Mi querido desamor

30 Nov

A petición de algunos lectores, transcribo mi relato, “Mi querido desamor”, ganador del tercer premio en el certamen literario, “Mujer trabajadora, ayer, hoy y mañana”, convocado en 2010 por CC.OO.

Cualquier parte, último día de mi vida.

Mi querido desamor:
Sé que, aunque fuese el último hombre en el mundo, nunca llegarías a quererme; tanto como que yo jamás podría querer a otra, por lo cual no me queda más alternativa que darme de baja de este mundo cruel en el que no puedo seguir viviendo ni contigo ni sin ti. Mi objetivo ahora es buscar tu compasión con esta carta que he dirigido a mi albacea por que te la entregue y, al fin, al leer estas últimas líneas que escribo en mi desasosegada existencia desde que te conocí, puedan llorar esos hermosos ojos tuyos de los que nunca obtuve una mirada de afecto ni apenas de odio; que se han posado sobre mí como sobre un objeto translucido a través del cual mirabas como desde una ventana con esa indiferencia somnolienta que me ha ido carcomiendo hasta consumirme y convertirme en un anciano en plena flor de la vida. Con la misma fuerza con la que un día pretendí que me amases, busqué luego tu odio; que es un sentimiento al menos, tan fuerte como el amor –su otra cara- o eso dicen, pero tampoco he logrado más que provocarte sino ese leve gesto de fastidio de quien aparta una mosca molesta que merodea su cara, el mismo que presiento que te hará arrugar tu naricilla infantil cuando te presenten esta carta de náufrago, con toda la pompa del protocolo y las trágicas circunstancias, después de mi fin inevitable y que, seguramente, arrojarás al cesto del reciclaje con mayor frialdad que si se tratase de un folleto de propaganda publicitaria. Ni a tu compasión puedo ya aspirar, que es la única esperanza que me queda, después de haber intentado despertar en ti el más nimio síntoma de reacción, mi amada sonámbula. Y yo que te he dado mi vida, que incluso te brindo mi muerte, no tendré derecho ni a una lágrima tuya. Te aburro, sólo eso, te aburro tanto como un serial de sobremesa, tanto que ni siquiera llegarás a leer estas líneas, ni a abrir el sobre ni a preguntarte qué tiene que ver contigo todo este protocolo melodramático. Pero, aunque no lo quieras, tengo que ver contigo más de lo que tú misma crees y, de un modo u otro, el Destino te dará tu merecido; por no haber sabido saber que yo era la única oportunidad de Amor que te brindaba la vida, ni hacerte cargo de esta agonía mía de la que eres responsable. Eres hermosa, brillante, de acuerdo, pero ya tienes una edad y deberías haberte dado cuenta de que una oportunidad como yo no podías rechazarla sin más, aún cuando, como supe, estabas sola en el mundo. Con amarte- tendrías que haberlo comprendido- te hacía también un favor; te daba a la vez la posibilidad de pasar una vejez en compañía, mi compañía, que no es en absoluto desdeñable, cuántas mujeres la hubieran querido para sí; ni te lo imaginas. Tengo la inteligencia y sabiduría propias de la madurez y ese aire interesante que dan a los hombres los años; gano bien y conozco las entretelas del corazón femenino, eso dicen todas. Además soy tu jefe, razón de más, por la que, apoyada en mi cariño, hubieras podido disfrutar de esos privilegios que, sin mí, te fueron del todo inaccesibles ¿Por qué, pues, te empecinaste en seguir sola e independiente? ¿En no darme todo ese amor que yo merecía más que nadie? ¿En no percibir que sólo en mí encontrarías la Felicidad?
Yo, sin embargo, desde el primer momento, cuando llegaste con ese aire despistado e ingenuo, tan hermosa bajo tu modesta y discreta apariencia. -tu sencillo modo de vestir, en cierto modo pudoroso, no ayudaba a resaltar tus encantos, pero, ciertamente, ésa era una de las cosas que más me gustaban de ti. Sabía que, en el momento de hacerte mi esposa, serías toda una señora en la que yo podría confiar, no como esas otras compañeras coquetas, insinuantes que acuden cada día al centro con sus ropas llamativas; sus escotes y rodillas al aire, inclinándose sobre tu mesa para dejarte ver el arranque de sus pechos mientras yerguen sus traseros respingones restallantes en sus angostas y cortas faldas. Flirteo con ellas por mera vanidad masculina, porque no se ponga en duda mi virilidad- ya sabes que ése es un asunto delicado para los hombres- pero, me asquean en el fondo; su procacidad, su frescura, su descaro, su atrevido discurso lleno de dobles sentidos; mujeres casadas insatisfechas, divorciadas, solteronas libertarias y liberadas, facilotas, desesperadas, tomando iniciativas que no les corresponden; no saben la nausea y repulsión que provocan en esos mismos hombres que quieren conquistar. Invierten los papeles, avasallan, abruman, en fin. Pero tú no, tú mantienes las distancias como a la espera; femenina, comedida y prudente, sabes estarte en tu sitio como corresponde a una mujer de una pieza y viéndote así llegar, tímida y retraída, tan engañosamente bonita e indefensa, supe que tú no tenías que ser sino mi esposa, que estaba destinado a protegerte, avecilla huidiza, que, en mi nido, te daría todo lo que tú precisases, pero luego te hiciste la fuerte e, ignorándome, me hiciste caer en esa pesadilla de verte, día a día, y no tenerte; codiciada y venenosa manzanita de Tántalo y te olvidaste incluso de la obediencia que me debías como subordinada y que hace encantador al género femenino. En principio, saqué mis plumas para que pudieses admirarte y encantarte con ese ejemplar maravilloso al que podías conquistar –te he contado en no pocas ocasiones, con la modestia precisa, como gané aquellas reñidísimas oposiciones, obteniendo el número uno, sin apenas echar mano de ninguna influencia, de mi habilidad y sensibilidad artística que mereció galardón, contando apenas veinte años en el certamen de mi pueblo, en cuyo ayuntamiento además he sido hasta concejal de cultura ,pero me cansé de esa inexplicable frialdad con la que me tratabas, sin darte cuenta, desdichada, de la inmensa suerte que habías tenido al encontrarme y enamorarme. Y empecé a usar otras armas, era lícito; en el amor y la guerra todo vale, eso dicen.
