Aprendiendo a ser felices

30 Ago

Que el dinero no da la felicidad ya lo dijo Horacio, poeta romano, mientras escanciaba su vino Cécubo bajo la fresca sombra de su tupida parra. Horacio, despreocupado del vil metal, no tenía gastos, pues todos los suyos corrían a cuenta de su protector Mecenas, quien le regaló la bellísima finca de la Sabina para que allí en pleno contacto con la naturaleza, entre banquete y banquete, pudiese vivir del amor al arte, cantándole al dulce fluir de la fuente de Bandusia y al ágil trepar de la graciosa cabritilla por el monte. Versos delicadísimos que con sumo gusto financiaba su opulento benefactor Mecenas que dio nombre a todas aquellas almas exquisitas que invertían parte de su fortuna en mantener a los artistas por propio disfrute y de la humanidad postrera. Con las necesidades materiales cubiertas, el creador se vuelca en el espíritu, como le es legítimo, y, ajeno a la vulgar codicia que todo lo envilece, filosofa sobre los placeres más básicos y sencillos. Así el propio Horacio lejos del mundanal ruido con la sola compañía de la tropa de esclavos que Mecenas puso a su servicio en la magnífica villa rural que también el susodicho le pagó, reflexionaba acariciado por los soplos primaverales del Céfiro y el Favonio, recostado en su triclinio después de su frugal almuerzo de veinte platillos sobre el valor de las pequeñas cosas con esa misma sabiduría que luego heredarían otros pensadores contemporáneos como Groucho Marx quien llegó a las mismas conclusiones; “La felicidad está en las cosas pequeñas; una pequeña mansión, un pequeño yate, una pequeña fortuna…”.
Ciertamente, sólo los ricos pueden decir que el dinero no da la felicidad, pues tienen conocimiento de causa. Los que desprecian la riqueza, habiendo sido siempre pobres hablan de memoria, sin punto de referencia. Para renegar del dinero hace falta haberlo tenido antes y saber lo que es eso. Hasta Buda, antes de ser un mendigo errante fue un príncipe acaudalado, lo cual tiene mayor lógica. Para poder comparar habría que probarlo todo y así si los islamistas establecieron el Ramadán a fin de que cada cual pudiera saber qué es ser pobre al menos una vez al año, debería ser a su vez de ley que todos supiesen qué es ser rico alguna vez en su vida. Digo ricos de verdad, no como se supone que hemos sido todos durante las últimas décadas por comprar un coche, un piso y hacer algún viaje, sino como los que coleccionaron viviendas, automóviles y nunca dejaron de viajar ni de ser ricos. Como Carlos Dívar o como esa larga lista de mangantes que todos tenemos en mente y que conservarán sus fortunas porque las tienen a salvo fuera de las fronteras del país y siguen consumiendo los artículos de lujo que se anuncian en los suplementos dominicales y se dan, por ejemplo, el “capricho” de pasar una noche en una suite con encanto desde sólo 567 euros (¿desde? O sea, que lo mismo puede costar más, jolín.)
Para sentir asco por el dinero, hay que ser asquerosamente rico. De modo que uno pueda percibir ese hastío vital, ese vacío existencial que, según dicen, acomete a los muchimillonarios cuando, aún teniéndolo todo, descubren que no tienen nada, porque les faltan esas cosas básicas como los afectos sinceros que, en contra, parece ser que son más propios de las gentes sencillas. Tal vez así, por propia experiencia, podríamos llegar con mayor convicción a las conclusiones que nos inculcan los ahora tan en boga manuales de autoayuda, que nos adiestran para ser felices en la pobreza y se diría que hayan sido promocionados por el gobierno para que la población le encuentre el gustillo a eso de estar cada día más pringados; que, oye, también tiene su aquel y no hay mal que por bien no venga, pues se pueden sacar, sin duda, ventajas de la crisis. Por ejemplo, el propio autor del libro que, a costa de la desgracia ajena, se forra vendiendo consejos para hallar el encanto en la austeridad, en las cosas más valiosas que no cuestan dinero; un rayo de sol, la sonrisa de un niño, un paseo por el campo y todo ello argumentado en ese tonillo melifluo de catequesis que caracterizaba a las sesiones diapositivas que ilustraban las clases de religión, donde al ritmo del canon de Pachelbel, menudeaban las imágenes de atardeceres y amaneceres con frases lapidarias a pie de foto, sin desmerecer de las gaviotas que surcaban cielos aquí y allí, símbolos de la libertad –y no del libertinaje- también en las canciones de José Luis Perales, que era de la misma cuerda.
En conclusión, quién necesita el dinero. Después de leerme un reportaje sobre la sobrevaloración que el humano concede al vil metal, encuentro otro más acerca de una diversión, por lo visto, muy de moda que no requiere desembolso; el sadomasoquismo. Por lo que leo, ya no es necesario pagar a una dómina para que te torture. Un masoquista eufórico describe cómo consiguió contactar por Internet con dos muchachas a las que calzó con tacones afilados para que le pisotearan la espalda. Y lo hicieron gratis (menudo chollo) y ya la bicoca, a un golpe de ratón, también encuentras a un montón de ciber-amigos, dispuestos a atarte y azotarte por simple altruismo. Si no has sufrido lo suficiente, todavía puedes llegar a casa con tiempo para ver el último informativo. Hoy por hoy, los masoquistas están de enhorabuena. Felicidades.

