Visité en Chang Mai, al norte de Tailandia, una tribu de creencia cristiana (practica el budismo el noventa y cinco por ciento de la población), procedente de Birmania (hoy Myanmar), cuyas mujeres llevan en el cuello desde niñas un curioso artilugio de metal dorado construido con argollas que les mantiene el cuello artificialmente estirado, De ahí el nombre de jirafa con el que se conoce a estas (¿heroicas?. ¿pobres?, ¿estúpidas?) mujeres.
Dudamos mucho si incorporarnos al grupo que hacía la visita. Porque pensábamos que era como recorrer un zoo humano y porque dudábamos si el valor de la entrada en el poblado era una manera de perpetuar esa forma terrible de dominación. Al fin decidimos hacer el recorrido ante aquellas personas de otro mundo, por aquellas calles de tierra, y ante aquellas casas construidas con bambú, sin la menor comodidad, higiene y estética. Una didáctica inmersión en la pobreza extrema.
Algunos comentaban asombrados lo poco que es necesario para vivir. Sin televisión, sin internet, sin frigorífico, sin aire acondicionado, sin centros comerciales, sin coches, sin motos, sin teléfonos, sin restaurantes, sin iglesias, sin bancos, sin hospitales, sin cuarteles, sin escuelas… Sin. Otros reflexionaban sobre las insaciables ansias de poseer cosas que caracterizan nuestra cultura.
Tuve en mis manos uno de esos objetos y me asustó comprobar (el guía nos lo había advertido) que pesaba más de cinco kilos. Imaginé al instante la contundencia de esa tortura permanente.
Hay interpretaciones diversas sobre esta terrible costumbre. Una de ellas atribuye el hecho de portar ese collar interminable a la necesidad de protección frente a los tigres. A mi juicio, muy poco consistente explicación, ya que los tigres pueden atacar a las personas por muchas otras partes. Qué decir de la necesidad, si ésta fuera la verdadera razón, de que los hombres también utilizasen esa protección, ya que los tigres, afortunadamente, no discriminan a las mujeres. La finalidad de llevar ese artilugio, con toda probabilidad, es conseguir una imagen bella. Es decir, que esas heroicas mujeres se someten a esa tortura por un imperativo cultural que las condena a esa prisión de por vida con el fin de sentirse y de que las consideren hermosas y atractivas.
Impresiona ver a las niñas de cinco años portar ese instrumento de tortura en sus cuellos, indudablemente obligadas o asesoradas por sus propias madres que las preparan así para vivir toda la vida aherrojadas en esa peculiar prisión.
Se me dirá que abrazan esa costumbre de su comunidad de forma voluntaria. ¿Voluntaria? Ahí está el problema y sobre esa voluntariedad quiero centrar estas reflexiones. Está claro que no es una decisión voluntaria aunque ellas así lo piensen. ¿Por qué no toman la misma decisión mujeres de Londres, de París, de Berlín, de Madrid, xe Roma, de Dublín o de Praga? No hay mayor opresión que aquella en la que el oprimido mete en su cabeza los esquemas del opresor. ¿Por qué los hombres no llevan ese monstruoso collar? ¿No necesitan ellos sentirse y mostrarse tractivos?
Lo que podría considerarse un proceso educativo de adaptación a la cultura, no es más que una forma de discriminación ladinamente diseñada para someter a las mujeres.
Me preguntaba allí y me sigo preguntando ahora de qué manera podrían liberarse esas mujeres de su esclavitud si viven felizmente inmersas en ella. Las dificultades lingüísticas me impidieron conversar con ellas. Por otra parte habría que dudar de la sinceridad de sus contestaciones en el caso de que pretendieses buscar las raíces de su asimilación de las reglas de la cultura.
Me gustaría saber también lo que les ocurre a las mujeres que se rebelan contra su suerte, con las que quieren salir de ese gueto o con las que deciden salir de allí en busca de estudios o de otros horizontes. ¿Quieren? ¿Pueden? ¿Saben?
Lo que hoy quiero plantear es cómo se encuentra la llave para salir de las cárceles culturales. Una cosa es la cárcel de muros y otra la cárcel de cristal, de muros invisibles en las que la libertad es una mera entelequia. Porque el primer problema es la conciencia de que se está encerrado. Cada uno tiene sus propias cárceles. Las mujeres jirafa te miraban desde una visión inescrutable. ¿Están felices? ¿Están contentas? ¿Se sienten libres?
Sin televisión, sin internet, sin radio, sin libros… ¿por dónde entra la luz del discernimiento, de la reflexión, de la autocrítica, de la critica externa que pueda destruir la oscuridad de esas tradiciones crueles?
El segundo problema es tomar la decisión de salir de la cárcel, forjar el deseo de rebelarse contra la situación, abrir el horizonte de otras posibilidades libremente elegidas. Se trataría de formular esta decisión: “Yo me quiero ir de aquí”.
El tercer problema es hacerse con los medios para salir y para buscar otro lugar en el mundo, para elegir otra forma se vivir, de trabajar, de ganarse la vida. No sé si en la cabeza de estas mujeres existirá el mecanismo de análisis que les haga descubrir la discriminación. No sé si en sus corazones existirá la decisión de alcanzar la liberación. No sé si en su voluntad existirá la fuerza necesaria para superar las dificultades con las que, sin duda, se van a encontrar en el caso de luchar por la liberación.
De cualquier forma, cuesta creer que esas prácticas culturales, abiertamente sexistas, se perpetúen en el tiempo ante la mirada impasible de los pueblos y de las instituciones de justicia.
Es más, como yo mismo he comprobado, esas costumbres se convierten en un señuelo turístico. Si nadie visitase esos guetos, ¿seguirían perpetuándose esas prácticas? Creo sinceramente que sí. Pienso que hacer visible esta crueldad inaudita puede ayudar a que, al poner luz sobre la ignominia, sea más fácil erradicarla.
¿Sería una invasión de la autonomía y de la libertad de las sociedades, de los grupos y de las personas? Si alguien está atropellando con su vehículo a los viandantes, hay obligación moral de detener por la fuerza al conductor. Claro que hay que coartar su libertad. Esas mujeres necesitan la protección y la defensa de la comunidad internacional.
Hay otra cuestión de gran calado, que se refiere a los procesos de socialización. En nombre de qué principios, de qué dioses, de qué valores se les pone a las niñas del poblado ese instrumento de tortura que les condicionará la vida? ¿En virtud de qué derechos se decide por ellas que deben ser atractivas y que para serlo solo podrán conseguirlo de ese modo tan cruel? ¿Por qué los hombres no deben mostrarse atractivos de similar manera?
El mantenimiento de las tradiciones exige un análisis riguroso y exigente. Porque no todas las tradiciones respetan los derechos y la dignidad de las personas. Resulta obvio que esa práctica que viven las mujeres jirafa (aunque sean aceptadas y acogidas incluso con entusiasmo por ellas) resulta un atropello a su libertad y a su dignidad.
