Así que pasen veinte años

31 Dic
Village People
Las fiestas navideñas están llenas de noches buenas y de mañanas lamentables. Mañanas en las que la euforia, naufragada ya en la melancolía, propia del estado de resaca, te hacen renegar de esta costumbre occidental de celebrar cualquier evento con la inexcusable convocatoria del brindis en la mano; siempre tan traidor cuando, a la vuelta de la juerga, te sorprende el día siguiente con la risa de ayer, trocada en llanto y en crujir de dientes. Si no te acuerdas de nada, malo, y, si te acuerdas, quizá peor. La peor resaca es inversamente proporcional a la mejor de las juergas, que, por sonadas, implican hacer, en grupo, muchas estupideces de las que, luego, lamentarse a solas.
Gravemente enferma de resaca y melancolía, intento digerir el antepenúltimo compromiso social, con sus episodios tan oportunos al alcohol y la nostalgia. Qué es una reunión de antiguas alumnas, después de veinte años, sino una descomunal borrachera de pasado y, cómo volver la vista a la infancia perdida sin la ayuda de más de cuarenta cervezas hoy.
Aunque no haya alcohol suficiente en los bares para cicatrizar todas las heridas que el tiempo nos abrió con su paso implacable; sin duda, no hay mejor confesionario que el pie de una barra, que, inspira, vaso a vaso, a resumir la existencia de cada cual con sus correspondientes etapas de via crucis; matrimonio, hijos, cuernos, crisis, divorcio, abogados y etcétera. Quien más y quien menos, se siente algo penitente de su propia biografía; de lo que hizo y no debió hacer, de lo que debió hacer y no hizo. Y más sospechosos resultan todavía quienes se declaran del todo satisfechos. Quien no confiesa un error, guarda un secreto, acaso inconfesable. Pero casi todas optamos por confesarnos; contar la vida a otros es un modo de intentar ordenarla; de presentarla como un todo coherente y darle sentido, aunque, por aquí y por allí, salten a la vista las rebabas de argamasa, los remiendos, las chapuzas. La inocencia nunca se pierde en vano y, detrás de cada arruga, hay siempre un porqué.
De todos los exámenes que hicimos en el colegio, ninguno fue tan difícil como éste que nos reúne a la vuelta de veinte años. Ante el resto del grupo, te sientes como, ante un comité evaluador, que te puede descalificar si te sorprenden con los deberes sin hacer. Si miro hacia atrás, comprendo que estoy haciendo justo lo que me propuse hacer algún día, pero, para aprobar este examen, ahora siento que necesito ser mucho más de lo que soy; para no decepcionar, más que nada. Pero culminar esas expectativas, según las cuales, mi profesora de Literatura y otras compañeras me vaticinaban el premio Nobel, a los diecisiete años, es una carga, francamente, abrumadora. Si quiero dar la talla en otra reunión, de aquí a otros veinte años, voy a tener que ponerme desde ya las pilas alcalinas.
Tal vez porque, pese a mi confeso ateismo, soy más judeo-cristiana que las demás; me siento culpable de mi propio fracaso y hasta del suyo. Nadie es ya lo que parecía; la perfecta casada va por el segundo divorcio, la empollona ejemplar representa robots de cocina Termomix, la conservadora se deja la piel en la lucha sindicalista y la que iba para monja se lía, uno tras otro, tremendos porros en la discoteca, mientras bailamos temas de Village People y La Guardia, con un estilo demodé a lo Mecano, pues alguien dice, esto es de nuestra época. Ya somos de una época, qué horror. De las monjas, nuestras monjas, se cuenta que no paran de hacer pasteles y les va muy bien el negocio. Acaso, visto lo visto, la clave de su éxito estaba más en la pastelería que en su sistema educativo. Ahora que oigo de muchas, que no creen en el matrimonio ni incluso en Dios, también me siento responsable del fracaso de las monjas. Estas resacas judeo-cristianas, me van a matar un día.
Muchas de mis compañeras ya no creen en nada y, en el fondo, la culpa no es sino de la propia vida que, en manos de cualquiera, se comporta como un auténtico disparate; sin embargo insisten en la creencia de que yo tengo que escribir una obra que asombre a España y toda la humanidad, por lo que mi resaca, de agónica y depresiva, está tomando un puntito estresante de ponerme en un brete ante tamaña responsabilidad. Si, de aquí a veinte años, no me presento en la reunión de alumnas -ya súper antiguas- con el premio Nobel debajo del brazo, creo que voy a morirme del ataque de culpabilidad.
El próximo año se acerca al filo de la hora cero y, en él, tengo que entrar con la energía intacta –para acercarme por el forro a Vargas Llosa, me queda toda la tela que cortar-.
Como primer propósito, procuraré no emborracharme. A otra resaca así, no sobrevivo.

P.D: Más o menos feliz el próximo año, espero que, juntos, lo pasemos mejor. Os necesito. Besos a todos.

3 respuestas a «Así que pasen veinte años»

  1. Juntos, por supuesto, no tengas la menor duda. El Nobel sin duda inalcanzable. Borracha mejor no, pero una vez más, qué importa, qué más da. Procuraré quererte. Te quiero. Sin duda te quiero. Un año más te quiero. Te quiero. Feliz año. Te necesito. Un beso.

  2. Claro que sí, Lola, para llegar al límite de la creatividad, à la folie, en el existencialismo cristiano ci vuole estar totalmente desesperado a fuerza de culpa. Solamente así, desligada de cualquier reminiscencia atea, (¡abajo JP Sartre!) vendrá a ti la melodía del Cosmos . (Anda, ya me está haciendo efecto)

    “Les sirènes du port d’Alexandrie
    chantent encore la même mélodie,
    la lumière du phare d’Alexandrie
    fait naufrager les papillons de ma jeunesse…”

    Esta la escuchaba el Fin de Año – de gracia – de 1975. Clo-Clo et ses claudettes…A todo esto, ¿dónde andarán mis papillons? Supongo que en la librería de algún coleccionista. Siempre nos lo decíamos los amigos y más en estas fechas.:“si beve per dimenticare ma non devi dimenticare di bere; et sopratutto (esto vino después) non condurre…” Ya lo intentamos.

    Feliz Año, Lola, para ti y para todos. Y que se cumplan tus deseos, fiados (tan) a largo plazo. Pero eso es lo que distingue a los verdaderos héroes. Con permiso de jose antonio, el refrán de la buena mesa, entonces, quedaría así: el mero, de la mar. de las letras, Lola Clavero. cordero, de la tierra. de la selva, el misionero. y de la cama. ea, suerte.

  3. En las letras, siempre después de ti ¿Será que en el 2011 voy a descubrir qué célebre escritor se enmascara bajo el nombre de Winspector? Ya es un aliciente y, en fin, ya puestos, esos conocimientos de francés e italiano ¿son una pista? l´índovino sempre più vicino
    Un abrazo.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.