Como esos sabios que en el mundo han sido, Benedicto XVI huye del mundanal ruido, que es lo que hubiera querido hacer Fray Luis si lo hubiesen dejado alguna vez en paz los dominicos. Las comunidades religiosas son, por lo general, un avispero, sobre todo, si uno es el director. Hay que luchar contra los infieles y andar ojo avizor a lo fieles, que no siempre son leales. La traición tiene más peligro que el ataque frontal, porque el golpe de los tuyos te sacude desprevenido y más de cerca. Siendo Papa, ni siquiera es posible confiar en tu mano derecha. Como en las novelas policíacas inglesas, en el Vaticano, el mayordomo es culpable. Quien se sienta a la derecha del Padre, tiene mayor perspectiva y oportunidad para sacudirle un derechazo, clavarle un puñal por la espalda u ofrecerle un capuccino envenenado en menos que canta el gallo. Luego, vaya usted a averiguar, a los Papas no se les hace autopsia.
El palacio papal no es, desde luego, el mejor lugar para relajarse, sobre todo, si uno es el propio Pontífice. No hay ojos en el mundo capaces de vigilar tal cocedero de intrigas por tan interminables pasillos e innumerables dependencias, sin estar en permanente estado de vigilia.
Sea sólo que el Santo Padre se eche una cabezadita y ya aprovecha el descuido el taimado mayordomo para desplegar sus artes de urraca, escudriñando papeles por los cajones del escritorio y los despachos. Así no hay quien viva, más aún, habida cuenta de que el tal mayordomo, Paolo Gabriele, “Paoletto” para quienes fueran, en teoría, sus amigos no era el único pájaro que revoloteaba por la plaza de San Pedro, donde, se dice que había más cuervos por metro cuadrado que en el episodio final de la batalla de las Termópilas, dispuestos a cantar a cuenta del Vatileaks y poner la casa patas arriba. Estaba ya cantado que el dinero del Banco Vaticano no llovía del cielo sino de los sótanos de las finanzas más subterráneas, resultando una perfecta tapadera para el blanqueo de capitales procedentes de empresarios y políticos corruptos y hasta se dice que de la mafia, bandas criminales como La Magliana y otras actividades delictivas como el tráfico de drogas. Demasiadas manos entrando en la misma arca y demasiados intereses en juego para que se permita que un solo Padre, por santo que sea, venga a desbaratarlos a cambio únicamente de buenas intenciones. Si Benedicto XVI se propuso limpiar por fin las alcantarillas de estas tramas financieras, consolidadas en su ejercicio, durante tantos años de impunidad, no me extraña que se urdiese una conspiración para hacer rodar su cabeza. Las mafias no se andan con chiquitas. Cualquier día de estos, el Papa hubiese amanecido muerto sin necesidad de un diagnóstico demasiado claro. Con ochenta y cinco años, hubiera valido cualquiera.
No voy a decir yo que la actitud de Benedicto XVI me parezca valiente. Lo valiente hubiese sido que el Papa abdicante hubiera seguido bregando con sus achaques, sorteando las mañas de intrigantes y conspiradores y los ataques de los furibundos ateos hasta el fin de sus días como Juan Pablo II, pero es que Benedicto no aspira a la beatificación como el Papa polaco, sino a la beatitud, como reclama su mente alemana y pragmática. El derecho a la jubilación debería ser un derecho sagrado, especialmente si el trabajo ha consistido en ser el cabeza de la iglesia católica en tiempos tan convulsos, donde los casos de pederastia han salpicado de escándalos a medio mundo, lo que le ha obligado al Pontífice a emprender un penoso peregrinaje para pedir perdón en nombre de las ovejas más negras de su rebaño. Pedir perdón por los crímenes de otros debe ser bastante estresante. Me hago cargo porque, en cierta ocasión, una mexicana me quiso hacer responsable de los millones de indígenas que Hernán Cortés había masacrado en su país y por poco no me entra un ataque de ansiedad. Tanto más podría comprenderse que le ocurra lo propio a un anciano con el corazón abonado a un marcapasos, tal vez más humano que divino como lo retrató Nanni Moretti en su tierna película “Habemus Papam”, pero ¿y qué? Humano fue el primer Papa que eligió Jesucristo para su iglesia, San Pedro, quien incurrió en la debilidad de negarlo tres veces antes de que cantase el gallo.