P.D: Lo que ya no es de masoquistas, es ser seguidor de nuestro Málaga C.F. Seguimos a por la Champions. Ole.

10 respuestas a «Aprendiendo a ser felices»

  1. Lola, no creas que me he olvidado ya de ti y de tus artículos , porque los llevo leyendo todo el verano. Lo que pasa es que desde el móvil no se puede comentar.
    No me olvides eh! que aunque no me manifieste estoy por aquí…
    muchos saludoss!

  2. No veas en el vil metal
    ninguna norma moral
    que ayude, entonces…
    huye.
    Alerto por otros pagos,
    corre un hombre, preocupado,
    por ese metal ya noble.
    Conseguirlo sin vileza,
    Apilarlo con mesura,
    invertirlo con mensura,
    es afán profesional
    cuyo amparo ya es legal
    descartada la vileza,
    sin felonías, sin porfías,
    sin malezas…
    Basta con modelos tipos,
    Hipotecas abusivas,
    con contratos leoninos,
    con deshaucios perentorios
    y con amores vencidos
    cuando les termine el plazo.
    Entonces, el vil metal,
    no es pecado capital:
    macedonias del sistema.

  3. El dinero, está claro, no da la felicidad total. Pero pone su parte alícuota, a qué negarlo. Al refinamiento de los epicúreos, en su búsqueda del placer, también hemos de añadirle el comportamiento animal, brutote, de los ricos patricios romanos, gozadores groseros donde los haya, que se metían hasta la garganta una pluma del pavo, que previamente habían devorado, para vomitarlo; una vez vacío el estómago, rellenarlo de nuevo y volviéndolo a vaciar; así hasta dar buena cuenta de todo el festín. Creo que esta última es la herencia que ha prevalecido sobre todas las demás. Si no, a ver el mundo…
    Ahora bien, será difícil superar al actor D Carradine en su afán de morir a gusto, dándose al placer solitario y al mismo tiempo colgándose. El cuerpo ya no daba para más y tal vez le pudo el «Moonday Moorning», locución inglesa que expresa ese hastío vital que, por lo general, nos suele embargar los lunes por la mañana…Bueno, igual no era lunes. En todo caso yo me quedo con «September Morning», esa mañana de septiembre, melódica y otoñal, cantada por Neil Diamond hace ya sus buenos cuarenta años. Decididamente, la mañana de hoy, en Málaga, con sabor a quemado, evocadora del desierto, ya no es la misma. Toca sufrir, masoca qu’es uno.
    Bien por el Málaga, el Atleti e incluso el Madrid. Ya era hora de expulsar a alguien que no se llamase Pepe, ¿no? La tormenta sado-maso se instala más allá del Delta del Ebro. Que sea leve.

    Saludos para tod@s

  4. Entiendo la sustancia del poema; lo que arruinó al personal no fueron los números sino la letra pequeña. Hay que leerlo todo, no nos queda otra.
    Los patricios vomitaban después de comer para seguir comiendo, Horacio no, pues defendía la «aurea mediocritas», o sea moderación en los placeres sin llegar a la borrachera ni al empacho ni la codicia, porque su economía corría a cargo de otro. Eso sí era sabiduría, ya lo creo.
    Paula, ya sabía que estabas por aquí. Y también otros que quizá por tímidos no se atreven a comentar.
    ¿Creéis que los incendios fueron intencionados? ¿Y a qué objeto?
    No me lo puedo explicar.

  5. A esa moderación en el placer se le puede aplicar el dicho «en el término medio, está la virtud». Pero se torna cada vez más difícil la localización, el saber dónde se encuentra el término medio, como no sean las medias verdades, tan queridas de la clase político-sindical. Tal vez la sabiduría del hombre, (su no-destrucción como especie) quedó anclada en los clásicos. Cuando unos discípulos de Sócrates le mostraron su extrañeza por el poco apego que sentía el maestro hacia la naturaleza, éste respondió que, si bien no desdeñaba el medio natural (que entonces debía conservar todo su esplendor ) su lugar preferido era el ágora donde, al roce con los demás hombres, engrandecía su vida.
    La mayoría de los incendios forestales, según se desprende de todas las investigaciones, son provocados. Sea por abaratar los terrenos, una vez recalificados, como venía pasando con frecuencia durante el boom del ladrillo, sea ( y aquí nos metemos otra vez en el tema) por ese placer morboso de que siempre se reviste lo prohibido.
    Con todo, me gustaría desdecir al jefe Seattle cuando vaticinaba en su famosa carta, entre otras cosas: «el hombre blanco se despertará algún día sofocado en su propio desierto»

