Machado, manchado y mantequilla

16 Dic
La Laguna Negra
Hace ya un siglo que Antonio Machado convirtió la leyenda de un oscuro parricidio en el más luminoso de los romances.

Aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, emprendemos, desde allí, camino a Soria. Total, si está aquí al lado, a 210 kilómetros de nada y, quién se pierde la ocasión de conocer estas tierras que a Antonio Machado le inspiraron “Campos de Castilla”; sagrado poemario que para esta firmante supuso en la infancia el despertar a la vocación literaria. Por inclinación del espíritu y porque mi padre, gran amante de la poesía, me lo inyectó en vena, verso a verso, con la contagiosa devoción de los fervorosos de las buenas letras.
A medida que avanzamos, nuestra ruta se va animando con todas las tonalidades de verde que puede dar de sí un paisaje, mientras los carteles advierten de que algún ciervo podría cruzarse por la carretera o señalan un desvío hacia pueblos de nombre medieval. Como San Esteban de Gormaz o Medinaceli, célebres por ser supuesta cuna, según Menéndez Pidal, de los respectivos juglares que dieron forma al Poema de Mío Cid.
La periferia de la ciudad de Soria, propiamente dicha, desanima; desaseada y vulgar como toda periferia urbana, pero, para salir rápidamente de esa decepción no hay más que aparcar allí el coche y buscar a pie la zona peatonal donde la vieja Soria se conserva intacta al pasar de los siglos. Con sus calles empedradas, sus palacios, caserones, conventos e iglesias, de entre las cuales, sale primero al paso, la de Santo Domingo, que, en los románicos relieves de sus arquivoltas relata con sus divertidas figurillas los pasajes claves de la Biblia. Un misterio o, como poco, una curiosidad; de esos tres personajes que duermen bajo la manta, cansados, después de su huida a Egipto y, según dicen, representan a la Virgen, San José y el niño Jesús, ¿quién es quién de los dos últimos?, ya que ambos, bastante barbados, descartan parecido con niño alguno. Otro misterio, la divina receta de los pasteles que las monjas clarisas te venden allí, a vuelta de torno.
Un poco más abajo, se erige el antiguo convento de jesuitas del siglo XVII, que, habilitado como instituto, fue lugar de trabajo de los poetas, Antonio Machado y Gerardo Diego. Para los irreverentes alumnos, don Antonio Machado era don Antonio “Manchado”, dadas las flagrantes manchas que el distraído filósofo acostumbraba a lucir en su abrigo, y también ese pedazo de profesor bonachón que nunca suspendía a nadie, pues, según él mismo decía, “era incapaz de suspender al hijo de un buen amigo”.Y todos lo eran, porque el escritor sevillano también era incapaz de tener enemigos. En el “Círculo de la Amistad”, rancio casino decimonónico de la calle Collado, corazón intelectual de la ciudad, aún se le recuerda como ilustre habitual de sus tertulias. Si bien, las más de las veces, como ausente de la charla, abstraído en sus propias divagaciones tras la cortina de humo de su impenitente cigarrillo.
Hoy mismo nos invitan a un acto en el que un grupo de jóvenes poetas celebrará la memoria del autor, aunque oídos sus versos, más en la línea del peor plagio a Gimferrer, combinado con una pésima emulación del aire coloquial de Benedetti, no se sabe muy bien a qué autor se refieren. El pobre de Machado sale sólo de refilón en la esquina de alguno de sus haikus, esa moda poética que, aprovechando la coartada de la brevedad, maquilla de gravedad pretenciosa, las más solemnes paridas; de modo que lo que oímos es, pizca más o menos, “Machado, pídeme un descafeinado” o “Machado, no sé si eres un filósofo o estás algo colgado”.
Para colmo, “la incorporación de las nuevas tecnologías a la obra machadiana, gracias a la intervención de estos jóvenes talentos, de la que nos podremos admirar a continuación”, –según insiste en todo momento el presidente del Casino- falla por tan complejos detalles técnicos como el de olvidarse de enchufar el cable. Todo un desatino que parece haber provocado el propio Machado desde su tumba de Collioure, por eso de no gustarle “las aves del nuevo gay-trinar” y desdeñar “las romanzas de los tenores huecos y el coro de los grillos que cantan a la luna”.
Sin embargo, a salvo de los homenajes –o ultrajes- de esos jóvenes poetas que manchan y machacan a Machado, la poesía de Machado respira por los cuatro costados de la ciudad. Y ésa ésta en el cementerio del Espino, sobre la humilde tumba de la esposa-niña, la frágil musa Leonor, el olmo seco- última plegaria a la esperanza- y, sobre todo, en el paseo junto al río Duero que va desde San Polo a San Saturio, bordeado de sus álamos dorados en la ribera; pura inspiración no sólo para Machado, sino también para Gerardo Diego y el propio Bécquer quien aquí recreó su leyenda de templarios “El monte de las ánimas”.
Y, con tan sólo una hora más de coche, si no lo impiden las nieves inclementes, llegar a la “Laguna negra”, cuyas aguas sin fondo guardan la memoria de ese oscuro parricidio que el poeta sevillano convirtió en uno de los mas luminosos romances de la literatura española; “La tierra de Alvargonzález”. Donde nace el Duero, recuerdo estos primeros versos que me leyó mi padre y me abrieron, de niña, el corazón a la literatura. Y este espíritu bravío se derrite blando como la mantequilla soriana. Deliciosa, por cierto.