Estas consideraciones deberíamos hacerlas extensivas a todas las culturas, incluida la nuestra. Hay que desarrollar una crítica consistente sobre la bondad de las costumbres y la libertad de las personas.
Impresionante texto que nos lleva a la reflexión y al compromiso.
Ante ese tipo de experiencias no puede uno quedarse insensible, al margen, cruzado de brazos.
Estos casos no solo obligan a pensar en lo que sucede allí sino a pensar en situaciones similares que existen en otras culturas.
Gracias y buen verano.
Creo, Miguel Ángel, que la mirada nuestra, cargada de asombro, por decirlo con un término sencillo, dista mucho de la percepción que pudieran tener las mujeres padaung de sí mismas.
Hace tiempo apareció en un número de National Geographic un artículo acerca de estas mujeres que, desde niñas y alrededor de los cinco años, se les incorpora esos anillos metálicos alrededor del cuello. En el mismo, se podía comprobar que los antropólogos no se han puesto de acuerdo acerca de su origen, por lo que no nos resultan claras las razones de esta singular tradición.
Bien es cierto que las voces de las propias mujeres no se las conocen. ¿Qué explicación dan de sí mismas? ¿Cómo se sienten? ¿Les gustaría no haber pasado por esta tradición que a nosotros nos parece de un terrible suplicio?
De todos modos, en las fotos las mujeres de la tribu Karen aparecen adornadas en sus cabezas y vestimentas, como si lo aros que cubren sus cuellos fueran una expresión que las hiciera bellas. Hay en sus miradas una cierta dignidad, difícil de entender para nosotros. Quizás, para ellas, los aros sean un signo estético y de identidad ligada a una tradición que asumen sin cuestionarse otros significados.
Tras la lectura de tu escrito, me vino a la memoria que, durante años, fui el portavoz de Andalucía del Comité de Solidaridad con Guatemala. Años en los que las masacres contra los mayas guatemaltecos por parte del ejército fueron terribles, pues se les acusaba de encubrir a los miembros de la URNG, la guerrilla guatemalteca. Tiempo en el que aprendí mucho de la vida de la población maya de este país. En la actualidad, unos de los elementos que llaman poderosamente la atención a quienes visitan esta tierra son los variados huipiles que portan las mujeres de las distintas etnias mayas. Inicialmente, fueron vestimentas impuestas por los colonizadores españoles para diferenciar a unas poblaciones de otras; pero, con el paso del tiempo, acabaron siendo asumidas como señas de identidad por las mujeres indígenas, que los muestran orgullosas como referencias de sus culturas. Aparte de que son de una gran belleza y colorido.
Entiendo que el caso de “las mujeres de cuello de jirafa” es bastante singular y un tanto diferenciado del que comento. De todos modos, lo peor es que haya sido transformado en uno de los atractivos turísticos de Myanmar…
Estimado Aureliano:
Claro que nuestra mirada dista mucho de la suya sobre sus decisiones y sus vivencias. Ese es el problema. El problema es que el oprimido meta en su cabeza los esquemas del opresor.
Muchas de las situaciones de discriminación tienen que ver con esta actitud sumisa e incluso, entusiasta. ¿Qué pensarán ellas?
Ya digo en el texto cuánto me hubiera gustado conocer sus opiniones sobre la experiencia que viven.
No sé, por otra parte, si ellas pueden decir lo que piensan mientras están encerradas en la situación.
Un gran abrazo.
MAS
Querido Miguel, leyendo tu artículo sentí tristeza e impotencia. ¡Cuánta hipocresía hay en este mundo! Me dieron ganas de salir corriendo par ese lugar con una traductora mujer y un traductor hombre para poder comunicarme con ellas y decirles lo que hacen con ellas.Decirles que las mujeres podemos vivir sin eso en el cuello y que no son más bellas por eso. Decirles que los hombres no son todos como los malditos que les hacen creer eso, que hay hombres y mujeres que pueden ayudarlas a salir de ese tormento.
¡No se puede permitir que se haga turismo con ellas! ¿Dónde están los organismos internacionales de los derechos humanos?¿Dónde están los derechos de los niños? ¿Cómo es posible que haya gente que visite este lugar y no denuncie nada? Tú, Miguel Ángel, que viajas por muchos países y tienes la suerte de dar conferencias y que mucha gente te escuche, deberías dedicar un minuto para dar a conocer estos horrores.
Siempre me ha llamado la atención los horrores que tienen que soportar las mujeres de Afganistán y el silencio del mundo con el pretexto de «que es su cultura y hay que respetarla». No quiero ni imaginar todo lo que deben pasar tantas mujeres anónimas que viven en lugares no «turísticos».
Gracias por escribir este artículo.Nos hace reflexionar…
Saludos
Ana Clara
Querida Ana Clara:
Siento y comparto tu indignación ante lo que tiene todos los visos de una situación opresiva sobre las mujeres de este poblado.
Una indignación que tiene que ver con la pasividad de los poderes fácticos del mundo que contemplan impasibles estas situaciones.
Yo también creo que hay que hacer algo para evitar que las mujeres de algunas culturas tengan que sacrificar su vida en aras de la sumisión, de la resignación y de la opresión.
Gracias y besos.
MAS
Uettligen, Suiza, 13 de agosto de 2017.
Hoy me he levantado un tanto temprano, por lo que el silencio en la casa es total. Me he preparado un café con tostadas antes de ducharme, pues para mí el desayuno es el primer rito matinal que realizo y el que me da energías para afrontar la jornada.
Una vez que me lavo y estoy en perfectas condiciones de revisión (tal como lo hacen los niños ante la mirada escrutadora de sus madres), me planto delante de la pantalla del ordenador. Miro el correo electrónico, la prensa digital española, los diarios digitales andaluces, El Adarve…
Compruebo que en la mayor parte de la prensa aparece en la portada la noticia proveniente de la ciudad estadounidense de Charlottesville. Asusta comprobar cómo el temible y odioso personaje que ocupa la Casa Blanca se convierte en la mecha que prende y prenderá fuego a muchos conflictos internos y externos. Esperemos que no dure mucho en ese puesto y vuelva a sus multimillonarios negocios antes de que ocurra alguna catástrofe a escala mundial.
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Llevamos diez días en Suiza y, en el ambiente en el que me he movido, he comprobado un uso bastante razonable de los móviles. No se ha utilizado, tanto por los mayores como por los jóvenes o adolescentes, en medio de conversaciones; no he visto alterada ninguna conversación por el uso tan indiscriminado que se está haciendo en muchos países, entre los que se encuentra el nuestro.
