No sé cuántas veces he eludido hacerme eco de una anécdota tan hermosa como ésta. Me la he encontrado decenas de veces en libros, tertulias, artículos y comentarios. La última vez en el libro “Cuentos que mi jefe nunca me contó”, de Juan Mateo. Hoy la quiero compartir con la mayoría de mis lectores y lectoras que, casi con seguridad, la conocen en alguna de sus múltiples versiones y, especialmente, con aquellos que se acercan a ella por primera vez.
Digo que es hermosa (también es significativa), porque nos lleva a reflexionar sobre la naturaleza de la evaluación de los aprendizajes, sobre las respuestas convencionales que se suelen exigir en los exámenes y sobre la necesidad y los riesgos de pensar creativamente.
La anécdota, famosísima tanto en inglés como en español, es falsamente atribuida al estudiante Niels Bohr, premio Nobel de Física en 1922. En realidad se trata del invento de un excelente profesor de física llamado Alexander Calandra, fallecido el 8 de marzo de 2006 a los 95 años. Un profesor que trabajó gran parte de su vida en la Universidad de Washington en St. Louis, EE.UU.
Calandra está considerado un gran profesor y un gran docente, aunque no destacó como investigador. Trabajó en múltiples comités sobre docencia y recibió múltiples premios por su labor, entre ellos, el prestigioso premio Robert A. Millikan de la AAPT (American Association of Physics Teachers), que se concede a los mejores docentes de Física (que sean miembros de dicha asociación).
Calandra publicó esta anécdota (como ya he dicho ideada por él) en su libro “The Teaching of Elementary Science and Mathematics”. Washington University Press, St. Louis, 1961. La anécdota se popularizó tras su aparición en el semanario “The Saturday Review” (pág.60, Dec. 21, 1968 ), con el título “Angels on the Head of a Pin. A Modern Parable”. El editor hizo algún que otro cambio respecto al libro.
La anécdota se ha republicado cientos de veces, con multitud de variantes, incluyendo la variante Bohr–Rutherford. A veces sorprende hasta dónde se ha llegado a publicar. Calandra la pone en boca del premio nobel de Química de 1909 y presidente de la Sociedad Real Británica Ernest Rutherford. La anécdota dice así:
“Hace algún tiempo, recibí la llamada de un colega. Estaba a punto de poner un cero a un estudiante por la respuesta que había dado en un problema de física, pese a que este afirmaba con rotundidad que su respuesta era absolutamente acertada. Profesores y estudiantes acordaron pedir arbitraje de alguien imparcial y fui elegido yo. Leí la pregunta del examen: ‘Demuestre cómo es posible determinar la altura de un edificio con la ayuda de un barómetro”.
El estudiante había respondido: ‘lleve el barómetro a la azotea del edificio y átele una cuerda muy larga. Descuélguelo hasta la base del edificio, marque y mida. La longitud de la cuerda es igual a la longitud del edificio.
Realmente, el estudiante había planteado un serio problema con la resolución del ejercicio, porque había respondido a la pregunta correcta y completamente. Por otro lado, si se le concedía la máxima puntuación, podría alterar el promedio de su año de estudios, obtener una nota más alta y así certificar su alto nivel en física; pero la respuesta no confirmaba que el estudiante tuviera ese nivel. Sugerí que se le diera al alumno otra oportunidad. Le concedí seis minutos para que me respondiera la misma pregunta pero esta vez con la advertencia de que en la respuesta debía demostrar sus conocimientos de física.
Habían pasado cinco minutos y el estudiante no había escrito nada. Le pregunté si deseaba marcharse, pero me contestó que tenía muchas respuestas al problema. Su dificultad era elegir la mejor de todas. Me excusé por interrumpirle y le rogué que continuara. En el minuto que le quedaba escribió la siguiente respuesta: coja el barómetro y láncelo al suelo desde la azotea del edificio, calcule el tiempo de caída con un cronómetro. Después aplique la formula h=1/2 at2. Y así obtenemos la altura del edificio. En este punto le pregunté a mi colega si el estudiante se podía retirar. Le dio la nota más alta.
Tras abandonar el despacho, me reencontré con el estudiante y le pedí que me contara sus otras respuestas a la pregunta. Bueno, respondió, hay muchas maneras, por ejemplo, coges el barómetro en un día soleado y mides la altura del barómetro y la longitud de su sombra. Si medimos a continuación la longitud de la sombra del edificio y aplicamos una simple proporción, obtendremos también la altura del edificio.
