Este año se llevan los vampiros. En plan versión y reciclaje –que a falta de originalidad es lo que impera en este siglo XXI– nuestros éxitos de libro y pantallas pugnan por enmendarle la plana al Drácula de Stoker. Primero fue «Crepúsculo» con su vampirín adolescente y guaperas haciendo furor entre las nenas, luego la poética vampiresa sueca de «Déjame entrar» y, en tanto que alguna lumbrera creativa vaya a sacar de la rentable chistera la siguiente alternativa en plan vampiro gay, Guillermo del Toro aprovecha el filón presentando sus vampiros undergrounds, necesarios, según el propio autor, para hacer frente al vampireo pijo de moda. El morbo popular, antes cebado en la figura del templario que desde el Código da Vinci aún coletea con el último engendro, «Ángeles y demonios», ahora se afila los colmillos con esta nueva avalancha de vampiros en todos sus sexos y formatos que, dice Del Toro, tiene que ver con lo más primario de la naturaleza humana, ancestralmente caníbal. Véase si no como beber sangre forma parte de los rituales religiosos en su concepción primigenia; oferentes griegos y romanos bebían la sangre de los animales consagrados a los dioses y en las misas cristiano-católicas aún se conserva esa formula por la que los congregados comen el cuerpo y beben la sangre de Cristo. Aunque, claro está, que existen otros modos de chupópteros más profanos que, a su diabólica manera, optan por sacarle el jugo al rojo elemento de sus congéneres; es el caso de Madoff que dejó en blanco las cuentas de los crédulos inversores estafados o el de ciertos empresarios sin escrúpulos que explotan hasta la médula las descarnadas necesidades de los ´sin papeles´ –la noticia del obrero boliviano fuera de contrato y seguro con su brazo amputado en la basura ya es bastante elocuente–. Para el resto de los ciudadanos en regla de documentos es, por estas fechas, Hacienda quien se nos lanza a la yugular. Suben los impuestos y, mientras nos succionan los vampiros estatales de la cruda realidad, nos vamos entreteniendo con los chupópteros ficticios de todas las edades y tamaños. El misterio es otro opio del pueblo que distrae de las circundantes miserias. Nos conviene más darle vueltas a la cuestión del vampiro o del templario que atribularnos por el paro y la hipoteca. De modo que las televisiones que, a su vez, de consolar al ciudadano medio saben un rato, tiran de pseudo-documentales que nos engatusen con irresolubles enigmas para ir tirando. La cosa de las momias ha dado mucho de sí con especial mención de la maldición de Tutankamon que, como era de esperar, quedó en agua de borrajas así como la de los extraterrestres y el polémico viaje a la luna, que abre la sempiterna interrogante de si fue viaje o montaje y pone de nuevo en primera plana las declaraciones de los cada vez más remotos astronautas. De la misma cosecha procede la periódica e inquietante cuestión del probable asesinato de Marilyn emparentado con la tragedia de John. F. Kennedy combinada con el más reciente siniestro fin de Lady Dy, los marqueses de Urquijo o la niña Madeleine. La detectivesca de andar por casa nos da conversación y nos desvía de las ansiedades cotidianas que estimulan el recibo de la última carta del banco. En estas angustiosas coyunturas al parado y/o precario ya no le queda ni fumar, tal y como se están poniendo los precios. Lo suyo, pues, es o alucinar la mente con historias de vampiros o aficionarse al fútbol que es aún más opio del pueblo que aquello de los misterios irresolubles. De domingo a domingo, el fútbol da evasión, charla y esa emoción megalómana que a la masa, por lo general, aburrida y perdedora, la anima con la necesaria ilusión del triunfo. De la agilidad de las piernas de un futbolista depende el bienestar de muchos compatriotas y el ritmo de su semana. Y hasta sus señas de identidad; uno, en principio, parece que no es nadie, pero se hace merengue o culé y acaba del tirón con la marginalidad, el hastío y la miseria. Adscrito a un equipo al individuo lo ilusiona la pertenencia a un grupo, algunas veces ganador, y, olvidado de apuros económicos, habla de cifras millonarias con soltura, «Nosotros fichamos a Periquito por tantísimos euros», «ganamos nosecuantas ligas» o así. Realmente, el fútbol, hace una labor social impagable, insuflando de autoestima a estos millones de españolitos que, de otro modo, caerían en el abatimiento, la depresión y el más absoluto mutismo. Escandaliza el fichaje de Ronaldo por cuenta de Florentino con sus tropecientos ceros de millones, pero, más allá de lo razonable, será que el trabajo de un futbolista no tiene precio, dado que de sus movimientos dependen los días felices de tantos humanos patrios. De este tamaño se ha puesto, hoy por hoy, la felicidad del país; no hay gran ocio sin gran negocio. La otra son los vampiros.
Una de vampiros
22
Jun
Es una forma divertida e inteligente de verlo..
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honestamente no me gustan las historias de vampiros, son un cliché.