Se puede pensar que esta observación es reducida y obtenida en el espacio en el que me he desenvuelto. Cierto, pero me da la esperanza de que no todo el mundo se ha “lanzado” a los smartphones de modo irracional. Por otro lado, no es una manía absurda que yo tenga: una de las mayores incomodidades actuales que tengo en las aulas universitarias es comprobar que, a pesar de haberlo avisado con toda seriedad a comienzos de curso, observo que hay alumnos o alumnas que explicando y debatiendo en la clase los veo que agachan la cabeza para comprobar los mensajes que han recibido de otros compañeros que se encuentran en otras clases.
Considero que esta va a ser una de las luchas que habrá que mantener en el seno de las familias y de los centros educativos en los próximos años. Bien sé que en las aulas de Primaria y Secundaria está prohibido el uso de los móviles… pero, ¿qué sucede con el alumnado que es mayor de edad? ¿Hay también que requisarle los móviles para que puedan funcionar las clases con corrección?
Personalmente, a quienes están interesados en este tema les aconsejaría la lectura de “En defensa de la conversación”, libro que creo haber citado de la profesora estadounidense Sherry Turkle. En el mismo encontramos los cambios que se están produciendo en la relaciones personales, familiares y sociales a partir del uso abusivo de los smartphones.
Por mi parte, es una cuestión que me planteo como prioritaria. Así, en este fin de semana sale publicado, en los diarios digitales andaluces en los que escribo semanalmente, un pequeño relato inspirado en el libro citado. Este es el enlace:
http://www.doshermanasdiariodigital.com/2017/08/aureliano-sainz-familias-20.html
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Miguel Ángel está interesado sobre la selección y formación del profesorado de este país. Sin embargo, es imposible abordar cualquier cuestión si no se entiende la estructura política, social y cultural de Suiza, el único Estado confederal que existe en el mundo, y que, curiosamente, es el más estable de todos los que yo he visitado. (Hay otros de estructura federal, con funcionamientos algo distintos al que aquí trato.)
Así pues, voy a proporcionar algunos datos que pueden acercarnos a la singularidad suiza.
Podemos comenzar diciendo que su territorio, de modo aproximado, equivale al de Andalucía. Y dentro de este territorio conviven cuatro lenguas -alemán, francés, italiano y romanche-, aparte de los dialectos que existen en algunos de los 26 cantones que forman la Confederación.
¿Y cómo pueden convivir los habitantes de este territorio con tantos idiomas cuando en España estamos a la greña con las lenguas minoritarias que, en vez de considerarlas una riqueza cultural, se las suele entender como una afrenta, especialmente por los que tienen un pensamiento muy centralista?
Como curiosidad indicaré que todos los productos manufacturados vienen con las indicaciones en alemán, francés e italiano (el romanche tiene un cierto parecido fonético con el italiano, por lo que no se le incluye). Por otro lado, si tuviera que explicar la distribución de las lenguas, para que pudiera entenderse, indicaría, comparativamente con el territorio andaluz, que el francés se habla en Huelva y Sevilla; el alemán suizo en Córdoba, Cádiz, Jaén y Málaga; el italiano en Granada y el romanche en Almería. El alemán suizo es, pues, la lengua mayoritaria.
Así, es raro que un suizo hable una sola lengua; lo habitual es que lo haga al menos en dos, puesto que ya en la escuela, aparte de la lengua materna, tiene que aprender otra de la Confederación y, tras estas dos, recibirá el inglés (que se ha convertido en lengua franca o vehicular con rango internacional).
Para mí es una auténtica envidia comprobar la soltura con la que se desenvuelven los suizos en la comunicación idiomática. Bien es cierto que en nuestro país comienza a resolverse -con lentitud y tardíamente- el aprendizaje de otros idiomas. Esta es una de las tristes herencias que recibimos del franquismo que no veía necesario el aprendizaje de otras lenguas pues ya teníamos “la del Imperio que conquistó América” (?).
¿Políticamente? Suiza cuenta con un Parlamento en el que se encuentran presentes siete partidos generales, junto a algunos minoritarios. El/la Presidente/a solo lo es por un año, de modo que se van rotando anualmente entre los siete partidos mayoritarios.
¿Nos podemos imaginar esta situación en nuestro país, teniendo en cuenta que quien preside el Gobierno se agarra como una lapa (o como un percebe gallego) al cargo y busca por tierra, mar y aire permanecer en el mismo, aun perteneciendo a un partido carcomido por la corrupción? Sobre la corrupción de nuestro país he hablado con mis amigos suizos y no acaban de entenderlo…
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De momento, voy cerrando con las informaciones de este singular territorio, pues como bien he apuntado, toda la existencia cotidiana de los helvéticos está impregnada de esa participación horizontal, casi “asamblearia”, que rige sus vidas.
Querido Aureliano:
Disfruto mucho de tus relatos sobre Suiza. He estado en ese país tres o cuatro veces. Incluso he estado trabajando durante un verano. Le debo mucho de lo que soy.
Sí, son muy educados y respetuosos con los derechos del prógimo. Y tienen esos idiomas que nos cuentas. Yo solo entendía ( como podía) el italiano. En la tele, era el canal que veía.
Te quiero un buen montón, Aureliano, pero me dejas pensando en los idiomas que se hablan en nuestro país, distintos del Castellano. ¿Idiomas minoritarios? ¿En dónde, en Andalucía?
Recuerda que ahí, en Suiza, estás rodeado de gallegos. Y también hay uno en la luna, al lado de Quintiliano, intentando entender las historias de los animales de La Tierra, sus relaciones, sus formas de vida, sus instintos, sus contradicciones. Alta complejidad. Y creo, cuando me paso de frenada, que al mismo tiempo son reducibles a muy pocas cuestiones bien simples y entendibles.
Un fuerte abrazo, Doctor Sainz. O Sáinz. Bueno, Doctor Aureliano, que así me curo en salud.
Prójimo, no prógimo. El Señor Don Quintiliano lo sabe mucho mejor que yo. (Las raíces de esa tremenda higuera te van a traer problemas con tu prójimo, de lindes).
1.- Es característico del ser humano ver antes el sufrimiento en el prójimo antes que el que nos infringimos a nosotros mismos.
2.- De ahí, en parte esa cita bíblica, “no veáis antes la espiga en el ojo ajeno antes de sacar la viga del vuestro” -más o menos-.
3.- Este tema, es de los que tengo que sentarme en La Luna para desde allí comentarlo. Ante la dificultad que me es subir allá arriba, me siento debajo de mi mejor higuera, y desde allí, no juzgo, solo intento decir lo que ven mis ojos.
4.- En la cultura de occidente, en los últimos años, una niña nace y vive relativamente en paz hasta los cinco años. Luego, todo se empieza a complicar, va al cole. Al salir, va a clases de música, sale de música y va a gimnasia rítmica, sale de gimnasia rítmica y va equitación. Vuelve a casa y hace los deberes, a veces se queda dormida delante del cuaderno. Es que a la niña le gusta, dicen sus inquebrantables protectores, los mejores del mundo, sus padres. Esto no es del todo cierto, mis queridos papás, os gusta a vosotros, no a la chiquilla. La chiquilla dice que le gusta porque es solo lo que ha vivido, se ha acostumbrado al sobreesfuerzo desde muy pequeñita, ya tiene diez o doce años y lo lleva como una rutina. Se ha acostumbrado al dolor, al sufrimiento, y solo ve satisfacción donde otras culturas solo verían demasiado esfuerzo para la niña, ahora de diez o doce años.