Perfecto, le dije, ¿y de otra manera? Sí, contestó, éste es un procedimiento muy básico para medir un edificio, pero también sirve. En este método, coges el barómetro y te sitúas en las escaleras del edificio en la planta baja. Según subes las escaleras, vas marcando la altura del barómetro y cuentas el número de marcas hasta la azotea. Multiplicas al final la altura del barómetro por el numero de marcas que has hecho y ya tienes la altura.
Este es un método muy directo. Por supuesto, si lo que quiere es un procedimiento mas sofisticado, puede atar el barómetro a una cuerda y moverlo como si fuera un péndulo. Si calculamos que cuando el barómetro está a la altura de la azotea la gravedad es cero y si tenemos en cuenta la medida de la aceleración de la gravedad al descender el barómetro en trayectoria circular al pasar por la perpendicular del edificio, de la diferencia de estos valores, y aplicando una sencilla fórmula trigonométrica, podríamos calcular, sin duda, la altura del edificio.
En este mismo estilo de sistema, atas el barómetro a una cuerda y lo descuelgas desde la azotea a la calle. Usándolo como un péndulo puedes calcular la altura midiendo su periodo de precisión.
En fin, concluyó, existen otras muchas maneras. Probablemente, la mejor sea coger el barómetro y golpear con él la puerta de la casa del conserje. Cuando abra, decirle:
– Señor conserje, aquí tengo un bonito barómetro. Si usted me dice la altura de este edificio, se lo regalo.
En este momento de la conversación, le pregunté si no conocía la respuesta convencional al problema (la diferencia de presión marcada por un barómetro en dos lugares diferentes nos proporciona la diferencia de altura entre ambos lugares), dijo que la conocía, pero que durante sus estudios, sus profesores habían intentado enseñarle a pensar.
El estudiante se llamaba Niels Bohr, físico danés, premio Nobel de Física en 1922, más conocido por ser el primero en proponer el modelo de átomo con protones y neutrones y los electrones que lo rodeaban. Fue fundamentalmente un innovador de la teoría cuántica”.
Creo que lo que llamo respuesta convencional ha hecho mucho daño a la evaluación. Repetir. Repetir lo que se espera y se exige. Sin invitar a pensar, a cuestionar, a indagar. Un profesor de historia preguntó a sus alumnos:
– ¿Cómo entraron los vándalos en la península?
La única respuesta válida era la repetición de lo que el libro de texto decía:
– En oleadas sucesivas.
No es necesario añadir (ni posible, dado el espacio) ni una sola palabra.
Querido amigo y maestro:
¡Extraordinario artículo! ¡”Felicidad-des”!
La pedagogía debe ir tendiendo precisamente a enseñar a pensar. De hecho, se ha avanzado bastante en esta dirección. Como toda ciencia, ha de ser evolutiva y puede -y debe- sustentarse en otras ciencias que le posibiliten el avance, como la psicología, por ejemplo.
Resta otorgar todavía el valor que puede aportar el campo de la neurología, pues estos conocimientos considerados al abordar la didáctica potencian enormemente los resultados académicos, si bien, estos últimos no garantizan el éxito docente si se anteponen a la felicidad de los educandos.
Afortunadamente, se va concediendo también cada vez más protagonismo pedagógico al desarrollo de la inteligencia emocional (Daniel Goleman publicó hace escasos años un libro titulado así precisamente).
El profesor artífice de la anécdota que nos comunicas esta semana se preocupó de indagar en el pensamiento de su alumno que se examinaba de física. Recuerdo otro artículo muy interesante -también tuyo- que se titula “Hay que conocer a John”. Este docente no se conformó con tener en cuenta la primera respuesta al examen. Pretendió conocer qué otras opciones había considerado el estudiante de física, qué argumentos le habían llevado a responder con esa primera opción y qué otros pilares subyacían a su formación en física, que pudo constatar en virtud de las demás respuestas que fue capaz de exponer, así como de sus razonamientos…
Muchas gracias por seguir enseñándonos a pensar. Me ha encantado tu artículo.
Un abrazo para los tres de parte de los cuatro.
Querido Juna Miguel:
Qué madrugón para escribir el comentario. ¡A las 7.36! Un sábado.
Muchas gracias.
Estoy leyendo un estupendo libro de Luis Raspall titulado “Neurociencias para educadores”.
