Por fortuna, la normalidad no existe. Vivimos en un mundo lleno de irregularidades apasionantes, movido por singulares prodigios y misterios insondables. Un mundo normal de mecanismo cartesiano, predecible y pautado sería un mundo sin noticias, sin emociones ni sorpresas; un tremendo aburrimiento. Si pasan cosas se debe sin duda a la naturaleza anómala de este planeta que, en sus raros desvaríos, aún conserva la capacidad de sorprendernos. Un planeta normal poblado de criaturas normales nunca hubiera tenido guerras, pero tampoco revoluciones ni arte ni ciencia ni historia. Se hubiera detenido hace siglos con el mecanismo perfecto y silencioso de un reloj suizo. Sin movimiento, no hay vida. Los acontecimientos que ponen en marcha este engranaje se producen por el comportamiento anormal de este mundo y sus criaturas con sus conductas impredecibles, a veces nefastas y otras prodigiosas. No hay nada normal ni mucho menos nosotros por eso seguimos aquí, vivos y curiosos, cada cual diferente e irrepetible como producto del encuentro único entre un único óvulo y un espermatozoide en un instante preciso, como una fórmula singular e intransferible, como una posibilidad entre millones de posibilidades, enriqueciendo con nuestra diversidad este medio plural y variopinto. No sabemos en qué consiste ser normal –no lo somos, no podemos serlo- sino un deseo, una franca necesidad de supervivencia que nos asalta, sobre todo, en el patio del colegio a esas cortas y crueles edades en las que el exceso de originalidad resulta tan mal acogido. Ignoramos quién haya decidido que, una cabeza una nariz o unas orejas grandes queden fuera de la norma, pero a aquel desgraciado que le toquen en suerte lo común es que lo asocien a un apodo doloroso, tal que “Cabezón”, “Pinocho” u “Orejones” que sirva de veredicto de culpabilidad sobre el susodicho, abriendo la veda a la agresión física a su vez. A aquel chaval de físico, digamos que fuera de la norma arbitraria, en ocasiones no le salva ni Dios de una buena paliza por su osadía genética de haber escapado a la pauta. El niño anómalo, según este pobre y miserable concepto de la normalidad, tiene entonces dos opciones; hundirse en el complejo y padecer de inseguridad toda su vida o transcenderlo mostrando a cambio otras virtudes que lo achiquen. De ilustres narigudos se alimenta el historial de la literatura; Ovidio Nasón – al castellano, “Ovidio narigón”- y el célebre visitante que, en forma de estatua sedente, se ha quedado a vivir en nuestra emblemática Plaza de la Marina, el danés, Hans Christian Andersen, que dignificó como nadie esa falsa lacra de la anormalidad en aquella autobiografía con forma de cuento llamada, “El patito feo”, la hipótesis; si uno no nace pato, a lo mejor es porque es cine, o sea, si uno no nace como los demás quizá sea porque es más. Sin duda, el diferente necesita para valorarse a sí mismo verse antes en las transparentes aguas de un lago, su espejo natural, que reflejado en la parca visión de los que le juzgan con estúpidos parámetros y siempre falsos prejuicios. Si no eres ordinario, será que eres extraordinario. Así lo supo contar Andersen con su relato y Pablo Pineda con su propia biografía, que narra en parte la película “Yo, también”, presentada y premiada en el Festival de Cine de San Sebastián. La vida de Pineda, malagueño nacido con síndrome de Down, es la esforzada historia de una superación. Gracias a la esmerada educación que este joven recibió de sus padres y a la confianza que éstos mismos y algunos profesores depositaron en él, la cual contribuyó a reforzar su ya predispuesta autoestima, ha sido el primer down de Europa que logró finalizar la carrera de Magisterio y diplomarse en Psicopedagogía como testimonia el susodicho filme en el que actúa como protagonista y por cuya interpretación ha obtenido la Concha de Plata. Hace ya tiempo por la fluidez y la sensata sabiduría de las declaraciones de Pineda en los medios, podía quedar bien demostrado que la naturaleza hace en parte al individuo y lo demás lo pone éste mismo con su voluntad. Nadie puede decidir su altura o el color de sus ojos, pero sí el desarrollo de su inteligencia, por lo cual habría que plantearse más la posibilidad, si uno quiere de veras mejorarse, de pasar antes por la biblioteca que por el quirófano. Apunten.
Esta ciudad a ratos caótica, a ratos incongruente, pero siempre personalísima y singular, nos sorprende no tan raramente con la aparición de personajes extraordinarios que mueven con sus hazañas el noticiero. Algunos se llaman Pablo; Pablo Pineda. Quién quiere ser normal.
Algunos se llaman Pablo
22
Oct
Di que si Lola!,ojalá hubieran más personas con el empuje, la personalidad y la fuerza de voluntad de Pablo Pineda. Por faltta de tiempo aún no he podido ir a ver la película que este fenómeno malagueño ha protagonizado pero, sin duda, que la disfrutaré este fin de semana.
La verdad es que es un ejemplo de superación, no ya para todos los downs del mundo, sino para toda la sociedad. Por eso desde estas líneas me gustaría demostrarle mi más sincera admiración y respeto a este joven malagueño que esta rompiendo fronteras con su coraje y fuerza de voluntad.
1 abrazo muy fuerte para Pablo Pineda y para todas las personas que, como él, tienen que luchar para superar cada dia una serie de obstáculos que sin su fuerza de voluntad se haría harto complicado.