria de desmenuzado y que las muelas, subsiguientemente, no hagan trituración. ¿Y al final qué? Cambiamos de boca. Desaparecen los incisivos, premolares, molares y demás piñata. Definitivamente, hemos mutado por mor de la mierda calculada en los estudios de mercado. Es exactamente igual que la política, verdadero trasunto del mal olor con tu artículo. Nos van administrando lentamente la psicocaca y cuando has adaptado tu aparato digestivo a su ingesta, entonces, queda abierta una puerta para colocar disposiciones hirientes contra la gente, a base de recortes, frenos, desilusiones, etc., todo porque hemos mutado y aceptamos que la política se hace fuera de nosotros y sin nosotros. Eso explica que con casos de corrupción se sigan ganando elecciones. Menos mal que mientras que otros lavan dinero, Francesco Primo lava pies en la ergástula. Un saludo.

  3. Como sea que el teclado siempre gasta alguna errata acompañada de la condición de iletrado del escribiente, la voz “saga” subsánese y léase no como ausencia de huida sino como leyenda poética de la mitología escandinava, lo que se ajusta al socaire con lo sueco, en este caso.

  4. En fin, espero que no os haya pillado el artículo a la hora del desayuno. Por más que sea verdad, no es plato de gusto en ciertas ocasiones, recordar la mierda que estamos comiendo, ya sea metafóricamente o hasta en el sentido más real de la palabra. ¿La ley? Ni idea, pero desconfío, cada vez que sale una es para peor. Jolín, Anselmo, incluso eres un ilustrado en coprofilia. Seguro que de tíos raros también sabes un rato ¿no te atreves a romper el hielo? anda…que alguien arroje la primera piedra, que está esa entrada muy sola.

  5. Tienes razón, en cierto modo, Armando, en España nos está sentando mal tanto chorizo, pero, oyes ¿mantequilla de cacahuetes? ¿no es eso lo que desayunan los yanquis en las bases militares de Rota y de Morón?
    Los chorizos, aunque sean compatriotas, no me gustan nada, pero los yanquis invasores menos. Ten cuidado con esa rareza, a ver si te pasa lo de Aznar que, por cierto, quedaría divino en este inventario. De sus intimidades estrafalarias ya nos ha hablado su sobrina quien, para la ocasión, se puso en pelotas. La verdad desnuda, que se llama ¿Quién dijo que ese hombre era soso?

  6. No sé si vendrá al caso, pero el otro día, un pariente del pueblo y yo, en plena Semana Santa, pedimos una tapa de morcilla, allí donde la sirven asada, -¿asada?, ¿tú te das cuenta de lo que dices..? – ¿pues?, – ¡ hombre, es que si pierde la grasa pierde la “grasia”…! Vaya – le contesté – a ti te siguen gustando rellenitas, ¿eh, truhán? Bromas aparte, la verdad es que nos están volviendo locos. Olor y sabor te los sirven como una compra a domicilio, ¿se notan, se sienten…? Los sentidos son cada vez menos corporales. Antes era más difícil que te dieran gato o mierda por liebre a la hora de comer porque se percibía con el olfato, siempre presto; rara vez se bajaba la guardia, se tocaba el género a dos manos, igual que en los mercadillos, se probaba y, si me apuran, se creaba una corriente de opinión al respecto. Ahora no, evidentemente. Nos la meten doblada y no nos enteramos, pero vamos a lo práctico, será la prisa: ojos que no ven y nariz atrofiada pues el corazón, lo mismo. Y la mierda se adapta bien a la moda. Su pestilencia originaria, fuerte, que te tumbaba, vaya, según se recuerda, también ha bajado muchos enteros. Así no hay quien pueda.
    Para paliar esta falta de verdadero ambiente de mierda no camuflada, echo mano de la Grande Bouffe, con M Mastroianni y Ugo Tognazzi, entre otros y la escena de la cloaca. Es como empezar a vivir en plenitud. Si la mierda era tan auténtica, ¿cómo no sería todo lo demás…?
    Un saludo para tod@s.