Los docentes tenemos que aprender muchas cosas. La pedagogia tiene que sustentantes en muchas otras ciencias.
Un gran abrazo desde la Alsacia.
Besos para tu hermosa familia.
MAS
La escolarización inicial es obligatoria, pero mi formación permanente se la debo a mis maestros, que supieron despertarme este interés. He tenido mucha suerte en el camino con los que me habéis enseñado. Y, aunque al principio suponía un esfuerzo, hace ya mucho tiempo que se convirtió en una necesidad. Intento seguir a mis referentes.
Sobre el libro de L. Raspall, ¡tomo nota!
Muchas gracias a ti.
Querido Maestro!
Después de leer sus comentarios, sin saber mucho de física, me ha hecho pensar en que cada problema tiene múltiples soluciones, sólo hace falta pararse a pensar cuáles serían las más acertadas,las más convincentes, la que te aporten más sosiego, porque a veces son infinitas.
Lo de pararse a pensar es toda una estrategia que a veces no la utilizamos convenientemente.
Las prisas nos hacen convertirnos en robot sincronizados que paralizan nuestras reacciones a las que más usamos frecuentemente, que pueden no ser las acertadas.
Confieso que por pensar así he cometido errores, pero cuando me he dado cuenta he tratado de resolverlos positivamente.
La experiencia de la vida te hace experta en la resolución de problemas.
Ahora me encuentro inmersa y haciendo frente, a unos fundamentales que me tienen en vilo y que como no se resolverlos he tenido que utilizar especialistas en las materias.
Otra gran capacidad, supongo, buscar ayuda cuando las cuestiones te desbordan.
Siempre recurro a las opiniones de tercera personas para mejorar las mías.
Ellos ven los problemas desde otra perspectiva.
¡A veces en estas cosas el corazón juega malas pasadas, no te deja ver la razón!
Mi agradecimiento a tantas palabras bonitas que habéis utilizado en este blog y que me habéis aportado fuerzas para seguir intentando encontrar la mejor solución.
Sin más me despido con un cariñoso abrazo para todos.
Querida Loly:
Estoy de viaje en la Alsacia francesa y ojo he dispuesto de tiempo para atender los comentarios de esta semana.
Muchas gracias por tu tiempo y por tus confidencias.
Tienes razón: a veces hay que pedir humildemente ayuda par resolver los problemas.
Las palabras de elogio que te hemos dedicado algunos son totalmente merecidas.
Cada uno escribe como es. Y tú escribes así, con el corazón, porque es más grande que tú.
Besos y gracias.
MAAS
No siempre está el horno para bollos. La tradición de los exámenes ha esclerotizado el tejido y da pocas oportunidades a la creatividad. Todos conocemos el paño. La dinámica de pregunta-respuesta más elemental es la del catecismo, que da poco margen para la creatividad, aunque se lo conceda totalmente a la creación. Yo, que me he examinado más que un chino, como nos decía don Antonioo Gil Muñiz, me he columpiado más de una vez, pero no se puede uno arriesgar así como así. No digamos nada ahora con la moda de los exámenes tipo test. No obstante parece que con la renovación del catecismo por el Papa Francisco, la gente se pueda ir haciendo el cuerpo a que hay verdades eternas que pueden dejar de serlo. Es difícil que los exámenes se conviertan en laboratorios, como es el caso que citas en el artículo. Sin embargo, el profesorado tendrá que tener la mente abierta y tiempo para reconsiderar las respuestas, como es el caso que nos explicas. Gracias por el artículo de hoy y tampoco añado una palabra más, porque lo mismo me he pasado.
Querido josem:
¡Cómo se nota la voz de la experiencia!
De una doble experiencia: la de quien se ha examinado mucho y la de quien ha examinado mucho pensando mucho.
Tienes razón con el ejemplo del catecismo. Había que repetir. Si era mecánicamente, mejor. Sin saber de qué iba el contenido.
Como aquel niño que respondìa a´si a la pregunta de qué es la iglesia: es la congelación (sic) de todos los fieles cristianos.
Que necesidad de repensar críticamente la evaluación en la escuela.
Un gran abrazo.
Y muchas gracias.
