Trabajos manuales

13 Jul
Uso del tampón
Cuando, por fin, llega ese día en el que puedes ir a bañarte a la playa, te baja la regla, como suele ocurrir en estos casos. La cosa se arreglaría con un tampón; ese artilugio de algodón que, según la publicidad, es tan cómodo y sencillo de poner, de modo que así te sientas una perfecta inútil ante la imposibilidad de ponértelo. Imposibilidad tan total en mi caso que, después de tantos años de erradas tentativas, no te tenido sino que tirar la toalla.
No voy a decir que haya sido nunca un hacha para los trabajos manuales. De hecho, creo que fui la única alumna del colegio a la que le quedó tal materia para septiembre, superando incluso en ineptitud a Elena, apodada “Manos de oso”, al uso traumatizante de la pedagogía de la época. Elena era una alumna sobredotada en todas las asignaturas de carácter intelectual, no obstante, sudaba la gota gorda en las clases de bordado, donde, con la cara roja del apuro, ensartaba la aguja muchas más veces en su dedo gordo que en la tela de arpillera en la que debíamos hacer el dichoso punto de cruz, qué cruz. Aún así, por el ingrato esfuerzo, llegaba al cinco raspado frente a mí, que, en lugar de coser, pegaba con pegamento Imedio. Más manazas que la susodicha “Manos de oso”, no estoy por defender mi pericia en los trabajos manuales y, sin embargo, tampoco creo ser la única con dificultades para colocarse ese tampón tan sencillo y fácil de poner que precisaba de un complejo manual de instrucciones anexo en nosecuantos pasos, parecido a una sesuda lección de ginecología. Materia que a las alumnas de colegio de monjas nos sonaba a chino, dado que tales contenidos eran censurados en nuestro temario de biología.
Curiosamente, he contado con ilustres ginecólogos en mi familia que, por más, escribían libros divulgativos al respecto, como mi tío abuelo, Antonio Clavero, que publicó un libro “Antes de que te cases”, que orientaba a las mujeres, sin pajolera idea de sexualidad, lo lógico en aquellos tiempos, para que no se asustasen demasiado en su noche de bodas. Por desgracia, en aquel manual tan ilustrativo, nada decía de la colocación de tampones. Artilugios que, como los condones, aún no andaban en circulación a tales fechas.
Del uso del tampón, por contra, nos rondaba la superstición de que, mal colocado, podía llegar a desvirgarte, lo cual, descubierto en el primer encuentro carnal por un presunto marido, habría de valer el inmediato repudio con las consecuencias de verte devuelta por deshonra a casa de tu madre. Según pintaban las monjas, el futuro marido no era sino un energúmeno neardental que ante un virgo deteriorado montaba en cólera, sin detenerse a considerar la posibilidad de tampones mal colocados o bicicletas de sillín puntiagudo, por lo que muchas mujeres de mi generación nos quedamos en pañales. Esos pañales, llamados compresas, que, por finos y seguros que sean, te impiden ir a bañarte a la playa. También, en cualquier caso, te lo impiden las medusas, que, recogidas a toneladas en nuestra costa de Málaga, suelen ser la mar de persuasivas.
Así que, si ya te sabes de memoria lo que exponen en los museos de la ciudad, lo mismo te vas de rebajas para sobrevivir al terral. Entrar en un comercio de rebajas es como entrar en una dimensión de realidades improbables. Improbable es hasta el dinero con el que pagas, si lo haces con una tarjeta de crédito e improbables los grados primaverales del aire acondicionado, bajo cuyo influjo, igual te compras una chaqueta que no podrás usar, de vuelta a la cruda realidad del tórrido verano, una vez regreses del comercio a la calle.
En las rebajas, como en todo lo ilusorio, todo es mentira, hasta tu propio cuerpo que, en el espejo del probador, luce más alto y delgado y hasta las propias rebajas, porque los artículos que, al final, te llevas, mezclados con los saldos, no están rebajados. Puede que ocurra y ocurre. Resulta que encuentras una prenda a precio de risa y o bien te queda grande o pequeña o es bastante horrorosa, pero un poco más allá, ay, te hechiza aquella otra, preciosa y justo de tu talla, pero que, mirada la etiqueta, pertenece a la nueva colección. No a la nueva colección de otoño-invierno como se llamaba antes, pues, a lo mejor hasta es un bikini, sino a las que se acaban de inventar para que piques. Y picas. Cómo no, cuando la opción es la siguiente; o me llevo esta prenda baratísima que me queda como un trueno o me llevo esta otra con la que luzco de maravilla, si bien cuesta un Potosí. En esta batalla interna, suele vencer la autoestima, pues por más que los telediarios nos flagelen con lo contrario, el ciudadano medio se quiere a sí mismo, aunque eso esté por encima de sus posibilidades y decide que quiere ir bien vestido sin hacer por ahí de mamarracho.
Lo malo es que, en definitiva, acabamos haciendo lo contrario a nuestra voluntad. Fuimos de rebajas por ahorrar, y, al final, fuimos de compras para gastar. Lo mismo que, cuando votamos por las reformas y nos salieron con los recortes. Eso sí que fue un corte de mangas.