    Saludos

  6. Sócrates vivía, se nota, en una edad aún inocente del mundo. Luego llegó Gracián al transcurrir los siglos y, por su experiencia, dijo, más o menos, «donde haya un hombre no hay que buscar mayor mal. Uno de ellos basta sólo para desconcertar mil mundos» Y destruirlos, eso se interpreta a tenor de estos últimos incendios ¡intencionados!Hace falta tener muy pocas luces, ¿cómo vamos a respirar cuando no queden bosques, los pulmones de nuestro planeta? ¿y cómo siendo éste el peor magnicicidio de todos, los pocos pirómanos que son detectados y detenidos pagan casi nada por ello? La falta de inteligencia y de justicia nos suicida cada día un poco más ¿Habrá remedio?

  7. Hacer pagar con prisión
    al pirómano incendiario,
    recluirlo en el bestiario
    por su abominable acción,
    es más difícil de ver
    y duro de conseguir
    que aprender a ser feliz
    o llegar a fin de mes.
    Así el Monte ya se anima
    a emprender justa venganza
    porque no tomen a chanza
    la acción del arboricida
    que le arrebató su sueño
    y sus árboles frondosos
    con sus trinos deleitosos
    y le dejó sólo invierno
    Ruge su voz, tal el poema
    de aquel leñador burlado
    por labriego aprovechado
    y testigo, Polichinela:

    “El leñador tenía un amor
    se lo robó un labrador…
    -¿Para qué quieres el hacha?
    -¡Para matar al ladrón!
    Toc, toc, toc…¡toc!”

    En esta España de risa,
    la negra relación asociativa
    – de quemada, Quemadillas-
    cubre un manto de ceniza
    Convertida en culebrón
    por mor de manos ineptas
    ha devenido en afrenta
    a la inteligencia (y a Dios)

    Pues que, llegado el caso, nos coja confesados.

    Un saludo matinal para tod@s

  8. No por mano de un demente
    dicen que prendió la llama,
    que fue sólo un inconsciente,
    quemando rastrojos en Coín,
    quien provocó tanta flama,
    así el simplesco tontín
    nos calcinó el monte en llamas
    por su falta de majín.
    La insultante estupidez
    cubre de necios el país
    y a gala de la tontura
    viene ruina futura,
    que no hay desgracia mayor
    que instigue perversidad
    y no hay causa peor
    que la mera necedad
    para desatar los males
    de la caja de Pandora.
    Cultivando al personal
    en la ignorancia sin juicio
    nos sonarán las trompetas,
    llegando el juicio final.
    Con tanto tonto es normal
    que nos sacuda la crisis
    y nos vengan los de negro
    a cantar Apocalipsis
    que nos van a rescatar
    en un alarde siniestro
    que suena sólo a secuestro
    ¿Dónde vamos a parar con tanta imbecilidad
    y tanto tonto del bote?
    Si hasta los peores zotes
    terminan por gobernar
    con la misma oligofrenia
    que otros calcinan el monte
    y se cagan en la mar.
    No hace falta la maldad,
    la imprudencia, la ignorancia
    que arrolla de bote en bote
    hace bueno a Satanás
    ¿Para qué queremos más?
    Será porque Dios lo quiere,
    seguimos viviendo a flote.
    A juicio de Winspector,
    ¿Qué nos queda que esperar?

  9. Nos queda esperar sentados
    a que pase el huracán
    y arrase con la estulticia
    y el estupidiario letal
    del tonto de los mercados,
    que considera primicia
    las tristezas de Ronaldo.
    Amorfa masa indolente
    está a verlas venir
    y en llegado el momento
    ni se nota ni se siente
    que a su lado es feliz
    el único tonto del pueblo
    por filósofo y ocurrente,
    hable deprisa o despacio,
    toca la fibra a la gente
    este “matto del villaggio”,
    digno de aquella canción
    del Festival de San Remo
    que Di Bari inmortalizó
    y cuya vida ya es tiempo…
    Siguiendo en el loco afán
    del catálogo montuno
    habrá que considerar
    que el grueso de los tontunos
    sin “nemine discrepante”
    estarán siempre a favor
    que Barrabás, a la calle,
    aun sin pedir perdón.
    Lo recuerda Valle-Inclán,
    que dio aires de esperpento
    a la “escopeta nacional”
    en un ajusticiamiento:

    “Un gitano vende churros
    al socaire de un corral,
    asoman flautistas burros
    las orejas al bardal
    y en el coro de baturros
    el gitano de los churros
    santifica al criminal…”

    Buenos día para ti y para tod@s.

  10. Antes de que el huracán
    arrase con la estulticia
    del tonto de los mercados
    y barra a tanto chalado,
    resucita Valle-Inclán
    y el gitano venderá
    esos churros a real
    de las antiguas pesetas,
    que no hay rosa de los vientos
    que pueda con tanto burro
    y lo mande a hacer puñetas,
    pues es nuestra idiosincrasia
    por siempre de nuestra España
    de charanga y pandereta.

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