Confío en un pintor que se llame Antonio López como en un poeta que se haya llamado Ángel González. Creo en el artista que no ha de valerse de sofisticados pseudónimos para aparentar un talento singular. Cuando hay talento, no hacen falta apellidos compuestos o colosales. Los nombres falsos y pretenciosos, bajo los que se ocultan algunos creadores, son como las salsas extravagantes con las que se intenta disimular la falta de sabor de un alimento de mala calidad. La personalidad no se pretende, se tiene. Y hace falta mucha personalidad para firmar como un López cualquiera sin ser, por ello, cualquier López. Hace falta ser Antonio López y atraer la atención no sobre quién es sino sobre lo que hace y hechizar la vista de todo un público con la sola contemplación de una nevera abierta, su propia nevera, donde una tarrina de margarina Flora parece, de repente, contener todo el misterio del orden universal. El más nimio objeto, cuando es mirado más de un minuto resulta fascinante, decía Flaubert, si, además es mirado con la intensidad mística de un Antonio López, será simplemente único, desde un membrillo al luminoso de Tío Pepe. La singularidad de un artista no está en la sofisticación de su tema ni de su técnica, sino en la calidad de su inspiración. Por eso la obra de un autor que se atreve a llamarse López y a ejercer de figurativo, con el mayor rigor de lo clásico, termina siendo tan inaudita y revolucionaria. La vulgaridad no se evita cuando se la intenta ahuyentar sino todo lo contrario. La obsesión por la originalidad en mentes huecas ha dado al panorama del arte mucho bodrio y mucho insufrible memo endiosado. Nadie es alguien porque quiera serlo, sino porque lo es, ni mucho menos es alguien por el simple terror a ser nadie; un don nadie. El miedo a la mediocridad, como todo miedo, paraliza y, en este caso, también idiotiza. Perdido este miedo, se pueden hacer grandes cosas. Por ejemplo, llamarse Antonio López y ser un genio.
En la última novela de Javier Marías, “Los enamoramientos”, se presenta ese mundillo, tan conocido por el autor, de los escritores en torno a una editorial. Hay mucho fatuo, desquiciado, petulante y mamarracho, como es normal en esta esfera artística, y, entre ellos, un insufrible soberbio que ya ha escrito en sueco su discurso de agradecimiento al supuesto premio Nobel que va a ganar y firma con un apellido falso ,“Fontina”, bajo el que pretende disimular algún López o García. Un personaje bastante a propósito y del todo creíble, por desgracia.
Como toda novela de Javier Marías, tiene mucho humor y una mujer llamada Luisa y, en general, me gusta más que me disgusta. Porque hay que decirlo, las novelas no suelen gustar del todo, sino a ratos. Como género largo y de cotidiano rigor, se convierten en un diario del autor, donde pueden adivinarse días buenos y días malos y, en el caso de las mujeres, hasta días de regla. Si existiese literatura femenina, ésta podría definirse como las páginas que, en el relato de una mujer, dejan su efecto compresa. Cuando uno convive con una novela, lo que puede comprender hasta el periodo de un mes, empieza a oler al autor al otro lado de las páginas; lo mismo una menstruación que un catarro, un desengaño amoroso o una discusión conyugal, la prisa por querer acabar y no saber cómo ante el apremio del editor y hasta esas lentejas recalentadas en el microondas. La novela es un género con el encanto de la cotidianidad tantas veces imperfecta, por eso, los perfeccionistas como Borges la ahuyentaron de su pluma. Borges sabía que sólo el género breve puede responder a la pureza diamantina de un solo impulso creativo sin que se noten los pespuntes, las rebabas de argamasa. Tanto pavor tenía el impecable y vanidoso argentino a la mediocridad que, de tan divino, confieso que, a veces, no lo aguanto.
Me gusta el purismo en los artistas, no lo niego, pero valoro más el sobreesfuerzo de sus días. Me conmueve un pintor que dedique un año a captar el momento exacto de luz sobre un membrillo y no lo consiga y de un poeta que nos cuenta que se llama Ángel González y le basta así.
