Crecer con Delibes

18 Mar

Miguel Delibes ha sido un escritor de andar por casa, en el mejor sentido de la expresión. Y en el más literal; probablemente, no hay hogar español en el que no se encuentre al menos un libro de este autor vallisoletano, que ya se consideraba un clásico hace cincuenta años y que, por tanto, era lectura obligatoria en colegios e institutos y constante objeto de comentario de texto en las pruebas oficiales de reválidas y selectividad. También yo, como el resto de los españoles, he crecido con Delibes, quien siempre tuvo un lugar de honor en las estanterías de mi casa, donde la nueva novela publicada dejaba junto a sí un hueco para la próxima y así hasta completar todos sus títulos hasta el momento. Delibes ha sido el novelista favorito de mis padres, quienes, de modo muy oportuno, dejaban sus ejemplares al alcance de los niños, a sabiendas de que lo escrito por este santo varón de las letras con toda su carga de valores humanos nos podía ayudar a crecer en integridad y honestidad, mucho más que los antiguos catecismos de rigor o los actuales manuales de Educación para la Ciudadanía. Todo eso que ahora llaman “contenidos transversales” ya estaban presentes en la obra de Delibes; el respeto al medioambiente o simple veneración a la Naturaleza –“Las ratas”, “Diario de un cazador” o “Mi vida al aire libre”- o el estímulo a apoyar a las criaturas más débiles y humildes – “El camino”, “Viejas historias de Castilla la Vieja”, “La hoja roja” o todas en definitiva-. La simpatía de Delibes por la gente sencilla es notoria en todo lugar de su producción artística; en eso y otras afinidades personales es un alma gemela de Chejov, Dickens o Dostoievsky. Nuestro autor gustaba de hablar con sencillez sobre la gente sencilla y, por ello, por esa natural espontaneidad que sólo es privilegio de los grandes, de los muy grandes, puede ser tachado, en una lectura superficial, como escritor de “realismo chato” –creo que incluso lo he oído nombrar así por algunos de esos critiquillos esnob a la violeta-. Sin embargo, la naturalidad diáfana en la expresión –en nada parecida a la mera chabacanería- exige un proceso de depuración y laboriosidad en la creación literaria mucho más arduo y complejo que el retoricismo y únicamente llegan a ella, los que dominan del todo el lenguaje, tal que un Antonio Machado, Pablo Neruda y García Márquez, quien, con su Nobel y todo, le debe más de lo que se cree a su colega de Valladolid –“Diatriba de amor contra un hombre sentado” presenta una influencia bien tangible de “Cinco horas con Mario”-.
Pero, sin duda, lo que más me admira de este escritor, aparte de su capacidad para meterse en la piel de los personajes, producto, sin duda, de una agudísima inteligencia y unas extraordinarias dotes de observación, es su modo tan elegante y sabio de hacer una crítica tan cáustica de la sociedad española, sin ofender a nadie, de burlar con maestría toda censura, de parecer imparcial sin serlo y granjearse, a partes iguales, el cariño de los unos y los otros. Con gran sorpresa y no pocas veces, he escuchado que Delibes es un escritor de derechas, lo cual resulta una afirmación del todo insostenible, toda vez que se le hayan leído novelas como “Mi idolatrado hijo Sisí”, “El Príncipe destronado”, “Los santos inocentes” y, sobre todo, “Cinco horas con Mario”, donde queda claro que el propio Mario es bastante alter ego del autor; un señor progresista, al que, concebido vivo en un primer momento, mató la maestría del novelista a fin de que su viuda en el monólogo pudiera caer por sí misma en todos los tópicos de la derechota más zafia e ignorante, despertando en el lector la simpatía por ese cuerpo presente que, para mayor indefensión, ni siquiera le era lícito responder al ataque. Delibes no zahiere a sus criaturas; las deja actuar para que, por sus propias acciones, pensamientos y palabras se hundan en su misma mi…seria. Y así toma partido con una objetividad tan conseguida como aparente, pero haciendo pupa donde le interesa. Cecilio Rubes, el burgués adinerado, es un cretino integral, borrachín y putañero, el señorito Iván, un desalmado cínico y amoral del que se aplaude el asesinato por parte del inocente Azarías y el padre de Quico, imagen de la victoriosa España de la Cruzada, un cantamañanas, merecido objeto de pesada cornamenta conyugal. En el desenlace de sus novelas, Delibes se las ingenia para que aquellos personajes, que no son sino pinturas exactas de lo real, reciban su merecido y hace la justicia que cree oportuna. La ideología que rezuman sus obras ronda en un comunismo humanista, cuando no, si leemos “El disputado voto del señor Cayo”, en la acracia del lado de Kropotkin. No nos gobierna la política, sino la propia vida que, al final, pone a cada cual en su sitio. El sitio de Delibes está en las estanterías de cada hogar donde sus libros, impermeables a todas las modas, clásicos desde siempre, seguirán alimentando de buen hacer literario y valores humanos a cada nueva generación.

