El título de este artículo es un pensamiento de Antonio Machado al que añade lo siguiente: “Nunca extrañéis que un bruto se descuerne luchando por una idea”.
Se encuentran estos versos en su libro “Campos de Castilla”, publicado en 1912 cuando el autor contaba con 37 años. El libro se divide en varias partes, una de ellas se titula “Proverbios y cantares”, 29 pequeños poemas entre los que se incluyen estos versos. En 1936 amplió “Proverbios y cantares” con otros 24 poemas.
Traigo a colación estas palabras de Machado porque quiero comentar la deriva que está tomando nuestro parlamento en las sesiones de control al gobierno. Sesiones en las que más que un profundo, rico y apasionante debate sobre propuestas e ideas, lo que nos encontramos es un conjunto de constantes agresiones, descalificaciones e insultos. Me gustaría estudiar cuántas intervenciones contienen iniciativas, elogios por lo conseguido, análisis rigurosos, ideas nuevas… y cuántas recogen exabruptos e improperios.
Nuestro parlamento es una plaza de toros que embisten con fiereza a los adversarios políticos y que se descuernan defendiendo lo suyo o a los suyos. Y no me quiero olvidar de las cuadrillas que jalean, gritan y aplauden con entusiasmo lo que dicen y hacen sus jefes sea lo que sea.
Las sesiones se han convertido en bochornosos espectáculos que provocan vergüenza ajena. En primer lugar, como digo, por el contenido de las intervenciones, que contienen insultos, agresiones, descalificaciones y acusaciones más o menos fundadas. Se lanzan cornadas unos a otros con la intención de causar daño. No hay debate de ideas, argumentos sólidos, propuestas debatidas.
En segundo lugar, porque se producen con frecuencia pateos, abucheos, gritos que se corean con entusiasmo pidiendo dimisiones o acusando de complicidad. ¿Qué decir de la falta de capacidad de escucha, de las escasas muestras de atención, de las faltas de respeto al orador o a la oradora de turno?
En algunas sesiones, cuando hablan los representantes de los partidos minoritarios, se produce una desbandada de los parlamentarios, supongo que en dirección a la cafetería, a los pasillos o a la calle, ¿Qué importa lo que digan esos “mataos” que apenas tienen respaldo en las elecciones? ¿No pueden decir nada interesante? ¿Hay desprecio mayor que la ausencia?
En tercer lugar porque mientras más duros sean los insultos, más contundentes son los aplausos de la bancada. Es interesante observar cómo se aplaude de forma unánime, muchas veces de pie. Hay cámaras, no conviene dejar constancia de la desafección hacia el jefe. Hay muchos turiferarios del poder En la época de Stalin cuando eran citados los secretarios del partido y se pronunciaba un discurso nadie quería ser el primero en dejar de aplaudir por lo que algunas veces los aplausos duraron más de tres cuartos de hora. El adulador ríe las gracias del jefe sobre todo las que están llenas de sarcasmo y de cinismo hacia el adversario. O, sencillamente, ríe las insulseces. Se cuenta de un jefe que, después de invitar a sus trabajadores a una comida cuenta un chiste en la sobremesa. Todos ríen estrepitosamente menos uno que permanece impasible, callado y serio.
- ¿Es que a usted no le ha hecho gracia?, pregunta el jefe
- A mí me ha hecho la misma gracia que a todos los demás, pero es que yo me jubilo mañana.
Es inquietante ver a algunos parlamentarios que reaccionan como hooligans de equipos de fútbol más que como responsables representantes del pueblo: gritan, golpean con las manos los bancos, patean el suelo, aplauden como desaforados…
La oposición (para eso y por eso se llama oposición) se muestra contraria a cualquier propuesta del gobierno, sea o no favorable para la ciudadanía. Como son oposición piensan que deben oponerse a todo, a lo bueno y a lo malo. Por eso defiendo que en lugar de oposición se le llame alternativa.
Los profesores y profesoras insistimos en nuestras clases en la necesidad de escuchar con respeto sea cual sea el contenido de la intervención Porque no todas las opiniones son respetables, pero sí es respetable quien las plantea. Cada día los alumnos ven comportamientos de los políticos en la televisión que se burlan de esas enseñanzas. Supuestamente, deberían ser un ejemplo. Así se habla, así se escucha, así se argumenta.
