Desde la pila bautismal, nuestro cuerpo tiene una relación muy especial con el agua. El agua es el primer elemento que nos bendice y nos da la bienvenida. El medio que nos libera de la gravedad y la gravidez de los quilos, por muchos que éstos sean, y nos gratifica al común de los humanos con el goce de la liviandad. No, en vano, cuando realmente nos sentimos a gusto, decimos estar “como pez en el agua”. Tal vez también porque, la inmersión en el agua nos devuelve a todos al estado originario más feliz, cuando, ajenos a cualquier amenaza exterior, bien caldeados en el útero materno, nos limitamos a hacer cabriolas, flotando en el líquido amniótico. La salida brusca de tan delicioso limbo, explica que casi todos vengamos al mundo llorando, pero incluso el llanto, que, a la vez alivia, también es agua.
El agua gratifica y recrea el cuerpo y, entendido así por las culturas más sibaritas, la han convertido siempre en fuente de recreo y solaz; desde los baños árabes a los turcos, pasando por las termas romanas hasta llegar a los balnearios decimonónicos donde la concurrencia de la aristocracia decadente inspiraba los relatos de Chejov. El ritual del baño sigue siendo hoy en día un lujo para privilegiados; un síntoma de distinción y presunción. Prueba de ello es que no hay rico nuevo que no instale piscina en su flamante chalé ni jacuzzi de trescientos chorros en sus múltiples cuartos de baño, ni presuma de quitarse el estrés con un fin de semana en un SPA.
A los pobres, en cambio, nos queda sólo la ducha y va para tampoco, tal y como se está poniendo el precio en las facturas de H2O. Y eso que es agua “corriente”. Ni pensar a cómo se podrán vender las botellas de agua bendita del manantial de Alpandeire, que, por obra milagrosa de Fray Leopoldo, dicen que concede larga longevidad a los circundantes lugareños. Con permiso del autóctono beato, propongo en beneficio de nuestro depauperado capital, convocar multitudinario peregrinaje selecto para ofrecerle este producto a millón, cuando se nos acabe el agua para regar esos campos de golf con los que atraemos al turismo forastero a la provincia.
En tanto al resto de los comunes, a falta de agua común -o bendita- nos queda el mar que, aún no siempre salubre, es gratis.
Cada vez se está poniendo más difícil que podamos exclamar, “Eureka”, cual Arquímedes en la bañera, ni abrir los poros a los lúbricos placeres de las saunas, no obstante, nadie nos podrá quitar nunca el mar inmenso hasta donde nunca se acaba el horizonte. Ésta es nuestra gran posesión y nuestra gran fortuna como ciudad de costa. Mientras que tengamos cuerpo y gusto para disfrutarlo. Pues, frente al sobrevalorado e importado prestigio de los baños de cocción en agua dulce –delicias, en fin, de invernadero- nada hay que más estimule cuerpo y alma que una inmersión en agua marina, con su espuma y sus olas de verdad y la mineralidad de la sal que da suavidad a la piel y tono de miel tostada al bronceado.
Acabo de darme un chapuzón en el puerto y vengo hecha un brazo de mar. De frío, nada. Se trata de una exposición de fotografía titulada “Tiempo de verano” a cargo de Mari García en el local “Frankamente”, frente al “Cenachero”; toda una poética de imágenes donde el cuerpo y el mar en perfecta comunión evocan la más variopinta gama de sensaciones y sentimientos. A la contemplativa y erudita cámara de Mari también le han sugerido exquisitos textos literarios que figuran a pie de foto. Las mujeres fotografiadas en la playa de Pedregalejo, a primera hora de la mañana, de todas las edades y tamaños, tienen un aire de familia, si bien, pues es la imaginación la que dispara la cámara del artista, cierto que podrían tratarse de celebridades de incógnito, tales como Jane Bowles o las hermanas Brontë. En la liviandad de la semidesnudez, como un punto de interrogación en el paisaje, cualquier mujer puede ser cualquiera. De todas ellas, me fascina lo mismo; ese aire de haberse liberado de todas las máscaras para poder estar, al fin, solas consigo mismas .Como son. Si el cuerpo desnudo es ya en sí mismo emblema de provocación y rebeldía, asociado al mar, la fuerza más indómita de la Naturaleza, expresa toda una orgía de libertad. Ningún diálogo tan abierto como el del cuerpo y el mar, ni ninguna sensación tan vivificadora como la de volver a nacer como Afrodita de las espumas.
P.D: Este artículo va dedicado a Mari García Ferrer que, con su proceder siempre discreto y entusiasta, tanto contribuye a enriquecer la vida cultural de Málaga. Desde la complicidad del título, un abrazo. Y enhorabuena.
Si esto fuera Facebook (¡que pronto se apunta uno a las modas!) pondría simplemente el famoso ‘me gusta’… Pero como no lo es, quiero compartir con Lola tanto sus tesis sobre ‘el cuerpo y el mar’ (allí Alfonsina fue a buscar poemas nuevos) como su palabra de aliento para Mari García, que quizás debería ya pensar en un ‘destape’: no el de quitarle los bañadores a las mujeres sino el de asumirse más abiertamente como fotógrafa artística.
Horacio
Lola, me encanta correr bajo la lluvia y lo hago durante horas, pero nunca he conseguido disfrutar del baño en la mar o la piscina. El agua no es ya mi medio natural, pero siento cierta nostalgia de ella. Siempre pensé, y sigo pensando, que tarde o temprano encontraré la forma de acostumbrarme y disfrutar del agua pues ella es parte de mí y yo soy parte de ella. Lo seguiré intentando. Sin duda, el agua encierra una atracción abstracta y especial, y hasta cierto encanto. No hay dudas que es nuestro origen. Y, no sé por qué te digo todo esto, cuando en realidad sólo quería decir, magnífica exposición, magnífico artículo; Te quiero.
Gracias, Horacio, sobre todo, por lo que atañe a Mari Garcia, que es la homenajeada. El arte, por desnudos que retrate, en manos de los buenos, no es «morirse de frío». Destapémonos.
Un abrazo.
P.D: He estado mala de internet por un virus y, por eso, no he podido ver ni aprobar antes tu comentario. Está visto que, hoy día, sin nuestros ordenadores, no somos nadie.