La palabra lenta, sopesada, paladeada como la bocanada de humo de ese cigarrillo que inspiraba y exhalaba al mismo pausado ritmo de su verbo calibrado, equilibrado. Santiago Carrillo maceraba sus palabras cuidadosas en la nicotina de ese sempiterno cigarrillo que, en sus labios, fue un icono; su bastón en tiempos difíciles, digamos, casi todos en el transcurso de una biografía de casi un siglo que, entre sendas abruptas, asistió en primera línea de acción al cruento desorden de una guerra civil, la complicada tramoya de una conspiración contra la larga dictadura en el exilio, la laboriosa construcción de una democracia novicia en una transición desconcertada tras la muerte de Franco, la tentativa de un golpe militar y, quizás, lo peor; el inexorable derrumbamiento de su propio partido comunista, poco después de su legalización, carcomido por sus propias disensiones internas; diferencias ideológicas, luchas de poder y continuas traiciones. Aparte de sus viejos contrincantes de guerra, postulantes de la ultraderecha, los enemigos más encarnizados de Carrillo se encontraban en sus propias filas, acusándolo de déspota, cínico y oportunista sin cejar hasta retirarle el carné. Lo expulsaron de su secretaría general, pero nunca de la militancia política donde seguía lustrando sus armas oratorias con la propiedad y contundencia que le daban su categoría de líder innato.
Seductor más para los extraños que para los suyos, convencía sin vencer jamás. Perdió la guerra y todas las batallas en las urnas y hasta la dirección de su propio partido, pero nadie sabía perder con tanta elegancia, ni convivir con los presuntos rivales con mayor cordialidad. Eso le hizo, a cambio, ganarse un respeto hasta conseguir liberarse en cierto modo de la negra leyenda de Paracuellos bajo cuya sombra se le señalaba, de antemano, como un violento criminal a su regreso a España del exilio en los primeros años de la democracia, donde creció como figura mediadora siempre a favor del diálogo, la tolerancia y el pacto. Quienes asociaban a Carrillo con ese energúmeno sanguinario vinculado a los más siniestros episodios de la guerra civil, se encontraron con sorpresa con el tipo prudente, mesurado y sereno que finalmente recordará la historia, un hombre que, según Soledad Gallego, “no fue decisivo en la guerra ni en la posguerra, pero lo fue en la paz, primero en el proceso de reconciliación y, después, en el de la democratización”. Por la reconciliación de las Españas divididas, en la línea de los versos de Blas de Otero, poeta también comunista, Carrillo optó por contribuir a construir el modelo de estado que permitiera convivir en paz a todos los españoles, si bien esto pudiese contradecir a sus propias ideas comunistas que, pese a todo, nunca abandonó. Creyó en el comunismo cuando le pareció una opción posible y ni siquiera renunció a él cuando reconoció que se trataba de un modelo imposible y caduco y, no obstante, ante todo, apoyó, más allá de sus intereses particulares, la consolidación de la democracia como marco que diese cabida a toda la diversidad de ideologías probables en este país, cansado del pensamiento único. Fue, en realidad, el primer demócrata de España, pues tuvo un partido, antes de que en este país hubiese ninguno.
Durante la dictadura, “el partido”, no fue otro que el partido comunista, donde se apiñaban todas las fuerzas antifranquistas, movilizándose por el fin de la dictadura y planificando el rumbo que las cosas tomarían después. Santiago Carrillo, coordinador pragmático de estas fuerzas, no dejó de evolucionar, actualizando sus ideas conforme requerían los nuevos tiempos y, después de contemplar las violentas represiones en la primavera de Praga, se apartó del modelo soviético de comunismo totalitario para crear junto a sus colegas franceses e italianos, el concepto de eurocomunismo, más conciliable en la línea del progreso. Aún así, a sabiendas de que España, después de Franco, sería plural o no sería, una vez regresado, aceptó el modelo de la Monarquía parlamentaria, “con tal de que el Rey sólo reine y no gobierne”, participó en la elaboración de la Constitución y se avino a colaborar en la construcción de un estado más a la medida de las necesidades reales de los españoles que de sus propios ideales. Antes que nada, era un patriota; generoso para anteponer lo que los compatriotas necesitan a lo que él mismo quisiera.
