El Hombre-masa

13 Nov
El Hombre-masa
El Hombre-masa
No es lo mismo ser un hombre masa que el Hombre- masa, sino todo lo contrario. Un hombre masa es un hombre cualquiera, sin embargo, el Hombre masa –o increíble hombre Hulk- es singular, lo cual paga caro, no sólo en camisas –por ese tic espontáneo de aumentar su musculatura a reventar en sus momentos de cólera- sino también porque, en ese cegador arrebato de su verde metamorfosis, arrambla contra todo quisque adoptando cierta maneras aterradoras que no son precisamente las más idóneas para hacer amigos. Cierto es que todo ser ordinario tiene también su lado oscuro que, no obstante, aprende a inhibir dadas las convenciones sociales; la diferencia está en que las criaturas extraordinarias no saben reprimir su Mister Hyde y, en consecuencia, acaban siendo víctimas de su misma naturaleza indómita y, por tanto, más solos que la una. Un hombre común, por ejemplo, conoce a cierta chica y le dan ganas de comérsela, lo mismo que a un ser extraordinario como un hombre-lobo. El problema de este último es que a las ganas suma el acto y va y hasta se la come el tío. Por eso es un hombre singular; no hay manera de dejar de serlo cuando toda compañía se convierte, de modo inevitable, en refrigerio. Ni al licántropo, pues, ni al Hombre masa los aceptarían en club social alguno, cofradía o peña rociera.
No sabemos cuántos años ha cumplido a día de hoy el Hombre-masa, aunque estamos hartos de saber, por el Google, que los personajes de Barrio Sésamo han cumplido ya cuarenta años. Los echamos de menos, sin duda, pues, a su modo, de aparente simpleza, iniciaron una corriente de programas infantiles inteligentes que desarrollaban en los niños la agudeza, la creatividad y el espíritu crítico como más tarde, en ese clímax de movida constructiva, “La bola de cristal”, un espacio singular destinado a crear, entre las masas, niños singulares y que, dada la peligrosidad de su objetivo, salió de la parrilla por no haber de reparar, a la postre, daños mayores. Los niños singulares acaban por pensar, fermentar revoluciones y alterar el orden establecido. Y, en cualquier caso, de uno u otro modo, caen víctimas de sus propias tendencias extravagantes. Imaginamos, por ejemplo, cuán difícil hubo de ser la infancia del niño-lobo, quien, como cualquier chaval, intentaría emular los hábitos sociales de sus compañeros sin contar con que luego la originalidad de su propia naturaleza le saliese por peteneras. Sin duda que, al igual que un niño corriente, invitaba a un amiguito a merendar –ésa era su primera intención- pero, en estas, salía la luna llena y no le quedaba otra que merendarse al amiguito propiamente dicho. Trágico sino el del niño licántropo, singular como ninguno y más solo que la una.
En definitiva, es mucho mejor ser un ser ordinario que extraordinario. Antes de llegar a la inmortalidad –estado del que, por falta de datos, no tenemos claro que entretenga- el individuo singular se aburre a manos llenas. Puede que sepa un montón de física cuántica o de la sintomatología de las enfermedades exóticas, pero si no sabe de las últimas peripecias de Belén Esteban o de las vergonzosas derrotas del Real Madrid ante el Alcorcón, se quedará sin tema de conversación en las reuniones sociales; sin reuniones sociales y sin compañía. La criatura ordinaria, por el contrario, no pasa a la historia, pero se pasa una vida de aupa compartiendo compañía y tertulia con sus congéneres. Cuando no con la televisión que está llena de personajes ordinarios con los que empatizar. Un hombre masa será un cualquiera pero, en suma, tiene más probabilidades de ser feliz que el Hombre-masa. El Hombre-masa no ganaba para disgustos –ni para camisas- y a lo mejor ni le gustaba el fútbol. De gustarle, seguro que era del Atletic.

2 respuestas a «El Hombre-masa»

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