Yo que prefiero a los humanos antes que a los héroes y a los santos, encuentro algo lírico y conmovedor en esta retirada del Papa. Me recuerda a ese personaje de Frank Capra (“Vive como quieras”) que, ejecutivo y en la cima del poder, lo deja todo de repente y se va a tocar la armónica con su consuegro.
Lejos del mundanal ruido, recluido en su monasterio, Benedicto vivirá horas de beatitud, escuchando la voz de Dios en el canto de las aves en lugar de sufrir a los cuervos. Se va a quedar en la gloria.
La alegría más perfecta está en el retiro. “Cuando el éxito me abandone, me iré a mi pueblo a plantar tomates”, ha dicho la actriz Inma Cuesta. Dichoso aquel.
El Papa se quedará en la gloria
15
Feb
Simplemente, genial!
Muchas gracias, Raquel. Tu opinión es muy valiosa para mí, pues, como todos saben, eres una avezada crítica literaria, aunque supongo que, desde tu sensibilidad, lo que has valorado en este artículo es que está escrito con el corazón. Eres un sol, un abrazo.
Lola.
Mucho se habló, durante aquella primavera del 78, de todo el entramado que rodeaba el secuestro y posterior asesinato, por parte de las Brigadas Rojas, del líder democristiano, Aldo Moro, de las implicaciones de la CIA, la Mafia, el Banco Ambrosiano… y de los famosos “sótanos” del Vaticano. Por entonces me encontraba en Génova disfrutando de unas largas (nunca más volvieron) vacaciones. Después, con la llegada del verano, la muerte de Pablo VI y el advenimiento de Juan Pablo I, su corto mandato papal….Y más intriga, suspense, ¿dónde estaba H. Poirot?. Como se suele decir, aquellos acontecimientos marcaron un antes y un después en la historia más reciente del Vaticano.
Si uno tuviera la sensibilidad y el don de palabra que tiene su primo, autor de “Cartas desde Roma”, precisamente con ocasión de la investidura de Benedicto XVI, tal vez escribiría algo relacionado con el saber vivir y, como bien das a entender, el saber llegar. Obviamente, no dispongo de tal don. Pero viendo su fotografía, no puedo por menos que recordar a Ovidio:
“Quando mi torna alla mente l’immagine tristissima di quella notte in cui furono per me gli ultimi istanti in città, quando ripenso alla notte in cui lasciai tante cose a me care, anche ora una goccia scende dai miei occhi…”
Siempre audaz y emotiva. Un saludo para ti y para tod@s
Oh, Papa, tu naciste
para darle a la saga
perdurable un tiempo
sin fisuras de mitra
y báculo. Una vida
con hombros sin aleves.
Cazulla y palio.
Qué maravilla,
los fieles calculándote
el ocaso y tú,
tan de repente,
te vas y lapso.
Deduzco por esa referencia que haces a las «Tristia» de Ovidio (¿o quizás a «Ex ponto»?), que sugieres que el Papa más que irse, ha sido desterrado, tal vez por saber verdades incómodas y oscuras del imperio, cual le ocurrió al poeta ¿será?
El destino de Benedicto XVI no será tan inhóspito como la ruda Costanza que carcomió los huesos, las ilusiones y hasta el talento del luminoso vate, pero tal vez cuenta con la desventaja de por proximidad inmediata, estar demasiado al alcance de ciertas manos bastante asesinas, llegada la ocasión. Nadie por ateo que sea, dejará de sentir conmiseración por la imagen que transmite esta foto, donde, por encima de cualquier otra contemplación, sólo puede verse a un anciano con la soga al cuello ¿le perdonarán la vida con la huida? ¿No habrá secuestro y calabozo donde ahora sólo vemos tocata y fuga? Esperamos, Óscar, tus versos por la duda.
El autor de esos versos soy yo mismo, señora Clavero, no ha otro vate plagiado.