5.- En la cultura del pueblo de las mujeres jirafa de Tailandia, posiblemente, la niña de cinco años, hasta esta edad han tenido una forma de vida similar a la niña de occidente: comer, dormir, jugar a su libre albedrío. Posiblemente, a los cinco años, le coloquen uno o dos anillos en el cuello, le incomodan -nadie lo niega-, pero la niña sigue a su libre albedrío de comer, dormir y jugar hasta que se hace adulta. Al principio, los primeros días, los anillos le incomodan, nadie lo duda. Luego, se acostumbra a ellos. Al año o años, le colocan otro anillo, otros días de incomodidad, otra vuelta a acostumbrarse. Un sufrimiento innecesario, sí evidentemente. Más innecesario desde nuestra visión de occidente, evidentemente.
6.- La niña de occidente ya tiene 13 años. Le sobran pelos en las cejas, en los sobacos en las piernas, en el pubis. Arrancárselos, a tirones, oh, eso debe doler un montón, ¿necesario?, ¿hay sufrimiento?. Aquella canción de la niña gaditana María Isabel “muerta antes que sencilla”. Dos horas de arreglos para otras dos horas de fiesta, arreglos de melena, de pelos varios por el cuerpo, de maquillaje, unos tacones de un palmo de alto, que luego la hace ir descalza por la calle pisando escupitajos y orines varios, y los zapatos en la mano. ¿Hay sufrimiento?. ¿Está obligada a seguir este rito?.
7.- La conquista de los garbanzos obliga mi ausencia….seguiré en otro momento.
Tengan buen día.
P.D.- Sr. Del Pozo, échate a temblar, yo también estuve en la guerra. Menuda brasa te espera. Tu anécdota me llevó al in situ de aquellos días. Ya conté algo de por aquí de aquella época en el frente.
Estimado Don Quintiliano:
Hay dos partes muy diferentes en tu comentario.
La primera, en la que hablas de la sobrecarga de actividades a partir de los cinco años afecta POR IGUAL a niños y a niñas. No hay ahí discriminación. Los anillos en el cuello se les ponen solo a las niñas. No voy a decir, por ello, que no haya que revisar ese asunto tanto por lo que respecta a los niños como a las niñas. Porque creo que la aaignatura básica en la infancia es el juego. Mi hija Carla, que iba hasta ahora al Conservatorio, ha dicho que no quiere seguir, porque esas actividades∂des han de ser voluntarias. Y el próximo año no irá.
Respecto a la tiranía de la belleza no puedo estar más de acuerdo contigo. Las exigencias comienzan muy pronto. y constituyen una tremenda discriminación que lleva consigo mucho sufrimiento, mucha angustia, mucho tiempo y mucho dinero.
Saludos cordiales.
MAS
Gracias Quintiliano.
Cuando estaba leyendo todo lo escrito por el Señor Guerra, yo no iba pensando en esa cultura, en el hecho concreto que nos narra, sino en la nuestra y en nuestras cosas. Al final nos lo dice, nuestras costumbres.
Siempre me llama la atención como argumento, la respuesta que escucho ante cualquier tema (las cuestiones de toros es la más habitual): siempre se ha hecho así. Es una tradición de siglos. El que quiera …, y el que no …
Todo como si estas cuestiones fuesen despachables a la carrera y sin conflicto, con la verdad y el sentido común de la historia o las costumbres, o la cultura. Palabra de dios.
Cuando pueda, trataré de volver sobre las culturas y la libertad de las personas.
Un fuerte abrazo desde tierra gallega a tierra andaluza. Si algún día, o mejor noche para no perder de trabajar, que luego la barriga lo acusa, piensas subir a la Luna, avisa, que igual te acompaño. Seguramente regresemos con las mismas soluciones con las que saldremos, pero la visión de las estrellas desde ahí es grandiosa, y ya solo por eso vale la pena el viaje.
Cuenta, cuenta, don Quintiliano. Tengo munición de sobra para responder. No sé cómo se las apañan los jóvenes de ahora sin historietas de la mili que contar para dar el coñazo a sus semejantes 😜
Saludos frescos y umbríos
Estimados Antonio y Don Quintiliano:
Vuelvo fugazmente a la polémica que hemos tenido a propósito del tratamiento. Y lo hago para contar algo que me ha sucedido en este viaje. La organizadora del curso de Santiago me dijo por correo: «Te irá a buscar Don César». Me sorprendió. No es frecuente. Cuando subí al taxi le pregunté a Don César por el uso del don que precedía a su nombre. Me dijo que era un tratamiento que se hacía a las personas de edad. Hoy me ha traído al aeropuerto, de regreso a España, el veterano Don César.
En Colombia, hace unos meses, me sorprendió que una chica adolescente que hablaba con su madre desde el móvil (aquí dicen celular), le respondía muy respetuosamente diciendo: Sí, señora. No, señora. Le pregunté al papá que viajaba conmigo y me dijo que era la costumbre de su familia.
Muestras de respeto.
Un cordial saludo.
MAS
Estimado Miguel Ángel:
Es cierto, en la América de habla española todavía se conservan tratamientos entrañables que ya cayeron en desuso entre nosotros. No es infrecuente que los hijos sigan hablando de usted a sus padres. No solo en Argentina y Uruguay, en muchos otros países de Centro y Sudamérica se utiliza el voseo, con el pronombre «vos» en lugar de nuestro «tú», pero combinado con formas de 2ª persona del singular. No se dice, como en España hasta el siglo XVIII «vos os calláis», sino «vos te callás». Me encantó, por cierto, el tratamiento que un campesino nicaragüense daba a una periodista española que la entrevistaba a propósito de no sé qué calamidad de las muchas que asuelan periódicamente la región. El campesino, como nuestro don Quintiliano», se expresaba en un español riquísimo y trataba a nuestra compatriota de «su merced», que es una forma arcaizante de nuestro «usted». En Colombia y en otros países es frecuente el tratamiento de «doctor» como forma de mucho respeto, independientemente del grado académico del interlocutor. Un amigo, profesor en Bogotá durante algunos años, me contaba que se solían dirigir a él llamándole «doctor» o, incluso, «doctorsito». Por cierto, hasta hace unos años Bogotá ostentaba el glorioso record de ser la ciudad del mundo con más librerías por habitante.
Bien haríamos los españoles en no creernos los dueños del idioma, sino pensar que somos una gota de agua en un mar de hispanohablantes, muchos de los cuales lo manejan con más propiedad y riqueza que la media de los españoles.