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5 respuestas a «Crecer con Delibes»

  1. La prosa de Lola mantiene vivo el recuerdo entrañable de Miguel, envuelta en la nostalgia de la pérdida de uno de los grandes de las letras españolas.

  2. Paradójicamente, fue en las gentes de aquellos pueblos y campos donde menos influyó la obra de ambiente rural de Delibes. Desarrollada durante las décadas cincuenta – sesenta, años de fuerte emigración en España, aquellas poblaciones de seres toscos y elementales se iban quedando vacías. Aldeas y pueblos enteros que habían servido de inspiración al escritor en la vieja Castilla o Extremadura se despoblaban buscando horizontes de subsistencia en zonas urbanas españolas o en la próspera centroeuropa, gran beneficiada del Plan Marshall, tras la apertura de fronteras. En Italia se daba un fenómeno parecido de despoblación rural que inmortalizó Modugno con su canción “Amara terra mia, amara…e bella”, ingrata tierra y sin embargo bella, de sentimientos parecidos a los de cientos de miles de emigrantes españoles que, con todo y pese a todo, suspiraban por España.

    Nos cogió a traspiés a los que venimos de aquellas generaciones y nacimos en poblaciones similares a las castellanas o extremeñas, con ligeras variantes lingüísticas y de comportamiento por ser de Andalucía. Así, todo aquel vocabulario campesino se daba también por estos pagos: tabuco o zabuco, zorugo, boñiga, navaja chivera o cabritera, mular o muladar, cazcarrias; motes y apodos de toda índole y condición… Visto todo ello desde la madurez, costaba – no es mi caso – identificarse con el pasado inmediato. Los deseos generalizados de cambio en todos los órdenes de la vida se transmitían con vehemencia a los descendientes, a los que se aleccionaba para que “no fueran como ellos, unos desgraciados de la vida”. La obra de Miguel Delibes es mucho más admirada y conocida por la gente urbana, de ciudad, que por aquellos que la inspiraron, ya que estos, en su día, estuvieron más ocupados intentando sobrevivir que ilustrándose, por decirlo de alguna manera. Para sus hij@s, maestro o maestra rural, escuela primaria, contenidos “atravesados” hasta segundo grado del Catecismo y pare usted de contar.

    Creo que el gran logro de Delibes es hacer coincidir el mundo conceptual con el real, no mediante contenidos al uso sino de “coups transversales”,disipando la obscuridad y poniendo su creación al servicio de lo real, de la vida misma. En suma, “bergsonizando”.

    Saludos

  3. Tampoco los aldeanos castellanos leerían nunca «Campos de Castilla», ni falta que les importaba. Demasiado ocupados estaban en su realidad miserable y hasta criminal, tan bien retratada en «La tierra de Alvargonzález». El campo es crudo cuando se vive y evocador para el que, desde lejos, se limita a soñarlo. Cada vez más estupendísimo, Inspector Carasucia…

  4. De la machadiana España «cainita», a la España «probetica».Bien. Y cuando nos ponemos a dormir un rato a la sombra de la encina, ¡zas!,nos despertamos en la España «paraíta». Ae, seña Lola, que no dejamos de ser probes nunca. Saludos.

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