MAS
Querido amigo y maestro
Gracias por tu aclaración…. y por el trasfondo que desde ella se deja entrever…yo he usado le versión ” Rutherford” de la anécdota varias veces….es un buen recurso y lleva a que los alumnos piensen alternativas y posibles soluciones abiertas a los distintos problemas…en la jungla de la internet todos los docentes cosechamos de lo que nos llega, a fin de promover y acompañar el aprendizaje de nuestros alumnos … pero muchas veces no validamos como corresponde las fuentes … valga entonces tu delicada y necesaria aclaración, que induce – sin dudas- a un tema axiológico mucho más profundo del que se habla poco … los contenidos disponibles de la red de redes, la producción intelectual y sus respectivos derechos .
Saludos desde Argentina
Horacio
Querido Horacio:
Pues sí, esa es una cuestión importante.
Hoy es importante facilitar criterios a nuestros alumnos y alumnas para discernir qué contenidos son rigurosos y cuáles están adulterados por intereses de diverso tipo o por falta de exigencia científica.
Supongo que la anécdota habrá sido ilustrativa para tus estudiantes.
Un gran abrazo, querido amigo.
Gracias por estar siempre ahí.
MAS
PD: En octubre publicaré en Homo Sapiens un libro titulado UN RAMO DE FLORES PARA LOS DOCENTES DEL MUNDO.
Barcelona, domingo, 5 de agosto.
Llevamos un par de días en Barcelona, y, aunque hace un fuerte calor, para nada se asemeja al que dejamos atrás en Córdoba.
Ya hemos estado con Abel, Esther y nuestro nieto. Hemos disfrutado juntos, y comprobamos cómo el niño es una criatura risueña, que sonríe a todo el que se le acerca. Por mi parte, ya he inventado una canción en la que él es el protagonista. Se la canto mirándole de cerca y se queda en total silencio cuando la escucha.
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Como a José Antonio le indiqué que cuando estuviera aquí me acercaría a alguna de las grandes librerías para hojear “Cuando fuimos los paripatéticos”, ayer por la mañana, con un sol bastante inclemente, nos refugiamos en el centro comercial Las Arenas, que fue una antigua plaza de toros y se reconvirtió en algo que no tenía nada que ver con las corridas, tras un magnífico trabajo de arquitectura y de ingeniería.
Del antiguo foso de Las Arenas solo se conserva la fachada cilíndrica, construida de ladrillo y piedra, aunque la parte inferior fue quitada, por lo que se sostiene sobre unos grandes pilares cónicos metálicos.
Bajamos a la planta sótano, donde se encuentra una sucursal de FNAC, cadena francesa que promovieron hace décadas antiguos trostkistas franceses (una vez que comprobaron que su teoría de la “revolución permanente” iba a ser muy difícil llevarla adelante en un capitalismo hiperglobalizado).
A uno de los empleados le pregunté por el libro. Me respondió que lo tenían en catalán; pero que no estaba seguro de saber si quedaba alguno en castellano.
Me senté en uno de los lugares destinado a la lectura y comencé a hojearlo, centrándome en las referencias a los filósofos. Para mi sorpresa, encontré que en el libro se hablaba del muy conocido filósofo esloveno como Zizek, en vez de Žižek. Esto me desalentó mucho, pues, tal como comenté en el artículo de Miguel Ángel, supone cambiar el sonido de la “y” por el de la “z” (se pronuncia “yiyet” y no “cicet”).
Pasado un rato, el empleado me presentó un ejemplar en castellano y comprobé que, igualmente, aparecía el nombre de este gran filósofo contemporáneo escrito con esa alteración.
No se lo compré a Abel, pues lo conoce bastante bien (le he regalado algún ejemplar de sus obras traducidas al español), por lo que me imagino que le resultaría incomprensible esa alteración.
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Continúo leyendo “En busca de Marcel Proust” de André Maurois. Durante el viaje en AVE de Córdoba a Barcelona, que dura casi cinco horas, estuve inmerso en su lectura. Aunque esta experiencia ya la conozco, creo que lo mejor para un largo viaje es llevarse un buen libro en el que uno pueda sumergirse, así el tiempo pasa sin ser consciente, por lo que no se hace tan pesado el camino.
Dejo una frase y un párrafo del citado libro:
“Los únicos paraísos verdaderos son los paraísos perdidos”.
“Trabajemos. Así, la existencia nos impone deberes, lo que nos proporciona consuelo, porque la verdadera vida no está en la vida misma, ni después, sino fuera de ella, del mismo modo que un término cuyo origen está en el espacio solo tiene sentido en un mundo liberado de él”.
Tengo que apuntar que, tras el fallecimiento de su padre, y, más aún el de su madre, la existencia para Marcel Proust dejó de tener sentido, por lo que todo empeño se centró en escribir una obra que supusiera la recuperación del paraíso perdido de su infancia.
