Barbados y barbudos

19 Nov

el-cid3Las barbas ya no son lo que eran. Síntoma de valor y gallardía en la faz de esos varones del medioevo; época legendaria de caballeros aguerridos, cuyas luengas barbas testimoniaban sus victorias en mil contiendas, por las que juraban como símbolo de su honor, mesándoselas con varonil orgullo. Cuanto más larga la barba, más largo el honor, pues de su longitud se deducía que el enemigo nunca se la había logrado arrancar en batalla alguna.
Desde la imaginería más remota de la clásica epopeya, no hay héroe imaginable de mejillas lampiñas. Si bien los ilustres personajes homéricos lucían dicha barba a secas, sin la sólita presencia del bigote, lo que les daba cierto aire caprino. Del todo logrado en el caso de Menelao por su idea funesta de partir en campaña mientras dejaba a su bella esposa Helena a solas en palacio con la tentadora presencia del apolíneo Paris –no todas las griegas aguantaban la espera como Penélope-. El caballero medieval, en cambio, aprendida bien la lección, se aseguraba bien el honor antes de partir a la guerra cerrando a doble vuelta de llave el férreo braguero de la consorte para poder regresar a casa con su barba luenga y sin mayor peso sobre su cabeza que el del casco broncíneo. Al guerrero, más aún patrio, nunca le sentaron bien los cuernos ni en el casco al modo vikingo, como bien se demuestra aún por la negra crónica de sucesos. La barba, sin embargo, sí, como señal de honra y de hombría. Un hombre que, por estos lares, se preciase de serlo era un tío con toda la barba. Pero, ay, llegaron las modas y empezaron a caer pelillos a la mar. La barba decayó por el escueto bigote, alcanzando todo su esplendor en los años setenta que, sobre el labio masculino, los vio crecer en todas sus modalidades hasta inmortalizarlos en esa copla verbenera que en tantas ferias rurales hizo las delicias del populacho: “Por qué será que a las mujeres les gusta tanto/ ese bigote que está de moda desde hace tanto/ unas lo quieren más corto/ otras lo quieren más largo…y así hasta la más gruesa metáfora. El bigote, seña de modernidad pop en esas décadas, llevado a su más aberrante psicodelia por el mostachón de Iñigo, fue, sin embargo, en una versión más modesta, moneda común del ciudadano medio español al que representaba José Luis López Vázquez -como no se han cansado de repetir los obituarios del recién fallecido actor- y el emblemático Antonio Alcántara de la serie “Cuéntame”,pero cayó del lado de la derecha cuando las pilosidades faciales del varón entraron en debates de carga ideológica. Los acólitos del bigote se sospechaban émulos de Hitler o del propio Franco y los incondicionales de la barba, hijos de la causa ética y estética de Marx o Fidel Castro, y así de venerables barbados pasaron a ser barbudos Hay que decir que la barba académica, de sobriedad medieval, que daba tanta solemnidad a varones ilustres de la talla de Unamuno o Menéndez Pidal y que, en su trascendente intemporalidad, sigue luciendo tan bien en las mejillas de hombres ecuánimes como Muñoz Molina o Javier La Beira quien, generosamente, me brindó la idea de escribir este artículo, quedó bastante deslucida a partir del 68 a favor de una modalidad asalvajada, hirsuta y, en algunos casos, cochambrosa que tocaba fondo cuando ciertos hippies insalubres la adornaban con flores, sin previo lavado. Lo mismo ocurrió con el bigote cuando dio con las desgraciadas facciones de tipejos tales cual Julián Muñoz o el propiamente llamado “Bigotes”, quien ,de sus hazañas, ya nos tiene hasta los pelos. No es, por tanto, de recibo renegar sin más de las pilosidades faciales varoniles por el mal uso que ciertos individuos han hecho de ellas y hacer tabla rasa por extensión a toda zona corporal. El español, por antonomasia, ha sido un tipo pequeño, peludo, suave, de pelo en pecho, cuando no a su vez de velluda espalda; idiosincrasia que están empeñadas en cargarse las clínicas estéticas, alimentando de tal modo la globalización, la androginia y, de paso, sus voraces cuentas corrientes. Las clínicas estéticas, la firma de ciertas maquinillas de afeitar y esas mujeres que patrocinadas por tal firma se manifiestan, según comunica La Beira, contra barbados, barbudos y bigotones, tomando la calle y la red internáutica a favor del afeitado. Parece ser que a las mujeres ya no les gusta tanto el bigote como rezaba la copla de antaño o aseguraba aquella remota compañera que como niña precoz de colegio de monjas parecía entender de la materia un rato: “Un beso sin bigote es como un huevo sin sal”.
La caída del muro de Berlín, simbólico fin de izquierdas y derechas, arrastró a su vez la caída de barbas y bigotes; su último resquicio estético. Pronto no sabremos quien es quién. Las clínicas estéticas y las maquinillas de afeitar se encargarán del resto. Tampoco sabremos quién es él. La guerra fría y la guerra de sexos acabarán con la homogeneización. Y el rasurado.
No somos nadie.

Una respuesta a «Barbados y barbudos»

  1. Pregunta:

    ¿Cuál podría ser una ciudad ideal para los barbados en España?

    Respuesta: Barbate

    Nota: Barbate, acción de barbar, fomentar con masajes el crecimiento de la barba en el hombre ó en la mujer…

    \"BARBA O NO BARBA…

    ESA ES LA CUESTION!…\"

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