Antonio López inaugura exposición como un resumen de toda su carrera pictórica. Es en el Thyssen de Madrid y, si no la traen a Málaga, iré igualmente. No me puedo perder su manera de pintar un váter y reinventar el mundo o de ver en el desolado extrarradio de una gran ciudad un enigma desangelado de feísmo hipnótico o cómo las cabezas de sus tías enlutadas sobrevuelan por la casa provinciana de sus ancestros. Probablemente es el Millás de la pintura, capaz de dotar de magia a un secador de pelo, o el Edward Hopper español que inquieta con la visión fantasmagórica de un motel en una orilla de la carretera solitaria, pero, sobre todo, es él mismo con sus ojos rapaces para captar el milagro de la cotidianidad y sus grandes manos de labriego para pintarla. Aquel que se atreve a llamarse López y ser un genio.
El arte de llamarse López
30
Jun
Me gusta este artículo. No puedo decir ni aportar nada más.
Un saludo, y muchas gracias.
sí. y ojalá no intenten cobrarte esa verdad del si existiese una literatura femenina…mujer,esas criaturas
(¡uy!)que llevan mezclando paridad y paridas desde que se abrió el grifo de la pasta pública(sí,la que no es de nadie segín la excma e ilma doña carmen calvo).los pomposos memos
e intensísimos fantasmillas de la cultureta(ay de los eruditos locales…)claro que sí:arte,literatura,que te sorprenda trabajando,día a día.y por favor mejor lo que pasa en la calle que los eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa. y nadie cambiará a los/las que se acerquen a López comparando sus trabajos con lo que haría una cámara de “afotos”.doña Lola:buena vacación escolar,feliz resolución de papeleos y que el viaje te sea leve.el viaje,vieo.
La técnica hiperrealista de Antonio López linda con el efecto de la fotografía. Ése es el mérito que le atribuye una mirada plana, si bien, la singularidad de sus cuadros reside en hacer extraordinario lo ordinario. Eso es lo que hace de un López, un apellido de referencia y altura para la pintura universal. Gracias, José Antonio.
Claro que puedes decir algo más, Holden, ¿por qué te gusta este artículo?
Estuve viendo la exposición este domingo: no hay una palabra que la defina sin usar algún tópico.
Y ojo con las esculturas.
Merece la pena ir a Madrid a verla y aprovechar para ver la del joven Ribera en el Prado.
Pero seguro que hay algún cuadro o escultura que te ha impresionado especialmente. Sería muy enriquecedor para todos que nos hablases de esa o esas obras. Como dijo Jauss y el propio López una obra sólo concluye cuando es mirada por su público. Un abrazo.
Lola.
Lola, eso es casi como pedirme que diga por qué me gusta el color azul. No sé porque me gusta el artículo, quizá por hablar (o parecerme hablar) de sencillez, naturalidad, modestia o, verdadera grandeza; no lo sé, de verdad.
Un saludo
El azul es el color del cielo y el mar y el que le aconsejan a los dentistas para las salas de espera, porque transmite tranquilidad. Todo, absolutamente, todo, tiene una explicación. La irracionalidad es un invento romántico.
No sabemos con exactitud qué es racional, qué es la razón: sabemos lo que es razonable, pero porque lo razonable es fruto de la convención social. Por demás, sin duda yo soy un romántico.
También valoro el esfuerzo diarío de los escritores, pero ay, no conseguí terminar Los Enamoramientos de Marías. Creo que escribiendo esta novela, sus ciclos menstruales se fueron acortando más y más. Pero voy a echarle un vistazo al trabajo de Antonio López… Abrazos
Pues te aconsejo que sigas leyendo la novela, tiene mucho de rodeo y disgresión, con lo que la trama pierde fuerza, pero las observaciones sobre la psicología humana, la especialidad de Marías, según puede observarse en sus artículos, son de una agudeza admirable, así como su caricatura de esos personajillos que se mueven en la tramoya de la literatura. Hace pensar y reir. Dos hábitos de lo más saludable. Un abrazo.
Lola.