Y nos legó una obra maestra de la literatura: “En busca del tiempo perdido”.
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En esta ocasión, Miguel Ángel, a través de una anécdota atribuida a Niels Bohr, nos introduce en la rigidez evaluativa, y, en consecuencia, también educativa en la que todavía nos movemos (¡hay qué ver lo que ha llovido desde entonces y aún tenemos que hablar de la esclerosis pedagógica en la que estamos insertos).
Son muchas las ideas que, tirando del hilo, pueden salir de esa anécdota. Una de ellas ya la ha apuntado josemª cuando hace referencia a la ausencia de creatividad en los procesos educativos.
Resulta curioso que cuando se habla de la creatividad siempre se piense en las artes y la educación artística. ¡Hay que ver lo magníficos que somos los que formamos el profesorado de arte que nos hemos tragado toda la creatividad y no hemos dejado ni un poquito para el resto!
A cambio de ese “privilegio”, pagamos el peaje de que lo que enseñamos, según la mayoría de la gente y del profesorado, no sirve para la vida real, como si nos dedicáramos a promover “adornos”, que están muy bien para decorar techos y paredes en algunos días especiales, pero que, a fin de cuentas, nuestro mundo se mueve dentro de las ensoñaciones y en las búsquedas de los “paraísos perdidos” de los que nos hablaba Proust.
Bueno, por ahora no me extiendo más en este tema, dado que todavía tenemos varios días en los que podemos hablar del mismo y sus ramificaciones hasta que llegue el próximo sábado y aparezca otro artículo en El Adarve.
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¿Hay que educar para la vida o formar al alumnado para una profesión?
En el primer caso, según mi opinión, incluye también la segunda opción. La vida, de la que ya todos tenemos una idea, más o menos ajustada de la misma, es mucho más compleja que la búsqueda de un trabajo, que, por cierto, conviene identificarse con el mismo, ya que, en la actualidad, a la gente se le ofrece cualquier cosa que se la llama trabajo.
Y si educamos para la vida, los exámenes memorísticos, la enseñanza unidireccional, la larga distancia marcada entre profesor y alumno, etc., no son los mecanismos más idóneos para formar a las nuevas generaciones.
Siempre he creído que como profesor debo estar cercano a la clase, pues la misma no la configuran seres todos iguales, sino que está formada por personas, cada una de ella con su propia historia, con sus logros, sus alegrías y sus desdichas.
Seguiremos hablando…
Querido Aureliano:
Gracias por estos comentarios tuyos, tan singulares y enriquecedores.
Me veo algunas veces sentado en vuestras tertulias entre Flora, Abel, Esther, era pequeño nieto y el enamorado abuelo.
Están contextualizados, son emotivos y a la vez cargados de significados sugerentes.
Gracias por profundizar y extender las reflexiones.
Un gran abrazo desde la Alsacia francesa.
MAS
Excelente aporte para pensar en la enseñanza, para pensar en la tarea evaluativa.
Querida María Meza:
Gracias por tu breve y elogiosos comentario.
Da gusto ser leído por personas como tú, capaces de trasladar las reflexión al terreno de la práctica profesional en la que Sen encuentran inmersas.
Besos y gracias.
MAS
Muy inspirador, Miguel Angel. Muchas gracias por compartir esta anécdota, la verdad es que no la conocía y me ha gustado mucho. Es cierto que poca costumbre hay de cuestionar y cuestionarse lo establecido. Parece que lo más cómodo es la respuesta convencional. Pero tanto acabamos usando la respuesta convencional que al final nos la creemos como única y acabamos por no ver más allá. Y más aún, defendiéndola como la única y verdadera incluso con nuestra vida.
Con tu permiso, voy a compartir tu artículo con la comunidad de https://diariodeagradecimientos.com, porque uno de los principios de la gratitud, en mi experiencia, es estar abierto a multitud de posibilidades para poder encontrar el lado que nos hace crecer de toda situación, y eso, si no cuestionas lo convencional es complicado que se produzca.
Un abrazo.
Querido José María:
Gracias por leerme, por hacer este comentario y por extender el artículo a través de tu hermosa comunidad, como has hecho otras veces.
De acuerdo en la necesidad de cuestionar lo convencional.
Un abrazo y gracias.
