Celebrar el Día de la Mujer Trabajadora, como mujer trabajadora, es un raro privilegio este año en el que la cifra de paradas asciende a 2.800.000, dada la actual tendencia a la destrucción de empleo en este país. Tal y como están poniéndose las condiciones en el terreno laboral y, a la altura de un viernes, una está “hecha un polvo”, como diría Lilian, mi amiga holandesa, y con más ganas de irse a la cama en busca del sueño perdido, que de celebrar precisamente el privilegio de tener trabajo y darse con un canto en los dientes, un dicho brutal que no entiendo en absoluto, pero que siempre sale a relucir en estos casos. Con menos derechos y más horas por menos salario, ya casi nadie se atreve a sacar a flote el argumento de que el trabajo dignifique pero, por poco que sea, se cobra y eso es más que nada. Hay paradas que no paran de trabajar en trabajos tan dignos como el cuidado del hogar, los hijos y los familiares dependientes, además de colaborar de voluntarias en alguna ONG y no reciben a cambio ni un euro. Su trabajo es, en efecto, impagable. Dadas tales consideraciones, el día 8 de marzo se llama ahora, simplemente, Día de la Mujer, habida cuenta de que cualquier mujer trabaja con remuneración o sin ella. Por más que, en el subconsciente colectivo, la mujer trabajadora es la que tiene un empleo también fuera de su casa; o sea, dos. Ésta sería, en suma, la mujer pluriempleada, o sea, privilegiada, de la que hablábamos en principio; la que trabaja en casa y en la calle a jornada super-completa si, para colmo, no tiene ese primor de marido moderno que “le echa una mano”. Sobre esta clase de mujeres que dio la emancipación del siglo XX, bromeaba con sarcasmo Jorge Llopis, legendario colaborador de “La Codorniz”, para poner en duda sus conquistas libertarias. ¿Cómo ha preferido la mujer antes de seguir siendo la dominatriz de su hogar, donde hacía y deshacía a su santa voluntad, esclavizarse a las órdenes de algún jefecillo oscuro?, se asombraba el humorista. Ni que decir tiene que el tipo de ama de casa al que aludía Llopis podría encajar en esa categoría de élite cuyo cometido se limitaba a dar la orden del día al ama de llaves, la cocinera y las doncellas para luego retirarse a responder la correspondencia en su gabinete. Desde luego, no es lo mismo ser ama de casa para Isabel Preysler que para cualquier hija de vecina. A la filipina le ha salido muy bien esa estrategia del millonario que te ofrece una vida regalada, pero no siempre ese tipo de cuentos acaban bien. Ni siquiera cuando, literalmente, llega el príncipe azul y promete tratarte como una Reina. Por los incidentes que han salpicado en estos años a la Casa Real, entendemos por qué “las niñas ya no quieren ser princesas”. No es oro todo lo que reluce y hay reyes que dan mucho trabajo.
Por hache o por be, no es recomendable confiarle el futuro a San Antonio. Si te sale listo el maromo, lo mismo te desvía un montón de millones a tu cuenta, a cambio sólo de tu ciega confianza, en cobro por un trabajo que no haces. El mundo de la mujer trabajadora, como cualquiera de los mundos, es un auténtico disparate; hay mujeres que por hacer un trabajo no cobran nada y otras que por no hacerlo cobran millones. Ser la mujer de Bárcenas o Urdangarin, tiene esta clase de ventajas, si bien, en contrapartida, acabas a la larga en los juzgados, luciendo gafas negras como Isabel Pantoja.
Por eso, la emancipación es siempre el mejor camino a pesar de los pesares que, en este país, significa luchar contra un machismo todavía bastante garrulo que, para colmo, afecta tanto a la derecha como a la izquierda. Lo que explica que un secretario socialista pueda mandar a la ministra de Trabajo, Fátima Báñez, “a hacer punto de cruz a su pueblo” o que un edil de IU sentencie que Dolores de Cospedal “no está malota sexualmente” o que el de más allá, diga que “hay que tener estómago para acostarse” con la portavoz del PSOE, Soraya Rodríguez.
No vamos a desterrar en un periquete tanto tópico secular de loseta tabernaria (“La mujer y la sardina a la cocina” y “El vino en bota y la mujer en pelotas”), pero sí practicar el arte del caso omiso e ir regando esos brotes verdes que, sin duda, afloran. Si nos atenemos a los hechos objetivos, caeremos en la cuenta de que, hoy por hoy, la voz femenina impera en el panorama político nacional. Tenemos ese presidente figurante y ausente que es Rajoy, y una verdadera presidenta en funciones, que es Dolores de Cospedal – la mujer trabajadora, por cierto, mejor pagada de España- bajo la amenaza de esa gran conspiradora, que es Esperanza Aguirre. Y también tendríamos una alternativa seria de opción a gobierno en el partido liderado por Rosa Díez, UPyD, de no ser por Tony Cantó, ese diputado que, siempre dando el cante con sus declaraciones neo-fascistas, le ha salido a la Díez como un grano en el culo.
A estas alturas, no entendemos por qué Rosa Díez no ha soltado este lastre para despegar el vuelo. Será que lo encuentra guapo o le despierta el instinto maternal, una debilidad que a las mujeres siempre nos la caga.
Ni igual ni mejor; mujer
8
Mar
Está bien el olorcito femenino a femenista, pero está un poco manido, casi tanto como los polvorones en Semana Santa.
El feminismo no está pasado de moda, mientras el machismo perdure y utilice el término «feminista» como insulto. Pero eso, ofende quien puede.