P.D: Para aliviarse de las tardes calurosas, hay otra opción; ir al cine. Se está allí muy fresquito y este verano hay películas, por fin, gratas de ver. Con «La delicadeza», he pasado un buen rato. Te ríes, disfrutas del lucimiento de Audrey Tautou, siempre maravillosa, y te enamoras de un sueco. Qué más se puede pedir.

8 respuestas a «Trabajos manuales»

  1. te sigo,Lola,tus artículos me divierten y me hacen pensar.Igual que tu libro «Sola en el mundo» que me parece muy valioso literiariamente,buenos contenidos y mucho humor..
    He oido que la peli de Darín «Oso blanco»es muy recomendable

  2. QUIÉN DIJO TORPE

    La tomó entre las manos,
    supendidas y aéreas,
    con si fuera un cuenco
    que un dios le regalare.
    Poco a poco, en una letanía
    de cuentas calculadas,
    la barbilla apoyada
    en el brocal del cuenco
    y un lamido sediento
    se repetía por veces
    necesario,
    hasta que al fin
    la linfa, evanescente,
    dejaba el cuenco solo,
    y la manos siamesas
    rompían separadas
    volviendo a un soliloquio
    de miembros manuales.

    Porque en toda sequía
    el hombre sabe
    que tiene de intelecto
    trabajos manuales.

  3. He pasado unos días lejos del mundanal ruido y de internet, por desconectar, sin conexión, aunque esto último no estaba previsto. Simplemente, se dio así como en los veranos de antaño; fue «Volver», como en la película de Almodóvar.
    Ahora me encuentro con este poema enigmático. Y bien, sí que soy torpe, no termino de entenderlo ¿Me lo explicáis?

  4. No hay tal enigma, ciudadana Clavero. Simplemente quise decir que las torpezas manuales son negadas por la necesidad cuando ésta llama a tu puerta. Un día en nuestra Historia Humana, en nuestra Historia de España y en nuestra historia personal, no tuvimos grifos ni saneamientos providentes de caudal. Entonces, la torpeza no existía; quién no era capaz de con las manos hacer un cuenco, sin patente ni registro ni cosificación, para poder beber, abrevar, sorber, vivir, quitar la sed… No hay nada de enigma,/ tampoco de evidencia,/ que explicar un poema/ es mala ciencia.

  5. En tiempos de carestía, como ahora, sería bueno no hacer el tonto a dos manos, por no quedarnos con una mano delante y otra detrás. Habrá que buscar el ingenio en los trabajos manuales y no quedarse mano sobre mano. Es eso ¿no?

  6. Si en trabajos manuales
    la práctica hace al maestro
    y cuando aprietan los males
    el hambre aguza el ingenio
    ahora que se desmorona
    la pública administración
    pretenden apuntalarla
    como el huevo de Colón.
    Así el funcionario breado
    por tanta y mala gestión
    vuelve a ser pluriempleado
    de cobranza y comisión
    de un ya remoto pasado,
    al que nunca imaginó,
    en presente redivivo,
    flanqueado por el aura
    de soberbia e incomprensión
    de un mal político altivo.
    Es por ello que se aplica,
    en el discurso de Maura,
    en el Guzmán de Alfarache,
    en aquel loro de Antillas,
    de una fábula de Iriarte
    que a España trajo una señora
    y que pedía, en buen francés,
    los garbanzos de la olla.

    Saludos para tod@s

  7. Vive el funcionario a palos
    como dice, Winspector,
    por pagar los capitales
    que Suiza se llevó.
    Por un trabajo seguro
    a una plaza opositó
    y el que fue privilegiado
    ahora está bien puteado,
    cuando no pluriempleado,
    trabajando como dos
    y en las huelgas apiñado,
    ¡No mas recortes, por Dios!
    Ésta es la economía
    en tiempos de carestía.
    Los funcionarios no compran,
    los funcionarios no beben,
    cierran comercios y bares,
    los recortes han mermado
    su poder adquisitivo
    y hosteleros resentidos
    van a la cola del paro.
    Ni cañas, ni calamares,
    no hay lujos superficiales,
    los banqueros a su costa
    se comieron la langosta,
    los corruptos a su gusto
    les lanzaron un eructo.
    Vivir es breve jornada
    y no les falta de nada,
    los grandes beneficiarios
    se rien de los funcionarios,
    que los hay más desgraciados,
    que arrojan a los leones los ilustres diputados,
    pues dijo Andrea Fabra,
    que se jodan los parados,
    si eres más vilipendiado,
    es que eres funcionario.

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