Más adelante, intentaré comentarte un poco más por extenso las reflexiones que me suscitó tu excelente artículo sobre las mujeres jirafa.
Valeo si vales
Amigo José Antonio.
Recuerdo que hace aproximadamente dos años y medio que hiciste entrada por estos territorios, firmando con tu nombre y tus dos apellidos. Inicialmente, con cierta timidez, para pasar pronto a desarrollar unas largas, abigarradas y complejas exposiciones, en las que aparecían multitud de interrogantes, tantas como las que tenías en la mente.
Has sido persistente, por lo que ha llovido bastante desde entonces, aunque no estemos en un país de muchas lluvias. Hoy ya desglosas tus deseos, dudas, inquietudes, de un modo más preciso. Incluso amplias tu repertorio, incluyendo sutiles ironías para ¿provocar debates/respuestas?
A pesar de que mi padre era médico forense en un bello pueblo de Extremadura y que deseaba que yo siguiera sus pasos, siento decirte que no sé curar nada, que sobre la salud se lo tengo que preguntar a Flora.
Como insinúas varias formas de tratamiento, te digo que mis alumnos y alumnas me llaman simplemente Aureliano. Algunos me tratan de tú y otros de usted, según se sientan más cómodos; en ningún momento el primer tratamiento ha sido motivo de falta de respeto dado que son mayores de edad.
Puesto que me aprendo muy pronto sus nombres y les tuteo, ¿tendría sentido que les pidiera que me llamaran de “don” y le exigiera el tratamiento de “usted”?
Es para ellos una sorpresa que me dirija por sus nombres de pila. Es más, cuando hay nombres que tienen otros apelativos, les pregunto cómo les llaman en casa, pues de este modo así yo les llamaré.
Se sienten respetados y estimados; cualidades necesarias para llevar adelante una pedagogía activa y participativa, que es la que siempre he desarrollado en los muchos años de docencia en la Universidad.
Sobre lo de las “lenguas minoritarias” te lo comento más adelante, para no alargarme en exceso.
Un abrazo y cuida bien de tus dos chavales. [Ayer estuve jugando con Julian (8 años) y Severin (7 años) al fútbol en el patio y no lo hice nada mal].
Estimado y admirado Miguel Ángel:
He leído con interés tu último artículo sobre las mujeres jirafa y, como siempre, me has suscitado muchas reflexiones, algunas de ellas contradictorias entre sí. La primera, como siempre, felicitarte por tu pericia al escribir, no solo por tu destreza en el manejo del lenguaje sino, sobre todo, por tu capacidad de expresar emociones y pensamientos y trasmitirlos a tus lectores.
• Primera impresión: empatía, rechazo, solidaridad, repugnancia, ira…
La primera reacción que nos provoca la forma en que presentas el asunto es de empatía con el sufrimiento de esas mujeres, rechazo a esa forma de cultura que las confina a su cárcel estética, solidaridad con su sufrimiento, repugnancia por una costumbre tan cruel, incluso ira contra el sistema o contra los varones que les han impuesto esa especie de degradación autoasumida.
Algunas de las respuestas que has recibido en este blog van en alguna de estas direcciones: “no podemos mirar para otro lado y cruzarnos de brazos… ya me despido, buenas vacaciones”; “dan ganas de coger dos traductores (hombre y mujer), plantarse allí y explicarles que las mujeres podemos vivir sin eso en el cuello y que no son más bellas por eso”… Son respuestas de almas bondadosas que reaccionan con palabras ante lo que perciben como injusto. Pero no sé si dejar de mirar para otro lado, no cruzarnos de brazos, pero seguir con nuestra vida, o manifestar que nos dan ganas de coger traductores y cruzar medio planeta para convencerlas de que están sufriendo por una causa equivocada, pero seguir con nuestra vida, aparte de desahogo, servirán para algo más. En cualquier caso, tampoco se ve factible otra cosa, porque de lo que no hay duda es de que tenemos que seguir con nuestra vida.
• Segunda impresión: ¿quién soy yo para decidir por ellas lo que es mejor para su bienestar?
Los miembros de la cultura occidental (yo me incluyo) tendemos a pensar que las soluciones que son buenas para nosotros son buenas para todo el mundo, que lo que nos parece malo, injusto o reprobable tiene un valor ético universal. También tenemos la costumbre de tratar con condescendencia a las culturas que, en el fondo, consideramos inferiores o más atrasadas. Yo mismo, como meridional y español, he sentido a veces sobre mis hombros la condescendencia compasiva de escandinavos y alemanes al comentar mis costumbres o mi forma de vida. ¿Hay que salvar a quien no quiere ser salvado? ¿Podría ser peor el remedio que la enfermedad? Hace poco leí en los periódicos la terrible muerte de un encantador de serpientes marroquí picado en el labio por una de sus víboras. ¿Prohibimos esta práctica y dejamos sin medios de vida y sin autoestima a los centenares de miembros de la hermandad de los Aïssawas, una orden místico-religiosa al pie de las montañas del Atlas Medio, que aseguran que tienen un poder mágico sobre las serpientes? ¿Acaso no tienen ellos asumida, libre y voluntariamente, la posibilidad de una mordedura letal?
• Tercera impresión: culturas lejanas y muy diferentes… ¿y en mi entorno?
Estoy convencido de que es un tremendo error enfocar problemas lejanos en el tiempo y en el lugar con la óptica parcialísima de mi aquí y ahora. Parece claro que no podemos juzgar con criterios morales actuales las acciones de siglos pasados. ¿Y las culturas lejanas, las juzgamos de acuerdo con los valores de nuestro barrio?
También creo un error (perdona, Miguel Ángel, sé que no estás de acuerdo) mirarlo todo con el estrecho criterio de lo que se ha dado en llamar “ideología o perspectiva de género”. El caso de estas mujeres no es muy diferente del de la implantación de varillas o cuerpos extraños en el pene de los varones en otras culturas. En Cuba, por ejemplo, se ha extendido una peligrosa moda: la práctica sexual, conocida popularmente como la perla, que consiste en introducirse en el pene un objeto de varios milímetros de diámetro, con el propósito de experimentar un desempeño sexual más excitante. De acuerdo con testimonios recogidos por la prensa oficial cubana, la perla se moldea ”a gusto del consumidor” y puede elaborarse con oro, plata, acrílico o del plástico obtenido de un cepillo de dientes. El proceso de inserción se efectúa sin asistencia médica y en condiciones higiénicas inadecuadas. La perla causa graves secuelas, como sangrados, infecciones y hasta gangrenas que obligan a amputar parte del pene…
Pero acerquémonos a nuestro barrio y miremos alrededor. Yo solía tener la costumbre, antes de vacaciones de Navidad, con los exámenes ya hechos y las notas puestas, de dedicar el último día de clase a sentarme con mis alumnos, pasar revista a lo que ha sido el trimestre, recordar anécdotas y revisar cosas mejorables para el siguiente periodo. Uno de los temas obligados de estar charlas era: ¿Qué le habéis pedido a los Reyes (o a Papá Noel)? Hace unos años, y sistemáticamente desde entonces, una niña de 1º (12 o 13 años) manifestó que lo que más ilusión le hacía era que le dejaran “ponerse tetas”. Ante mi reacción asombrada, varias niñas más dijeron que a ellas también les hacía ilusión. Se me dirá que eran víctimas del machismo dominante. Ahora se dice con el horrible palabro “heteropatriarcado” (otro día me gustaría comentar por extenso la neolengua de la corrección política). Pero es que otros muchos (niños y niñas) deseaban agujerearse nariz, labios, lengua, ombligo y no sé qué otras partes de su anatomía con horribles “piercings”, o pintarrajearse el cuerpo con cuantos más tatuajes mejor. Muchos adolescentes, mayoritariamente varones, aunque no faltan las chicas, están todos los días machacándose en el gimnasio, a veces tomando anabolizantes y todo tipo de porquerías para poder quitarse la camiseta y lucir un “six-pack”. ¿Hasta dónde somos capaces de llegar para resultar atractivos y tener éxito con el otro sexo? No hablaré, por obvio, de los interminables botellones, con borracheras y casos frecuentes de comas etílicos y “delirium tremens” entre niños y niñas.
