Queridos hijos y nietos:
Me hago cargo de lo mucho que os debió sorprender, cuando fuiste a visitarme a casa, que os abriese la puerta Mamadou, que es un chico de lo más agradable, pero la verdad que impone por su piel tan oscura y su altura de casi dos metros. También él mismo se sorprendió de veros, lo que justifica que al pronto tuviese una reacción algo recelosa y huraña. No se lo toméis a mal, él tiene más motivos que vosotros para asustarse, tal y como están los controles sobre inmigrantes y el asunto de los desahucios.
Por lo demás, qué os puedo decir, hay muchas cosas que pueden cambiar en un año, incluso en la vida de un jubilado. Con esto, no quiero reprocharos la escasa frecuencia de vuestras visitas, ya sé que siempre estáis muy ocupados y ni siquiera encontráis un momento para hablar conmigo por teléfono. Era tan notoria vuestra impaciencia por colgarme cada vez que os llamaba, que, por no molestaros más, decidí dejar de hacerlo. Eso explica que no os haya contado qué hace en mi casa Mamadou y por qué yo ya no vivo más allí, cosa que supongo os alegrará saber por lo mucho que en un tiempo me aconsejasteis irme de aquel piso tan frío y húmedo para ingresar en una residencia, donde podría estar más atendido y acompañado.
Sabréis que, en aquel momento, como siempre, valoré vuestros consejos y vuestra gran preocupación por mí y que, si no os hice caso entonces, sólo fue porque soy muy mío y me gusta apañármelas por mi cuenta, si bien en alguna ocasión me hubiese gustado que me ofrecierais esa habitación que, según sé, os queda vacía en casa. Sobre todo, cuando se murió la abuela y me sentía algo solo y añorante de calor familiar. Por fortuna, fue una racha de morriña que se me pasó y, qué caray, empecé a tomarle el gusto a la independencia y a hacer lo que me viniese en gana; tanto que, al verme libre como un pájaro, cometí excesos propios de un chaval que terminaron pasándome factura. Porque, aunque mi espíritu era el de un veinteañero, mi cuerpo vino a recordarme las setentas castañas cumplidas y a salirme con las goteras propias de la edad. Primero el corazón, luego el hígado y, a la postre, las piernas que empezaron a fallarme.
Así fue como entablé amistad con Mamadou, un día que me di un trastazo por la calle y estuve a punto de romperme la cadera, de suerte que el moreno me recogió y me llevó a urgencias algo nervioso por si venía alguien a preguntarle por sus papeles.
A Mamadou yo lo conocía de vista porque era vendedor ambulante de relojes y estaba empeñado en colocarme uno. Sin éxito, pues yo siempre le respondía:
-¿Y para qué leches quiere un reloj un jubilado?
Desde aquella visita al hospital, Mamadou dejó de vender relojes y se vino a mi casa de interno para atenderme. Le hice un contrato de trabajo y así obtuvo los papeles, conviviendo ambos en perfecta armonía; yo perfectamente cuidado y él tranquilo y con la ilusión de traerse a su mujer y sus hijos de Senegal. Con mi ayuda, se los trajo, a ellos y a otros tres amigos que, desesperados por las miserias de su país, buscaban una oportunidad en Europa. De ahí, os podréis explicar el bullicio que encontrasteis en la casa. Lo he arreglado todo para que Mamadou se quede con mi piso. Sé que no os importará porque nunca os gustó, ya que os molestaba incluso pisarlo por ser tan húmedo, frío e incómodo. No obstante, para Mamadou y su gran familia se ha convertido en un hogar luminoso y feliz, como podéis apreciar.
Por mí no debéis preocuparos. Quien tiene una pensión, tiene un tesoro y, más aún, si la ha ido aliñando con otras inversiones que en otros tiempos prósperos dieron su fruto. No os conté nada de esto, porque soy muy mío y por miedo al corralito, en prevención, abrí mis cuentas en Suiza.