La presidenta del Congreso insiste una y otra vez reclamando silencio, como si tuviera delante un grupo de adolescentes maleducados, insolentes e ingobernables.
No me gusta descalificar a la clase política en su conjunto. No lo hago. No es cierto que todos los políticos sean malos. No. Hay muchos políticos decentes, respetuosos con los adversarios, comprometidos con su tarea de mejorar la vida de los ciudadanos. Cuando se generaliza y se les descalifica a todos se hace un flaco servicio a la democracia. De la misma manera que digo que no todos los políticos son malos, digo que no todos los políticos son iguales.
Las intervenciones de Feijóo y de Abacal fueron escuchadas en silencio. No sucedió lo mismo con las de Pedro Sánchez, Yolanda Díaz y Rafael Rufián, por ejemplo. Abascal pronunció un discurso que terminó con duros insultos al presidente del gobierno llamándole “indecente, corrupto y traidor”. E, inmediatamente, se fue del parlamento. No hay desprecio mayor que la ausencia.
La vicepresidenta Yolanda Díaz tuvo que detenerse diciendo que era imposible seguir, mientras la presidenta de la cámara exigía silencio y respeto una y otra vez. Un espectáculo bochornoso.
La última parte de la réplica del señor Feijóo rezumaba rabia y agresividad. La voy a repetir literalmente: “Pero, ¿con quién está viviendo usted? Pero, ¿de qué prostíbulos ha vivido usted? Partícipe a título lucrativo del abominable negocio de la prostitución. Y ahora quiere usted ilegalizar su biografía. Allá usted, señoría. Allá usted. No se compare conmigo, He sido honrado con usted”.
Las imágenes eran elocuentes: arrogancia, prepotencia, posturas desafiantes… Los miembros de su bancada mostraban un regocijo desbordante. Me fijé en uno de los diputados con especial atención. Qué euforia, qué aplausos, qué risas, que movimientos exultantes. Me avergonzaba esa reacción más que las palabras que la provocaba. Lo que venían a decir los gestos era eso: Dale, dale. Machácale. Acaba con él. Olé tus huevos.
Le acusa el orador al presidente de vivir con la hija de un señor que, al parecer, era propietario de saunas en las que supuestamente se practicaba la prostitución. ¿Esto significa que la biografía del presidente se haya focalizado en la prostitución? Y eso le inhabilita para legislar contra ese negocio deleznable? Después de estas palabras, ¿se puede decir sin rubor “he sido honrado con usted”? ¿Honrado?
Ese dato, si es que es cierto, hace suponer que ha existido un rastreo por todo el árbol genealógico del presidente y de su mujer. Una búsqueda de basura para poder arrojarla en su debido momento al rostro del adversario. Proceder que me parece indecente, lo haga quien lo haga. A la derecha y a la izquierda.
Cuando Sánchez le reprocha a Feijóo que en su discurso no ha hecho propuestas le contesta que sí hace propuestas. La propuesta consiste en que se vaya y que convoque elecciones. No entiende que para asumir el gobierno tendrá que explicar a los votantes qué pretende hacer cuando gobierne. Eso no importa.
Es una constante en nuestro país. Cuando gobierna la izquierda, la legislatura es más conflictiva. Creo que la derecha ha interiorizado que el poder es suyo. Ellos son más patriotas (la verdad es que suelen poseer más parte de la patria). Hemos visto en esta legislatura cómo Abascal ha dicho desde el primer día que el presidente Sánchez es ilegítimo. ¿Qué tipo de demócrata es Abascal? No me extraña que Feijoo diga que no va a gobernar con él. Curiosa decisión, por cierto, ya que está gobernando con Vox en Murcia, en Valencia, en Castilla La Mancha, en Extremadura…
Es probable que sintamos la tentación de la impotencia. ¿Qué va a conseguir un ciudadano solo con su esfuerzo, con su compromiso, con su acción responsable? ¿Qué puede cambar de esta situación tan inquietante? La respuesta puede ser desalentadora: nada. Absolutamente nada.
Pues no. Cada uno tiene en su mano la capacidad de pensar, de analizar, de discernir, de hablar. Y también la posibilidad de actuar de forma respetuosa y responsable con quienes vive y trabaja. Y, cómo no, tiene el derecho y la obligación de votar eligiendo a los mejores.