Hice, compréndelo, lo único que tú me dejaste que ya hiciera. Soy tu jefe inmediato, pero tienes otros superiores, tan solidarios y amigos míos, que, comprendiendo la desgraciada situación en la que tú me habías puesto, mi pérfida amada, supieron reaccionar a mi favor –los hombres tenemos nuestros pactos de caballeros- y, a cuenta del trabajo, te cantaron las cuarenta. Te llamaban a su despacho constantemente para echarte en cara, a grito pelado, la presunta ineficacia con la que desempeñabas tus tareas y sé que con sus iracundas arengas consiguieron derrumbarte un poco hasta darte ese aire de pajarillo indefenso que tanto me gusta y hacerme concebir la comprensible esperanza de que acudieses, por fin, a pedirme ayuda. Tenía mi pecho protector dispuesto a secar tu llanto, mis oídos preparados a recibir tus temblorosas confidencias de niña asustada; yo era tu único salvador posible ¿Por qué no quisiste darte cuenta?
Pero no, te empeñaste en hacerte más y más fuerte, pétrea, dura, masculina, y ser cada vez más eficaz en el trabajo, como si eso hiciese falta en modo alguno, hasta el punto de que los jefes superiores, sin encontrar tacha alguna en tu trabajo impecable, incluso te tomaron simpatía y, volviéndose contra mí, pobre desgraciado, me aconsejaron que dejase atrás mis cuitas amorosas, causa completamente perdida, y me dedicase yo también a desempeñar mis labores tan descuidadas hasta el momento. Amigos traidores, me dejaron solo, desamparado ante tu inquebrantable indiferencia. No tuve otro remedio, compréndelo; te sobrecargué con tareas que únicamente eran de mi competencia, necesitaba que te estresases, que me pidieras con un gesto adorable de animalillo agotado que te hiciera más liviana la carga. En cambio, nunca me pediste ese favor que tanto hubiese necesitado concederte por que tú me lo agradecieras con ese cariño que siempre me debiste y que, de modo tan injusto, me negabas una y otra vez, ingrata mía. Y tú, mi bella, que podías haberte hecho adicta al amor, para el que te destinó la hermosura de Venus, te hiciste adicta al trabajo. No te felicité por tus logros, por tus buenas y esforzadas iniciativas y esas cualidades tuyas tan admirables como la voluntad, la constancia y el entusiasmo en tus tareas cotidianas que, admito, desempeñas con fervor vocacional. En el fondo de mi ser, tal vez de un modo inexplicable albergaba en mí un sentimiento de celos profesionales y, por otra parte, no entendía ese afán tuyo de competir conmigo, cuando, en lugar de rivales, estábamos destinados a ser amantes. Sin necesidad de que hubieses movido un dedo, yo te lo hubiera dado todo; los grupos mejores, los horarios de marquesa, pero tú decidiste empecinarte en esa entereza masculina que tan poco te favorecía. Todo por no caer en mis brazos que son tu lícito Destino.
Al menos, pues no me quedaba más contacto posible contigo que hacerte la vida imposible, esperaba que me odiases; el odio lleva al amor, eso dicen. Esperaba que protestases contra la explotación de la que te hice objeto; una discusión airada, al menos, nos hubiese permitido un cara a cara y yo sólo deseaba dulcificar tus bilis para amansarlas luego con inmensa y paternal ternura; quería que me dieses la oportunidad de ofenderte para después perdonarte, pero ni siquiera pude arrancar una mirada de desprecio de esos ojos indiferentes que apuntaban, plácidamente, a no sé qué objeto que podía verse a través de mí ¿Por qué soy tan poca cosa para ti? ¿Por qué soy nada?
Compréndelo, no te puedo perdonar porque tú no me lo permites, porque, al despreciar mis sentimientos, me desprecias a mí como persona, como hombre en el más pleno sentido de la palabra. Te he ofendido, sí, porque te lo merecías, porque no me has dado otra opción con tus desaires, con tu modo de no quererme tratar ni como amante, ni como amigo ni enemigo, por eso te he desprestigiado ante los demás, te he calumniado, te he anunciado en las páginas de contactos de internet como prostituta para que te humillen con llamadas intempestivas y obscenas, porque, ni siquiera te has dignado a preguntar por mí cuando he faltado al trabajo por estar enfermo, a sabiendas –o a lo peor, ni eso- de que estaba deprimido por tu causa. El desamor, el despecho, es tan grande como el amor que lo causa y el mío ha sido inmenso, tanto como esa indiferencia tuya que antes me llevó a la locura y ahora a la muerte. No puedo, no voy a esperar tu compasión –nadie se compadece de quien ignora- sé que arrojarás esta carta sin abrir al cesto de los papeles, pero muero tranquilo, porque a nadie le voy a dar la oportunidad de que te quiera tanto como yo te he querido –así le ahorro una vida de dolor a otro pobre desgraciado-. Me he asegurado de que el sicario sea un hombre íntegro y de fiar- todo un caballero- para que pronto puedas seguir ignorando en el Infierno a éste que, sin duda, es capaz de tenerte un amor constante más allá de la muerte. Por siempre:

Otelo

10 respuestas a «Mi querido desamor»

  1. (¿De veras existen tipos como ése? ¡Qué horror de hombre!)

    Amada Lola, desde luego el relato es bueno y “humano” -y sórdido. Gracias por mostrárnoslo. Plasma a la perfección ese lado tan triste de la realidad, de la vida: ése querer y no poder, el empecinamiento absurdo, el cerrarse puertas, la cortedad de miras, la pobreza voluntaria, la necedad atávica y patrimonial del comportamiento humano aún tan inmaduro…

    Por razones obvias, yo nunca habría escrito esa carta; entre ellas porque jamás arrojo la toalla y no conozco al desaliento. Soy tan simple. Te quiero

  2. ajustando cuentas.ese rencor tan humano.y ganando premios.
    aquí me muestro.adoradme.
    podría haber escrito,descontextualizando,algunos párrafos de la carta.sacados de cacho,los textos intemporales se universalizan.querer y que no te quieran queriendo querer en otra parte.ea,doña lola,admiración y enhorabuena.

  3. José Antonio:
    No se trata de nada personal, ¿por qué crees que sí?
    Este relato denuncia una situación lamentable que se produce aquí y ahora. El machismo no se da sólo en los países islámicos. Por otra parte, no hablamos de amor, el amor es otra cosa, sino de violencia de género, por tanto ¿Crees que las víctimas han de ser sutiles, siendo tan brutales los agresores? Por la sutileza y la omisión de tantos años, tenemos llenas de sangre las páginas de sucesos. Y eso, por desgracia, no es fabulación.

  4. tengo para mí que no hay literatura sin experiencia/vivencia previa.si me equivoco lo siento.pido perdón.en una situación como la descrita ¿cuántas personas,por supuesto que hombres también,dejan de aprovechar el interés de las otras para medrar? la cuadrícula-planilla de la violencia de género y el sectarismo con que se aplica enmascara otras cuestiones.en fin,los árboles y el bosque.y vuelvo a pedir perdón.la verdad es otra víctima en este asunto.te deseo mucha suerte.