Por supuesto, no me he ido a vivir allí, que ya sabéis que soy muy friolero, sino a un país de clima caribeño donde he encontrado una residencia de lujo, en la que me tratan como a un marqués. A mi asistenta personal, Yanira, una chiquita muy exuberante y simpática, la tengo tan encandilada que hasta viene a visitarme su familia y ya su padre de cincuenta y tantos me llama “hijo mío”, lo cual a un señor de setenta y tantos, como yo, qué quieres, le rejuvenece.
No obstante, no os preocupéis; no os voy a dar una madrastra, le debo fidelidad al recuerdo de la abuela y, qué caray, de matrimonio he tenido ya bastante.
Por lo demás, ya sé que hay otros abuelos que vuelven al hogar para ayudar con sus pensiones a subsanar la economía de sus familias en estos tiempos difíciles que corren. Sin embargo, creo que es mi deber como padre y abuelo, daros la oportunidad de creceros en los obstáculos y así obtener la satisfacción de ganaros la vida por vuestros propios medios. Que las dificultades os den madurez, altura y espíritu de sacrificio. Que os den.
Carta del abuelo
1
Nov
Lola, muy bueno. Y realista, y pedagógico. Enhorabuena.
Saludos.
Muy gracioso y atinado, amén de otras consideraciones.
Mi profesora es una nueva que se llama Olga Cánovas.
Jo, yo también te echo mucho de menos y claro que seguiremos en contacto siempre que tú quieras!
Pues el examen no se cómo está, tengo que esperar…
¿Qué tal el puente? A mi me duele todo, estoy para una residencia…
Me alegro mucho de que en tu nuevo insti te vaya tan bien,pero no me sustituyas!
Ah, si todos los abuelos españoles pudieran abrir cuentas en Suiza…Pero realmente está pasando. Muchos, millones diría yo, se acuerdan que tienen abuelos cuando estos toman decisiones que pueden afectar gravemente la futura herencia. Y hasta ahí podíamos llegar. Toda la vida sin hacer ni puñetero caso y ahora toca luchar y mover Roma con Santiago para que no se escape lo que, según ell@s, les pertenece por derecho. Y yo me pregunto, ¿por qué en España perdura todavía ese afán loco de imitar constantemente lo peorcito del pasado, al cabecita de calavera…? Pues no hay derecho a eso y hay que felicitar a este abuelo en cuestión. Y a tantos y tantos Mamadous, en su inmensa mayoría educados y sinceros, buena gente que se suele decir y es lo que hace tanta falta que haya. Tal vez personas como ell@s sean las representantes de lo esencial de nuestra existencia.
Aunque lo esencial, al decir del Zorro al Petit Prince, es invisible a los ojos. Ahí debe estar la inteligencia.
Como siempre, acertada y amena, Lola. Un saludo para ti y para tod@s
PD: Va por ese abuelo. ¿De verdad pasa el tiempo…?
https://www.youtube.com/watch?v=gFNbXUIg-CI
Como podéis imaginaros, este puente también me perdí, ya sabréis dónde. Me alegro de que te haya gustado el artículo, Javier, tus palabras son siempre para mí palabras mayores por ser uno de los grandes. Muchas gracias, apañado.
Y también a Quintiliano, que estaba últimamente muy perdido por sus maizales.
Me ha encantado el poema de Rafael de León, Winspector, de verdad que los tiempos no cambian “cansado de hacer el lelo, tomó venganza el abuelo…”. No suele ocurrir entre nuestros sufridos pensionistas pero es para aplaudirles la ocurrencia, si salen por peteneras cuando toca sacarlos de las residencias o de sus “casillas” para choricearles las pensiones, esos mismos hijos que ayer no más rehuían del abuelo y sus achaques. Lo digo y lo mantengo; a los ingratos que les den, que es de recibo, si la vida son tres días, que quien ha pasado dos trabajando como un mulo, pase el tercero holgando a su sabor sin deberle nada a nadie que no se lo haya currado como ellos ¿A que sí?
Espero, Paula, que con este artículo, valores más el trabajo de tu madre con los mayores, que no significan “viejos” sino más grandes. Con ese respeto, seguirás creciendo y yo que lo vea. ¿Sustituirte? ¿Cómo? Eres única!!!