Lorca, un cadáver exquisito

15 Oct

Federico García Lorca
Federico García Lorca

Lorca se ha quedado en los huesos. Como, después de aprovechar de aquel noble animal la última tajada, aún se guarda el hueso para hacer un buen caldo, el escritor granadino, emblemático cadáver exquisito, condimento presente en todas las salsas, icono de honor, vainica ornamental en todas las banderas de cada causa, Lorca hasta los huesos ha dado denominación de origen y cierta talla intelectual a un izquierdismo revanchista, folclórico y venial que, en sus altares, lo ha momificado como santón de un imaginero rancio, anquilosado e inmovilista, gracias al cual el escritor más vivo, más trasgresor y, sin duda, más genial de la Generación del 27, ha pasado a ser un simple putrefacto. Uno de esos beatos que se exponen en una urna para mercadeo de los devotos fanáticos que, en sus perversiones necrófilas, piden reliquias de médula ósea para colgárselas del cuello como milagrosas medallas de Fray Leopoldo de Alpandeire. Está claro que ha habido santos de derechas y de izquierdas, sólo que los unos son más de escayolas, estampitas y lienzos del Barroco y los otros de póster de sindicato y estampado de camiseta. Pero Lorca no es el Che Guevara, por más que, en la asociación de ideas de algún alumno adoctrinado en nuestro actual, deficiente y demagógico sistema educativo lleguen a tratarse de primos hermanos, emparentando, al igual, de camino con Jim Morrison o el propio Jesucristo. Federico sólo fue Federico para sus amigos y no para esas catervas de presuntos camaradas que lo citan con su nombre de pila como a un colega de partido o de barra. La actitud de García Lorca hacia el pueblo llano fue cordial y empapada de entrañable ternura pero siempre mantenida en la distancia propia del dandi de buena cuna y mejores letras que mira y admira con curiosidad etnológica y filológica la temperatura pasional y el carácter pintoresco de las clases populares. Lorca fue un progresista elegante, un ilustrado elitista de forma y de fondo que nunca se hubiera puesto una chaqueta de pana para dirigir un mitin castizo a la masa obrera. No fue el Miguel Hernández de “Viento del Pueblo” ni el Rafael Alberti de “ El poeta en la calle” ni el Blas de Otero de “Que trata de España”, ni Celaya, ni el una vez desgarrado Vallejo ni el militante Neruda o Benedetti de versos coloquiales. El mismo éxito del  “Romancero gitano”, de complicadísima y elaborada simbología, leído en su clave fácil por los profanos, fue motivo de abatimiento para el poeta granadino.

Lorca fue un escritor independiente que luchó por la libertad sobre todo creativa y enemigo de los tópicos y los lugares comunes vinieran tanto de la tradicional cultura burguesa como del estilo panfletario que caracterizó luego a cierta literatura llamada social o de izquierdas. Nunca hubiera abaratado la calidad de sus escritos para hacerse asequible al más amplio porcentaje ni hubiese dedicado un libro, “A la inmensa mayoría”. Su militancia no sacrificaba la estética por la ética ni aspiraba a teñir de sangre ningún uniforme. Jamás pretendió ser mártir de causa alguna ni morir con las botas puestas. Nada tan lejano al poeta que el deseo de morir de cualquier forma; él que era el vitalismo puro con toda su carga de inquietud, curiosidad y humor; el centro de la reunión, el alma de la fiesta, sólo a veces entreverado por pequeñas crisis de melancolía como esas siestas que se toma el ánimo para regresar de ellas reforzado, recuperado, en plena forma. Lorca nunca quiso ser un héroe sino estar vivo y, luchando por su vida, su verdadera patria, abandonó el escudo en el campo de batalla para huir como un valiente de Madrid a Granada, de su casa al hogar de su amigo falangista. Como era legítimo, pues un escritor vivo es más útil a la humanidad que un escritor muerto, si es que de eso se trata. Entre algunos sectores de sectarios, ignorantes o letrados envidiosos se dice que Lorca debe su celebridad a su muerte trágica. Los que así opinan deberían leerse bien despacio su obra y plantearse si de veras el autor no hubiera preferido alcanzar la fama inmortal antes con su vida que con su muerte; un talento semejante no precisa de desgracia biográfica alguna para perpetuarse en los siglos. Sin duda, su herencia literaria hubiese sido mayor y mejor de haber alcanzado la longevidad de su amigo Pepín Bello o la de Guillén o Rafael Alberti. Exiliado como otros compañeros de generación o incluso escondido como un topo durante los largos años del franquismo, Lorca hubiera elegido seguir vivo a morir contra su voluntad en nombre de cualquier causa y circular por el mercadeo de la impúdica demagogia como un cadáver exquisito que dar de pasto a la gula de morbosos necrófagos y politicastros. Ni en la ética ni en la estética del autor granadino cuadraría que ahora quisiera exhibir al mundo sus consumidos huesos. Como un santón, como uno de sus odiados putrefactos.

 

 

 

5 respuestas a «Lorca, un cadáver exquisito»

  1. quiero creer que el primero en horrorizarse de esta historia y pasar de huesos,osamentas y calaveras sería el mismo lorca.quiero imaginármelo en su residencia de estudiantes(que no era ninguna casa del pueblo ni de lejos)tomando el pelo a los profesionales de la memoria histórica y caraduras del vivir del cuento democrático que ya hay que tener tragaderas para con la que está cayendo,etc…en cuanto a lo del entender y el arcoiris pues a poeta en nueva york y la oda a walt witman…en fin,que a veces cortarse un poco ayudaría a no ponerse en evidencia.

  2. aunque solo sea en parte, si esto «a un izquierdismo revanchista, folclórico y venial» es lo que te parece la actuación de muchas personas en este asunto, mejor lo dejamos…se vé que el peso de tu conciencia debe ser grande, aunque por la edad, tiene que ser hereditario…

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