  7. Completamente, de acuerdo, ya lo decía Don Juan, amor amor-cilla hueles. Cada cosa entonces olía a lo que tenía que oler sin que la encubriesen aromatizantes y saborizantes, que tanto nos engañan el olfato y el paladar. Así lo mismo desaparecen los inmigrantes de tu calle y los vuelves a reencontrar en una lasaña boloñesa. Che idea, ma quale idea! La manipulación alimentaria no tiene piedad, ni tampoco los informativos, cuánta mierda no nos quedará aún que tragar. Ya no nos queda estómago para tanto chorizo.
    ¿La Grande Bouffe? Extraordinaria. Por cierto, que uno de los cortos magistrales de “Che viva l´Italia” ya daba cuenta de lo que es una cocina bien guarrindona. Escenas muy puercas pero exquisitas. Hasta los peluquines terminaron en la sopa…

  8. …la sopa que fuera castrense cuando existía el Servicio Militar, esa sí que era boba, comiendo los quintos con fruicción aquel líquido previo a la objeccion. Porque a partir de entonces surgieron objetores e insumisos. Después vino el ejército profesional y desapareció la mili. Qué tiempos aquéllos en que la artrosis era un extraño del diccionario y la vejez un Godot que nunca llegaría. Pero me hicieron falta treinta años, que diría el poeta, para entender que era un corto lapso el de la espera, y ahora las sopas ni siquiera son de letras, condimentan sabores que ya las glándulas ni admiten. Ni el día de mañana es ya promisorio, más bien hoja calenda que se desploma haciéndose la sueca.

  9. Considerando que las bacterias viven y se reproducen entre el azúcar y la temperatura óptima, no es de extrañar que aparezcan en una tarta. Posiblemente antes de que nos percatemos aparezcan en miles de tartas que tienen en común su orígen. Si recapitulas con un poco de lógica, posiblemente, has comido más veces bacterias de esas que días tienes de vida. Vas a comer, al sitio más limpio del mundo, te lavas las manos con jabón, busca lejía y te echas el chorreón en las manos. Sales del baño, abres la puerta a patadas, la cierras a rodillazos, para no coger los bichos fecales que habrá en el pomo de la puerta. Te sientas a la mesa del más inmaculado y suntuoso restaurante, todo limpísimo, observas todo, todo reluciente, los cubiertos ni tan siquiera tienen la huella de la gota de agua seca, expléndido. Los camareros con bonete en la cabeza, las manos limpias, todo con mucho arte, cogen el pan con pinzas. Estás comiendo agustísimo, te traen el segundo plato, viene algo soso, pides un salero, te lo traen, añades sal, comes, ummm riquísimo, de pronto en la horizontal de luz que se traza desde tu ojo hacia la concavidad superior del salero ves una huella humana en el mismo, huella que tocaste cuando lo cogiste, y después troceaste el pan con la mano, y comiste. Empiezas a pensar que si la personita que fue al baño antes y que después espolvoreó con el salero antes que tú tomaría las mismas precauciones, y no, no las tomó. Porque sabes que nadie sale del baño abriendo y cerrando la puerta a patadas, solo tú. Y entonces caes en la cuenta que las bacterias esas las tienes ya como mínimo en la cuota más alta del estómago, y de pronto se te quita el hambre……Conclusión, siempre se han comido muchas bacterias de esas. Quizá actualmente y gracias a la elaboración mecánica, menos.
    Pasa con éstas como con las bacterias que dañan los fondos públicos, siempre han existido, ahora gracias a la tecnología y la información nos enteramos más, pero siempre las hubo.

    P.D.1.- Me alegra enormemente leeros, a todos. Un cordial saludo.
    P.D.2.- Afortunadamente con la que está cayendo no tengo que regar el maíz. Por eso tengo más tiempo.