• Conclusión: ¿Cómo se combaten? ¿Es lícito combatirlas? ¿Es contraproducente?
Es curioso que he llegado a la conclusión, no con respuestas, sino con más preguntas.
¿Cómo se combaten estas formas de autolesionarse no solo voluntarias sino deseadas vehementemente? No tengo respuesta para esta pregunta. Sí he aprendido que el único remedio contra las modas absurdas (sean los pantalones bajados a mitad del culo, los pelos de colores o los tacones de aguja) es tener paciencia y esperar a que pasen sin causar demasiadas víctimas. No me han dado nunca resultado consejos ni prohibiciones (por cierto, otro día me gustaría hablar por extenso de esa funesta manía de prohibir lo que no me gusta que se ha impuesto silenciosamente en nuestro mundo).
Lo que sí he comprobado es que resulta tanto más contraproducente combatirlas cuanto más enérgica y directamente se haga. Por supuesto, hay que vigilar, prevenir y corregir las manifestaciones más extremas de estas… digamos modas. Ni una niña en pleno proceso de desarrollo tiene que “ponerse tetas”, ni un tatuaje o un piercing deben colocarse en un sitio o bajo unas condiciones higiénico-sanitarias que atenten seriamente contra la salud del adolescente.
En fin, aquí estamos.
Sigan todos ustedes con salud y alegría
Querido José Antonio:
Entiendo tu primera reacción. Las situaciones de discriminación generan indignación, rabia, vergüenza… Cuando te preguntas quién eres tú para decidir por otros…,quiero decirte que eres un ser humano que siente compasión y que tiene sentido de la justicia y de la responsabilidad. Nos puede mirar para otro sitio.
Respecto a la propia cultura, hay que hacer análisis riguroso para descubrir lo que es malo en la sociedad con el fin de combatirlo.
Un abra<o y gracias por tu interesante comentario.
MAS
Hola, buenos días,
Hoy sí que seré breve. Se me hace tardísimo. Ampliaré en otro momento.
1.- Sr. Lema, tengo la higuera sembrada a una distancia de la linde que dobla a la legalmente exigida. Eso pasa porque las leyes las hacen los letrados, y no los campesinos. Habrá que abrirle un expediente a la higuera. Como se me ponga «farruco» el vecino, le planto toda una hilera de hijas de ésta a todo lo largo de la linde, esta vez a la distancia exacta que mandan los cánones escritos.
2.- Sr. Guerra, cuando tenga tiempo, te demostraré que en esta sociedad de las mujeres jirafa, posiblemente quienes tengan que pagar esta consecuencia de la limitación de estas mujeres, sean precisamente los hombres.
3.- Sr. Del Pozo, le veo encaminado en su último comentario hacia la misma posada que yo intento conducirme. Claro, yo voy subido en una burra vieja/mi tosquedad escribiendo, y tú vas en un descapotable último modelo/arte personalizado del lenguaje escrito. Gracias.
4.- A requerimiento del Sr. Del Pozo, y por no salirme demasiado de los temas tratados en el blog, con tu permiso Sr. Guerra, gracias Sr. Guerra, recupero un acontecimiento verídico contado otros días en este blog, en relación, si no con el saludo, sí con la importancia de los gestos. Perdón por anticipado, por lo que pueda estar fuera de lugar.
Don Quintiliano Dice:
23 Mayo, 2017 at 12:15
Hola de nuevo,
Hoy voy a contar una anécdota verídica, al hilo del tema del tema del Sr. Guerra. Puede bailar alguna fecha, pero aseguro que en esencia todo es cierto.
Trata de cuando yo estaba en la guerra. Hace muchos años. No sé si antes o después de mi deguelle en Monte Arruit. Yo era muy joven, apenas 17 años. En mi pelotón de fusileros todos eran mayores que yo. Un tal López, ocho o nueve años mayor que yo. Muy muy veterano, el tal López. En realidad no tenía amigos, a nadie gustaba su ego y maneras. Por circunstancias del lugar y destino, íbamos rotando entre nosotros para ocupar el cargo de jefe de pelotón. Cada semana uno de nosotros, así hasta vuelta a empezar. Yo, evidentemente como no podía ser menos en Don Quintiliano, cuestionaba todo, en especial al tal López. Él no soportaba que un niñato, yo, tuviese el mismo mando, honor y causa de responsabilidad que el gran veterano López. Cuando le tocaba a él ser el jefe de pelotón, mi vida era un sin vivir. Pero nada comparable a como yo se las hacía pasar cuando me tocaba a mí ser el jefe. No nos podíamos ni ver, yo temía aparecer ensartado a golpe de bayoneta en cualquier descuido.
Él, de gracejo engreído y algo chulo, se fue a “ligar” un sábado noche al pueblo cercano a donde estábamos acampados. Iba de paisano, quiero decir sin uniforme. Los mozos del pueblo, en aquellos años era costumbre no andarse con chiquitas, se ve que veían peligrar algún negocio futuro de asuntos de corazón ante la presencia del intruso. Y en ejercicio de un derecho consuetudinario que pasa de boca en boca, le dieron una tremenda paliza. Una soberana paliza.
Me llega el rumor de que está ingresado en la enfermería del campamento. Me voy a verlo con el solo propósito de deleitar mis malignidades. Vamos, que fui a disfrutar, yo también disfruto como puedo. No tenía un solo hueco en toda su piel donde no hubiese recibido patadas o puñetazos. Iba con el firme propósito de burlarme de él, pero ante su estado me acongojé y no dije ni mu. Él no hablaba, postrado en la cama. Le observé largo rato y me fui.