Más que destierro, a mí me sabe a humillación. Tener que elegir, forzosamente, entre la sima profunda que se abre a tus pies y la manada de lobos que te acucia por la espalda, “a fronte praecipitium, a tergo lupi”. El Papa, a su pesar, creo, opta por las Horcas Caudinas. A diferencia de las Tristia, donde Ovidio relata su versión de los hechos, pide clemencia y espera conmover al emperador, en este caso no existe nadie, por encima de su propia autoridad papal, a quien dirigirse, como no sea a sí mismo. O comunicárselo al mismo Dios, para lo que se requiere alcanzar el grado de místico. Tal vez vaya por ahí la cosa, iniciarse en el misticismo desde la soledad aceptada y así poder dar cuenta al Creador de los actos de todos aquellos que se dijeron cristianos y que escandalizaron a los pueblos con sus acciones y con su conducta sobre los más pequeños, merecedores, por tanto, de la piedra de molino de asno al cuello y de ser arrojados al mar… Vendría a ser, salvando los matices, como el “compromesso storico”, soñado por Aldo Moro.
En tiempos se predicaba que ser cristiano era una apuesta por la fe en la existencia de Dios, donde había mucho que ganar. Y si, finalmente, “después”, no había nada, pues que siempre había existido esa posibilidad. Jugárselo a los chinos, vaya.
Saludos
Los místicos no encontraron, precisamente, la paz. El pobre de San Juan de la Cruz se la pasaba escapando por las ventanas de los monasterios para evitar que le echase el guante la Inquisición. Tampoco fue más relajada la vida de los ascetas. Fray Luis, en lugar del ansiado retiro, encontró la cárcel por culpa de los dominicos. Los católicos dan mucha guerra y poca paz, que se lo digan a San Ignacio de Loyola. Al Papa, como tú dices, sólo le queda que Dios lo oiga. Que se quede con Dios en su adiós. Ojalá, si no es blasfemia.
Anselmo, tú eres el autor de esos versos, pero ¿quién eres tú?
CUASI SONETO IDENTITARIO PARA NO DESPEJAR DUDAS
Me pregunta Dolores quién soy yo.
Vaya pregunta y difícil respuesta;
una partida, una pérdida apuesta,
toda la inteligencia que cayó.
Si yo supiera el nombre que me llamo
y así poder signar su torpe estampa,
sabría pues adónde y con quién campa,
haciendo un menor uso del ensalmo.
Pero resulta cierto que sucede
que apenas tengo firma y que se inhibe
en ligero rumor de caracola.
La sospecha de que por vivo puede
pensar en sobrenombres cuando escribe,
en este caso Anselmo y usted Lola.
El nombre estorba al autor,
que dándole ego le roba altura
y la condición de caradura
que se permite el anónimo
bajo la impostura del pseudónimo.
Sin embargo, por la ciencia que me asiste,
y los correos a cuenta de heterónimos,
le digo yo con datos en ristre,
que de este blog es usted veterano
y donde se llama Anselmo,
otrora se llamaba Quintiliano,
Volviendo al caso de Su Santidad y siguiendo con los versos.
(Estos corresponden a un poeta onubense)
SIEMBRA
La mano abierta sobre el surco nuevo,
voy partiendo este amor de la semilla
y en él mi corazón estoy partiendo
porque arraigue hermanado con la espiga.
¡Espigas del amor sobre el terruño
hinchando las besanas del barbecho!
Habrá una primavera para el mundo
cuando la espiga rompa sobre el yermo.
Yo soy el sembrador que pasa y pone
sobre la tierra blanda la mancera
sin importarle nada que, al sembrar,
venga otro a recoger de amor la siembra.
Sólo sembrar la tierra es lo que importa.
¡Qué importa que otro venga y con su mano
en su solapa ponga aquella rosa
que creció por nosotros junto al árbol!
Yo soy el sembrador que pasa y siembra
la más honda semilla en el barbecho.
¡Qué importa que otros vengan y me arranquen
de este surco profundo en que estoy muerto!
Cuando rompa la espiga en primavera
y sangre la amapola sobre el surco,
sabed que el corazón del sembrador
jamás despertará sobre el terruño.
Es triste, otros recogerán el fruto que sembramos,
de la lucha sólo nos ha de quedar lo que luchamos,
pasaremos la vida en el tajo sin más gloria
que llevarnos por ese pan que amasamos,
poca miga y muchas hostias.