  10. No, si al final se cumplirá el molesto – por tonto y plano – dicho de “si quieres ser feliz, no profundices”, ¿quién lo inventaría?. Seguramente algún bon vivant a la violeta, actualizado y con cargo. Lo que dice Anselmo de aquel terrible líquido, que solían servir con demasiada frecuencia a los pobres (pobres) soldados, compuesto de irregulares trozos de patata y cebolla, nadando en círculo alrededor de un pellejo de bacalao, es bien cierto. Si a esto se le añadía la palabra maldita “bromuro”, ese potente fármaco contra el deseo sexual, dicen, y que reduce al hombre a la paz de los sentidos, extensible a cualquier comida cuartelera, no andaban faltos de razón aquellos que, en un alarde de falsa humildad, pregonaban a los cuatro vientos que la mili se la había dejado floja, lánguida y pendulona…Al otro lado del Atlántico, según las referencias de que dispongo, en México, por ejemplo, era otra cosa. En tiempos de Santa Anna se podía leer a la entrada de los centros de reclutamiento: “tráiganos un niño y le devolveremos un hombre”. Curioso.
    Ah, Quintiliano, qué malo eres. Me traes a la memoria aquellos vasos de discoteca vistos a trasluz, llenos de huellas y carmín incluso después de fregados. Y luego los bocatas a la salida (algunos les llamaban manuales, hechos a mano sin pinzas ni servilleta ni na de na) sobre cuyas lonchas se formaron los más expertos criminólogos en disciplina dactilar…Hasta los más legos en la materia llegaron a distinguir, con envidiable precisión, una huella adelta de otra bidelta o dextrodelta…
    Y así, a la vista de la nouvelle cuisine, de realidad prestada y volátil, me ha dado por evocar al legendario grupo Lone Star y su tema “Soñar”, que empieza “Yo voy buscando algo más que un rostro maquillado de mujer…” Como siempre, nada personal.
    Un saludo, Anselmo, Quintiliano, Lola et alia.

  11. Había que ir a la mili para hacerse un hombre y luego a las criaturas allí le daban bromuro para que no fuesen tan hombres o tan machos, pero como la hombría del hombre español no se amilana, como demuestra el landismo de pelo en pecho, el soldado era salido, pese al bromuro.
    Mi abuelo pronosticaba que sin mili obligatoria, todo quisque iba a volverse maricón. Tampoco es eso. La cuota de homosexualidad se mantiene en el mismo porcentaje, pero es verdad que crecer y comer en la escasez es una cuota y que el hambre es amiga del ingenio. Si esta juventud hubiese vivido con tan pocos recursos como se vivió entonces, tendría más ideas que exigirle al estado soluciones que es como patalear para que papá te suba la asignación semanal. Se buscaría la vida por sí misma y, de paso, nos la haría más esperanzadora a nosotros. A nosotros nos hicieron duros las legumbres y la disciplina y supimos vivir en la dureza, pero quien lo tiene todo sin hacer nada, es lógico que se desconcierte si, de repente, pintan bastos. Entre la mili y la caña al mono y el paternalismo complaciente, ha de haber un intermedio que nos ilumine. Debemos buscarlo; en el equilibrio está la virtud.

  12. Esa tercera vía intermezza, que nadie sabe como conciliar, sigue la ruta del eslabón perdido de la evolución. Luego está el tiempo; cuando el joven de hoy quiera darse cuenta se verá, irremisiblemente, atrapado por los años, si alguien -¿?- no le da antes el empujón final hacia el futuro y que éste no sea “piaf” (con perdón de Edith) u onomatopeya producida por un francés cuando cae sobre un montón de “merde”. Comprendo que no son horas, pero habrá que tomárselo con humor, mes amis.
    Cuando pasado y presente eran oscuros, siempre había alguien que, sirviéndose de los escasos medios de comunicación de la época, tendía su mano y sus palabras de aliento a la gente joven. La música fue uno de ellos:

    http://www.youtube.com/watch?v=t7X48Es1Dlw

    El futuro, al menos, importaba. Aunque, justo es reconocerlo, muchos de aquellos “luchadores” optaron después por la vida cómoda y devinieron en adalides adocenados, adiposos, adiestrados fumadores de tabaco italiano MS (merda secca, ea, que todavía me acuerdo)
    Buen día para tod@s.

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