A las dos semanas le dieron el alta, aún algo cojo y lleno de moratones. A la primera que me ve, se viene hacia mí con los brazos abiertos y ni contar podría yo, el tamaño por grande abrazo que me dio. Entre lágrimas. Eres un amigo, me dijo. Eres el único que me ha visitado en la enfermería. Cuenta conmigo para lo que quieras. Jamás vi criatura hacerme tanto la pelota como él lo hizo en el resto de tiempo que estuvimos juntos.
Lectura o anécdota: Un gesto, aún sin palabras, puede mover corazones.
Tengan un buen día.
De burra vieja nada, don Quintiliano. Lo mínimo que te admito es un tractor de último modelo. Eres un modelo de concisión y rotundidad lingüística. Digno sucesor de tu tocayo, el de Calahorra.
Ya me gustaría a mí aprender a ir al grano y no irme tanto por las ramas.
A vivir, que son tres días y dos está lloviendo
Estimado Miguel Ángel.
Cuando comentas en tu artículo la vida que llevan estas mujeres jirafa en Tailandia y su costumbre de llevar esos aros tan pesados alrededor de su cuello siento tristeza y dolor por todas ellas. También me reconforta saber que son Europeas muchas de las mujeres que quiero y aprecio. Pienso que si hubiera nacido en otro país con otra cultura o religión distinta no estaría aqui ahora escribiendo en tu blog. Porque como decía el filósofo José Ortega y Gasset » yo soy yo y mi circunstancia…» La vida de estas mujeres Tailandesas está determinada por su cultura y su costumbres desde el momento en que nacen, como
puedan estarlo seguramente las mujeres y hombres que nacen en Afganistán o
Mozambique.
Estoy de acuerdo que las instituciones internacionales de otros países deberían tomar cartas en este asunto denunciando y presionando a los gobernantes de este país para abolir esta cruel costumbre que como siempre afecta a las mujeres. Y no sólo en Tailandia sino en muchos países donde la religion y la cultura machista de esos lugares oprime la libertad de las mujeres.
Como comentaba en artículos pasados,fui padre hace unos cuantos meses de una niña llamada Sofía y soy consciente de que también en nuestro país mi hija tendrá que luchar por desigualdades por el simple hecho de haber nacido mujer. Afortunadamente creo que vamos avanzando lentamente en estos temas de coeducacion.
Muchas gracias por tu artículo y a los lectores por sus interesantes comentarios desde Ronda
Querido Juan:
Cuando se tiene una hija, estas cuestiones se vuelven más contundentes.
Aunque la primera exigencia de liberación es de cada persona, a través del pensamiento y de la ética, no es menor cierto (a mi juicio) que los organismos internacionales deben prestar ayuda a quien la necesita.
NO se puede mirar para otra parte cuando las mujeres son discriminadas por la cultura: ablación del clítoris, mujeres jirafa, esclavitud de la belleza…
Se tratase cuestiones que afectan a las igualdad de la mitad del género humano.
Un gran abrazo y besos pra tu pequeña. Ya ves que te hago encargos fáciles y placenteros.
MAS
Hola, buenas tardes,
A veces escribimos demasiado rápido, demasiado sin pensar mucho. Ayer dije: “2.- Sr. Guerra, cuando tenga tiempo, te demostraré que en esta sociedad de las mujeres jirafa, posiblemente quienes tengan que pagar esta consecuencia de la limitación de estas mujeres, sean precisamente los hombres”. Hoy una vez leído por primera vez desde que lo escribí, vaya frase tan rotundamente machista -me parece hoy-, se puede interpretar, y creo que no era eso literalmente lo que quería decir. Quizá quise decir algo de ese contenido, pero no ello, en esencia.
Quizá quise decir más o menos, lo que sigue, hoy, un poco más sosegado.
1.- La pobreza es muy mala, la barriga vacía fuerza comportamientos incomprensibles vistos desde la óptica del que está bien alimentado. Este pueblo de las mujeres jirafa es un pueblo huido de otros lugares, que ha vivido de la caridad, parece que lo quieren poco.
2.- He leído con detenimiento tu artículo, y también en varias fuentes por internet. Parece que no hay nada claro, quizá lo único claro es que la sopa con la que comen es demasiado clara.
3.- Que si costumbre como medio de defensa contra los tigres, que si un autoritarismo del padre de la niña para iniciarla en los aros, que si un medio de belleza. Algo de todo puede haber, no lo niego. Pero, me inclino más retórica escondida que hay en el caldo claro para comer.
4.- Ya sabemos que el hambre agudiza el ingenio. El Lazarillo de Tormes, El Buscón de Quevedo, Las Novelas Ejemplares de Cervantes, el mismo Quijote…A mi parecer, aquella costumbre ancestral y quizá casi perdida existió, no lo dudo, y ahora se está potenciando con el turismo. El tema de las mujeres jirafa, desde el punto de vista turístico, lleva añadido, a mi corto y limitado entender, toda el marketing que le cabe y quizá más aún. Es eslogan de publicidad parece atractivo. La leyenda también dice que se castiga a la mujer infiel a quitarse los aros. No está demostrado que crezca el cuello a lo largo, solo está demostrado que inclina los huesos de los hombros hacia abajo, lo que da el aspecto óptico de tener el cuello más largo. No está demostrado que se rompa el cuello porque se dejen de usar los aros. Parece que se ve que son para llevarlos siempre. Ahora viene mi vena algo maligna. ¿Pero se pueden quitar?. No digo si se pueden o no según la creencia. Digo si se pueden quitar físicamente. No me extrañaría ni un pelo una cierta flexibilidad, ya saben, para dormir, bañarse, emparejarse/aparearse. Si se pueden quitar -físicamente-, y basándome en los datos que conozco esto puede que sea un poco la versión tailandesa del “timo de la estampita” para los turistas. Justificadísimo, faltaría más, siempre y cuando sea para dar un poco de espesor al caldo claro que deben tener por sopa.
Tengan un buena tarde.
Estimado Don Quintiliano:
Llevo un día viajado, completamente desconectado.
No veo claro el argumento que abre el comentario. Es decir, no veo como, al final de la historia, sea el hombre el perjudicado de esta costumbre.
Yo también he explorado sobre esta cuestión y he visto que hay muchas sombras que no permitenver con claridad. También es cierto que, DESDE FUERA, no se hace el mismo análisis que DESDE DENTRO.
LO QUE ME INDUJO A ESCRIBIR FUE LA PREOCUPACIÓN POR LA NECESIDAD DE DISCERNIR QUÉ ES LO BUENO Y LO MALO DE LA CULTURA. en eso consiste la educación. No todo es bueno, claro está. y cuando se descubre algo malo hay que combatirlo. Creo que es difícil ocultar la servidumbre que supone para esas mujeres llevar esos pesadísimos anillos.
Cordiales saludos.