MAS
Querido Miguel Ángel:
1.- Primeramente, y sobre el tema de la semana, he pensado en corsé, en lo encorsetada que resulta la enseñanza y el aprendizaje. Busco en el diccionario y aparece “el corsé del convencionalismo”. “Limitación o constricción impuesta a una forma de actuar”. Y lo peor aún viene cuando se pretende también “corregir o prevenir las desviaciones” en nuestra forma de pensar o de sentir.
En definitiva, y sabiendo de mi ignorancia sobre el tema, pienso que, por desgracia, durante gran parte de la formación de las personas, la escuela así actúa, como un corsé que es el amado libro de texto. De ahí lo que tú nos dices, “la única respuesta válida era la repetición de lo que el libro de texto decía” y “la necesidad y los riesgos de pensar creativamente”.
Fijándome en mis hijos, y teniendo en cuenta tu artículo, y sabiendo que hoy tienen otras fuentes de las que beber muy rápidas y cómodas (no me voy a parar en sus defectos o inconvenientes) que les proporcionan mucha información y posibilidades de aprendizaje, la escuela de siempre, la tradicional, la que más abunda, creo que la viven como un insulto a su inteligencia, un corsé a su creatividad, un paso atrás a la realidad cotidiana, un castigo para el aprendizaje, para la motivación.
Quiero aclarar y dejar por escrito que yo AMO LA ESCUELA Y AMO APRENDER.
2.- La verdadera intención, y por la que me he sentado a escribir, es mostrar mis agradecimientos. Volver al artículo del 23-6-18 y mostrar mi gratitud.
En la foto escogida aparecía el siguiente pensamiento: “La gratitud es la memoria del corazón”. Y creo que la memoria de mi corazón funciona mejor que la de mi cabeza.
“Sentir gratitud. He aquí el primer objetivo. Ser conscientes y sintientes de que recibimos muchas cosas de forma inmerecida. O merecida quizás. Ser capaces de sentir humildemente, de palpar con fuerza el sentimiento de gratitud.” Esto decías. Sentir, y también expresar y demostrar gratitud.
Y expresar gratitud toca hoy. Tú, Miguel Ángel, siempre terminas tus respuestas a los y las participantes en tu blog con un gracias o un muchas gracias. Yo no lo escribo, no lo expreso, pero lo siento. Voy a seguir sin ponerlo, pero espero que se transmita en lo que escriba, diga lo que diga y sea cual sea el tono o el fondo de mi comentario, mi absoluta gratitud hacia lo maestros y maestras que resultáis para mí. Pues yo soy, y así me siento, un alumno en El Adarve. (También estoy pensando en ti, cordobés).
3.- Ya que estoy con la cabeza en ti, atiborrándote de libros, de Cataluña y, sobre todo, de nieto, desde el momento que hablabas de que no eres capaz de colocarte en “mente de verano”, he pensado que tú tienes un problema de cuerpo. Tú eres como mi limonero. Tu problema es que tienes cuerpo cuatro estaciones, y das fruto todo el año.
Un ojo ya le he echado, pero prometo regalarme diez horas de clase de ese argentino de apellido imposible.
5.- No sé si dejé claro que mis agradecimientos van para todos y todas los que conformamos El Adarve. Mis compañeras y compañeros siempre me han enseñado mucho, sobre todo lo que no se aprende en los libros, y aquí sigue siendo igual. Preguntadle a quien tengáis a mano qué es lo mejor de la escuela y estoy convencido que os responderán que lo mejor de la escuela son los amigos y amigas y todo lo que viven con ellos. Y digo que serán lo mejor en la escuela y fuera de ella, siempre.
Gracias y muchos abrazos.
Querido José Antonio:
Qué hermoso y sugerente comentario.
Eres tú. Aquí se rezuma sentimiento, receptividad, humildad y mucha riqueza de ideas.
Como, a través de tus hijos, aprendes y sientes muchas cosas, da gusto leerte.
Gracias a ti.
Un abrazo enorme desde Riquewhir.
MAS
Encantador anécdota que has compartido por la el cual nos diste entender que debemos de desechar la evaluación tradicional y utilizar nuevas herramientas de evaluación más innovador.
Pues en la actualidad la educación exige que como docente debemos educar a que los autores principales es decir los educando sean seres pensantes, que puedan utilizar su inteligencia en todos los sentidos para obtener abanicos de posibles soluciones antes situaciones presentadas en la vida. No utilizar netamente una evaluación convencional y quedarnos con la primera pálida respuesta que los alumnos nos brindan. La respuesta a este problema presentada donde es imposible optimizarlas todas, se debe buscar la combinación o nueva herramienta de manera más analítica y menos directo.