  5. Tu escrito se me representa como el “diario de un vencido”rencoroso. Ya el encabezamiento da que pensar: “Querido…”. Curiosamente, alguien conocido siempre me saluda con esta expresión: “Hola, querido, (ya sabes que es más que amado….)”. Se me viene a la cabeza entonces aquello de: querer es poder; o los ricos aman, los pobres, ¡quieren! (pero Otelo no es pobre, salvo – es mi opinión – como hombre)

    Esa querencia, tan obstinadamente posesiva como el apego enfermizo que algunos sienten por su terruño, puede tener de amor lo que las intenciones de aquel cazador que, según un cuento del Conde Lucanor, ponía redes a las perdices . Cuando ya había cobrado bastantes piezas, las fue sacando y matando una a una. Mientras hacía esto, una ráfaga de viento le dio de lleno en los ojos, haciéndole llorar. Al verlo, una de las perdices, que estaba dentro de la malla, comenzó a decir a sus compañeras: “ ¡mirad, amigas, lo que le pasa a este hombre! ¡Aunque nos está matando, mirad cómo siente nuestra muerte y por eso llora!”. Pero otra perdiz, que por ser más vieja y más sabia no había caído en las redes, le respondió: “amiga, doy gracias a Dios porque me ha salvado y ahora le pido que salve a todas mis amigas de un hombre que busca nuestra muerte, aunque dé a entender con lágrimas que lo siente mucho”. La máxima: A quien te haga mal, aunque sea a su pesar, busca siempre la forma de poderlo alejar.

    Pero la tarea es ardua, amiga Lola, y el matriarcado también pone de su parte. En la Alta Axarquía se elabora un plato antiguo llamado “gazpacho de los tres golpes”, a saber, agua, vinagre y sal. Debe salir bien a la primera, es decir, con un solo “golpe” de cada condimento. Si después tienes que añadir pierde la gracia. Es por eso que, ¡todavía! muchas futuras suegras aconsejan a sus hijos, metafórica y atávicamente: “ni gazpacho añadío ni mué de otro marío”. ¿Qué te parece?

    Buenos días. Y fresquitos.

  6. Me parece que me estás dando pistas y voy a desenmascararte antes de que cante el gallo. Yo también conozco ese gazpacho, como tú sabes.
    Me encanta esa fabulación tan pedagógica que pones al hilo de mi relato. ¿Otra pista?
    Grazie di esistere!!!

  7. Lola, me tocas la fibra. A finales del 76 alguien me regaló un disco de Franco Simone, que entonces hacía furor, con la canción “Tu e così sia”. En una de sus estrofas dice: “ …veramente, ti ringrazio di essistere e ti amo, ti amo… “(así hasta cinco veces). Obviamente, no es el caso; pero me haces evocar los “tiempos heroicos” y eso es de agradecer. Gracias.

  8. Mi inspiración, quedará mal, pero es más reciente. Esa frase musical es de Eros Ramazzotti, de un disco que me encanta, dedicado a su entonces flamante mujer y, por tanto, lleno de pasión, decía:
    Più bella cosa non cè,
    più bella cosa di te
    unica comme sei
    immensa quando vuoi
    grazie di esistere
    Ya sé que este cantante tiene fama de comercial, pero, me da igual, en aquel disco, yo reconocí lo que es más hermoso del amor en su primera fase. Encima en italiano, ¿qué más se puede pedir? Lo dicho, gracias por existir, Winspector.

  9. En tiempos más apasionados (y plenos de belleza; no quiero creer, como Tolstoi, que la pasión es enemiga de lo bello) la lengua italiana también formaba parte de mi vida. De Génova a Portofino, viajando en tren o autobús, alguna vez recitamos esos versos del XIX Canto del Purgatorio de Dante, de que tanto se ufanan los habitantes de Sestri Levante: “Intra Sïestri e Chiaveri s’adima una fiumana bella (el río Lavagna) e del suo nome lo titol del mio sangue fa sua cima…”.

    No podría llamarlo “passé simple” a ese tiempo, bien que lejano, porque, desde entonces (aunque siempre lo fueron) todas las lejanías, soberanamente bellas, son azules: el cielo, las montañas, el mar…Y todo, claro, porque su color preferido era el azul.

    Saludos y otra vez gracias, Lola.

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