Comienzo de curso para un jubilado

13 Sep

Todos los años, desde hace más de treinta (diez en el diario Sur y veintiuno en La Opinión)  dedico un artículo al comienzo del nuevo curso escolar para dar la bienvenida  a ese extraordinario acontecimiento.  Y desde hace casi diez años doy esa bienvenida desde mi condición de jubilado. Lo cual conlleva una curiosa mezcla de sensaciones.

Por una parte me asalta la nostalgia de tantos años, más de cincuenta, en los que, por estas fechas, sentía la inquietud de un nuevo encuentro con alumnos y alumnas diferentes,  con los compañeros con quienes iba a compartir tarea, con un nuevo reto educativo para el que había preparado nuevas ideas, nuevas estrategias, nuevos materiales…

Año tras año me he ido aproximando a la jubilación. Sin embargo, si este año pudiera incorporarme a la tarea me encontraría un grupo de alumnos y alumnas que tendrían los mismos años que tenían mis primeros alumnos universitarios. Ese hecho inexorable, va produciendo un abismo, de forma casi imperceptible, un desfase generacional que en algunas ocasiones no sabemos afrontar. Los profesores envejecemos y los alumnos y alumnas siguen teniendo la mima edad en una institución educativa instalada en un mundo diferente.

No caeré en el ridículo de decir que me encantaba el fin de las vacaciones y que volver al trabajo me llenaba de una satisfacción que solo contenía motivos de alegría. No se vive igual el final de agosto cuando te espera la reincorporación al trabajo que cuando se aproxima el hermoso mes de septiembre, con temperaturas agradables y ausencia de obligaciones y responsabilidades laborales.Porque, aun en el caso de seguir trabajando (escribiendo, impartiendo conferencias, participando en proyecto educativos…), ahora lo puedes hacer en casa, sin la rigidez de los horarios, sin la necesidad de madrugar, sin celebrar reuniones  y sin tener que explorar cuál será el semblante de los jefes.

Por otra parte siento una curiosa sensación de envidia (se suele hablar de envidia sana) por quienes pueden realizar un trabajo que les gusta y que está lleno de alicientes como es el trabajo de la enseñanza, en cualquiera de sus niveles. Trabajé con pequeños, medianos y mayores. Nunca he sido capaz de discernir en qué etapa disfruté más de la tarea. Porque no se puede olvidar que, aunque el trabajo esté lleno de prescripciones, existe un margen enorme de creatividad en el oficio de enseñar. Con la mima legislación y el mismo currículum hay tantos profesores diferentes como profesores  y profesoras hay.

Lo experimenté ayer después de visitar la exposición del Proyecto Berta, sita en la antigua estación del paseo marítimo de La Cala. Nos encontramos, dando un paseo, con una joven profesora de la Facultad de Educación, antigua compañera, que nos habló de su pasión por la enseñanza, de su entusiasmo por el comienzo de curso. Mientras hablaba me asaltó la pena de que no podré experimentar (ni ahora ni nunca) esa sensación estimulante. Pensé también en la suerte de los alumnos y alumnas  de esa profesora entusiasmada.

Y es que esta profesión es intrínsecamente optimista. Es tan consustancial el optimismo a la educación como mojarse para el que va a nadar. ¿Puede un arquitecto pesimista y malhumorado  diseñar  un. hermoso edificio? Claro que sí. ¿Puede un controlador antipático ordenar a la perfección el tráfico aéreo del aeropuerto? Por supuesto que sí. ¿Puede un jardinero podar bien los árboles teniendo una actitud derrotista ante la vida? Por supuesto que puede. No sucede lo mismo con un profesor. Sin optimismo podemos ser buenos domadores pero nunca buenos educadores. 