Y esto según tu propuesta es posible aplicar implementando innovaciones pedagógicas que nos acerquen a un modelo educativo más libre, más democrático y de mayor calidad que el actual.
Además propones buscar siempre alternativas y posibles soluciones, pues como interpreto esto sería posible dándole libertad al estudiante de pensar, indagar, cuestionar. Lo cual me parece muy interesante para que podamos formar seres criteriosos y capaces para el mundo actual.
Querida Dais.
Pues interpretas muy bien.
Hay que propiciar que estudiante piense, indague y cuestione. No basta con repetir.
Cuánto daño han hecho las respuestas convencionales.
Besos y gracias.
MAS
Barcelona, miércoles, 8 de agosto.
Esta mañana ha amanecido con día menos caluroso que los anteriores, lo que se traduce en que habrá menos bochornos y, en consecuencia, sudaremos menos.
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Anteayer salimos los cinco, nieto incluido, para ver una exposición de historia y arte egipcio que había en el centro CaixaForum, que está abierto a todo el mundo. La exposición era excelente, pues, aparte de la cantidad de piezas presentadas, estaban bien explicadas en los paneles y con buena organización por temas. De todos modos, en temas de esta índole, lo mejor es prepararse con ciertas lecturas previas, pues 3.000 años de arte y cultura referidos al antiguo Egipto dan lugar a que en el recorrido te pierdas en las numerosas dinastías citadas.
Por cierto, que había padres y madres acompañados por sus hijos o hijas. Esto me alegra mucho, ya que se demuestra que a los más pequeños también les interesan estos temas; y no solo ir a parques temáticos en los que estar jugando y consumiendo todo el día (y hablo de consumir, ya que es muy difícil que los niños de ahora se diviertan si no se les compran cosas).
A la salida, nos sentamos a tomar algo. En la conversación sale la preocupación de Esther y de Abel por saber cómo resuelven el tiempo del niño mientras ambos estén trabajando, ya que tienen que incorporarse a sus puestos en septiembre.
En un momento de la charla, Abel nos pregunta, como docentes, a Flora y a mí: “¿Sabéis lo que son los hiperpadres o habéis escuchado algo de ellos?”.
Le indicamos que no habíamos escuchado anteriormente esta palabra; pero que, por lo que acontece en la actualidad, nos imaginábamos que eran padres y madres sobreprotectores, pendientes de forma constante de sus hijos y, especialmente, por las calificaciones que pueden tener, ya que parece ser que tempranamente tienen que rendir al máximo, pues la sociedad actual así lo exige.
Hablamos sobre ello un rato largo. Más tarde consulto por internet y compruebo que hay un libro publicado con el título de “Hiperpaternidad”, firmado por Eva Millet. No me extiendo sobre esta cuestión, que pudiera ser debatido en alguna ocasión en el blog.
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Volviendo al tema de esta semana, y a riesgo de repetirme, quisiera apuntar que desde que me incorporé a la docencia universitaria, hace más de cuatro décadas, siempre he llevado el criterio de evaluación que me parece más justo: la evaluación continua y formativa.
Puesto que me muevo en una disciplina que, aparte de sus contenidos conceptuales, tiene una componente aplicada muy intensa, siempre me ha parecido necesario incorporar el esfuerzo del alumno. Para mí tiene mayor interés atender a quienes siguen con interés la materia y ponen de su parte de lo que pueden, pues, tal como indico en clase, allí estoy yo para enseñarles y ayudarles, a partir de los niveles que ellos traigan.
Considero que la memoria, que ha sido el pilar sobre el que ha pivotado la enseñanza, tiene un cierto valor, pero no es el núcleo central de los aprendizajes. (Esto a los antipedagogos les parecerá una herejía; pero, qué le vamos a hacer…).
***
También, siempre he considerado que estoy en la Universidad para formar personas, de modo que entiendo la relación profesor-alumno con toda la cercanía que pueda darse. De este modo, ganarse la confianza de ellos es uno de los resultados que más aprecio.
Esto da lugar a que, en ocasiones, te hablen de temas personales e íntimos que les afectan mucho, por lo que se encuentran en situaciones en las que no pueden seguir la asignatura tal como ellos quisieran.