3 respuestas a «Machado, manchado y mantequilla»

  1. Fue algunos años después de marchar mi padre hacia la próspera Alemania, en la primavera de 1960, que tuve conciencia de la poesía y de la existencia de Antonio Machado. Hasta finales de esa misma década, en las estampas de los libros de texto aparecía siempre el busto su hermano Manuel, flanqueado por el poema “Castilla”, inspirado en la figura del Cid. Pero, eironeia, tuvo que ser fuera de España, en aquellos centros españoles donde, pêle-mêle, se arrebujaban el bar, el futbolín, la prensa española (con una quincena de retraso) y, al fin, los libros, pude adentrarme en la obra de A. Machado. Lo leíamos junto al lago o en las escalinatas de los edificios; en el hogar, durante los días larguísimos y grises del invierno centroeuropeo…Y comprendimos e interiorizamos, lejos de cualquier atisbo revolucionario, pues fue un hombre bueno y transmitía bondad, el porqué de tanto suspiro de España: “Ay, quién pudiera, ser luz del día y al rayar la amanecía sobre España renacer…” Por allí andará todavía, espero, una Antología Poética que hace cuarenta años regalé con orgullo patrio.

    A partir de entonces, cuando el tren atravesaba el Midi francés y a la vista de aquellos emigrantes españoles, arracimados a pie de viña a la intemperie, esperando la aurora, como los desharrapados del Madrid de Baroja, cambiaba mi percepción de la realidad española y avivaba la memoria : “Pensar: borrar primero, para dibujar después…” “De la musique avant toute chose…! », glorioso comienzo del Art Poétique de Verlaine, en la misma medida que avanzaba su miseria… Antiguas sensaciones del maestro. También se inspiró en el Monte de las Ánimas de Bécquer, que nombras, para unas estrofas del poema Las Encinas:

    “ Las hayas son la leyenda.
    Alguien, en las viejas hayas,
    leía una historia horrenda
    de crímenes y batallas.
    ¿Quién ha visto sin temblar
    un hayedo en un pinar?”

    Y para los chicos de los haikus (cuando lo escucho se me viene a la cabeza la isla de Pascua y sus caras de piedra) el vates trinitario me pasa sus auguri (últimamente está contra todo, jaja)

    “Contra el pequeño y cruel dios estresado,
    comido de alopecia y dioptrías,
    contra el primate cibernetizado…
    Machado y los tranvías.”

    Gracias por traerlo, Lola. Buenos días.

  2. Gracias a ti, Winspector, que enriqueces mis textos al calor de las experiencias y la literatura vivida y sentida.
    En el exilio interior y exterior, se comprende mejor a Machado.
    Me encantan esos versos del trinitario ¿Se trata de Fray Josepho o es un alter ego?
    Un abrazo.

  3. ¿Alter ego de Fray Josepho…? Altro che frate il vate! (vaya, poesia remix) Bueno, a ver, a ver, du calme mon vieux. El vates es trinitario, pero no de la Orden de aquellos frailes que liberaron a Cervantes sino del barrio de la Trinidad de Málaga y es un buen prestamista de versos; por ejemplo y ya que andamos en A. Machado: “mira si soy desgraciao / que tira, para no verme / mi sombra para otro lao”. O también: “aquellas palabras / que nunca me oyeras / en las ramas hablan / en las aguas corren / y en el viento suenan…”. ¿No?.

    Venga, más pistas: jícara es cada una de las porciones de una tableta de chocolate. Vale. Ahora bien, cuando son muchas las porciones de que consta la tableta, entonces la llamaríamos…

    Eso mismo, Lola, eso mismo. Buen finde para ti y para todos.

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