MAS
Hola, buenas tardes,
Sr. Guerra, dices: “No veo claro el argumento que abre el comentario. Es decir, no veo como, al final de la historia, sea el hombre el perjudicado de esta costumbre”.
Aclaro, o intento aclarar, por orden cronológico de mis comentarios en este blog, en relación a este tema (evidentemente sin dejar de lamentar la desigualdad, maltrato físico y psíquico que sufre la mujer en muchas culturas):
1.- Cuando escribí la primera vez, intenté comparar la cultura de este pueblo con la cultura de occidente. No terminé, porque me tuve que ir.
2.- Cuando escribí por segunda vez, de forma muy breve, dije literalmente: “Sr. Guerra, cuando tenga tiempo, te demostraré que en esta sociedad de las mujeres jirafa, posiblemente quienes tengan que pagar esta consecuencia de la limitación de estas mujeres, sean precisamente los hombres”. (No llegué a desarrollar el porqué de esta hipótesis, llamémosla hipótesis UNO).
3.- Cuando pasado más de un día desde mi intervención dejando escrita la hipótesis uno, me siento de nuevo a hablar más sobre ella, descubro que hay otra hipótesis (llamésmosla hipótesis DOS) que a mi juicio, supera a la hipótesis anterior en probabilidad y verosimilitud. Hablé de la hipótesis DOS -el timo de la estampita tailandés-, y dejé en el olvido la hipótesis UNO -quienes tengan que pagar esta consecuencia de la limitación de estas mujeres, sean precisamente los hombres-.
4.- Ahora, por curiosidad, añado unas palabras sobre la hipótesis UNO: Ambas hipótesis tienen como telón de fondo la pobreza. En ambas, el peso de los aros en el cuello solo lo lleva la mujer y no el hombre. Me centraré en la hipótesis uno. Cuando hay pobreza, todos los miembros de la familia han de contribuir al sostenimiento de la familia (excepto en algunas sociedades tan machistas que el hombre se tumba todo el rato a la sombra y toda la carga familiar va para la mujer y los niños). Los recursos son escasos, no hay frutos intelectuales, han de valerse de los recursos que proporcionan los esfuerzos físicos. En las sociedades pobres, en general, se usan todos los recursos físicos. No suele haber beneficio social. La mayor carga de trabajo físico va directamente proporcional a la capacidad física de cada miembro de la familia. Aquí en España, en la postguerra, los asalariados campesinos -normalmente varones- trabajaban de sol a sol. Su esposa guisaba en una candela de leña en el suelo, guisaba con agua acarreada a sus espaldas quizá desde kilómetros de distancia, lavaba la ropa a mano, cuidaba de algunos animales y quizá de un pequeño huerto, etc. etc. Los niños, ¡ay! los niños, cuando aprendían a andar, se les adjudicaba una caña, y hala, al cuidado de los pavos. Pasaba el tiempo, llegaba otro niño a relevar al de los pavos. El primero de los pavos -que ya era grande, por lo menos 7 u 8 años- pasaba a encargarse de los cerdos. Y así, el de los cerdos, ya con más de 10 años a encargarse de las cabras u ovejas….y así iba el relevo de hermano a hermano y no se “desperdiciaba” ni un átomo de posibilidad o fuerza física para el sostenimiento de la economía familiar. La economía iba muchísimo más cerca del distrito del hambre que del de la abundancia. Cuando por una desgracia del destino, acontecía un gasto extraordinario, aquello se derrumbaba y los niños pasaban a depender de los hospicios u otros organismos públicos.
Con esto quiero decir que sea cual sea una sociedad que vive en la pobreza, una persona limitada, bien por excesiva edad, bien por enfermedad, bien por una incapacidad física o psíquica de alguno de sus miembros, va a lastrar más aún a las familias de esta sociedad. Esta señora que lleva los aros en el cuello, ha de tener los mismos gastos de subsistencia dentro de la familia que cualquier otra persona que no los lleve. Su capacidad física evidentemente estará muy mermada, por este capricho de costumbre/belleza/machismo/ignorancia/coacción de su libertad. Si la familia se compone de los mismos patrones y similares roles que en occidente, su marido, y quizá en alguna medida sus hijos varones, tendrán que sobreesforzarse para compensar la aptitud física que la mujer no puede aportar.
Tengan un buen día.
Estimado Don Quintiliano:
La pobreza lo agrava todo, es cierto.Y esa hipótesis que estableces y tratas de confirmar con tu argumentación no es descabellada.El hombre tendrá que trabajar más para el sostenimiento de la familia, sí. Pero la verdadera discriminación se establece sobre quien se ve constreñida a una vida que tiene que ver mucho con la cárcel. Yo creo que el androcentrismo se sostiene en el mundo alimentado por muchas causas y que la principal víctima es la mujer.
Estoy de viaje y no dispongo del tiempo necesario para ampliar mis comentarios.
Saludos y gracias.
MAS
El problema de la discriminación de la mujer es una de las mayores lacras del mundo. Afecta a lamida de la humanidad.
En cada cultura adquiere unas formas distintas. Esta de las mujeres jirafa es tremenda porque condiciona toda la vida.
No se puede mirar hacia otra parte en estas cuestiones.
Saludos veraniegos.
Creo que es innegable que existe discriminación de la mujer en muchas culturas.
El caso de las mujeres jirafa es, a mi juicio, muy claro. Y creo que las mujeres son las verdaderamente perjudicadas. No creo, como apunta Quintiiliano, que sean los hombres los perjudicados.
Debemos analizar lo que sucede en la cultura y comprometernos a superar las injusticias.
Saludos.
Estimado Jesús:
Comparto tu argumentación básica.
Creo, como dices, que las perjudicadas con las discriminación son las mujeres. Ellas son las víctimas.
Y, aunque ellas tienen que enarbolar la bandera de la liberación, los hombres no podemos quedar al margen de esta causa.
Primero, evitando participar en los procesos discriminatorios y segundo, luchando por evitar la injusticia.
Un abrazo y gracias.
MAS
Buenas tardes.
Es uno de los tantos artículos de suma importancia que amerita llevar a la reflexión.
Es increíble y una verdadera pena que en pleno siglo XXI existan todavía estas prácticas culturales, denigrante e indignante desde todo punto de vista, y lo peor, sucede ante la vista de todo el mundo.
Es una forma de discriminación y muy lejos de ser una decisión voluntaria. Como Ud. mencionó muchos problemas o factores influyen en esto, primero que la conciencia en la que están encerradas pareciera que no les deja ver la realidad, el temor a revelarse, y por último los medios para que estas mujeres puedan llegar a descubrir que existe otra manera libre de vivir, y como llegar a ellos.
La Organizaciones, comunidades internacionales deberían de analizar estas cuestiones, luchar por los derechos humanos que tanto pregonan.
Hago mía sus palabras Sr. Guerra, algunas tradiciones se deberían de analizar y dejar de lado aquellas que evidentemente no respeta la libertad y la dignidad de las personas.
¡Saludos!