Ante la confianza que depositan en mí les respondo con total respeto, es decir, que el tema del que me han hablado quedará dentro del espacio en el que me lo comunicaron y no saldrá de allí: del despacho.
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José Antonio indica que ya he entrado en uno de los vídeos del filósofo argentino Darío Sztajnszrajber y que se propone dedicarle diez horas (¡bravo!).
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Voy cerrando, pues Abel, Esther y el nieto nos esperan.
Gracias por el artículo Sr. Guerra. Me ayuda a defender más mis posturas en favor de la autodidáctica. Que como otras veces he dicho por aquí, es la metodología de estudio que de verdad responde a la libertad del individuo. Estoy de acuerdo, al igual que el artículo, en la exigencia de unos resultados, pero también en la total libertad del individuo para llegar a ellos. Por ello creo en la docencia a nivel obligatorio, digamos hasta que el individuo puede ser medianamente maduro para haber adquirido la importancia y quizá costumbre del esfuerzo en el estudio. Quizá hasta los 13 ó 14 años. Lo dicho, a nivel general. Luego, las particularidades, en los estudios de ciencias, dígase las que llevan ímplicita mecánica, física, química, matemáticas….quizá sea conveniente la docencia hasta todos los niveles, incluso doctorado, pero con un carácter restrictivo al máximo posible. Para las letras, eliminación total de la docencia a partir de la enseñanza obligatoria. La docencia vicia cuando no es imprescindible. En las letras siempre es prescindible, opino. Los profesores de letras, todos a evaluar, a organizar prácticas, organizar y dirigir grupos de trabajo, a investigar y escribir libros sobre sus investigaciones, o a cortar caña de azúcar con machete, a lo que sea.
Saludos a mis amigos lectores y contertulianos. Abrazos a mis enemigos, de ellos aprendo más.
Que tengan un buen día.
Estimado Don Quintiliano.
Otra vez bienvenido, después de una larga ausencia.
Gracias por tu gratitud.
No estoy de acuerdo en la conveniencia de eliminar la docencia en ningún ámbito y sí en eliminarla en todos los ámbito cuando es mala, cuando se reduce a impedir que los alumnos y alumnas aprendan por sí mismos.
Un gran abrazo.
MAS
Fantástica anécdota que además desconocía. Le conocí en un posgrado de la fundación Maecenas cuando uno de los ponentes nos puso un video suyo de una charla y me encantó el mensaje que transmite y también cómo lo transmite.
La idea que transmite este texto es fundamental en la sociedad que se está desarrollando y es un mensaje que debería estar grabado a fuego en la mente de los maestros.
Yo tengo la fortuna de ser maestro y de disfruaprender todos los días con mis alumnos.
Varios maestros “locos” con ganas de cambio hemos creado una asociación “Innoducation” con idea de transmitir el cambio tan necesario que necesita la educación de hoy y con su permiso transmitiremos sus ideas que se alinean con nuestra manera de ver la evaluación y la educación.
Gracias por todo lo que comparte y está invitado al próximo evento que será el 22 de septiembre en la Universidad de Alicante.
Querido Antonio:
Muchas gracias por tus palabras, por tu invitación y por este comentario.
El 22 de setiembre tengo un compromiso contraído del todo insoslayable.
Enhorabuena por vuestros desvelos innovadores. Hacen mucha falta.
Un abrazo veraniego.
MAS
¿Qué reflexión hace Miguel Ángel Santos Guerra sobre la evaluación convencional en los exámenes académicos a partir de la anécdota del estudiante y el barómetro?
Regard Link
Respuesta para Teknik:
1. Que hay que valorar el ingenio. Algunas veces los evaluadores queremos que el alumno de la respuesta que nosotros esperamos.
2. Hay que evaluar desde el cerebro de quien es evaluado.
3. Hay que discernir si la respuesta es una trampa para esconder la ignorancia o una forma ingeniosa de responder.
4. Hay que invitar a pensar.
5 Hay que empoderar a los evaluados y evaludaas en la evaluación.
Se cuenta que a un alumno de francés le pregunta el profesor cómo se dice en francés “ven aquÍ”. El alumno responde correctamente: viens ici. El profesor le pregunta a continuación: Cómo se dice en francés “vete allí”. El alumno duda.No conoce la respuesta. Entonces dice: voy has allí y, cuando haya llegado digo: viens ici. Yo el dado por buena la contestación.
Te remito a mi libro EVALUAR CON EL CORAZÓN.
UN CORDIAL SALUDO.
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