Sin haber llegado a ser comunista más que de pensamiento y tal vez de corazón, la posteridad lo recordará como un demócrata, tan demócrata como Adolfo Suárez, con el que no, por casualidad, se llevaba mejor que con sus propios camaradas. Las cámaras objetivas y sin previa intención recogieron como ambos estuvieron dispuestos a arriesgar el pellejo, enfrentando a los golpistas del 23-F. La serenidad de Carrillo en ese como en tantos momentos era la propia de quien hace lo que piensa que debe hacer. Con esa misma calma, al final del camino, abordan la muerte, conscientes de que su vida ha tenido algún sentido. No hay otro modo más dulce de morir.
El camino de Santiago
21
Sep
Pues para mí, Carrillo siempre será el de Paracuellos, el criminal que quedó impune, pues no fue capaz nunca de dar una explicación a las masacres y que, en guerra, todos matan, en fin, no es excusa…
¿Por qué no canta usted ahora el cara al sol? Hace muchos años de lo que usted dice y no fue como lo explican los fascistas, empeñados en malditizar el comunismo español y hasta la democracia.
Los verdaderos comunistas fueron Lister y Grimau, que lucharon en primera línea de fuego en la Guerra, mientras Carrillo comía caviar en el Kremlin y vivía como un señorito en París. Enterró a todos los suyos, dejó fusilar a Grimau y luego vino a hacer el numerito viniendo en su Mercedes con la peluca diseñada por el peluquero de Picasso, con la aprobación de todos que sabían que aquella valentía y clandestinidad no eran sino una farsa. Él nunca fue capaz de jugarse el pellejo.
¿Y en el 23-F tú dices que no se jugó el pellejo? ¿Acaso la cámara grabó un paripé o es que estaba él también conchabado con los golpistas?
lo mejor es que su relevo ha llegado a tiempo, éste con más talla política aún: Don J.M. Sánchez Gordillo.
Cuando el escritor austríaco Peter Handke viajó, a mediados de los noventa, a la convulsa Serbia, entabló conversación con una maestra, la cual le aseguró que, “hasta el final de su vida, sería una comunista convencida, no serbia, sino yugoslava; esto no sólo tras la Segunda Guerra Mundial sino, incluso hoy en día, para ella representaba la única posibilidad sensata que tenían los pueblos eslavos el sur…” Tal vez exista un cierto paralelismo entre la situación creada en la antigua Yugoslavia, tras la SGM y la que se refiere a la democracia española, una vez superada la Transición. En el país balcánico, crisol de culturas y religiones, el comunismo logró que la gente, con más o menos libertad, conviviese en paz tras los horrores del nazismo y la latente amenaza que supuso su no alineamiento con la URSS. Después, la hoguera nacionalista, atizada desde occidente, acabó con la paz. ¿Aguantará la democracia española los embates de los etno- nacionalistas? Están muy crecidos. Saludos.
En tiempos de crisis, los nacionalistas aprovechan la ocasión para chantajear al gobierno con la independencia, si no les renuevan sus privilegios. Es “Mas” de lo mismo.
P.D: ¿Gordillo se parece a Carrillo? ¿En qué? ¿En el illo?
Sobresaliente, Lola. Me gustó el artículo de Soledad Gallego (nunca me pierdo la columna de la Sole en El País) pero éste lo supera. Abrazos.
Pareciera que usted hubiera devenido en relator especial de Santiago Carrillo. Don Santiago era un comunista histórico, porque histórico era el comunismo, sin más soporte que el pasado como carta de presentación. Lo mejor de Carrillo es que supo alejarse del comunismo cada vez más, entendiendo que la democracia era un asunto que no podía tener condiciones bolcheviques. Es verdad que perdió en todos los frentes. La Historia es así.
Ah, María de la O es una incomprendida. Yo creo que ha dicho que Gordillo es el relevo porque se llevó las viandas en carrillos.
Muchas gracias, Rosa, aunque es evidente que exageras. No he superado a Soledad Gallego, tampoco lo pretendía, quise sólo recordar el papel que hizo en la historia de España un político que he admirado mucho, sin que esa admiración me impidiese ser objetiva. Ojalá haya podido cumplir tal objetivo. Los afectos, a veces, nos limitan la sinceridad y, sin embargo, como periodista, me debo a ella antes que a todo. Seguiré en ello.
Ramón, Carrillo perdió en una causa particular, pero ganó en la más importante, pues ésa es el respeto de una gran mayoría que lo aprecia como apoyo y defensa de nuestra democracia. Sólo los fanáticos se atreven a negarlo.
Gordillo, en fin, nada que ver, precisamente practica el tipo de comunismo que erradicó con su evolución Carrillo, quien abandonó enseguida el espíritu de la Guerra Civil.