Existen múltiples formas de vivir la  profesión. Pensemos en dos aulas separadas por un fino tabique de veinte centímetros. Del lado derecho  hay un aula con un profesor que el primer día acude a su puesto de trabajo lleno de entusiasmo e ilusiones, convencido de que va a vivir una experiencia inolvidable, llena de esfuerzo, sí, pero también llena de emociones, descubrimientos y logros maravillosos… Con todo prácticamente igual (sueldo, asignatura, familias, directivos, normas, inspectores, consejero y ministro…) del otro lado el tabique, hay un docente desanimado, con el carácter avinagrado, pensando en la terrible experiencia que se le viene encima al comenzar el curso…

Pienso que la jubilación debería ser un derecho, pero no una obligación. Es decir, que si yo quiero seguir trabajando, si puedo hacer bien mi trabajo (incluso mejor que cuando tenía 25 o 40 años), si mis compañeros  ven bien que  siga en el puesto, ¿por qué me obligan a retirarme? Se podría decir que soy víctima de una discriminación por la edad. Lo que me dice el sistema es lo siguiente: usted no puede continuar haciendo lo que hacía porque ha alcanzado la edad de 70 años. ¿Y  eso qué tiene que ver?

Hay un tercer sentimiento que me embarga como jubilado que es el de alegría. El inicio del curso escolar debería ser celebrado por la sociedad y, sobre todo, por la comunidad educativa. Lo he defendido en otros artículos de bienvenida:  De la misma manera que celebramos la fiesta del Año Nuevo, deberíamos celebrar la fiesta del Curso Nuevo. En realidad hay más motivos de celebración. Porque el Año Nuevo es, sencillamente, un hito temporal que marca el comienzo de un nuevo año. Sin embargo, el Curso Escolar es el inicio  de un Proyecto educativo que pone en acción a más de diez millones de alumnos, miles de docentes, miles de personas dedicadas a la administración y a los servicios. Esa gigantesca maquinaria  se pone a funcionar a primeros de septiembre. Ilusiones, expectativas, sentimientos, relaciones, experiencias se van a ir desplegando en cada institución educativa. Me gustaría que en todas ellas apareciese en el frontis un lema que vi en una Universidad de la ciudad de Guadalajara (México): “Aquí  tenemos que formar no a los mejores del mundo sino a los mejores para el mundo”.

Los docentes jubilados pueden contemplar el comienzo del curso escolar de dos maneras diferentes (ya sé que es una simplificación abusiva porque habrá tantas formas de contemplarlo como jubilados y jubiladas existan). Pero las voy a resumir en dos: la del que se frota las manos celebrando  haberse librado de una tortura y la de quien  siente la añoranza de las experiencias  vividas. Se trata de una prolongación de lo que ha sido la vida profesional.

Hablo de dos actitudes que  van cristalizando a medida que avanzamos por ese largo camino que es la experiencia. Cuando se aproxima la jubilación reconocemos con facilidad esas dos actitudes: la del que piensa, como dijo Emilio Lledó al llegar a la jubilación, “que va a dejar  atrás una fuente inagotable de felicidad y de vida” y la de aquellos que van tachando en su agenda vital los días que faltan para acabar  con el sufrimiento.

Y eso, ¿de qué depende?. Pues depende fundamentalmente de la actitud con la que afrontamos la tarea cada día, no tanto de las circunstancias externas que condicionan el trabajo. Porque lo importante no es lo que pasa sino cómo reaccionamos ante aquello que nos pasa. Por eso, vivir con plenitud la profesión es un modo de conquistar una jubilación satisfactoria. Por eso unos jubilados pueden celebrar el advenimiento del  nuevo curso escolar desde una emoción positiva teñida de nostalgia y  otros con el resentimiento de haber dejado atrás una sofisticada tortura.

Como profesor jubilado, aunque plenamente activo, les confieso a mis colegas mi admiración por la compleja y difícil tarea que realizan, mi deseo de un curso feliz, a pesar de todas las dificultades y mi gratitud por la importancia que tiene su trabajo. Decía Herbert Wells que la historia de la humanidad es una larga carrera entre la educación y la catástrofe. Y nadie como ellos y como ellas está del lado de la educación.

Quiero desear a todos mis colegas de profesión que inician la aventura de un nuevo curso escolar que tengan una feliz experiencia. Estoy convencido de que la piedra angular de la calidad del sistema educativo (no la única, claro) está las manos de los profesores y de las profesoras. Por eso pido a las autoridades educativas, a las familias, a los medios de comunicación y a la sociedad entera que tengan un especial cuidado y una consideración extrema para estos profesionales en cuyas manos está la tarea más importante y más difícil que se le ha encomendado al ser humano en la historia: trabajar con la mente y el corazón de los niños, de las niñas y de los jóvenes. Bienvenido el nuevo curso escolar.

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